martes, 31 de agosto de 2010

Zapatitos franceses

Como diría Pedro Lemebel, estoy acostumbrado a calzar filudas lanchas en mis piececitos de reina. Y no sé qué diría acá María Antonieta si -resucitada un día- me viera pasear por las calles de su París modernizado, zapateando con las vetustas y redondeadas hormas de mi calzado.

A medida que pasan los días una de las obsesiones que se ha ido instalando en mi cabeza es apropiarme de las siluetas que pueblan esta ciudad. Ahora que tengo los ojos más abiertos y ahora que los parisinos están volviendo de sus vacaciones, me ido dando cuenta del porqué esta ciudad es capital de la moda.

En no pocos paseos, ambos (si, la tortícolis ha sido compartida) hemos dado vuelta la cabeza mirando pasar sujetos bajados directamente de la pasarela, sin camarín intermedio. Del catálogo Dior, YSE, o cualquier otro al trabajo o el supermercado. La pulcritud, el color y la distinción acá la llevan, salen solos y como diría una vieja maestra, lo espontáneo es aquello que aparece después que se ha cultivado muchas veces. Lo deja claro la arquitectura de la ciudad y la superposición de capas de historia y significados en ella. En cada rincón todo está dispuesto sin sobresaltos, con elegancia y con un adecuado cultivo de la nobleza de cada material. Como si hubiera sido pensado, hay un respeto a los espacios y la manera cómo se mueven las cosas y las personas en ellos.

Por suerte está el metro, un caverna rayada, meada y mohosa que con su imperfección visible salva a la capital de ser una maqueta de sí misma. Porque aun así, dentro de ese intestino urbano los parisinos van de lo mejor. Tal ha sido mi impresión que no hay crítica que pueda extender en este momento, quizás por curiosidad, admiración o comprensión que la moda no es solamente una sucesión capitalista de tendencias -que igual tiene- sino también una búsqueda de límites simbólicos de identidad.

Porque aunque ahora los oficinistas se las arreglen para llevar algún detalle que marque la diferencia en sus atuendos, hay una base material que reproduce un patrón y da una cualidad identificable a la silueta del parisino. Yo a estas alturas asumí que mi paquidérmica cintura tendría serías dificultades para enfundarse en una chaqueta tan entallada, pero me di cuenta de las reales posibilidades de meter mis chilenos piececitos en una de esas alargadas composturas que todos por acá parecen calzar.

Si no fuera por lo difícil que es comprar ahora -por no saber realmente cuanto cuesta ahora un euro- de seguro un par de zapatos habría sido mi primera compra europea. Allá en Santiago, a la vuelta, me habría quebrado mintiendo sobre como se los pelé a un noble dentro de un château convirtiéndome en algo así como una baronesa delincuente. Acá en París, habría acortado una distancia completamente real que existe con la estética predominante.

Porque ya me basta con el acento y la horrorosa gramática que he desenfundado en la farmacia, en el supermercado o en el banco. Ya es pesado armar una vida en otro lugar y no manejar los códigos inclusivos de la lengua. Más pesado aun es marginarse de esas otras comunicaciones que no salen de la boca sino del cuerpo. Porque más de un investigador de la sexualidad acordará conmigo que los zapatos representan un rol, hablan de un status, de una ocupación, de unos gustos y de una posición de poder. Por eso tanto fetiche asumido y oculto. Yo, que tengo fijación por estos temas, asumo que la moda, que la silueta de los pies que existe acá, que la pulcritud y la modernidad que camina las calles de París, ni son casuales ni son inadmisibles.

Estar a la moda (no ser quien influye sobre ella y la define) puede ser algo enajenante o bien aprovechable. Yo soy de los que quiere estar en el segundo grupo. Porque apropiarse de esa simbología es un reconocimiento también de los códigos donde quiero habitar. Cultivar un idioma hasta que de tanto hablarlo salga un estilo propio. Porque así también cambié mi forma de escribir aquí. Y sé que más de alguna femme y no pocos varones me mirarán los zapatos, por eso siempre supe que el calzado serían parte de mi declaración. Pero en la sensación de ignorancia, en la necesidad de componer un mundo, en la búsqueda de rearticulación, ahí hay otro verbo que tengo que aprender a conjugar.

Y chaussures (zapatos) no admitiría subjuntivo. Solo puede ser una acción real, como Yo Tengo, Yo Digo y Yo Soy.

martes, 24 de agosto de 2010

L'arrive

Habiendo pasado el tiempo de las despedidas, estoy instalado a préstamo dentro de las calles de París. La jornada del adiós fue bien terrible, aun más para mi corazoncito acostumbrado a no pasar penas. La distancia se siente más cuando se hace real y la partida se anegó con la emoción contenida.

Mientras el avión partía, debía resignarme a renunciar a esos domingos elegíacos que constituyeron una columna vertebral de mi vida durante los últimos años. Una parte mía sentía que me traicionaba la partir. Otra intentaba cocer mentalente el cordón umbilical, contando en reverso los días que faltaban para que todo volviera a ser como antes. Una tercera, sentía en el espinazo la emoción de partir a lo desconocido y repasaba el trabajo que habría que hacer para instalar una casa acá también.

Llevo como cuatro días instalado y en un pricipio no podía aterrizar. Bien seguro que esta es una ciudad grande, pero seguía sin poder sentir la verdadera densidad moral de la que hablan los sociólogos y que para mi era la experiencia mundana con la que me quería conectar. Y de primera vi como cada esquina se convertía en un rincón en sí, y a diferencia de mi Santiago añorado, hacía caber el mundo dentro de un bar, un café y todos los locales que me hacen pensar de dónde sale tanta plata. Porque dentro de mi cabeza siguen existiendo las mismas distinciones con las que conocí mi propia ciudad y como viajero -no como turista- las cosas se ven distinto. Es difícil zafarse de uno mismo, aun cuando la migración haya sido decidida. ¿Será que tengo miedo de conectar los sentimientos por miedo a extrañar demasiado?

Han pasado algunos días, y hasta ahora París sigue siendo un mapa. Uno que me ha despertado la curiosidad, pero que también ha reflejado la intricada red cognitiva interna. Porque si de expectativas se trata esta residencia las tiene todas. Pero algo en mi se niega a cambiar todavía. Será el alma provinciana asumida o el hecho de reconocer, sentado en las escalinatas del Sacre Coeur, donde se ve enterito París, que esta llanura es el centro del mundo, que llegué a la Galia que animó muchas de mis lecturas y que allá Chile queda bien lejos, bien diferente, casi cayéndose del mapa a pedazos.

Hasta luego cordilleras y temblores, hasta luego riachuelos sedientos del norte. Hasta luego tomates aromáticos de mi casa, hasta luego calzadas calientes del verano, hasta luego aromos despidiendo el invierno que dejé. Hasta luego adobes y maderas, hasta luego septiembres festivos. Acá sentado debo dejar los recuerdos para asociarlos a las cosas que vendrán, que las remorarán con otros valores.


Je suis arrivé à Paris. Je pensarai des autres choses, des autres idées. Je souviendrai, en autre langue, ma fisonomie interieur. J'arriva.

sábado, 14 de agosto de 2010

Inscripción gremial

Hágase costuras por dentro, compadre. No le crea a ninguno que dice que su actividad lo descoce. Que dice que no es posible rezar y gozar al mismo tiempo. No le crea a la razón, a las afirmaciones teóricas que no pueden hacer nada más que autoafirmarse.

Hágase costuras por dentro, y unas bien firmes por lo demás. Sepa bien que cada cierto tiempo lo tironearán sin piedad y más de alguno pensará que se puede romper. Yo he sido de esos, especialmente cuando lo he visto razonar sobre lo irracionalizable. Y es por eso que le digo que mejor esté preparado y sepa de antemano lo que le harán. Porque en el fragor de la batalla, en la ida y venida del ariete, en el empalamiento y la atravezada de lanza, nadie sabe dónde Ud. quedará herido. Pero siempre debe cuidar su retaguardia, no lo olvide.

Cuídese compañero, que se vienen días pesados si sigue pensando así. Será cada vez más complicado explicar lo inexplicable. Le será difícil entender esa distancia infinitesimal que se achica pero permanece entre las luces y sombras del ser humano. Será casi imposible exponer su propia contradicción si cree que hay una única versión de las cosas. Por eso mejor estar reforzado por dentro, se lo digo; mejor no tenerle miedo a la propia sombra, mejor olvidarse lo que dicen los patriarcas, mejor revelarse a las imposiciones de silencio y castidad.

No le quedará otra cuando se precipite el torrente hormonal. La soledad es un don que solo pueden sobrellevar algunos, y muchas veces pueden cuando aprenden a vivir con su silencio. Pero ud. habla demasiado, nos pide demasiado, trata de defender a la curia demasiado, cuando a pesar de todo se siente el olor de su calentura, se sienten sus ganas de zangolotear junto con nosotras, las amigas, las que no nos pintábamos tanto como creía, las que nos dejamos la barba sin parecer fenómeno de circo.

Se lo digo porque respiro por la herida. Nos nos habra de nuevo la cicatriz exigiendo ortodoxia cuando estamos llamados al abandono del propio camino todos los días. Porque el mundo cree que nos comportamos como putas callejeras y quizás tienen algo de razón: nadie espera que seamos santos al buscar nuestra vocación ni que disfrutemos sin culpa de nuestro cuerpo. La única diferencia está en que en muchos casos podemos elegir. No se quede en bando contrario, no sea pollerudo de la sotana. Véngase para acá, que también queremos tocar a Cristo, ese que nos quiere con pecados y nos enseñó también a cocernos por dentro.

Hágase costuras por dentro, compadre, y será uno más del equipo.