viernes, 28 de septiembre de 2012

Todas íbamos a ser novias

Sonó como petardo. Cayó como saco de papas. Tanto que esperábamos de ella y se desinfló con un casi silencioso "no" pronunciado en el minuto 7:21. Y aunque personalmente este tipo de situaciones no me sorprende mucho, creo que el revuelo sucitado por la opinión desfavorable al matrimonio igualitario por parte de Josefa Errázuriz, da cuenta del peso que sigue teniendo el matrimonio homosexual en la definición de la política actual y en la percepción que tiene una sociedad sobre sí misma.

Porque convengámoslo, apoyar o no el matrimonio igualitario se vuelve en este caso un asunto fundamental, algo capaz de separar las aguas y dividir santos de paganos más que el bastón de Moisés. Qué lo digan los franceses acá, que están debatiendo hoy una ley que hace catorce años generó las más notables controversias. Y de paso, les dejó como regalo la herida de no haber sido más "seculares" que la vecina España, quien sumergida en el oscurantismo católico sigue restregándoles su matrimonio marica bien constituido.

Quizás por eso el ejemplo de Josefa Errázuriz ilustra bien el hecho que la decepción viene de pensar el mundo en códigos binarios. Tal como dice Eric Fassin, tomando la cuestión homosexual como una nueva frontera que define el Nosotros/Ellos. Como candidata de un movimiento de base comunal, como figura elegida democráticamente para hacerle frente a uno de los dinosaurios más vetustos y detestables de la política nacional, parecía lógico que su postura frente a lo que podríamos llamar la "agenda secular" (matrimonio igualitario incluído) fueran exactamente la opuesta a la de su contrincante. Frente a la homofobia descarnada y patronal de Labbé, qué mejor que la esperanza que viene de la mano de quien parecía hasta ese minuto la madre contenedora y sabia. Eso, aunque nadie le hubiera preguntado antes si estaba de acuerdo o no con casar sus hijos con personas de su mismo sexo.

Pero no creo que eso amerite rasgar los velos de novia antes de tiempo. Si uno observa la entrevista, los periodistas finalmente movilizaron los ejes clásicos para situar su posición política sólo a partir de una agenda valórica: para entrevistar a una futura alcalde le hicieron preguntas de diputada y tres de las siete interrogantes decían relación con la sexualidad. Así, la construcción de la realidad que hacen los medios -esa que pocas veces analizamos- olvidó que los representantes parlamentarios, tal como dice Joseph Schwartz, muchas veces votan en estas materias sin respetar demasiado la  disciplina del partido. No creo conveniente entonces pedirle peras al olmo cuando la candidata debía aquí defender una postura propia. Cuántas veces hemos oido que la legitimidad actual de los políticos no viene de representar a un partido,  sino al ciudadano de a pie (por lo demás, hiper complejo en sus posturas).

Porque para pelear el matrimonio igualitario hay otras formas mucho más potentes: exigir las promesas incumplidas de una campaña presidencial, marchar numerosos en la calle y develar la hipocresía cotidiana que la entrevista mostró sin tapujos: que el acomodo del AVC (Acuerdo de Vida en Común) puede ser usado como carta blanca para demostrar que se es liberal, pero no tanto, que en Chile casi siempre se puede ser secular en lo público pero conservador en lo privado y lo más evidente, que los homosexuales pueden ser felices siempre y cuando no se les note demasiado el resfrío.

Mal que mal al AVC nunca se llega vestido de blanco. Lo mismo que a la urna. Si Josefa Errázuriz fue pava en no estar preparada para contestar la pregunta, más pavos somos nosotros por colgarle todo un cambio social a una candidatura que tiene gran peso simbólico, pero que no soluciona todos los conflictos morales del país. Y aunque me cargó su respuesta -porque me subí al mismo carro que describí al principio- vuelvo otra vez a un punto que me parece importante siempre tener a la vista: los cambios empiezan desde nosotros mismos.

Si del movimiento homosexual se trata, las pretensiones de hegemonía son las que están detrás de las peleas de gata que de tanto en tanto nos convocan, así como la desidia de no hablar estas cosas con nuestra familia son las que hacen parecer este tema como un asunto marginal a la hora de calcular la política. Por eso más que reclamar contra esta candidata y su respuesta en particular, mejor es ir mañana a la Plaza Italia para decir una vez más que este tema no es un simple detalle y, de paso, demostrar también que estar casado no es la única manera de conseguir la legimitidad homosexual, sino que ser fiel a los principios que cada uno ha fijado para su vida.

El respeto a esa diversidad es en realidad lo que nos hace una sociedad más moderna e inclusiva.