lunes, 7 de enero de 2008

Geografía veraniega

Comenzado Enero, el calor ha subido nuevamente a umbrales que no conocieran otros veranos. Y esa luz contagiosa, esa incandescencia del cielo, recorre un camino distinto por entre los pliegues de tus cordilleras, esas que siempre están afuera de tu ventana y dentro de tu memoria.

En el caso de la mía, el deseo trae el recuerdo de los ríos helados que bajaban de la montaña a refrescar mi niñez. El azul corriente del estero alguna vez sumergió mis sandalias y se las llevó flotando hacia el mar. ¿Cómo iba a saber yo más adelante que querría andar descalzo? Y es que arriba en el mapa de Chile siempre los valles fueron un lugar de verdes nacimientos metidos entre cerros espinosos.

Tú me enseñaste que esos lugares vibraban con los colores de flores desconocidas para mis ojos miedosos, para mis pasos asustados que nunca quisieron escalar esas pendientes. La angustia venía de rodar cuesta abajo, pero hoy eso es lo que quiero: arriba, abajo, arriba, abajo, un pie sobre la cordillera y mi mano intentando alcanzar las comisuras de la montaña, los pliegues olorosos de esas serranías.

Y quisiera perderme en esos caminos que conducen a la cabecera del agua, al límite donde se funde la nieve renunciando a su pretendida frigidez. Allí se explica el jugo del tomate que se deshace dulce dentro de la boca, la sonrisa de la sandía que acompaña todas mis anécdotas, la piel negra de las uvas que después de la cosecha es la gota que explica mi borrachera. Allí arriba se explica el color de las aceitunas que pueblan tus ojos hambrientos y que vencen la sombra de olivos añosos confiando caer en dentro de algún desprevenido que quiera probarlas una a una, vez tras vez.

El año comienza en este lado del mundo y el viento tibio despeina esos campos estrechos que de pronto se convierten en llanuras infinitas. Entre esos pastos mis manos se han perdido varias veces ahora que lo recuerdo. Y al lado de la acequia el sauce llorón se convirtió de pronto en un desorden de niños convertidos en columpios, también recuerdo eso. Y donde terminan sus ramas, allí donde roza el agua parece haber oro escondido tras los reflejos del sol, uno que se toca y tirita a lo largo de todos los canales, que se desvanece fugaz en la caricia y aparece siempre tentador al calmarse el agua.

Entonces perdido otra vez en ese campo, ahora ya adulto, miro donde me llevarán mis pasos para escalar esas cordilleras que no conozco y que el verano se encarga de alumbrar como un lugar de luz, donde la erupción de espinas promete un regalo fragante. Prometo mantener el paso para llegar lo más arriba posible, con tanta curiosidad como la que tuvieran mis dedos dando las vueltas alrededor de tu ombligo, como si el país fuera diferente ahora que el verano ha desnudado de nieblas toda la tierra.

Y estas serán regiones que compartiremos, medio en secreto, medio públicamente. Mal que mal hemos descubierto que no hacemos sino lo que cualquiera haría frente a tantos cerros que recorrer. Pero lo que no sabes es como desde mi vientre surge el deseo desconocido de resbalar por la ciénaga llena de olor a monte, de comer ese choclo blanco que pillé entremedio, dar la vuelta al tronco de un árbol diferente.

Y en medio de todas esas correrías, esas que no caben en ninguna foto, sé que estás tú. Te quiero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pablo...wn...te enamoraste...y ahora revolotean metafísicas mariposas en tus reflexiones...

no te voy a mentir, esto es conmoverdor, pero prefiero la ironía parrística o la agresividad lautremonttiana de otros textos...

obvio...no...este texto tiene dueño, límites y shibboleth