martes, 17 de enero de 2012

De las nanas y la discriminación

Me preocupa que todo este revuelo de las nanas discriminadas quede en nada. Que la cosa sea reirse de la salida de libreto de una patrona y no ir al fondo del asunto. Quedarnos en la reacción superficial y todo el caleidoscopio de reacciones que marcan tendencia en las redes sociales. Como si seguir el cotilleo, hacer una funa o crucificar en el extranjero a la tontorrona que puso el tema en la palestra, bastaran para solucionar el problema.

Porque si queremos reflexionar sobre lo que ocurre con las nanas dos cosas debieran ser consideradas a priori. Primero, la naturaleza del trabajo doméstico en sí mismo y la desigual distribución de salarios y reconocimientos que implica. Segundo, la capacidad de discriminar en el sentido complejo de la palabra.

Lo del trabajo no es nada nuevo, especialmente en sociedades complejas. Decir que la injusticia con el trabajador es un vicio del capitalismo es cosa nula; basta con pensar en un dirigente soviético o un emperador chino y se confirma que aquel que se ocupa de la casa, de la ropa, de la limpieza del hogar del potentado está siempre ubicado económica y simbólicamente en un escalafón inferior de aquel quien le emplea. Pero la cosa no termina ahí. El servicio doméstico, en particular aquel que en Chile atribuimos a las nanas, es tan diverso como extendido. Sin citar artículos o cifras baste decir que en algunas casas se ocupan de la prole ajena, en otras además cocinan, o también se ocupan del dramático lavado y planchado. A veces suben y bajan escaleras de casa grande, otras veces limpian los exiguos 30 m2 de un departamento gay. No hay por lo tanto una sola descripción de cargo y los contratos (si los hay) quedan casi al libre arbitrio del empleador y a la precariedad que depende de la información previa que tenga la contratada sobre lo que es justo pagar. No hay simetría por ninguna parte y por lo mismo la evaluación y el trato asumen experiencias previas, si la familia ha tenido antes o no empleados en la casa. No es lo mismo Ana Herrera en Los Ochenta, la patrona de Catalina Saavedra en  La Nana, o la misma Inés Pérez antes y después del recorte de su nota. El acto de comer con la familia o no ilustra aquello a la perfección.

Eso obliga entonces a entrar en los detalles que se pasan por alto. Como el hecho si decir "mi nana", es una transformación encubierta que naturaliza la idea de la persona como extensión de la casa. No es lo mismo escribir en una composición escolar "quiero mucho a mi nana" que decir "a mi nana yo le pago imposiciones". El sentido es distinto y obliga a repensar la distinción. Aunque claro está, eso no es hacer justicia por ninguna parte, lo más sensato sería sacar una cuenta real de cuanto no se paga el correcto valor del trabajo doméstico. Quien trabaje o estudie y se ocupe solito de limpiar el baño, cocinar todos los días, hacer una cama decente, limpiar los vidrios al menos una vez al año y pasar una aspiradora aunque sea por donde mira la suegra, sabe lo monótono pero imprescindible de la tarea. Desentenderse, entregarlo al libre mercado, es reproducir una relación marcada por la jerarquía y el relativo desprecio a lo doméstico, en un mundo que se vive fuera desde que los griegos consagraron la polis. Esta desigualdad y despliegue de poder es tan evidente que por algo en los sex shop se venden trajes de mucama fracesa para sazonar el sexo. Porque en los ejemplos del párrafo anterior la desigualdad de género quedaba fuera.



Pero segundo y quizás esto agrava mucho la falta, toda la polémica muestra que tenemos nula distancia con las representaciones expuestas en televisión o en cualquier otro soporte. Ahí no discriminamos cuando deberíamos hacerlo. Porque si se observa bien, nadie reparó en cómo la habitual técnica de obtener cuñas edita la realidad al punto que vemos sólo lo que queremos ver. Nadie, jamás nunca nadie hace una declaración a la televisión en 20 segundos, pero en el formato cómodo del noticiero predigerido Inés Pérez la cagó medio a medio al decir veinticinco palabras que fueron su condena. Mal. Y todos (me incluyo) reaccionamos como si fuera la única que hiciera diferencias. Como si Chicureo y la figura del nuevo rico fueran el epítome de la  discriminación social en Chile.

¿Por qué no se muestra entonces lo que sucede en lo cotidiano, la injusticia laboral puertas adentro que puede ocurrir también en la casa de los editores y dueños de los medios de comunicación (que seguro tienen más de una persona trabajando en casa)? ¿Aplicarán en esos casos la regla del salario ético? ¿Habrán tomado distancia del abuso de la ley laboral especial que permite hasta 72 horas de trabajo para una nana puertas adentro? ¿Tendrán verdadera conciencia del hecho que parte importante de su sueldo, de la tan manida innovación y emprendimiento, depende del hecho que alguien se ocupe del cubil? Y lo principal ¿tenemos nosotros esa conciencia, hayamos contratado o no servicio doméstico en casa? ¿Subiríamos los sueldos al día siguiente? Y aunque el razonamiento de la vecina del Algarrobo II siempre resulte extraño, siempre lleve un resabio de discriminación resbalosa, sobrerreaccionar a la noticia y no observar cómo el linchamiento reproduce el problema hasta el infinito es no querer aprender nada.

Parece que Chile comenzó el 2012 buscando hacer justicia a como de lugar. Que rueden cabezas por aquellas que no rodaron antes. Pero lo que sí es seguro es que  2011 nos enseñó que para poner las cosas en la plaza pública se pueden usar otras manera y que la sordera sigue a los gritos. Estrategia artera, estos problemas no son una lucha de clases, por reaccionar frente a ellos no estamos volviendo a los setenta, como nos quieren hacer creer. Pero buscar justicia sin pensar antes cómo participamos de la injusticia nos pone casi en el mismo sitial del cura que en el púlpito olvida sus contradicciones hipócritas, sus abusos y arruina a toda su parentela eclesial. 

Como alguna vez escuché por ahí, no sigamos confiscando la palabra de los oprimidos sin hacer alguna diferencia real.

5 comentarios:

Pedro dijo...

Pablo, muy buena tu reflexión en tu blog, como dices estos temas no hay que dejarlos ahí nomas. un abrazo!

Anónimo dijo...

Me queda dando vuelta la pregunta: ¿qué hubiese pasado si Inesita ubiese tenido un apellido vinoso? Creo que otro gallo ubiese cantado.
En fin... más allá de la polémica quiero creer que el país en verdad está cambiando.
Saludos.

Felipe DR

Matías Covarrubias dijo...

Ojalá esta sea una oportunidad pa pensar bien en el tema. Me ha tocado escuchar y participar en discusiones respecto a si tener nanas, de por sí, es un acto discriminador. Creo que tener esta y otras discuciones respecto al tema es hiper necesario. Saludos.

Anita Lizama dijo...

Gracias por poner el tema a modo de reflexión,cosa que por Dios hace falta en los medios para ayudarnos a salir de la sordera y ceguera que es la hipocrecia con que llamamos" NANA" a la mujer que hace el trabajo sucio y que más encima muchos se jactan de "tenerlas muy bien pagadas"
FELICITACIONES

Anita Lizama dijo...

Gracias por poner el tema a modo de reflexión,cosa que por Dios hace falta en los medios para ayudarnos a salir de la sordera y ceguera que es la hipocrecia con que llamamos" NANA" a la mujer que hace el trabajo sucio y que más encima muchos se jactan de "tenerlas muy bien pagadas"
FELICITACIONES