jueves, 19 de marzo de 2009

Olor a vinagre

Toda esta semana y bien probablemente la próxima, las cuadras que camino se pasan a vinagre. Como un enguaje fétido de la boca urbana, la voz de los universitarios recién llegados clama por unas monedas asustándome con sus harapos de hippie-bennetton corrompido.

Ahí en la esquina uno que tenía colgando una pata de pollo al cuello no entendía que salía al almorzar sin más cosas en los bolsillos que las llaves de mi casa. Insistente, ufanaba de su condición de estudiante superior, como si yo no hubiera tenido que quemarme las pestañas con un examen jamás.

Dos cuadras más allá, un par de chicas con huevos en el pelo paseaban su mascarilla reconstituyente como Doñas Florindas rejuvenecidas. Y casi al llegar a casa, paseaba un rubio combinado con mostaza, al cual los verdugos habían tenido la gran idea de dejar sin polera. Ahí lamenté no tener unas monedas, al menos para hacerme el lindo. Quizás para recordar que en esos años que yo entré, me perdía detrás de las espinillas y jamás hubiera pensado que eso era vejatorio, simplemente porque me costaba encontrar el orgullo que huye de tanta tontera ritual.

Es sabido que los ritos de pasaje siempre incluyen algunos golpes que recuerdan que la muerte está ahí cerquita, justo ahí, y que por contraste una nueva etapa de vida recuerda que uno esta vivo. Que lo que viene está medio trazado, entonces no hay que cargar la angustia eterna del no saber.

El olor a vinagre se pone más fuerte cuando la vereda explota de calor´y la playa está tan lejos. Ni pensar en el olor a vino que habrá allá por estos días. El olor a vinagre es un costo a pagar por vivir en medio del centro, así como ver pasear los viernes por la noche a todos los futuros profesionales cocidos hasta la médula con chela de barril.

Hay un orgullo raro en quien mechonea. Aunque la universidad sea de calidad dudosa, ese trámite es como una segunda matrícula. ¿Qué pasará después cuando haya que enfrentar la vida, terminada la carrera carretera? ¿Que habrá sido de mis vecinas reggetoneras, que pasaban de jarana en jarana y de seguro se tiraban la comida por la cabeza todos los sábados, recordando este mechoneo infantil?

Yo tuve la suerte de crecer acompañado y trepar hasta el peldaño donde recuperé el orgullo de ser yo. Yo tuve la gracia de enamorarme cuando mi corazón se aquietó. Ahora camino a paso firme con mis zapatos de suela oficinista y una camisa de a-mi-no-me-mandan. Cuando me mechonearon me decían que tenía que estudiar y beber el vinagre de las pruebas. Pero los verdaderos obstáculos son otros y ahora se que jamás me colgarán una pata de pollo al cuello.

Aliño mi ensalada y agradezco no haber tenido que hacerlo siepre con ese vinagre.

lunes, 9 de marzo de 2009

La treintena

Quiero agradacer las posibilidades que brinda la vida. No son pocas y se multiplican a medida que los años riegan nuevas esquinas de la existencia.

Anoche recordé porqué me gusta tanto celebrar. No es solo por la legitimidad que brinda el cumpleaños al narciso que todos llevamos dentro (o por fuera, es cosa que le pregunten a mi espejo) Tampoco tiene que ver con el sabor especial de la comida, por el permiso para ser parsimonioso en mis discursos. Ni siquiera se empapa con el licor que año a año se mete en el cuerpo.

Anoche recordé que la vida finalmente tiene vuelcos improbables que su vaivén de avioneta precaria nos distrae a veces de la fuerza misteriosa con que se encamina a destino. Habiendo recibido el regalo de la libertad, he recorrido de la mano de muchos compañeros una senda que se convierte en alegría, al reconocer que siempre tuve alguien que me recordara donde están las cosas esenciales.

En estos últimos años, he vivido en la duda. Quizás no tan metódica, ni tan reflexiva. He vivido en la duda de quien elaboró el mito de su vida a partir de lo improbable, a partir del asma que acortaba los juegos infantiles, de los rollos graciosos que amortiguaban cualquier finta futbolera, de la adolescencia tardía que reconoció con susto el sexo y con la antesala universitaria de quien parecía derrotado por la resignación ante la ley del "harás todo correctamente"

Hoy puedo comprobar que me equivoco de tanto en tanto y quizás por eso ya ni llevo registro. También me visto con ropa distinta, como si me creyera una flor pituca en medio del desierto y me apurara por brillar más ahora que llovió y el cuerpo de quien amo se convierte en una pradera por explorar.

Ahora puedo soplar las velas sin quejido alguno del pecho, porque la dignidad es aquello que se recibe gratuitamente al decir la verdad. Escribo acá y las palabras parecen salir solas. Es que así quiero que sigan las cosas por delante. Tengo miles de preguntas, otras tantas intuiciones y varios cables a tierra que con una buena cerveza funcionan como la internet.

Queridos amigos, es cierto lo que dije. Hoy puedo ser un mejor hombre si me lo propongo y si recuerdo diariamente la gracia de poder sumar mi historia al devenir de un mundo fascinante, llenos de rincones para pensar pero también para recorrer con la lengua. Las cavidades que creí vacías nunca lo estuvieron, son sólo los huecos que puede tener alguien como yo (lo dije y que...)

Como la materia que se ennoblece con su uso, hoy mi vida se llena de alegría si compruebo que empiezan los 30 años y todavía tengo piezas por descubrir. Moléculas más, moléculas menos estaremos juntos en este cometido.

Siempre tendremos otro motivo para celebrar.