lunes, 3 de octubre de 2011

De las cicatrices

Las heridas del corazón son siempre ambivalentes. De una parte, se llevan en el silencio de la emoción imposible de comunicar. De otra, se salen de uno a través de las miradas y de aquellas palabras que marcan para siempre un modo de ser. De ahí que las más difíciles de ver sean las cicatrices propias. Así, llevado un mes de entrevistas -conociendo el alma homosexual del prójimo- esta tesis ha sido también un espejo que permite buscar las marcas sobre el rostro propio y ajeno.

La geografía queda de lado por un momento si se trata de conocer cómo la decisión de seguir al propio cuerpo puede cambiar la persona que uno pensaba ser. Ahí el drama de la vida, que por mucho que se sublime nunca abandona el plano de lo físico. La ciudad que se dejó atrás por seguir una carta que prometía amor eterno. El barrio que se abandona por rabia contra la madre. El pasaje oscuro que de pronto se atraviesa siguiendo el llamado selvático de la entrepierna. El hueveo eterno que desdobla la vida casada llegada la noche soltera.

Entre pecho y espalda una dosis de alcohol que embriaga los miedos. O bien en la cabeza una pelota de espejos que hace ver todo diferente. El olvido momentáneo del temor y de las alertas frente a todo lo que puede cambiar para mal. El corazón herido en su taquicardia. Pero la sospecha de la felicidad fue lo que abrió la caja de Pandora y de ahí la existencia que desde entonces la humanidad conoce. La manzana roja de la tentación, la delgada linea  que separa el bien y el mal, brilla seductora habiendo promesas de más allá. Si esa mordida es lo suficientemente profunda, entonces no hay que sino comenzar a despedirse del paraíso evidente que se conocía. Y esa despedida duele tanto como un catéter a la vena, como una inyección en el vientre. Entrar en el territorio desconocido sin más defensa que un corazón atribulado por no sentir como se esperaba.

Sin embargo la peor manera de curar las heridas es aquella que no reconoce la felicidad pasada, por mucho que el dolor se empeñe en borrarla. La infancia maltrecha que fortaleció la musculatura interior, los aprendizajes innegables de las primeras relaciones fallidas, el dejarse amar finalmente luego de descubrir el virus ese que flota en la sangre. Todas cicatrices que se dicen lo mismo que se silencian. Todos relatos que finalmente unen la cofradía coliza con la humanidad entera.

No puedo dejar hoy de hacerme preguntas que sólo aparecen en la noche de la razón. Cuando el cuerpo recuerda su propia fuerza vital y su capacidad de cicatrizar las heridas de su propio corazón. Condición de lo humano que está lejos de la crítica clínica de Foucault, de la reflexión filosófica del género. Es más bien la cruz convertida en pulsión y la capacidad de sobreponerse ante toda circunstancia. La vida que se marca a sí misma, que se despide de su vieja piel mientras salen a relucir los nuevos colores que uno desconoce. La dermis dibujada con las heridas del amor imposible, con los recorridos de esas manos que de ser prohibidas tuvieron que aprender a ser luego fuente de placer legítimo, fantasía real, orgullo de quien atravesó ese rito que es doloroso pero edificante. El beso apretado que no siempre es correspondido. El desengaño que sigue a toda revelación. Y la reconciliación que está ahi, siempre esperando.

La manera de mirarse entonces requiere esa conciencia de los otros como compañeros de un camino que comparte tropiezos, estando del lado del bien mirándonos a nosotros los malos, estando en la misma posta de las heridas que con su ardor también nos recuerdan que seguimos existiendo, despiertos. Yo, solo cumplo con la misión imprevista de pensar todo lo escuchado develando esa regla universal que siempre se me escapa.

Compañeros queridos, de aquí me voy despidiéndome de alguien que dejé de ser y con la conciencia que la felicidad incluye también el dolor y que no vale asustarse: ya he cambiado antes, esto también me cambia y así como las arrugas en la cara muestran cuánto se ha llorado y reido en la vida, las cicatrices del corazón dan cuenta de cuánto se ha peleado en la misma.

Y mientras más se lucha, en mi caso más libertad se consigue.

Alex Anwandter - Tatuaje by The Triangle Boyn