miércoles, 26 de diciembre de 2007

Solsticio navideño

Habiendo pasado la fiebre de compras de la semana pasada, parece que hasta el sol se tomó un pequeño receso. El día en Santiago está nublado y el gris extemporáneo parece una manta invernal que resumió un año particularmente frio.

Yo creo que el sol se está tomando una siesta para calentar el año nuevo. Porque de alguna forma que nadie sospecha, este año que termina nos hizo olvidar que para diciembre los damascos están de temporada, las frutillas bajan de precio, los tomates vuelven a ser dulces y el sudor es un compañero privado tras comer un pastel de choclos, que como una visita mal educada, se va tras el postre sonriente de una sandía.

Y es que de chico siempre me gustó este tiempo porque tenía el nombre del solcito de verano. Y fue la experiencia, a punta de verguenzas y empeño que me enseñó a corregir la dicción para entender el concepto de órbita y la diferencia entre los hombres que viven estaciones distintas en un mismo día. Y es que el sol tiene la fuerza para quemarnos la retina si lo miramos de frente, pero sin él no veríamos nada de lo que compone nuestro mundo.

Este rito del verano, oculto tras el pino nevado y sus adornos de escarcha prestada, siempre ha estado ahí para final del año. Así, el tiempo que empieza viene de la mano con una abundancia positiva que no es la esperanza urgida del invierno europeo, ni el hambe instalada de Medio Oriente. Acá en Chile, la Navidad se vive en pañales cortos, en túnicas de lino y sandalias obligadas de la capital.

A mí, con el frío de este año se me había olvidado por completo. Mas, todo tiempo tiene sorpresas. Para mí llegó dentro de un envoltorio desconocido. Y como la imagen remota del pesebre tiene sentido si tras la escapada mental del espíritu, el ensimismamiento mira de reojo y encuentra de nuevo a los compañeros. Pastores pobres como las ratas desvelados en la noche de sus pesadumbres. Reinas pitucas de Oriente que de repente miran a otra estrella que rivaliza con el brillo de sus coronas. Y ante tanta novedad, el peregrinar confiado no es sino la vuelta al origen otra vez: rendirle culto a la sencillez del recién nacido que tiene todo por descubrir.

Cuando empecé a escribir este blog no pensaba las consecuencias que tendría. Hoy por hoy, la inclinación a la aventura y el sueño húmedo permanente tienen sinónimo en el romance. Y de la misma manera que me vi obligado a apagar el computador por (des)gracia del destino, ahora tengo otros relatos que no sé como escribir al no tener palabras en mi diccionario.

El rezo navideño dice entonces, que todo está por comenzar. Aunque sea un hombre con pretenciones de adultez acabada. Otra vez, en el mismo lugar, pero en diferente tiempo y locación. Después de abrir estos regalos, de sentir en la piel como el calor recorre de nuevo los pliegues de la geografía que abrazo; tras entender cómo está girando el mundo, es imposible que vuelva a ser el mismo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

La resurrección de Lázaro

Mi computador padeció la muerte y la resurrección. En los días de penumbra hubo varias cosas que no pude hacer, no obstante decubrí otros modos de acompañar mi solitud. Y es que habiendo perdido en parte la conexión con el mundo, el coma de mi compañero me mantuvo a mí también en el ostracismo.

No pude ver las noticias que no leo en el trabajo, ni pude bucear en los rincones alternativos de last.fm. No pude fantasear con la idea de las citas electrónicas. Dejé de escuchar a TV-resistori y toda su fantasía adulta infantil. Pero, no obstante, hubo maneras de remediar la pena solitaria a la que me acostumbrara de mediar tanta tecnología en mi vida.

Hay otros hombres que tienen aún más artículos que yo para entretenerse e incluso definirse, pero en mi caso el mp3 y las planillas del SPSS siempre salvaban mi cabeza, mi bolsillo y mi orgullo. Entonces la sorpresa de un accidente, una caída al suelo, recobra ese dolor original del parto, que deja abierta la respiración a un mundo nuevo y autónomo.

Porque no hay mal que por bien no venga, dicen. Como el palestino amigo del Maestro, el laptop volvió a la vida de la mano de los técnicos. En el primero de los casos Jesús habló y Lázaro salió por su cuenta del sepulcro. Nada se dice en la Biblia acerca de si su caminata era exactamente igual a la original. Dos mil años después a mí me formatearon el disco duro. Y los registros anteriores de mi existencia, las fotos, las canciones, se perdieron para siempre, al menos en su versión conocida. Rescatarlas implica una arqueología digital que puedo realizar, pero que nunca conocerá los mismos resultados que el alma anterior.

De haber sido precavido y mediar mayor técnica en mi actuar, me habría salvado de esta catástrofe. Catástrofe aparente, pero catástrofe al fin. Ahora, al igual que el resucitado, tengo que ver la vida de una manera diferente, con una memoria configurada con otras formas, con nuevos sentidos que distinguen estímulos extraños. Porque cualquier resurrección jamás será analogía del primer nacimiento.

Habiendo cruzado una barrera de silencio, las palabras retornan con renovada fuerza. Y esto es más que una simple vuelta al sol, más que recobrar un verano bicentenario o un nuevo cumpleaños de ensoñación. Porque nada de lo que se pueda contar es igual, habiendo perdido la memoria aunque sea solo por un rato.

La fortuna del tiempo bíblico es que no había tecnologías para tratar la vida, por tanto, el registro de la existencia se entrega a pulsasiones presentes en el cuerpo y sangre del escriba, no de la tabla de escribir. Fortuna entonces que ahora, acompañado por la posibilidad de romper la rutina, la resurreción de Lázaro HP es un detalle frente a poder ver la vida con un nuevo horizonte.

Y no es que haya estado en coma estas semanas. Por gracia del destino solo renuncié a tener todo escrito en el computador. Y tú, que lees esto, sabrás a qué me refiero. Ahora quiero escribir algunas cosas junto contigo también.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Coma digital

Anteayer sufrí al humillación de azotar contra el suelo el precario laptop que colgaba de mi hombro. Habiendo visto demasiadas noticias en la mañana, hacía un tiempo ya que optaba por esconder de los delincuentes esta herramienta dentro de un portafolios humilde y desvencijado, el mismo que -de manera traicionera- decidió rendirse poco antes de las nueve de la mañana de ese día.

No obstante, las demandas de la vida rápida pueden ser tales que no fue sino cinco horas después (cuando intenté prenderlo) que me percaté que el bicho yacía tieso, apagado en su función electrógena, difunto en el latido de gigabytes. Batería en orden pero voluntad dormida. Y lo que podría ser la entretención del técnico, el vuelo dopado de un informático, para mí constituía una verdadera tragedia. Nula la pantalla, se me iban a olvidar todas las entregas de proyectos, todas encuestas que almacenaban la vida opinante de unos cuantos escolares.

Se me iban a olvidar las fotos, los parajes satelitales que coleccionaba, los proyectos de revista siempre a medio curso, la violación a la privacidad en las claves del chateo, los diccionarios finlandeses coleccionados, las carpetas con nombre cochino, todo. Y aunque mi memoria fuera mucho más compleja que la de este aparato, algo me pasó que sentí que me amputaban un pedazo del cuerpo. Mal que mal, ¿qué harían mis dedos para jugar lejos de un teclado?

Por el bien de la humanidad debía encontrar remedio pronto. Y la fantástica contradicción radica en que toda la tecnología que se descompuso, todas las secuencias de actos microscópicos que no debía comprender, se amparaban en otros despliegues, en otras sofisticaciones conductuales remotas que me tuvieron contándole mi drama a una dominicana call center que me envió un código alfanumérico para entregar mi equipo en un buzón de Chile Express. Si hasta podría ser una nueva táctica de robo pensé.

En todo este trance ningún ser humano de carne y hueso me acompañó. Nunca vi una persona al otro lado de mi conversación. Porque hasta en la entrega la chica se limitó a levantar la vista únicamente para entregarme otra serie numeral y punto. Y aunque no tuviera absolutamente nada que esconder ante el héroe que resucitara a este Lázaro HP, bien podía sentir la angustia de exponer la vida anónima ante aquel médico que supiera como reconectar el corazón de esta parte de mi vida.

Y he entonces que se reproduce otra vez más una de las claves sufrientes de la humanidad. Hay una ceguera inducida, un velo tras la vida que permite funcionar flotando sobre lo desconocido. Y la identidad se juega en esa inconciencia. No entenderlo es casi tan sano como resolver el Edipo, sin ser testigo de las calenturas paternas que nos volverían esquizofrénico. Entonces entregamos la vida suponiendonos soberanos, hasta que una caída, un traspié, nos vacían hacia esta sombra del desconocimiento. Y ese eje del mal, esa ignorancia, es algo a lo cual hay que rendirse para seguir con esperanzas.

Bien podría decirse, entonces, que lo numinoso ha encontrado nuevas formas de manifestarse en la sociedad global.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Pasajera vida

Se murió el abuelo de una gran amiga. Y asistí a un funeral donde nadie tenía pena. Y es que el muerto se fue tranquilo.

Aun así no pude dejar de extrañarme. Sé que los años educan las pulsiones y nunca más se llorará como cabro chico. De grande, uno solo puede aprender a ejercitar la presencia muda, cuando el dolor recuerda qué tan angustiosa es la soledad. Y entiendo porque los funerales reunen a los perdidos, a los que guardan silencio frente a este vacío. Porque algo difícil de describir, algo más allá de la conciencia de la propia vida, nos hace reconocer esa fragilidad de la existencia por algunos segundos, urgiendo la búsqueda de respuestas sobre que nos espera después de este tránsito.

Quien murió era católico y de la misma manera que yo morí alguna vez al catolicismo, nadie podía contestar qué venía después. En mi caso no es que dejara de creer en Dios, sólo era que no me conformaba con las respuestas que la vida eterna encomendaba a la vida presente. Intuía que la verdadera sabiduría se alcanzaría cuando ya no viviera, y experimentara aquello que es imposible de conocer con los sentidos. No obstante, en esa dualidad, la pregunta por el sentido de la muerte puede convertirse en un laberinto eterno. Y la certeza es algo que se vuelve soberbio en alguno de sus rincones.

Acá rezamos para llegar bien a la próxima estación y los dolientes piden clemencia si el fulano no se fue con todos sus asuntos al día. Porque no siempre se asiste a funerales como este, donde lo que se agradecía era la existencia alegre de un hombre que dio vida y crió una familia entera.

Mas, todos los que me acompañaban tenían su cuota de perjuicio. Con todos discutí alguna vez. Con todos supuse que tal santidad no existe. Y siendo así, detuvimos la cadena de la vida, al menos en lo que sabernos vivos refería. Ahora bien, creo que la cicatrices quedan para siempre, y en eso tengo experiencia. Pero es que la vida del hombre amerita esos tropiezos que parecen una pausa en la vida blanca. Las oscuridades, las detenciones del aparente torrente vital, no son sino una reconversión de la esperanza.

La naturaleza nos enseña que nunca todo está completamente vivo o completamente muerto en un determinado cuadro. En el funeral con risas de ayer, había un difunto pero docenas festejándolo. Había un Señor resucitado en medio, parece. Aún así, los compañeros teníamos a la muerte encima nuestro.

Suena escabroso, lo sé, pero el pelo y la piel que nos cubren en verdad están sin vida. Todo lo que nos cubre es una capa que dejó de alimentarse de nuestra sangre, que se sacude como polvo en la ducha que inaugura cada mañana. Evidencia por tanto que aquello que no se detiene es esa pareja entre lo que se vive y lo que se muere, cada uno permitiendo que exista el otro.

Y sabiendo que por eso era imposible tener pena, me pregunto qué pregunta cabe hacerse al adentrarse más allá.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Catecismo cola

Da completamente lo mismo si un homosexual que relata su vida lo hace desde la postura que gobierna el traje del banquero más serio o si lo hace arrastrando una boa de plumas más pesada que su propio amaneramiento. Y es que en algún punto, no importa cómo, casi todo sujeto marica vive como una condena esa noción de sigularidad completamente abismante que implica el despertar hacia los propios deseos. Ya sea peleando contra la burla de los compañeros infantiles o contemplando de manera descarnada como a uno no le pasan las mismas cosas que al resto. En ambos casos, suele haber un silencio tan fatal que anula la capacidad de nombrar las cosas que a uno le pasan; menos aún compartirlas.

Consecuentemente, hay un olvido importante de la construcción saludable de un Otro. Narcisismo inducido mediante, si se ha tenido la desdicha de vivir en un ambiente que no tiene noción alguna del diccionario coliza (salvo el uso burlesco o melodramático de la palabra maricón) pocas alternativas hay a la comprensión de la diferencia propia y ajena. Y es que todo ser humano tiene por misión en esta vida comprender su propia singularidad y en esto las minorías no llevan delantera alguna, por el contrario, a veces parecen estar retrasadas.

Es más, en la aceptación aparente de la normalidad sexual -la misma que no se cuestiona y respecto de la cual cuesta optar- hay una renuncia fundamental en la constitución del individuo si es que aquél asume su verdad recitando un catecismo tradicional y proscrito. Sumemos a eso que en Chile tenemos varios volumenes según el color de pelo, la numeración con la que empieza el número de teléfono o el nombre del santo del colegio donde se estudió. Dentro de esos textos vulgares o exclusivos, simplemente hay palabras que parecen no existir.

Y es que en todos lados hay varones quebrados que se sumergen en las penas religiosas que les tocó mantener. Hay otros que optan por la rebeldía acérrima de la clase media que suele leer poco pero hablar mucho. Y hay quienes se descuellan en la comunidad del conventilleo mariposa porque en realidad no hay más carrera que cursar. Pero a todos nos tocó vivir las mismas situaciones propias del desamor. Todos tuvimos que pasar por la elección entre la cartera o el maletín. Todos tuvimos que aprender a elegir los amigos con los cuales contar. Pero en el uso de la etiqueta externa, asumimos una misma constitución del tejido. Y lo que acusamos en otro lo llevamos también dentro.



Ser individuos es renunciar al catecismo puro, que enseña qué pensar acerca nuestro en la retirada silenciosa, en el monacato suspendido de sexo. Pero es el impulso el que constituye la vida misma, la sustancia del gobierno propio. Hablar verdaderamente, suspender el baile coqueto por una buena causa, no tiene sentido si es que al enfrentarse a un Otro suponemos que debemos ahorrar palabras. Es la biografía un ejercicio relatado y en sus claves, todo hombre que se precie de tal debe quemar el catecismo escrito que le regalaron. Y en ello no se mata a Dios, por el contrario, se emprende la búsqueda que se despoja de criterios, a la manera de los patriarcas en el desierto.

Esa parte de la historia nadie nos las cuenta. Es preferible pensar que se puede resolver sola. Es más conveniente moverse en los márgenes de las instituciones. Es más colorido utilizar disfraces de cuando en cuando para que la cosa parezca un juego. Mas, la vida cotidiana nos enfrenta a tantas elecciones, que no hay manera de escribir un manual marica.

Algunos lo intentan: de un lado maldiciendo esta existencia, del otro, propugnándola como una cultura que regula hasta como tomar el tenedor que se compró con las buenas lucas que sobran al no tener hijos. En ambos bandos hay una soberbia tal que no se dan cuenta que recitan lecciones aprendidas.

Yo por mi parte, quemado el libro, tengo mucho que aprender.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Percusiones modernas

Anoche asistí a la presentación de Björk en Chile. Quedaba tan a la mierda que llegar fue casi una peregrinación a la mismísima Islandia. Pero evidentemente valía la pena vencer todo el tránsito que trepaba hacia San Carlos de Apoquindo. Porque si no, nihubiera habido forma que el reinado de la música se depositara sobre el Santiago que yacía a los pies de la orquesta.



Sin lugar a dudas, vencido el impulso primero del fanatismo, comprobé en la tribuna que por muy cerca que estuviera de una artista que había seguido por años, no podía padecer de ataque de histeria alguna. Mal que mal lo que me convocaba era la música, y algo también de la presencia de la artista, una suerte de Aparecida invocada por el despliegue sorpresivo que tendría este conjunto de esquimales electrónicos.

Así, sin grito alguno, el concierto tenía un buen sustrato de misticismo. Ha pasado un buen tiempo desde haber mirado esas tierras boreales con desafección, fantaseando con encontrar un cuerpo de conocimiento objetivo en la contemplación de esos desiertos helados. Y es que en su momento la música de Björk fue desvestida completamente de todo instrumento ajeno a la voz misma de la cantante, o la de la humanidad ordenada en la polifonía de un coro. Habiendo partido como una loca-desatada (en sus primeras presentaciones siempre vestía una camisa de fuerza) paso a paso, disco tras disco, droga tras droga, fue desarrollando un sonido que se volvía más adulto en la medida que la artista apelaba a las emociones que le despertaba este nuevo lenguaje.

Como tal la música tiene un ordenamiento completamente diferente a las letras. Es difícil alfabetizarse en estas materias, lo mismo que aprender las lecciones solamente siguiendo reglas de composición establecidas. Y aunque ya había hablado sobre esta suerte de ejercicio de reinterpretación simbólica de la escena contemporánea actual, aquel día corroboré como la sensibilidad de una mujer que se vuelca sobre su propia experiencia y transmite lo que ha descubierto del ejercicio sensitivo: del pop más instrumental y comunicativo (estar en la onda del Human Behaviour) al chirrido artificial que reemplaza la naturaleza (y recrea el mundo en Joga) para pasar al uso destemplado de la pura voz humana (el origen representado en la madre Oceanía)

Vencida por tanta destilación de sonidos, la propuesta actual que el concierto se encargó de distribuir soberbiamente, retoma la base de aquello que nos vuelve completamente humanos: la idea de una gran tribu que baila según el compás de su propia sangre y de la naturaleza que lo rodea. La diferencia ahora es que descubrimos eso tras la fiebre lisérgica o el dominio manipulado del sintetizador y el reactable. Pulsiones negras mediante, no podríamos decir que Volta es un llamado a retonar a la Tanzania original. Ya establecidos en los códigos de las ciudades, las mismas que permiten grabar el disco y reciclar los videos de su promoción, ponerse los audífonos es una invitación a recorrer los caminos de la aventura una vez más.

Siguiendo las indicaciones de la islandesa, para reconocernos como iguales vamos a bailar una vez más.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Arquitectura Funeraria

Celebramos ayer otro Día de Muertos. Algunos peregrinaron al cementerio para cumplir con las deudas del deudo. Y como siempre un lugar de aparente angustia se llenó de flores y ofrendas, se cambiaron los frascos fósiles del año anterior, se pintaron los portales jónicos de algunos nichos y se transitó de nuevo por esa vereda de dolor que alguna vez hubo que recorrer para enterrar al ser querido.

Y aunque es una tradición cuyo valor desconozco fuera de latinoamerica, el día de muertos que conocemos es propio de las tradiciones prehispánicas que establecían que ese día los difuntos salían a recorrer las callesy se sentaban a la mesa. Por eso las momias llevaban tanto adorno, para no volver desnudos.

¿Pero, qué pasa con ellos mientras tanto? El conocimiento popular los sabrá muertos mientras permanezcan acostados, preferentemente dentro de un cajón, y ajustados a la morada que les tocó en suerte. Porque Dios dijo al principio que volveríamos a ser polvo y convenientemente durante muchos siglos al que no tenía dinero le tocaba que lo enterraran en el patio de la casa. Pero al llegar el aburguesamiento de los modales la cosa cambia. Porque también la casa se complejiza. Y no puede ser que el dignatario resida en la tierra que pisa cualquier mortal.

Como todos tenemos derecho a tener casa en esta vida, mientras hacemos fila para el Juicio Final se puede esperar en hoteles de diferente categoría. Y es entonces cuando uno comprende como las diferencias terrenas y las riquezas que deberíamos heredar a nuestros hijos, también se van con nosotros. Entonces los arquitectos pueden trascender también en los diseños funerarios que vienen a resumir la historia del residente, que simbolizan sin palabras el panegírico que debía inscribirse para cada familiar que entre en el panteón.

Tuve la oportunidad de conocer en Buenos Aires el cementerio de La Recoleta. Y de verdad que un cementerio puede ser un lugar turístico, al ser un museo barroco a pleno sol.Y deambulaban ángeles como si fuera la antesala del paraiso. Ese mismo que tiene mosaicos de oro en la recepción. E impresionado por la riqueza de formas estáticas, no pude dejar de pensar como esta contradicción del católico humano es menos surreal que el concepto de muerte del consumidor moderno. Porque ahora dejamos a los muertos en un parque, en una pradera bien cuidada y con regadores programados. Y si llevamos a los niños a ver a la abuela, no habrá problema con que se asusten, total es como ir de picnic al parque.

La modernidad gringa reemplazó a la plaza lúgubre del Pere-Lachese parisino, que con todo era una réplica miniatura de la ciudad que la rodea. Y La Recoleta es igual, aunque con departamentos de fachada más enriquecida. Incluso, incluso, nuestro Cementerio General cumple con creces al tener una entrada con una solemnidad que pocas veces ha persisitido en Santiago y que nos recuerda el hitorial republicano que sacó a los dignatarios de la Iglesia, para morar en un pedazo de tierra pública y soberana. Siendo así, la discusión con Dios está suspendida por ser la muerte lo único que nos distingue de él.

Entonces transitar por un espacio donde el dolor se congela en el monumento, donde los secretos del muerto se graban en piedra, donde los honores determinan la calidad del nicho donde descansas, es también una última proclama del intento humano por decir cómo se vivió la vida. Y aunque ya no nos vistamos como momias para venir a comer a casa cada 1° de noviembre, tenemos como recibir a los parientes con la dignidad que nos queremos llevar a otra vida.

Pero como no sabemos que hay más allá, es imposible saber si finalmente el más pobre, aquel que duerme en el suelo, le puede tocar resucitar más pronto en las flores y árboles que brotan sin cuidado de ese jardín que no es la casa el dinero no alcanzó a comprar.

domingo, 28 de octubre de 2007

Distinciones Zoológicas

Al Pobre Leno, lo tienen encerrado en una templada prisión de vidrio. Expuesto como criatura cumple el propósito didáctico de representar-se ante los peatones de una ficticia ciudad. Como en todo zoológico, lo que finalmente enseña es una pedagogía de lo salvaje, una suerte de recordatorio de la ligazón con nuestro pasado evolutivo, una distinción con nuestros procesos civilizatorios.

Tal clase de guiño es el que cita esta canción de Röyksopp del 2003, pieza recurrente de la pista de baile y que no fue sino hasta ahora cómo supe que se llamaba. No pocas veces me dejé llevar por su pulso eléctrico alguna noche y la particularidad de esa vocalización que se cantaba así como con pena. Eso, porque era casi como una analogía de algunos días invernales que pasé solo en casa.

Con la gracia de youtube pude conocer el video. Me di cuenta que la asociación con el invierno era completamente factible; en parte porque la ternura que podría expresar la prisión ártica fácilmente podría ser la angustia de mirar a través del cristal una versión infantil de nosotros mismos. Y es que el zoológico, como album de fotos animado, tiene esa carga afectiva. Cabe recordar nuestros paseos de colegio al San Cristóbal, para ver a la elefanta Fresia y el oso polar, y pensar qué nos pasaba ante semejante espectáculo. Ahora de grande es cosa de ver a los niños un domingo allá y acordarse.

Digo esto también por experiencia, porque hoy tengo un hermano que -en serio- trabaja de domador de un lobo marino en el zoológico de Buin. Las piruetas del animal son la delicia de todos, incluyéndome. Nadie queda incólume ante la aparente humanidad de los animales, ante su agraciado entendimiento de nuestro lenguaje, ante su bosquejo de razonamiento para acatar órdenes. Como si nosotros no fuéramos mamíferos en último término e hiciéramos algo muy diferente. Como si nuestras costumbres no estuvieran asociadas a satisfacer necesidades básicas que permiten después leer las necesidades sublimes. Como si nuestro lenguaje y conducta no fuera fruto de una pura respuesta evolutiva ante las condiciones de vida.

¿Cómo se entiende entonces que un par de noruegos de Tromsø , ciudad que no ve el sol en más de dos meses, usen timbales tropicales para sobrevolar una nevada cordillera escandinava? Y es que los códigos de la globalización, al apelar a estructuras comunes de los hombres, permiten el uso de sonidos fuera de su contexto de sentido más inmediato aunque sin perder del todo su ligazón original con la naturaleza que los ve nacer. Cabe recordar una vez más que la civilizada electrónica alude y busca siempre una conexión con las pulsaciones internas del cuerpo, llevando el ritmo inductor del trance que puede o no requerir drogas para estos nuevos usos rituales. Eso también representa, a la larga, la anulación de la diferencia que estas piezas tratan de inducir. Y es que en la pista de baile como en la selva, supuestamente, todos somos iguales.

Pero nuestra humanidad se encarga siempre de sumar distinciones y convertir también esos espacios en un lugar dominado por las categorías de la exposición pública. Y lo que podría ser hasta terapéuticamente valioso, el catalizador del ser natural al final de la semana, puede transformarse en un asunto de consumo ineludible, de clasificación del comportamiento y la anulación de la naturaleza en la cultura. Si no, es cosa de darse una vuelta por cualquier boliche de la farándula, el circuito gay o los bares de la intelectualidad roja, donde todo adquiere connotación discursiva de una u otra forma.

Entonces, nos rendimos frente a un nuevo tipo de distinciones zoológicas, que requieren silencio y observación para no caer siempre ante la misma clasificasión forzada de todas las realidades, incluso las más obvias sobre nuestro baile, nuestros brindis, nuestra ropa, nuestras pulsiones y nuestras inclinaciones genéticas que se exhiben en el zoológico urbano. Silencio, y no pasmo, para mirar nuestra esencia sin tener un cristal de por medio.

jueves, 25 de octubre de 2007

Retórica Urbana Repetida

Siguiendo con la retórica urbana y el juicio que se obtiene de mirar una y otra vez los mismos espacios, no puedo dejar de compartir una canción que volví a escuchar hace muy muy poco. La llevé en el avión la semana antepasada sin saber, quizás, si lo hacía para rescatar las imagenes de altura que rodeaban toda la estética del video.

"Déjate caer" es una visita a Los Tres en versión moderna, un homenaje puesto definitivamente a otro nivel musical y espacial. La primera vez, la melodía era analógica a la nostalgia de un suicida o un moribundo. Siempre pensé que era un discurso de renuncia. Y bien recordarán a Alvaro Henríquez actuando de fantasma en el funeral, de un Santiago envejecido pero iluminado.

Difícil misión para los mexicanos. No sé bien, pero creo que parte de las razones para que el video sea tan bueno es precisamente haber abandonado toda premisa nostàlgica para venir a fotografiar una ciudad tan grande como el DF, superponiendo al hombre sobre la dureza del paisaje urbano. Porque la capital mexicana no es como el DF argentino o como el mismo Santiago. Las curvas de la arquitectura en el primero y la escala aprehensible del segundo se distinguen de un paisaje marcado por el pavimento duro de toda ciudad grande, por la sucesión infinta de automóviles que parecen tanquetas (el típico taxi Escarabajo) la autopista con nombre marciano (doble hacia Tlanepantla) y la postal de iglesia onmipresente de la sociedad guadalupana.

Qué se yo. Cualquier ojo afinado podrá distinguir como en la ciudad se superponen planos y materiales aparentemente contradictorios. Los personajes bailarines del video, trashumantes en la ciudad que la canción mira desde el cielo, son seres de carne y hueso lanzados sobre la calle, indefensos frente al atropello vehicular, al ahogo de la marea incesante de buses, emotivos frente a las fachadas perennes de piedra.

Vivir en ciudad grande implica ceder parte de la libertad del cuerpo, ceder ante la escala de muchos queriendo apretarse en un solo lugar. El ascensor nos exige colgar la vida literalmente de un cable, la avenida nos exige saltar en respuesta a una luz roja que detiene el rio de vehículos que pesan como elefantes en estampida, la autopista nos exige vendar el pecho de antemano para no quebrarlo con la inercia siempre amenazante.

Tantas posibilidades urbanas tienen un costo que a veces se quiere disimular con la postal de la pradera florecida y el atardecer de brisa fresca, ese que tiene el mismo viento que se comparte con la urbe, pues no distingue un àrbol, de una montaña o de un edificio. La sombra electrónica que delizan los Café Tacvba no hace más que profundizar esa sensaciòn de ambiente y la sugerencia de una libertad superpuesta a la resignación urbana. Si no, no se verìa tan gracioso que bailaran desprotejidos en el bandejón de una autopista, con las luces corriendo a su alrededor.

Vivir la ciudad es tambièn saber interpretarla. Hallar un sentido intepretable de los actos que cotidianamente la constituyen. Y en una carrera por salir del suelo en edificios cada vez mas altos, saber recuperar la escala del hombre es una acción de las más sensatas que pueden haber. Y no faltará quien señale que eso es arte puro.

jueves, 18 de octubre de 2007

Pregunta anónima

Como no tengo miedo alguno que me acusen de "rosadito" en mis elecciones, me quedé pensando en lo mucho que me gustaron las imágenes urbanas de un video con interpretaciones tan maricas como "Me pregunto" de Belanova.

Ya sé, ponerse a cantar en femenino no es lo más macho que puedo hacer. Sería asumir una pose de vestido de los 50, el mismo que pacientemente cubre el cuerpo de la vocalista en un televisor de blanco y negro. Y es verdad que a propósito de retomar el amor por Santiago, he querido otra vez relacionarme con el anonimato que brinda la ciudad y la infinidad de recovecos que esconderían al ser amado.

La perpetuidad de tal búsqueda, casi constituye un rito de ida y vuelta en las ciudades. Lo mismo nací en el centro, para crecer en los suburbios, hacer el propio hogar en el centro nuevamente y esperar casarse para comprar la casa en las afueras otra vez. Imagen icónica de la modernidad gringa y el romance que Sex and the City se negaba a asumir.

Y claro, siempre es posible caer en esta nostalgia del rostro perdido entre la muchedumbre, entre los cafetines de cualquier esquina, entre los carteles que iluminan los andenes del metro y los lugares de paseo. Esos mismos que no están en las afueras sino que surgen en la masa compacta del distrito central "Yo solo espero, justo en el mismo lugar a tu recuerdo" reza un verso de la cancioncita esta, caído desde la soledad que quiere transmitir la intérprete. Y no es conciente que, en este caso, transite por una Ciudad de México anochecida, melancólica frente al pulso moderno de los beats que le dan marcha electrónica a una canción pop que podría ser algo así como un corrido mexicano revisitado.

Y he aquí que la pregunta de este nuevo adulto abandonó esa ruralidad tergiversada de los suburbios para adentrarse en la avenida Benito Juárez preguntando donde está su amado. Yo no lo encuentro un gesto cursi, y no sé ustedes, pero creo que representa una sensatez bastante contemporánea, ante la inevitable pregunta por el vacío afectivo que anima la vida de los jóvenes que arman vida en las grandes ciudades, vestidos a la moda y con maletines de diseño, que es la chapa con la que mejor se podría escuchar esta canción.

Son esos jóvenes, con los que a veces me identifico, los que pudieran ser más adultos al encontrar la respuesta a la pregunta que el video propone. Pero en mi caso, esperanzas muchas no tengo todavía, y so pena de encerrarme en el hedonismo de escuchar a solas la canción, a lo mejor la próxima vez que la baile en el Clandestino, pudiera encontrar con quien conversar sobre estas materias.

martes, 16 de octubre de 2007

Ciudades Imposibles

Estuve el fin de semana en una ciudad imposible. Al menos en lo que respecta a la posibilidad de hacer la vida allí. Devaluación del dólar mediante, al menos tuve la posibilidad de pisar el suelo argentino sintiéndome nuevo rico, escuchando música en formato mp3 llevando por compañeras las sensaciones santiaguinas bajo el umbral de una arquitectura impresionante.

Y es que la escala de las cosas es muy diferente para querer compararlas. Acostumbrado a estudiar la escuela europea de urbanismo, Capital Federal tiene todo aquello que enriquece el espacio público y elimina esas odiosas segmentaciones que los chilenos solemos pasar por alto. Claro, de ser un roto acostumbrado a aspirar tener una capital como si Chile fuera California, probablemente lo que más llamaría la atención de estos viajes sería lo botados que están los precios de la ropa y los muebles. Porque los libros quedan para el snob del Parque Forestal que compra pan montado en una bicicleta rosa usando boina Burberry (espectáculo con el que alguna vez tropecé).

Pero para mí la cosa es diferente. La idea de ciudad moderna, el equilibrio enervante entre anonimato y presencia, resuelve un proceso de individuación bastante distinto al que tendría lugar en alguna bucólica campiña. Porque al ser todos advendizos, al dejar de residir en la tierra heredada para trepar al cielo en edificios cada vez más altos, tenemos el espacio para expresar ideas que se modifican tan rápido como las comunicaciones que pueden tener lugar en esta suerte de gran plaza pública reconvertida. Y he ahí que aprecen callejones en medio de la trama de conversaciones infinitas. Y he ahí que se construyen edificios pretenciosos que no quieren ser pasados por alto. Mas, he ahí también humildes rinconcitos que no compiten entre sí más que en la oferta de lugares que nutren su planta baja con comida, ropa, artículos ferreteros o casa de moda; todas cosas que no podemos producir en la casa hace un buen tiempo y que los porteños se han encargado de asumir con nobleza.

Entonces, en una ciudad imposible, el ritmo de los pasos no alcanza para recorrerlo todo, aún en la vida entera. Se dice que si uno quisiera comer todos los días en un restaurante diferente en Nueva York tardaría 66 años. No sé como irá la cosa en Buenos Aires, en Santiago o Valparaíso, pero al terminar la ronda planificada ya la oferta sería distinta y nucna podríamos ser todo lo urbano que quisiéramos ser.

Y sin ser un siútico creo que es de las mejores experiencias de la vida poder conocer esta complejidad completa más allá del turismo puro. Y es que tuve la suerte de contar con un gran amigo que me mostró otros recorridos, a pesar de mi mareo neuronal forzado por intentar representar la trama del mapa en el territorio que finalmente tenía que ver, degustar y oler. Y es que Google Earth nos abre la puerta a los inquietos por conocer otros lugares a bajo costo, pero las historias que se escriben en el anecdotario urbano no se conocen a menos que se vivan. De ahí que lamente haber perdido la tradición del diario del viajero. Pero puedo usar este blog para intentar plasmar justamento aquello que hace imposible la vida en una ciudad grande como aquella: dejar memoria de lo que tanto estímulo aburmador finalmente no anula al hombre sino que puede engrandecerlo.

viernes, 5 de octubre de 2007

Flaites cuicos

Yo sé que una golondrina no hace la primavera. También sé que metodológicamente no se puede extrapolar un solo caso como ley general del universo. Pero si sé que una experiencia por sí sola es suficiente para establecer un juicio, para opinar sobre aquello que la constituye, o relatar las cosas que provoca en quien la observa.

Lo digo porque esta semana me he fijado más que de costumbre en espantosas conductas cuicas que rayan en el absurdo. Lo digo por los reclamos que han habido en los medios a propósito del inicio del cobro del TAG en la Avenida Kennedy. Si vieron las noticias esta semana, habrán sido testigos de como los noticieros entrevistaron a cuanto Mercedes Benz se le cruzò en el camino, con molestos conductores que criticaban lo injusto que era pagar por una autopista que estuvo allí desde siempre. Y es que no vale de nada que la hayan recarpeteado (a diferencia de lo que si les cuesta a los que deben sortear cada uno de los postulantes al Crater Urbano del año) Tampoco importa que hayan diseñado el nudo de Estoril con estrecha consulta a los vecinos a diferencia del resto de la ciudad a la que le plantaron cemento encima.

Porque aunque el resto de Santiago se aguante con que construyan un paso a desnivel en su mismo living y paguen desde el principio, los cuicos reclamaban por tamaño descaro.

Pero lo que más me reventó era lo cara de palo que hay que ser para decir por TV abierta cómo evadir el cobro. Y aunque eso sea parte de las alternativas que todo concesionario debe proveer, esta vez la cosa se dijo como "dato" porque al final, todos los conductores de la tele parece que viajan por la avenida famosa, desde sus privados olimpos hacia la capital. Nuevamente aquí hay una negación de la ciudad y también de la propia precariedad del nuevo rico. Porque contar la chaucha de peso en el Lider de Plaza Lyon es igual de flaite que tirarse un peo en una micro del Transantiago. Porque usar zapatos Prada para ir al Hogar de Cristo es igual de desubicado que hablar con la boca llena en casa de embajador.

Flaites cuicos ha habido siempre. Los hay en la versión de sujetos desclasados que intentan parecer lo que no son, tipo rubio con la pichanguera o la polera hip-hop. Pero hay otros peores: esos son los que aparentan mayor prestigio pero que les duele gastar cada peso. Y teniendo el poder regalado de poder decir aquello que es correcto y lo que es incorrecto, indicar cómo evitar la factura suena distinto a declarar como evadir impuestos. Pero una práctica y la otra al final tienden a ser lo mismo.

Si el resto de la ciudad debe comportarse de una manera que de alguna forma no eligió, no son ellos los únicos que podrían saltarse la norma. Hacerlo, declararse en rebeldía, es tan flaite como no respetar la propiedad ajena, pegarle un lanzazo a la vieja del centro o decir flaiterismos en la cana. Porque buscar esos resquicios no es nada elegante, y al final el cuico, en su descuido se condena a sí mismo a ejercer la rotería igual.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Identidad Nacional

Transcurridas las Fiestas Patrias, se cierra un ciclo de nuevas preguntas y conversaciones sobre la chilenidad. Los programas de televisión lo dijeron, las radios lo comentaron, los periódicos publicaron las entrevistas requeridas.

Que si ser chileno es mear en el Parque O'Higgins puede ser una cosa. Si la ritualidad religiosa se ha ido reemplazando por la celebración del consumo, esa es otra. Que si la pobreza y el aislamiento geográfico son la madre y el padre de nuestro carácter, me parece discutible por lo sencillo de la explicación.

Hay de todas formas algunas sofisticaciones: porque la nueva pobreza dice relación más bien con la falta de reflexión del nuevo rico, que por una parte nos ilusiona con la apariencia bien cuidada y la promesa del éxito al menor esfuerzo, y por otro, nos hace mirar de lado cuestiones bien concretas de nuestra comunidad. Porque tenemos internet gratis en el valle del Choapa pero en San Juan de la Costa todos los colegios se llueven (y eso es casi todos los días)

¿Qué pasa con estas aparentes contradicciones? Si la Fiesta Patria es nuestro cumpleaños y si el país es un ser viviente bajo el designio astrológico, parece ser que la primavera nos juega una mala pasada, tan veleidosa, tan revuelta y tan esperanzadora al mismo tiempo.

Y septiembre se piensa como el mes que nos recuerda quién somos. El Dieciocho moderniza sus tradiciones (un día yo comí un asado en parrilla de gas porque no había otra) así como el Once se puebla de armas hasta con miras telescópicas. En menos de una semana vemos lo peor y lo mejor de lo nuestro. ¿Y qué queda después? u país empeñado en experimentar al máximo posible su mentada modernidad.

Se nos olvidan algunas innovaciones que hemos hecho. Pero tampoco se trata de pensar que seremos felices mientras vistamos de huaso todos los días. Que yo sea chileno, escriba en un blog y viaje en avión comprando pasajes por internet, no creo que sea un castigo. Si así fuera, buena parte de la música que escucho, y la biografía que acompaña sería distinta.

Esforzado en no ser el meón del Parque O´Higgins (podrán decir que de puro inseguro)sigo escuhando en mi cabeza los pulsos del mundo futuro. Y aunque sean un poco desnaturalizados mis valores estéticos, no puede dejar de gustarme este experimento. Y al final, como en esta pequeña película queremos ser distintos pero se nos escapa el origen igual.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Felices fiestas

Todo suena a cueca por unos pocos días. Todo suena igual: los noticieros, los supermercados, el casino de la universidad, los andenes del metro, las fondas, la garita del conserje, la panadería, todo. Todo suena a cueca por unos pocos días.

Hubo un tiempo donde anduve amargo por eso. Claro, si no se sabe zapatear como corresponde uno siente que hace el ridículo en el ruedo del folklore. Las alternativas era esgrimir la pose del intelectual-que-no-baila y mirar como los demás aceleran al ritmo del acordeón; o la otra es asumir la pose del crítico expatriado, que daría lo que fuera por bailar tango en estas fechas argumentando que los pasitos chilenos no son más que un galanteo neurótico incapaz de zamarrear a la hembra como ocurre al lado del Río de la Plata.

Sea cual fuera la opción, las dos son amargas. Al final, siempre existe la alternativa de ser un curadito de fonda más. Y no porque tome vino en botella en vez de jarra a granel voy a ser más fino. Cuando uno se cura queda igual de poco glamoroso en la conducta.

Y me da un poco de lata que los reporteros insistan una y otra vez en mostar a los alcóhólicos de fonda proleta, hediondos a bigoteado, sonrientes en sus pantalones meados y caminantes de trompo a medio morir. Como si esa fuera la estampa de estas fiestas. Como si la misma imágen asociada a la calle, la pobreza, la incompetencia de un país subdesarrollado se perdonara porque el dieciocho nos revela así.

La fiesta de campo anticipa la primavera con sus luces renovadas. El sol hace brillar los árboles en flor y el cielo atascado de volantines. Y la fiesta asegura un par de kilos de más terminado septiembre. Y mientras nos reimos del curado, de la misma manera que analizamos la cueca que no bailamos, hay algo de cierto en reconocernos así: al fin y al cabo, después de la calamidad, igual le hacemos el empeño. La mina se corre y uno la persigue. El bienestar coquetea y lo abrazamos por la tangente. Y era que no, si al final, cuando se consigue terminar la casa viene el temblor o el alud y se lleva todo camino del mar.


¿Qué resta hacer sino celebrar? ¿Qué más cabe sino curarse hasta quedar como piojo? Mejor comer asado que terminar dormido por el stress.

Al final septiembre nos revela. Nos deja turulatos con lo maldadosos que son los cumas, como si todo el resto no fuera igual de flaite con los chachullos que hace en todo orden de cosa (y el que no, pasa por hueón en la vida) Luego nos deja sonrientes con el borracho de fiesta, como si los más paltones no quedaran igual de mongos al escuchar los Quincheros.

Y antes que empiece la alergia que es y no es resfrío, como romance es la cueca, el dieciocho nos alegra un poco el alma porque vale la pena haber nacido aquí.

lunes, 10 de septiembre de 2007

La Marea Alcohólica

Celebrando el fin de semana con un par de grandes amigos, la levantada del domingo me expuso nuevamente a uno de los fenómenos a los que mayor temor he desarrollado. No le he buscado un nombre científico, que de seguro lo tiene, quizás con el afán de recluirlo en mi existencia corpórea, tantas veces descuidada.

Lo he llaamdo simplemente marea alcóholica. Seguro la han padecido. Usualmente, el bebedor ansioso del sábado por la noche olvida que el cuerpo se deshidrata de la misma forma que uno reemplaza alcohol por agua. Y el cuerpo pasa la cuenta con caña prendida al día siguiente. Y mientras más lento es el metabolismo, más tiempo tarda en completarse la renovación de aguas del mar interior y el dolor de cabeza se instala sin remedio.

Un viejo secreto me dice siempre antes de dormir, que más vale la pena abarrotarse de agua como último trago (y parecer bomba de agua) frente a padecer el delirio apretado del domingo piturriento. Y me ha resultado efectivo hasta ahora. Lo que sí, me regala la falsa ilusión de pureza interna: siempre después de un rato, por razones que todavía no adivino, vuelvo a sentir una leve borrachera infesta, un mareo inconveniente, y un desgano fermentado que me quita la alegría dominical.

Y esa es la marea alcóholica: esa reposición del sabor del alcohol en la sangre, consecuente con la subida del sol, la bajada de mi cuerpo al limpiar la casa (no es buena idea barrer colillas antes del mediodía) la síntesis de etanoles forzada por la palta sobre la tostada del desayuno. Y se siente como un baño interno: lo que parecía seco y seguro, es de repente vulnerado por el recuerdo de la bebida pasada. Y uno se marea como cuando está en el mar. Se seca la boca y se delira como si bebiera agua salada. Porque ya no están lo amigotes. Ya no hace tanto frío como anoche. Ya no suena la música tarrienta que apura el corazón y apaga la cabeza, esa que ahora se esfuerza desmesuradamente por recordarnos que está ahí, que a veces duele, que no le gusta tomar.

Y a veces me dura todo el día que incluso el pebre en casa de mis padres tiene gusto a ron.

Pero he descubierto que se puede engañar, siempre y cuando se recurra a la misma técnica que el mar en plenilunio. No hay que forzar a la gravedad, ni acelerarse, y hay que evitar que el tanque de alcohol se desborde hacia arriba por volver a acostarse después de la levantada inicial. Como todo líquido, no se mantendrá recluido en un recipiente sin cerrar y zangoloteado por la rutina diaria. Se vacía de nuevo hacia dentro y ahí la cosa pinta fatal.

Porque si uno quiere seguir celebrando y rendirse otra vez a lo placeres de la carne, hay que recordar que como la marea, el alcohol siempre sube y baja, y lo mismo que se celebra, se debe descansar. Septiembre es mes propicio para recordarlo. Y conocido el ciclo, el resto es pan comido (o vino tomado)

viernes, 7 de septiembre de 2007

Santa Regina

Olvidando mis pretensiones nórdicas por un buen tiempo, hoy me acordé que hace poco más de un año (fines de agosto) mi vida cambió un poco, a contar del momento cuando bajé el mp3 de la canción "Minua Ollaan Vastassa" del grupo finés Regina. Y me acordé de eso cuando vi que hoy era Santa Regina en el calendario católico.

La vida a veces da sorpresas y esta tuvo algo tan especial, que hasta el día de hoy la cancioncita aquella no ha abandonado nunca mi reproductor de mp3. Puede cambiar todo el resto del listado de canciones, pero esta canción sigue allí. No sé por qué, pero no me atrevo a abandonarla.

Ya averigüé que no corresponde a ningún paseo por la toponimia helsinguina. Intuyo, por lo que he aprendido de la lengua, que habla sobre un perro amarillo junto a un patio, que trata de hablar, mientras que por otro lado, en un camino del bosque una exitosa canción pop suena en la radio.


Como pocas veces, me di cuenta que frente a lo desconocido operó lo que Hannah Arendt describiera como fenomenología del espíritu: lo novedoso se retiraba del dominio de los sentidos, para convertirse en una imagen que se asocia con los contenidos preexistentes en el espíritu, ausente de materialidad, y luego vuilve al mundo convertido en una metáfora de lo que efectivamente es. El concepto, la palabra es y no es el objeto. Yo, vaciado de esperanzas parece, pensé que era la meditación melancólica de una adolescente o la despedida de un reno saami partiendo hacia la tundra.

Fuera del lenguaje, se revelan imágenes inconcientes que hay que atender. Todavía hoy recuerdo que la canción se escuchaba mirando las primeras mañana primaverales, con el viento soplando por la cortina. Así que tan fría la cosa no es. Pero si todavía indica la pulcritud de la conciencia esmerándose por entender lo que no entiende, convencida que un congelamiento retirado es la manera de autobservarse.

Trasncurrido un año y empeñoso de hablare otras lenguas, prefiero rendirme ante la angustia de lo desconocido, ante la caricia deslizada por programadores de música positiva, ante la idea de una comunidad ignota de otros sujetos que escuchan el mismo mp3 pero que perciben distinto. Y aunque todavía no sepa como musicalizar esta página, sé que puedo invitar a cualquiera a percibir algo así.

Tervetuloa!

miércoles, 22 de agosto de 2007

Bótox y falocentrismo

La televisión es fuente inagotable de impresiones. Lo digo porque quedé absolutamente impactado por el programa Contacto de anoche. Para quien siga esos programas médicos tipo "Dr. Vidal" no sería nada escabroso observar cómo los escalpelos desfilaron repetidas veces para hacer una versión local de "Extreme Makeover" chanta.

En la oportunidad, eso sí, el gremio acusado no fue la asociación de galenos (intocables por lo demás) si no una nueva profesión: las "cosmiatras" No sabía si era algo así como geriatras cósmicas o algo parecido, pero alguna relación tenía el vocablo. Eso, porque la mayor parte de las veces, las víctimas eran viejas que no querían serlo y por eso, se sometían a vejatorios tratamiento de belleza a punta de inyecciones vencidas, plástico líquido, silicona mal terminada y un sinfín de porquerías que se inyectaban en cara, pómulos, labiso, senos y demás.

Denuncia mediante (por ejercicio ilegal de la enfermería) no pude dejar de pensar en las pacientes que daban crédito a profesionales de dudosa apariencia, y que con una ingenuidad pasmosa (disfrazada de audacia para ser sexy) entregaban su cartera y cara para ser maltratadas sin piedad.

Podrán decirme que no tienen la culpa de ello, que toda mujer tiene derecho a ser bella. Se supone que así, control del cuerpo mediante, las féminas consiguen profundizar su emancipación del macho. Claro, no soy un entendido en la sociología de género, pero el sentido común me dice que la defensa de estas actitudes es consecuente con la idea que "para ser bella hay que ver estrellas" y que una mujer tiene derecho a verse rica incluso después de los 50.

La lata es que ese verse rica no es otra cosa que parecer de 20, cuando todo el cuerpo de una dama está "paradito". Yo, hombre que voy por los treinta, contemplo como hay partes de mi anatomía que evidentemente serán afectadas por la gravedad. Lo digo por la guata -para los malpensados- pero también para los párpados, los pómulos, el lóbulo de las orejas, el poto y otras cosas más. Y es que la naturaleza se rinde a sí misma. Ahora bien, eso no descarta que para sentirme cuerdo y concetado con la realidad, algún ejercicio tendré que hacer, para no quedar marchito antes de completar siquiera la mirtad de los años que la maldita esperanza de vida se encarga de alargar.

Pero aún así, por ser hombre algo me salva. Hasta que pueda seguir venciendo a la gravedad con mis hormonas la cosa va segura. Y respecto de ese culto al falo, que todavía sigue operando en nuestra cultura, las mujeres llevan algo de desventaja. Hay otras cosas donde nos pegan mil patadas en la raja, pero en esto no. Y quizás en esa "envidia" la liberación sexual ha operado como un mal espíritu esclavizando sus cuerpos a la dureza y rigidez que buscan tener dentro suyo.

La cara de las cosmiatras hervía en bótox. Ninguna era capaz de expresar emoción (si lo hubieran hecho funaba el negocio) Y reproducián en su rigidez la penetración original con sendas jeringas, con la diferencia que las pobres minas no lo pasaban bien en absoluto. No obstante aquello, la tranquilidad espiritual operaba si todo apuntaba hacia arriba al final de las sesiones.

Que si quedaba la cagada con quistes desparramados por el cuerpo, eso se veía después. Que si era traumático y se necesitaba terapia luego de las horrendas intervenciones que tenían que realizarse para extirpar los polímeros, eso quedaba en cargo de la paciente. Que si yo no podía dormir al empatizar con ese trauma, eso quedaba a mi juicio como espectador.

Porque al final las cosmiatras y las mismas mujeres penetradas por la jeringa de botulina no se podían hacer cargo del veneno que se infiltraba en las conciencias de la gente. Ese veneno, que es la idea de liberación disfrazando una nueva esclavitud y la idea de emancipación frente a una idea de virilidad todavía circunscrita a tener la cara como palo.

lunes, 20 de agosto de 2007

Dios salve a la reina (en su cumpleaños)

Se me pasó el cumpleaños de mi "reina". Bueno, al menos ese es el título con el cual debiera identificarla: algo así como la soberana de lo coliza. Yo, ahora devoto defensor de las libertades políticas y el proceso de individuación, creo más bien que podría ser mi mentora en cuanto cómo ser pop y obtener réditos de aquello.

Me acordé de mi falta de memoria gremial, cuando, sorprendido en una noche de ensoñación soltera, sintonizó mi televisor el último concierto de la "chica material". Por cierto, a estas alturas tiene poco de chica y harto de vieja-regia. Así, la soporífera modorra del domingo en la noche (tan angustiosa ante la proximidad del lunes) se convirtió en una festiva vigilia en mi dormitorio.

Claro, ya me había enterado del cumpleaños famoso, cuando vi empapeladas todas las esquinas de mi barrio con los afiches de la Blondie promocionando el espectáculo. Prometía trasnformistas, cotillón, repartición de torta y videos fullscreen. Cuando fui hace años atrás a la Noche de Divas, dedicada esa vez la Ciccone quedé boquiabierto por el fluir energético del lugar, conmocionado por la efervescencia de los estrógenos digitales. Todos, absolutamente todos querían ser y bailar como esta mina warrior enfundada en Dolce y Gabbana: hombres y mujeres presentes.

Claro, hay una importante cuota de descaro en sus acciones que todos quisiéramos tener. Pero mirando detenidamente el concierto del domingo, me pregunté sobre aquello que Madonna maneja con sabiduría empresarial en cada una de sus presentaciones. Que son aluscinantes, lo son. Que son un despliegue de sofisticadas tecnologías, lo son. Que son el escenario de una provocación evidente, lo son. Sino, no se explica la crucifixión de la "reina" que todo Occidente comentó.

Y también son una referencia egocéntrica. Por algo cita su accidente ecuestre mientras interpreta "Like a Virgin", estableciendo los parámetros de su sofisticación física y costumbrista. La primera vez que interpetó en vivo la canción, se disfrazó de novia calentona en un escenario de MTV. Sólo le faltaba masticar chicle con la boca abierta para parecer una tonta naif. Ahora viste de british lady tras comprender que andar en pelota ya no favorecía su espíritu ni las ventas del mismo.



Pero al final, la admiro por inteligente. Con esas dos señales, la cruz y el caballo, comprendí que apela a varias claves inconcientes. Sabiendo esto, pretendiendo cierto intelecto, ya no es necesario tenerla por placer culpable. Porque es un ícono al fin y al cabo, un resumen de varios simbolismos explotados de manera capitalista. Es ubicar el margen, la línea peligrosa de cruzar antes de la perdición, pero todo bajo control humanizante y civilizatorio. Como un crucificado cantando o una herida fashion de amazona aristócrata. Es como una suerte de erotismo visual y sonoro, una presentación constante de objetos y fenómenos numinosos.

Pero es imposible que atienda a todo esto por sí sola. Por algo tiene un ejército asesor consigo. Por eso no son pocos los que piden que Dios salve a la reina (en su cumpleaños), que piden que las vitaminas que toma para alargar su vida, la dejen pa'l gato, pero con vida. Porque aparte de los beneficios individuales, siempre habrá nuevos espectáculos grandilocuentes y entretenciones que apelan a sentidos escondidos y mueven el cuerpo colectivo a voluntad.

Y ya con eso es suficiente para que los pájaros que aspiran a ser reinas la llamen divina.

domingo, 12 de agosto de 2007

Fin del letargo

Todavía no se termina el invierno. Aromos florecidos mediante, se hace el loco y no quiere irse. Ni siquiera al ver el empeño con el que los cerezos empiezan a brotar. Esa pátina rosada que se instala en los árboles se vió francamente amenazada por la nieve de la otra vez.

Esa inspección de la naturaleza, la atención a las cosas (algo así como el pensamiento concreto o salvaje de Levi-Strauss) queda francamente amenazada si los pelotudos de Meganoticias musicalizan sus notas sobre la nevada en Santiago con música de Navidad. ¿Qué pretenden, francamente? Acaso pareceremos desarrollados si coincide el invierno con la fiesta familiar y el regalo. No olvidemos que hay países pobres, como Albania o la misma Palestina, donde lo navideño se vive casi de verdad con guaguas en pesebres. Y acá los niños se cagan de frío en un campamento, sin regalos siquiera.

Quizás, si supiéramos dónde estamos, donde se iergue esta ciudad, no nos asustaríamos con tales chubascos. La cordillera necesita tener la cabeza blanca un rato si queremos capotear en la piscina del verano. La niebla necesita pasearse un rato si no nos queremos ahogar en el smog. Y así es el invierno. Claro, esta ciudad se pone triste, se vuelca hacia adentro, privatiza el consumo de sopaipillas (se han fijado que cada vez hay menos carritos?) y todo parece aletargado.

Incluso el metro parece ser normal si ahora el refregón con el prójimo reporta calor debajo del pavimento escarchado. Pero siempre habrá gente inconsciente. Como el amigo aquel que se preocupó del enfermo porque está impresentable para las visitas, no porque está enfermo. Así, en la órbita propia es difícil ver el esfuerzo de la naturaleza por volver a ser el recuerdo que se nos perdió...

Cambio climático y todo, igual hay esperanza de otra primavera. Porque no hay espíritu que aguante tanto invierno, tanto frío como en este 2007; no obstante aquello no es capricho propio. Porque esa naturaleza que se empeña por volver a vibrar hacia afuera también nos gobierna dentro.

El fin del letargo se aproxima

miércoles, 8 de agosto de 2007

Aromos florecidos


Justo hoy que amenaza caer la nieve, pude reparar en el aromo que floreció a una cuadra de mi casa. Cada invierno, hacia principios de agosto, este árbol se cubre de amarillo y hace que la gente celebre anticipadamente la primavera que deja entrever. Si, agosto es un mes rudo, más aún en este invierno que de blando no ha tenido nada.

Los reportes dicen que ha sido el más frío en los últimos 60 años. A mí eso no me importa porque tengo 28, y así la cosa, es definitivamente el invierno más frío de mi vida. Consecuentemente, ha sido esta estación cuando más solitud he experimentado, cambiado a un trabajo donde todavía no hay equipos, cortando otro poco el cordon umbilical, abandonando la vida del católico reconvertido. Paradojalmente, experimento el mayor calor de mi propia compañía en muchos años.

Si no fuera así ¿cómo hubiera sobrevivido a estos días gélidos? Hubiera tenido que recurrir a los recuerdos de inviernos pasados, memorizarlos otra vez, actuar de nuevo los mismos encuentros: donde había otra gente, otras presencias con quienes sentía abrigo. Pero esas imágenes están frías y así deben estarlo, si no quiero que se evaporen. Mas, aferrarse a ese lugar es ahora un ejercicio diferente. De no hacerlo, de no querer crecer (así como tú niño rico) sería como mirar el aromo y sentir la nostalgia por el invierno que se ha perdido.

Cuando era un adolescente, me gustaban las melodías invernales, aun cuando en mi país eso no es sinónimo de la abundancia navideña. Pero era el tiempo de recogerse, de justificar la no-aventura en el mundo. Y si florecía el aromo, sabía que quedaba poco tiempo para empezar a desnudarse, otra vez, de manera forzada.

Pero ahora que cae la nieve, en algún rincón me parece interesante abandonarse al frio. Total ya no vivo de recuerdos, sino de calores tempranos. La inocencia, la niñez, aunque helada en la distancia, es ahora también una melodía del alma. Y para quienes no tienen un aromo frente a la ventana, estas mismas canciones pueden usarse como tal.

miércoles, 25 de julio de 2007

Maricones malos

¿Qué pasa con nosotros que permitimos esto? ¿A dónde ha llegado la colonización marica de los espacios de televisión? ¿Cuándo dejé de tener la capacidad de decidir respecto de quién me representa?

Porque basta un día de resfrío para percatarse que la mañana, aquel segmento de los medios que se dirige especialmente a la dueña de casa, está gobernado por las reglas del comidillo, del pelambre estirado como chicle, de la evaluación moral del prójimo revestido de miserias y millones de pesos. Y en ese espacio, el mismo que tiene menos filtros para la transmisión de la cultura en la esfera doméstica, se ha poblado, superpoblado de maricones malos, de cahuineros a sueldo que parecen vengarse por todo el pelambre sufrido en los siglos de tradición republicana.

Ya no es uno, ya no es aquel fotógrafo que se jactaba de liberar la conciencia pechoña de la patria. Ya no es uno, el mismo que disparaba ante la televisión masiva desde el Interruptor del cable. Ya no es uno, el que inauguraba la primera plana de rastro lloroso en la prensa escrita. Ahora son miles. Se cuelan como reporteros, como periodistas de formación dudosa. Y pueblan la franja del mediodía esperando que el sol ilumine sus zapatos de diamantes que pesan demasiado como para trabajar en otra cosa.

Qué odiosa situación, francamente. Mientras algunos lloramos la tristeza de revelarse cada día, ellos lucran revelándose y revelando a otro. Mientras algunos tratamos de buscar el equilibrio gremial con el sueldo, ellos sacan brillo de la imagen de la yegua celosa, del alcahuete de conventillo, del transformista que hace tropezar a sus compañeras de cabaret, del hiperventilado afectado de lengua.

Y no hay manera de explicar tanta concentración enyegüecida en estos programas. Porque maricones habemos escribiendo en todos lados. Pero parece que algunos conviene mantener la vieja escuela, la que enseña que el caballero no tiene memoria, que el macho se agarra a golpes y que la mujer se defiende siendo venenosa. De la omisión de esto surge la acidez premiada, el comentario enconado que solo un marica puede darse el lujo de expresar abiertamente.

Y mientras tienen pantalla, mientras desenmascaran un mercado que premia cirugías, que abona estupideces y engalana el sinsentido del cuerpo sin cerebro, los que esperamos de verdad ser felices de otra manera nos quedamos mudos frente a estas princesas, incapaces de hacer algo diferente.

Lo que es cierto, es que no soy malo; y por una camisa de canje en tienda, ni un paseo falseado al sur con Vertigo, no estoy dispuesto a venderme así. Como esos maricones malos

sábado, 14 de julio de 2007

Temor a la oscuridad

Esto es algo nuevo, considerando el lugar en que resido. Abandonar la casa cerca de la medianoche para adentrarse en las luces titilantes de las torres del centro, ir un poco más allá quizás; quedando al descubierto todos aquellos temores que se despiertan antes de dormir.

La casa sola, la estufa apagada, la botella de vino vacía. La gotera en la cocina que nunca he querido arreglar. Y el compás silencioso de todo eso cuando se oscurece el cuarto, cuando ya no hay otro sujeto alrededor. Sacar la nariz afuera es como morirse del frío. Y la voluntad se enlentece confiada en la humedad que se instala en el cuerpo. Luego me quedo dormido confiando que al día siguiente algo se esconderá entre las torres del centro, como cualquier otro mortal de esta ciudad.

Y el aviso de nieve en el portal de meteorología. Si hubiese sabido que este año iba a llover tan poco, pero que todo se congelaría me hubiese abrigado más temprano. Me hubiese quedado en casa para salvar el hogar, para tener la cocina prendida ¿No es acaso esa la conducta de un hombre de familia? El mismo que creció asociando sopaipillas con la lluvia chilena, que viajaba utilizando un atlas desvencijado mientras la nana calentaba la tetera.

Cuando la habitación queda a oscuras puedo añorar el negro hollín de la salamandra que calefaccionó mi niñez. La casita con ventanas chicas, en un barrio que hoy sucumbe a la demolición. El modernismo del plexiglass, la búsqueda de morada mirando al norte, la madera con patas de acero comprada por internet nunca fueron una fantasía de tarde lluviosa. Menos aún la nieve. Menos aún la imposibilidad de transferir lo que se siente cuando llueve y está oscuro.

Y no es que tema a los truenos, ni a los fantasmas que pueden residir en cada alcantarilla y callejón de la ciudad vieja. Lo que desconozco es la manera de satisfacerse apagando todos los sentidos, todos los juicios, suspendiendo las conversaciones, olvidando la oración que rezo cada noche. Qué hacer si despierto sobresaltado estando todo oscuro, y con mi padre durmiendo tres comunas más allá. Qué hacer si compruebo que la melancolía ahora es otra.

Y se me olvida que las nubes amenazantes y ennegrecidas son blancas por afuera. Es cosa de subir al avión y así verlo. Dice un cuento por ahí que la nieve la inventó Dios para engañar al diablo que reclamó para sí todos los objetos negros de la creación. Pero el mismo Dios sabe que esa frazada de su regocijo se desvanece. Lo mismo ocurre cuando solo, antes de dormir, recuerdo mi respiración tibia y el color negro que me rodea. En esa realidad, no hay temor que pueda seguir viviendo.

domingo, 1 de julio de 2007

Refrito electrónico

Una definición muy básica indica que el símbolismo es una operación cognitiva e intuitiva que invoca algo que está más allá del mismo, que asocia un significado al significante que experimentamos, pero que, por su misma analogía, encierra numerosas posibilidades y exige interpretación permanente. Es como el agua que simboliza pureza, llanto, emociones, verano, etc. Esto permite que sea una suerte de "objeto" altamente reinterpretable.

Siendo así, el oído de un avezado melómano pudiera reconocer como la música popular reciente ha incrementado significativamente la velocidad de la reinterpretación de sus símbolos. Es claro, antes de la invención de la partitura la transmisión de melodías en la cultura occidental se practicaba de oído, de atención del aprendiz hacia el maestro. Evidentemente, la gracia era actualizar del mismo modo lo escuchado, asegurando la perpetuidad de la tradición. Luego, con el cuaderno rayado y las llaves de sol, fa u otras, se podía poner por escrito esos sonidos, y cualquiera que supiera leer podía repetir una creación cualquiera.

Evidentemente esto da gran valor al escritor, al creador de una música que se registra y se conserva independiente del tiempo. el intérprete, por su parte, tiene valor por el virtuosismo con el que descifra la partitura. La gracia consiste en tener melodías más difíciles y exigentes, y en Europa fueron famosos los pianistas que inventaban cosas nuevas para entretener a la burguesía. Qué decir luego de la música contemporánea que es una suerte de sobreespecialización de la función lectora. Pero hasta ahí, lo que se ocupan son más que nada signos, pero pocos símbolos propiamente tales.

Es por eso que siempre me ha cabido la pregunta sobre lo que ocurre con la música popular y la existencia del registro digital de las recientes décadas. Es obvio que los Dj actuales ya no necesitan saber leer música. Ya no importa ni el autor ni el intérprete, sino más bien el sonido en sí. Porque lo suyo es tener un par de mp3 y establecer un nuevo código a partir del copy-paste. Bueno, se que no es para nada simple y que el sujeto verdaderamente creativo es capaz de establecer toda una sonoridad nueva a partir de fragmentos y manejo de perillas. Ya lo hizo Bjork sampleando a Matmos que a su vez grababa sonidos de quirófano para sintetizarlos en sus melodías. Ya lo hicieron los dj franceses, con su mal llamado "french touch" reviviendo la onda setentera con un gusto de modernidad.

Me acuerdo que a finales de los 90 me gustó ese típico sonido que parecía el soundtrack de una noche bebiendo cosmopolitan. Por suerte ya no me compro esa asociación, aunque aprecio sin lugar a dudas a Dimitri from Paris. Tiene demasiada onda. Lo suyo fue simbolizar una época de experimentación sicodélica (y luego de onda disco) y que en el presente, siempre temeroso del futuro, suena como una certeza, como algo tranquilo, como algo seguro evocando cierta paz. De ahí a ser elegante hay solo un paso.

Si Puff Daddy en su tiempo fue el mayor copión de todos, el verdadero refrito digital es aquel capaz de crear una textura interesante, una propuesta ya "proponida" y con ello abrir nuevos trazos de creatividad. Claro, ahora con el computador, poco nos demoramos en hacerlo. La clave del estilo es que no parezca así.

Si no que lo diga la actriz que puso la voz de la "very stilish fille" donde la nostalgia definitivamente no parece tal.

viernes, 29 de junio de 2007

Otra vuelta al sol

Se me paso el día que podría haber celebrado como el cumpleaños del blog. Estaba ocupado en otras cosas. La mayor parte de ellas eran imaginarias. Como la manera de hacer llover nuevamente. O la forma como despabilar al niño rico. Y bueno, ese ejercicio parece haberme dejado francamente agotado, porque haciendo un resumen festivo, junio debe ser de los meses en que menos noches salí los fines de semana.

Bueno, la cosa fue bien productiva al inicio, cuando vuelo a Temuco mediante, pude conocer tanto una posada universitaria desbordada de chela barata, como El local de la gay scene de la Araucanía. En ambas, derroché estilo enfundado en una camisa con apellido Le Corbusier, adquirida en el Falabella con mayor poder màgico que he conocido.

Tanto desarreglo me acarreó luego una bronquitis que me tuvo con hablar flemático (no en el sentido inglés) por casi dos semanas. Aunque, haciendo memoria, a la semana siguiente tuve un peregrinar de aquellos, cuando mi amigo Boris se precipitó en Santiago cual marea invernal y a la manera de una embarcación sureña me entró el agua la bote con el alcohol; acto finalizado con un mareo jamás visto y una resaca que me duraría todo un día.

La cosa se pone seria a medida que me acerco a los treinta. Estaré mejor vestido, pero soy menos taquilla, puedo comprar trago más caro pero me cago la guata en menos tiempo y si antes enmendaba la fiesta haciendo yoga la mañana siguiente ahora el reposo me dura un buen tiempo. Siendo así, no reparé en que hace un año empecé este diario de vida digital.

Si no fuera por los reveses de mi caracter y el leve resentimiento que he descubierto para las loquitas del barrio alto, hubiera estado cristianamente contento de observarme ya movido. No escrito al final sobre lo que me pasa, enviciado en describir lo que pasa a mi alrededor. Y así empecé más festivo, más teórico de la movida maraca y menos afectado por la misma.

Hoy he bailado con compases hétero por un rato, me cambié de trabajo, sigo trabajando en el dominio de la lengua finesa (manera wikipédica de conseguir un lugar feliz fuera de la angustia santiaguina) y he contabilizado el modo como viejas promesas de ser leído se han esfumado al tiempo que las claves de vida me han alejado de algunos compañeros a quienes ahora de veras he aprendido a respetar en la diferencia (salvo dos)

El pulso de la Noche de Divas, fiestas que me convocarían hace un tiempo atrás, se me ha ido perdiendo en la medida que he abandonado las premisas colizas de exhibirse en la discoteca. Claro, ahora que trato de ser más profesional es difícil que recuerde mis hábitos de peluquera. Pero igual, para no ser injustos, debo atender el hecho que hay memoria viva en viejas canciones que bailé sumado al pulso del quehacer Blondie, de la movida alternativa del sótano y de la camisa ajustada que me oblica a caminar derecho (para no parecer panzón)

Así que programo esta canción de sábado por la noche, un pcoo envejecida como la pátina que trato de darle a mi intelecto, en un afán de reconventir la adolescencia que todavía embarga algunos de mis pasos por el mundo. Y sé que los que lean esto sabrán entender estas palabras.

Como en otras ocasiones, y ahora habiendo dado otra vuelta al sol -en un día que no es mi cumpleaños- los invito a bailar conmigo otra vez.

lunes, 25 de junio de 2007

Otro invierno afuera

No tengo manera de contarte sobre cómo funcionan las cosas en este país de sombras largas. Sé que el frío puede indicarnos aquel momento en que el sol ha decidido caminar escondido, arrastrándose pálido en el horizonte.

Es por eso que los días son más cortos, y nuevamente este año pudo la nieve instalarse cerca de la ciudad. Y otra vez, niño rico, la música que compartimos me acompaña más allá de mis audífonos, flotando con la luz esquiva que atraviesa mis cortinas. Sin embargo, parece no hacer mella en tu alma congelada. Cuando estuvimos juntos era verano, y el año recién venido arreciaba en transparencias y sudor. Paradojalmente, el sol estaba tan arriba que no se metía en mi dormitorio, ¿te acuerdas? En cambio ahora, por andar cabizbajo, se inmiscuye en los rincones de la casa y de haber permanecido acostados nos hubiera podido espiar, sin entender porqué estamos juntos.

Porque sé que estando solo puedo disfrutar de la ciudad con olor humedecido, de los techos recién lavados y de la distancia distorsionada por la niebla. Contigo, el frío sería distinto. El ritmo de las estaciones, el cambio de los sentidos, las hojas mojadas bajo mis pies, son una cosa que no puedo explicarte, que no puedes entender encerrado en tus ideas secas de acomodo, en tus condecoraciones vaticanas, en sed por reverencias del que no te conoce y en el temor negado de abandonar tus privilegios.

¿Y quién querría hacerlo? piensas. Si de alguna forma vives seguro el invierno, caliente bajo las piernas de otros que temen lo mismo que tú. Yo ya no quiero eso, rendido a los mareos que me arrastran lejos de nuestros recuerdos. Y me quedo tranquilo en un universo de libros paganos, imágenes y música digital que distrae mi propio vértigo. Quizás sea ese el lugar que me permite atender los arrebatos del clima, manejar con cuidado los cambios afuera de mi ventana y esperar otro verano más según mi propia voluntad.

Tú, en cambio, esperas el calor reventado en tu bienestar. Lo extraño es que a veces te extraño. Cuando eras más desarmado que ahora, cuando no sabía qué decirte e intentaba cambiarte a toda costa. Porque hoy, encumbrado en tu casita ajena, ya no te puedo ver de verdad. Es difícil que puedas mirar por mi ventana de barrio envejecido y luchar por vivir en una ciudad que a veces no nos quiere, pero que hay que conquistar.

Si no puedes ver como las calles se entumecen, y se callan para escuchar la promesa de otro verano, si no pasas frío de verdad aunque sea una vez al año, si no mandas a la mierda a todas las pitucas que adornan tu mundo, si no estás dispuesto a quedar mal con Dios aunque sea un ratito, no vas a entender por qué te digo esto.

De alguna forma, dar la vuelta de nuevo y mirar como las cosas han sido blanqueadas al otro lado de mi ventana me hace estar seguro que los pasos han sido correctos. Porque el frío de fuera es algo que esperaba, que extrañaba en el compás regular del mundo; el mismo que no se compra con tu dinero, el mismo que se aprecia cuando se ha visto las cosas de una manera diferente. Al final, observar el mismo paisaje es diferente al hacerlo desde dentro, sin palabras de biografía asegurada, respirando con Santiago buscando cumplir un año más.

Y los treinta míos serán diferentes a la permanente adolescencia tuya, eso es seguro.

jueves, 21 de junio de 2007

Transparencia invernal

Ya va casi un año desde que empecé a escribir en este espacio. En términos biográficos no me ha reportado la fama que en algún momento pensé que podría proveerme, y eso que incluso gente de fuera de mi país ha leído algo.

Hace un año atrás estaba firmemente inspirado en la comprensión nórdica del mundo. Las razones: la música, imágenes de video, la sopresa del sonido de los idiomas bálticos. Justo ayer escribía sobre la intención de escape, vehículo permanente para la proyección de algunos deseos del inconciente. Lo que todo ser humano plasma en sus sueños, es posible también de ser escrito en una ensoñación diurna.

Hay un ciclo permanente de ida y regreso: lo mismo que impresiona la realidad corriente con todos los matices de dureza que esta puede tener, lo mismo que produce la imaginación que agrega palabras nuevas a partir de detalles no evidentes. Y vaya a saber uno que juicio surge a partir de esta experiencia, qué calificativos vayan a ser usados apelando a quien redacta estas líneas.

El ejercicio de la escritura no es un oficio fácil, claro que no. Y no es la intención cumplir un año frente al computador buscando ser como alguien que requiere mayor lectura para saber escribir como corresponde. Aun así, la invitación de cualquier crónica es dotar de otros significados -los propios por más imparcial que se intente ser- aquello que puede ser visto por todos.

Si así no fuera, todo blog podría ser una novela escrita por partes; y todo post debería ser un cuento. No es la idea. Pero si se es fiel al espacio que la tecnología ha brindado a la sazón, siempre habrá una sustancia, una médula que desvista al narrador y al lector. Por eso no se escribe en un diario de vida, porque son otras las emociones que tiñen otros dominios de intimidad.

La hermenéutica es una linda palabra, por cierto, y hace más luminoso a quien la ocupa y debidamente pronuncia. Pero al final, lo que queda es un deseo de permitir mirar a través de las cosas, nombrándolas para también ponerlas a un lado.

Es en esa búsqueda que también me he llenado de sonidos, buscando escuchar fuera los latidos del interior. Hace un año, cuando empecé a escribir, estas eran las fotografías que me tenían impresionado.

Y como el aire polar y translúcido que se cierne sobre mi ciudad estos días, comparto un pedacito de una mínima Islandia, una geografía de estilo puro, donde una loca intenta narrar el mundo sonando como campana cristiana. Sabrá uno si a estas alturas, tras volver a buscar el invierno, dice algo de mi también.

miércoles, 20 de junio de 2007

A la mayor lejanía

¿Cuál es aquel lugar donde más lejos se puede estar de casa?

Hay veces que tal deseo se manifiesta en términos emotivos y mentales. Los viajes hacia el inconciente nocturno, o el sueño despierto para escapar a la realidad corriente, son siempre una posibilidad al alcance de la mano. Hay espíritus con mayor ensoñación que otros. Yo mismo he viajado a través de las palabras últimamente, tratando de aprender sonidos de otros lugares, traduciendo idiomas inútiles, quizás tratando de no tener que usar los fonemas que sí necesito.

Claro, cuando hay movimientos en la vida muchas cosas pueden cambiar de significado y posición. Si el relato fuera siempre una línea podría saber a ciencia cierta donde me lleva cada una de las frases que uso para crear mi nuevo entorno. Alguna vez escuché que el silencio libera frente a la palabra que esclaviza. ¿Y dónde podría estar más callado que lejos de casa?

Si tuviera que viajar por el mapa, no sería Finlandia, tierra donde descansa mi imaginación ultimamente, el lugar donde tendría que estar. Serían las antípodas, aquel punto al otro lado del planeta, aquel límite del arco del mundo que está justo debajo de mis pies. Y ya no es el ártico congelado, sino Manchuria donde debiera quedarme.



Curiosamente, aprender un mapa de las antípodas es mucho más realista que estudiar el mapa chovinista que el senador Carlos Cantero mandó publicar poniendo a Chile arriba en el mapa. Tan simple como dar vuelta la tipografía de los países y nuestra tierra quedaba a la cabeza del mundo. Y aunque en el vacío del espacio no exista norte y sur, en nuestra tierra llena de objetos sí lo hay. En la cabeza del político la distancia parece ser que se anula, porque en el recuerdo, en la imagen eidética de la geografía, ahora quedamos en el lugar de Canadá; como si esto nos transformara en aquellos tranquilos residentes del norte.

Pobre señor, esclavo de los puntos cardinales. De seguirlo, ahora estaría donde empieza el mundo, no donde termina. Y la verdad es que en algo me interpela, en ese sentido escapista de no querer estar donde se está. Pero si remito a mi pies, y por tanto a lo que verdaderamente existe, la posición contraria a lo que digo y callo, el lenguaje más diferente que pudiera hablar, el paisaje totalmente invertido que pudiera mirar, está en un mapa que nadie conoce, que poco importa para nuestra comprensión cartográfica.

Y ahora, sabiendo que mirar arriba o abajo, escribir de derecha a izquierda, es en realidad una decisión a la que he adherido, soñar con estar lejos es todavía más fácil aun.

sábado, 9 de junio de 2007

Aeronáutica, compostura y sex appeal

Antenoche, antes de viajar a Temuco, vi un video de una canción que me gustó mucho. Pertenece al último álbum de Maroon 5 y se titula "Makes me Wonder". Me llamó la atención porque le da carácter claramente sexual a la idea de viajar en avión. Todo aparece, eso si, rodeado de una atmósfera de sofisticación contemporánea y de un control del deseo (en este caso femenino) que me hizo proyectar la manera en como me gustaría comportarme en una circunstancia parecida.

Y es que, para empezar, no hay manera que pueda hacer la fila en el aeropuerto sin conservar la compostura. Siempre me pongo un poquito ansioso. Se supone que debería ser de las cosas que me brindan mayor satisfacción en la vida, porque hablan de cierto grado de modernidad, de un ejercicio de transporte contemporáneo y claramente de cierta potencia o vigor monetario para poder ocuparlo ahora (ya que el Estado no me auspicia más...). Y es que al fin y al cabo, siempre difruto el viaje cuando llego a puerto, pero nunca me acuerdo de eso antes de partir.

Porque en pocas palabras, viajar en avión es mucho más tecnológico que andar en bus. Por eso es más caro también. Eso me hace pensar en lo orgulloso que debiera estar esperando hacer el check in en el counter de Lan express. Si hasta cierta anglofonìa puedo practicar. Porque lo que para el gremio de locas puede ser signo de ser cuico, al punto de poder ser extremadamente chanta como para poder inventar viajes; para el sicoanalista podría ser una analogía de la potencia viril que es lo que el video intenta proyectar. Y en ambos casos se conjuga el deseo.

Claro, escuchando la canción en mis audífonos, pudiera aprender a caminar todavía más erguido por las instalaciones del aeropuerto, tomando posesión de aquel lugar donde la arquitectura y el movimiento de pasajeros y aviones francamente tiene un pulso distinto dentro de la ciudad. Porque volar es adquirir mayor dominio sobre la geografía, sobre otros, sobre los sentidos y las distancias; y olvidar el riesgo de semejante arrojo.

Repitiendo mentalmente las imágenes, definitivamente dan ganas de ser como Adam Levine (también de tenerlo) Y en esa asociación que parece decir que todos los que vuelan se visten de Zara y controlan su sex appeal, lo que aparece completamente velado es el hecho que toda la aeronaútica se sostiene al filo del control del peligro.

Así es. Cualquiera que se adentre en el conocimiento de la forma en que opera la turbina de un jet comprenderá que cuando el avión despega lo que hace es mantener permanentemente controlada una explosión, comprimiendo y combustinando el aire. Del empuje de semejante operación toda la máquina puede elevarse hacia el cielo. Uno vuela sobre una bomba controlada, con alas llenas de combustible inflamable, en un fuselaje que se comporta como olla a presión y confiando en un tren de aterrizaje ridìculamente pequeño para el tamaño del aeroplano.

Cuando uno està en tierra ver un decolaje es algo impresionante. Claro que en el aire y al andar dentro de uno de ellos las cosas son muy distintas. Ahí se pone en suspenso el control de la propia vida. Porque, convengámoslo, se debe hacer una importante consesión al orden natural cuando se mira por la ventanilla a 10.000 metros de altitud.

Todo ese vértigo tiene sus consecunecias. Tanto aire turbulento alrededor abre más las pupilas y los pulmones. La sangre se comprime al igual que las vísceras. La sensación de libertad distorsiona las sensaciones comunes. El despliegue de toda una potencia corporalmente administrada cobra valor. Todo me suena tremendamente masculino y no necesito detallar más.

En mi caso, como la ansiedad se me escapa en los gestos, a veces me pasan cosas de hombre torpe, por no aprender a administrar esta experiencia que me convierte en alguien mucho más fuerte. Pero al escribirlo siento que también hay algo de crecimiento, de dominio que me gusta sentir una vez estoy en el aire, y que en último término el ser capaz de comprar el pasaje tambièn me hace capaz de dominar mis miedos. Razón y fuerza encadenadas, la experiencia de viajar así merece ser registrada.

Ahora entiendo porqué Britney Spears se disfrazó de aeromoza para un video hot, porque Tom Cruise se volviò un sex symbol luego de Top Gun y porque este video hizo que la canción me gustara todavía más.