miércoles, 25 de noviembre de 2009

La vida en rosa

Yo doy tumbos en francés y cada vez apreto más la lengua para poder hablar ese idioma que sale desde la garganta, que finge un beso con cada letra y que inventa vocales y conexiones para que las palabras se deshagan dentro de una masa que parece un caleidoscopio de sonidos.

Doy tumbos en francés y pienso y pienso y por más que pienso no hay modo que termine hablando bien. Llevo un año de mateo pero toda una vida imitando ese acento de perfume. Llevo un año con el diccionario pero toda una adolescencia queriendo vivir como María Antonieta.

Escuchándome, me embarga la melancolía un poco ante la pasión desteñida y la fantasía de París. Y para alguien que se considera obrero del pensamiento (no el creativo ni el lider claramente) la falta de nuevas obras gramaticales y la incapacidad de salir del silabario me hacer dar nuevos tumbos al tiempo que la sofisticación no pasa de ser algo así como pajaritos en la cabeza.

Como si la vida fuera en rosa.

Y era lo que me faltaba... sufrir por un modo de hablar florido, que no puede ser sino el logro más significativo de la pronunciación coliza y sus ganas de ser fifí. Porque el sombrero de la francofonía nunca me revestirá de intelectual; a lo sumo me sumará más puntos en los calificativos de la siutiquería, en las coordenadas snob de alguien que no termina de entender a Lévi-Strauss.

Qué ganas de aprender entonces solamente a conjugar las notas de l'amour, como si fuera un puro deseo rosado que tiña mi cabeza y borre mi chilena opacidad. Así podría volver a vivir en la ciudad de las luces. Así podría hacerla como la Grace Jones, cantando una canción popular del pueblo civilizatorio, que suena tan desafiante en su salvajismo andrógino. Voilá, la vida en rosa cantada por una mujer que parece hombre, por una africana que se cree Edith Piaf, por alguien que en Nueva York derretía a los colas setenteros y que, al igual que muchos de los del gremio, por mucho que bata las pestañas al final del video se queda sola en un mundo de fantasía donde no hay aplausos que la despidan.

Igual en algo envidio esa fantasía aunque sea medio trágica. Porque así recuperar la pose afrancesada para hablar como loca cool, sin que me caiga a camorrazos toda la Sorbonne cuando pasee por allá. Aunque bueno, yo no me quedaré solo, porque todo este esfuerzo lo hago por amor. Ese amor que me deja negra aunque hable rosado.

Y afortunadamente termina la canción, justo con una de esas frases que fue de las primeras cosas que pude traducir: alors, je sens en moi mon coeur qui bat siento que el corazón me late dentro. Y lo hace en español. Mientras tanto, sigo tratando de entender a la Grace Jones.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Snobismo robado

Ordenando mis discos me acordé que hace años ya compré con la cara iluminada ese preciosismo pop que era el primer album de Miranda! Y sonreí para luego sonrojarme ante el paso del tiempo y la renuncia al fan club que hice imaginariamente, luego que la guitarra de Lolo los convirtió en sinónimo de fiesta pokemona.

Y eso que dos semanas atrás sucumbí ante las luces de la fiesta de Halloween y entre medio del coctel musical sonaron por ahí. Y eso que moví los pies al compás con disfraz y todo. Y eso que fue mi primera travestida con delineador en los ojos. Renegué de miranda a pesar de haber andado convertido en un emo disfrazado de Zara, abiertamente mayor que la concurrencia a esa Babilonia que resultan ser las Open Blondie.

Aunque a decir verdad, lo pasé de lo mejor paseando coqueto y bien maraco entre todos los ambientes. Claro, mis oidos sucumbieron ante la electrónica industrial y el ballet Matrix que había en algunos salones. También me hipnoticé con el poto prácticamente pelado de las go-go-lesbian-blonde-dancers de la rave que había sobre el pasto. Jugué a ser el sofisticado de la cumbia kitsh emulando las prácticas de baile matrimonial.

Volví a casa para recoger algunas canciones por Internet. Entonces, revisando la lista de mis preferencias, la selección ambigua que bailé, me di cuenta que la mayor atracción de la fiesta había sido la distancia zoológica con la que miré el carnaval. Otra vez la antropología me traiciona. O a lo mejor era la conciencia repentina de la edad que se derramaba por mi carnet.

Claramente estoy más viejo que los sub-25 que eran la crema y la nata de esta locura. Claramente, el ensanchamiento de mi cuerpo me haría ver ridículo en las fundas que se calzan las "tribus urbanas". Me siento más cómodo en el sillón de cuero, en el recordatorio vacuno de los seis años de diván, en la asociación reptante de la chequera que paga esa arquitectura de mi conciencia.

Claramente. Ahora prefiero las tardes fetiche de Lastarria, me aventuro en los trabalenguas de la gastronomía y ando con la huevada de ser una "propuesta" en mí mismo. Si ya llevo un par de años tratando de cultivar un estilo, de bailar diferente a las otras locas, de jurar de guata que Buenos Aires me viste mejor que Chile.

Aunque no voy a decir pobre de mi... mejor asumir ese coqueteo con la imagen y la brutal distancia con la realidad que se me cuela de tanto en tanto. Total, el mundo necesita de las fantasías, las mismas que la Blondie le provee en su multiculturalidad a un Santiago a veces monótono en su constuir.

Y mientras pienso en eso, me aseguro de reconocer que hace años escuchaba canciones de grupos que hoy parecer poster para pokemones. E imitaba el acento argentino en Bailarina, acentuando mi nombre igual como Miranda!, moviéndome como serpiente ob(s)esa e internacional. El gusto del pueblo no es sofisticado como esta canción que hoy decora de nuevo mi mp3. ¿Será que todavía es tiempo de salvarme a través de ella?


jueves, 12 de noviembre de 2009

La soltería

Como los bailes que salen solos. Como los movimientos que toman razón del cuerpo. Como la negación de aquello que una vez bailé sin pudores. Como un olvido de las peregrinaciones del sábado. Como un aparente desvío del verano.

Sale el sol y se desnuda la piel. Las calles descubren la piel que por un rato se me olvidó. Las calles hacen sonar las copas y jarrones de cerveza que atardece debajo de la espuma. Las sillas se arrastar mientras el alcohol sube por mi sangre y mis ojos saltan de sus órbitas siguiendo cachondos a todo lo que se mueve.

Las horas del día se hacen infinitas en su anticipo de la noche que renuncia a las sábanas para dormir. Y explotan los jacarandás bajo mi ventana, acaso intentando recordar que este es el tiempo en el que te conocí.

Pero cómo decirte que convivo con la tentación. Que me di cuenta que el invierno persiste dentro de mis lágrimas, tontonas como ellas solas. Cómo te cuento que estoy que reviento por salir con mis amigos y perderme en la inconciencia del verano, rojo y seductor, de temporada, ansioso de jugos chorreando por mi boca. Cómo te digo que estoy sediento de esas aventuras que la ciudad alberga, donde en realidad importa poco aquello que haya estudiado durante el día. Menos aún todos esos estudios que vendrán.

Quizás no vale la pena sacrificar esta soltería por el matrimonio de solteros. Ya me dijiste que necesito de la piel. Y sabes también que no me gusta la fruta pelada. ¿qué esperas entonces para salir a caminar conmigo? Seguro las calles de Santiago nos llevarán a ese lugar que perdimos.

No quiero perder el tiempo. No quiero esperarte tanto a que termines tus deberes. No quiero reconocer que soy un cínico si no hago lo mismo. Escribo rápido y de modo temperamental porque las veredas me esperan. Porque el tórrido pronóstico se abre paso entre mi carne. Como una puta de trago largo. Como un perdido que dejó los libros. Como un canalla que aprovecha su viudez veraniega.

Este tiempo tiene sus canciones y quisiera que las cantáramos juntos otra vez.

domingo, 25 de octubre de 2009

Música desde afuera hacia adentro (Inside and out)

Bendita Internet y su capacidad de expandir los placeres. Algo tan inmaterial como la luz viajando por una fibra óptica, se enreda en mis tejidos para convertirse en un nuevo recuerdo dentro de mis oidos y las infinitas asociaciones que la melodía desprende.

De ahí se entiende que la música pueda tener perfume. Una segunda pasada a las canciones y se puede descubrir las claves de la elegancia atemporal de determinadas composiciones. Este vez descubrí a Feist, una canadiense que desde hoy se convierte en la mejor amiga de mis audífonos.



Como si se tratase de una fotografía revisada, escucho una canción de los Bee-Gees convertida en mujer, trayendo de vuelta ese pasado que tanto me gusta. ¿Y si me mudo a Europa alguna vez, me ayudará a volver a sentir la confianza que me da el recorrido del sol en la primavera de Santiago? ¿O será más alucinante encontrarme con ella en una calle?

Esta canción renueva una temporada de elegías que intentan ser menos melancólicas que años atrás. Si me siento como mi papá escuchando estas canciones. Seguro él las escuchó en su radio a pilas intentando pololear con mi mamá. Ahora voy a hacer lo mismo con el Negro.

Otra mina folk para sumar a mi colección. De seguro consigo ampliar las definiciones del enamoramiento tarareando estos compases.

martes, 20 de octubre de 2009

Ortográfica correción

Algo bien terrible me pasó cuando vi esta foto. Paseando en páginas de activismo homosexual, invitado por un par de amigos que me mandaron a pensar, me encontré con esta imagen de los desfiles del mes pasado. Para los que están afuera les cuento que el día 26 de septiembre Chile celebró su marcha del Orgullo Gay. Como siempre la carroza de los travestis adornó los noticieros locales. Una que otra reseña salió a la vista en los diarios, pero lo único que cambia son la cantidad de concurrentes, directamente proporcionales a la temperatura de ese día y la cantidad de piel que se puede mostrar recién terminado el invierno nacional.

Por eso me pareció completamente estoica esta marcha de Chillán. Ese día hizo un frío de putamadre pero las niñas sacaron las pechugas al aire para caminar en una ciudad completamente provinciana y con claves culturales para nada metropolitanas. Quizás Chillán es mucho más auténtica para mostrar lo que es Chile al final.

Aun así las influencias de la capital prevalecen. Las locas huasas no podían ser menos. Y con la vanidad y delicada patudez de sus vestidos de Carmela, se soltaron las trenzas para enarbolar los valores de la tolerancia babilónica del Norte. Si se fijan bien, en su hermosura de silicona se les coló una garrafal falta de ortografía en la bandera que enbezaba el desfile.



Porque aunque las que van adelante se llamen Grace Jones Aguirre o Cassandra Star o cualquier apelativo de cartel hollywoodense, niguna supo como escribir correctamente Paz en inglés. Quizás si lo hacían bien sonaba mucho a Pis, esa orina traicionera que en cada pasada al baño las obliga a reconocerse las presas.

Pero la verdad, la verdad, hay algo que me conmueve en este desfile. Creo que se necesita un coraje de portaaviones si se trata de salir a pasear la completa desnudez a la calle. Esa que es completamente imperfecta ante los ojos de los transeúntes. Esa que no solo las llueve a epítetos y piropos de dudosa procedencia, sino que también las juzga en su pobreza de aperos intelectuales.

No queda más que pasearse en la calle si no se ha tenido escuela decente que enseñe a escribir correctamente el inglés que asegura "love and peace" aun cuando el corazón lo anhele más que nada. En su desprecio biblíco, en su marginación sombría aparece de todas formas un suelo de mundo mejor y una alegría alimenticia y desenfadada que a todos nos deja con ganas de modelarla y amenazados en su mareo de colores y plumas. Una versión moderna y globalizada de la señora con el canasto con gallinas.

Me pregunto entonces si vale la pena tratar de estar a tono con la cultura digital y su diversidad de posteo bloguero. Si acaso no vale la pena detenerse en esa imperfección ridícula ante los ojos de la universidad, pero completamente humana en su empeño de hacer algo. Quien no querría ser reconocido aun cuando escribe mal. me pasa a mi cada vez que termino una columna. Pero al menos paso por letrado.

Quisiera por una vez ser más huaso bruto o chilena chinchosa como para vivir la vida en esa primavera eterna que estas compañeras querían instalar en Chillán. De alguna forma es como recuperar un paraíso perdido. Uno que al cual la ortografía sigue y no al revés.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Y era lesbiana...

Circulando en todas las billeteras nacionales la lectura de su nombre es algo cotidiano. Pintada sobre uno de los murales más bonitos de Santiago, todos los días cientos la miraban pausando la Alameda. Recitada en las clases que salieron de Montepatria todos memorizaron su "todas íbamos a ser reinas" sin saber que alguna se inflarían el pecho para representar esos versos con toda magnitud.



No necesito decir nada diferente al título de esta columna, que no es mío por lo demás. Esta semana, medio Chile se enteró de algo de lo cual estaba enterado y todavía me pregunto cuánto habrá de calar en el pensamiento nacional. Uno que está adormecido en estas lides y que solamente se pajea pensando que el beso entre la Marengo y la Olivarí es una declaración de apertura moderna.

Más allá del innegable valor literario que encierran los intercambios epistolares de Gabriela Mistral con Doris Dana, y la interesante y única forma que encontrara para expresar un amor dolido, velado y pasional; tenemos una oportunidad única de reconocer parte de nuestra identidad, una que también traiciona, duele y apasiona.

¿Agonizaran nuestras bibliotecas de considerar manchada a la poetisa? ¿Se alimentarán los chistes que festinan con sus rasgos de lindia ahora que se miran como si fueran los de un hombre?

Porque poco he leído sobre cómo sus letras de amor salvífico pueden ser una nueva expresión de fertilidad femenina, analogía de las curvas del río Elqui y de la sabiduría de cabeza blanca de montaña. Madre de las letras lésbicas, siguiendo el ejemplo de Safo que las pinturas representan con una idealización clásica, que quizás le hubiesen perdonado los pecados a la Mistral de haber sido parecida a ella.

Porque es lamentable que las lesbianas tengan que parecer como sacadas de una porno sueca, cuando la realidad es que esa etiqueta de vida surge del amor a otra, y del sumergirse en honduras tales que el alma humana encuentra nuevas palabras para decirse.

"Todas íbamos a ser reinas de cuatro reinas sobre el mar" La gente dice que si cien personas se toman de la mano cruzan el valle del Elqui a todo su ancho. Pero las palabras de ellos mismo vuelan hacia el infinito del océano. Justo ahí escribe alguien que nos llenó orgullo con su Nobel bajo el brazo y que ahora nos da la posibilidad de honrarla no porque la encontremos rica (porque nos da plata) sino porque entendemos el misterio de su existencia.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Salvajismo dental

"Para ser bella hay que ver estrellas" dice un antiguo dicho que no sé cuantas veces se lo escuché a mis tías, a las nanas de la casa, a compañeras de trabajo y tantas otras. Casi a todas las mujeres (salvo mi madre, que no lo necesita...)

Es parte del reconocer femenino, sostener que solo el dolor puede traer el beneficio de la belleza, como si las cicatrices producidas fuesen una suerte de insignia que jerarquiza a su portador frente a los demás. En mi caso, el sacrificio de la propia sexualidad. Nada que ver con ponerme tacos y caminar de puntillas toda la vida, nada de meterse bótox y quedar con cara de palo. Sacar pecho no es tener que inflar las pechugas.

Por ser hombre, dejé que la mano de Dios hiciera todo el trabajo. Lo que si, olvidé que olvidó encargarse de mi dentadura por completo. Entonces, la que vió estrellas fue mi billetera, la cual una y otra vez ha debido desembolsarse para asegurarme una sonrisa de ensueño aun cuando la figura de la misma dándole las gracias a la dentista fuera tan plástica como las tetas de silicona.

Este mes caí de nuevo en el pabellón y a pesar de tener una luz de interrogatorio clavada frente a los ojos, y las estrellas que bailaban alrededor de mi cabeza, no pude dejar de concentrarme en toda la tecnología que magnificaba, subdividía, escondía y especificaba toda esa masacre en mi boca. Y sin palabra alguna tuve que contemplar como me ponían cuñas, agujas, separadores, clavijas, cuerdas de piano y la misma mano de la doctora violando un espacio privado privado (me acordé de la catequesis que me enseñó que solo podía decir buenas palabras para no ensuciarla antes de la comunión... maldición)

Sudando la gota gorda a más no poder, evadiendo la simpatía natural y forzosa de la doctora, intentando retener en mi cabeza el disco perdido de Milla Jovovich o la cancioncita cursi de Paris Hilton intentando edulcorar esa carnicería, envidiaba a todas las modelos que parece que nacen con los dientes perfectos, y no tienen que pasar por toda esta ortopedia que de sádica tiene harta.

Más allá de la posibilidad de cuidar los dientes para no morir de inanición, la disciplina de la odontología parece ser una nivelación para el sufrimiento estético masculino. Dicen que con dientes feos no te reproduces, supongo que mirando los únicos huesos visibles que tenemos, las mujeres escanean la resistencia del esqueleto (y el espíritu) de quien tienen al frente. Sin embargo, pocos reparar en que la artificialidad que se ha hecho cargo de esta transacción, no incorpora la verdadera valía del dolor.

Los dientes picados terminan picándolo a uno por dentro. Y digo esto desde la perspectiva religiosa: me crié escuchando que solo el dolor redime y la perfección espiritual tiene algo de estoica. Y como las misiones, haciéndome cargo del salvajismo dental a lo mejor colaboro a mejorar el universo. Puede ser hasta anestésico. Eso, mientras convierto el sillón del dentista en una reposera de playa.

El taladro ya me tocó un nervio.

domingo, 30 de agosto de 2009

Transferencia metropolitana

La semana pasada arrivé desde Buenos Aires en el segundo viajecito que pude pegarme por esos lados. A diferencia de la primera ocasión, donde a ojos de turista todo resulta deslumbrante, esta vez pude recorrer mejor la ciudad a sabiendas que no tenía tareas por cumplir ni lugares que borrar de la lista.

Entonces es cuando aparecen las verdaderas claves del habitar metropolitano. Sus caminatas al ritmo de peatón, las elecciones de los lugares donde comprar, las posibilidades de definir recorridos que serán trasados más de una vez.

Al vivir en la ciudad no nos damos cuenta de todas las rutinas que podemos generar. No asumimos cómo entregamos el espacio, como suscribimos a un aire compartido. En las ciudades grandes más aun, cuando la aglomeración de tantos defectos y virtudes solo puede dar paso a combinaciones irresistibles de lugares, llenos de humores diversos.

Cuando la noche cae es quizás probablemente cuando las identidades de las ciudades aparecen con más fuerza. Quizás por la posibilidad de caminar aun cuando la naturaleza dispone el sueño. La capital argentina de eso tiene mucho, enmendando los días con sus faroles y carteles de teatro. Desde acá criticamos como todo eso es fantasioso, a pesar que fantaseamos con las tetas paradas de las porteñas.

Y aunque la noche revele los temores, algo nos impulsa a vivir la ilusión bohemia como queriendo compartir una historia con otros que fueron vagabundos de alcohol. Santiago y su trabajo se lamentan, cuando los domingos se terminan temprano. Esas rutinas que parecen elecciones no elegidas, que restringen los recorridos muchas veces.

Esta es una ciudad industriosa, que amanece temprano y que a pesar de todo, intenta parecer pulcra a punta de barrer la calle. Me pregunto si de haber comido tarde en la noche trasandina no creeré que la vida se vive un poco acostándose tarde. De otro modo no se podría apreciar el humo nocturno que vuelve las metrópolis en escenarios. Quizás la clave está en buscar la novedad en un lugar que de seguro las tiene. Mal que mal aquí se puede vivir pareciendo viajero.

Solo hay que recuperar la experiencia de autoafirmación de toda capital, y sentir el orgullo de ser capitalino.

domingo, 16 de agosto de 2009

Distante sensualidad

¿Has adivinado lo que me pasa cuando estamos lejos? ¿Has podido reconocerme aun cuando estamos a oscuras? ¿Qué hueles, qué tocas en esas oportunidades?

Yo acá extrañándote aun cuando no ha transcurrido nada desde tu silencio. Y en el entretanto, tengo tiempo para pensar cómo te recibiré a tu regreso. Tanto tiempo esperé para estar con alguien y la mayor sorpresa fue que te encontré a tí, digno caballero de todos mis recuerdos, digno señor de todos mis presagios. Tanto tiempo esperé que esta espera no es sino un tesoro.

Yo acá preparándome a pasar la noche sin ti, abrazando solamente tu recuerdo caliente que no se desvanece. Yo acá pensando cuántas veces he dejado que mis tonteras rebesen los límites de lo respetable. Yo acá pensando como cada una de nuestras nimias peleas malgastan tiempo precioso.

Tengo ganas de mandarte un beso profundo. Tengo ganas de tocar lo que hay adentro, tan adentro como tu has estado en mi. Tengo ganas de sentir otra vez el sudor frio de tus noches que me destapan, de tus paseos húmedos y de pasos lentos. Tengo ganas de escuchar tus rumores que a veces se convierten en gritos.

Retrocedo en el tiempo y compruebo como esas ensoñaciones de mis tardes solitarias se hacen carne contigo, se vuelven tan concretas como un edificio, como un campanario palpitante que suena rítmico como mis deseos. Nada de lo que hubiese escrito se te parece, precisamente hoy cuando hay un espacio que me recuerda que sigues siempre.

No hay nada como estar contigo, y nada como mirarte a la distancia. Contemplarte en tus recorridos que de tanto en tanto se dicen con mi lengua.

Una y otra vez vuelvo a ti.

martes, 4 de agosto de 2009

Compulsión travesti

El encierro de las propias pasiones siempre cultiva un hervidero de emociones y movimientos potenciales. Es como esas heridas mal tapadas que despiden humores diversos, que suben la temperatura como una fiebre hacia dentro y transforman la piel en un bulto punzante.

Vivir la identificación de lo femenino al interior de un ambiente opresivo, sometido a un culto del arquetipo masculino dominante (ni siquiera del héroe, del sabio, o del creador) puede ser la piedra en el zapato que algunos colizas cargan desde que sienten sus hormonas fluyendo en la sangre. Desafortunadamente, estas secreciones no siempre hacen crecer lo que aquellos quisieran y siempre puede quedar en la conciencia la extirpación de los senos imaginarios.

Algunas clases sociales tienen las herramientas y la herencia suficiente como para sublimar todos estos impulsos: los hay quienes son educados para ser monjas aun cuando en los departamentos privados todos pueden subirse los refajos y bordar otro tipo de hábitos. Hemos otros que nos quedamos pegados en tratar de comprender hasta la última manifestación del inconsciente. En cambio, hay un gran segmento que si logra vestirse con las formas de todas las diosas imaginables, que en su indisponibilidad glamorosa convierten en numinoso a quien las imita.

¿Será por eso que todos los transformistas aspiran a ser como Madonna, Beyoncé, Cher, Mariah y aun Tina Turner? Y en las limitaciones que impone la industria y sus patrones de visibilidad, hay pocos que conocen cantantes o actrices distintas, que tienen la misma gracia de vestirse con tantos estilos quepan y con ello convertirse en una suerte de crisol de lo femenino. Saber eso permitiría cultivar también una firma propia dentro de un imaginario que juzga toda compulsión travesti por igual.

Porque esa es la gracia de la ropa de escenario: potenciar las curvas y la seducción que alguien que experimentó sus deseos de manera represiva no puede siquiera patentar. Entonces, es posible pensar que convertirse en la mina más loca es el patrimonio más preciado que puede tener alguien que necesita destacarse precisamente por haber vencido las cadenas de una situación pobre de lenguajes, con una imposición de ser hombre que puede quebrar los tacos recién adquiridos, o cada accesorio, cada arete, cada moño exagerado que es también una afirmación bien visible de la propia pasión. Lo mismo pasa con los científicos de hablar exagerado, orgullosos de vencer su ignorancia, aunque con la diferencia que a ellos se les premia.

De vez en cuando es posible salir del encierro para vivir la fantasía en la Plaza de Armas o en la misma Alameda. Ya no es necesario mirar a través de la cortina bailando solo mientras el mundo pasa fuera. Ahí se puede adquirir la corona que falta para completar el vestido.

lunes, 3 de agosto de 2009

Vocalizaciones frenéticas

No hace no tres horas que dejé de trabajar y ya estoy cocinándome la sesera. Y es que como la profesora de francés le llegó l'heure de parir au bébé no quise liquidar la partida presupuestaria adentro de un mall sino que seguir cultivando mi acervo idiomático haciendo tareas de inglés.

Lo que en un principio era funcional y práctico puede ser una verdadera angustia, a sabiendas que entreno para servir a dos enemigos. Con la pronunciación abacanada del triunfante gringosajón no me dan ni medio pan en Francia, lugar de mis fantasías más maduras.

No sé en qué estaba pensando sino era en mi propia curiosidad, cuando recitaba en la ducha los verbos nórdicos del finlandés. Porque una cosa es querer traducir canciones inasibles con el ánimo de calmar una conciencia ávida de comprender el espíritu y otra es ceder ante la vanidad políglota que raya en los malabarismos de un idiot-savant

En el caso del francés ya la cosa es un proyecto más serio. Es verdad que esforzarse en hablar esquimal me abrió la mollera lo suficiente como para comprender que siete octavas partes del mundo tienen más de cinco vocales en su diccionario. Como para matar a todas las tías del parvulario con su represivo recitar.

Ya lo decía Elías, que nada se civiliza soltándose de la naturaleza, que nos regaló una boca infinita que puede hacer tantos sonidos como células tenemos en el pecho, la garganta, la laringe y aun la nariz. Sino que lo digan los franceses que aprendieron a hablar apretando sus cavidades al compartir la sobremesa con quesos putrefactos. O los brasileños que se independizaron de un Portugal que no escuchaba los saltitos de la samba carioca. Y qué decir de los mogoles que a falta de instrumentos en la estepa aprendieron a silbarse como el viento.

Y esa es una parte del cuerpo. La otra depende del cerebro, que en mi caso se esfuerza por poblar de acentos las palabras agudas, de formar adverbios con todas las cosas, con reparar en los despliegues del inconciente en cada tropiezo de mi lengua.

Habiendo tenido unas semanas de miedo en la pega, quisiera cerrar los ojos y descansar. pero me espera el sueño, que nunca es en silencio. Por el contrario, tratando de solucionar las verguenzas que he pasado con los extranjeros y aquellas que pasaré en adelanta, se esfuerza incluso por hablar de una manera que no entiendo.

Quizás ahí está el alivio. en soltar las palabras como se suelta el aire para hablar. Total para las cosas importantes, para los apetitos, siempre habrá como comunicar. Mi impoluta prostitución así me lo enseñó.

Ante la queja, el silencio o la canción ¿y ahora qué digo yo?

viernes, 24 de julio de 2009

Farmacéutica esdrújula

Las compañías farmacéuticas nos marean con toda su pronunciación esdrújula. No bastando con la aguda palabra de la colusión, la muerte de Michael Jackson puso sobre el tapete nuevamente todo su léxico barbitúrico y narcótico, químico hasta la médula y hermético en su corteza.

Como si no fuera nada, una y otra vez escucho las repeticiones sobre la cáustica mortalidad del demerol. Justo en la semana que mi dermatólogo me recetó clorfenamina, y se me trabó la lengua antihistamínica tratando de explicar que se me cayó la guardia. Muerto el rey, y adormecida mi conciencia, no me quedan compases para reproducir la rítmica vibración de tantas palabras desconocidas, de estos anatemas rencorosos.

Poder anestésico de la lidocaína, la novocaína y su traición de Caín. Dejó al hermano muerto mientras Dios le preguntaba qué sabía de él. Solo sabe que alcanzó a pronunciar su nombre mientras caía rendido ante el golpe ansiolítico que le propinó en la cabeza. Tanta palabra nos termina aturdiendo, termina volviendo indisponible la farmacia y toda su alquimia.

Tanto poder lisérgico, tantas manchas de propileno, tanta tartamudez de benzodiasepina, tanta ranciedad de dipirona, y una vez más todo el cuerpo queda sometido a su tecnología confusa, a sus muletas moleculares invisibles, a la estructura dependiente de un organismo que ya no se basta a sí mismo, o al orden cósmico que igual mezcló en su mortero milenario toda esta conjunción carbónica.

Se me cierran los ojos mientras leo los principios activos que intentan aliviarme hoy. Su rareza de excipiente me da para pensar. Al menos así no viviré sedado, colgado del brillo opiáceo de esta pequeña cajita de Pandora que tengo entre manos. Porque así dudando, me he librado de ser cocainómano, teratogénico, cancerígeno y hialurónico.

Ahora comprendo a quienes se ríen de mi pronunciación siútica, pero es que no hay modo de hablar en contrario. Esta sabiduría del mundo, vedada y numinosa en sus códigos, corre el acento hacia delante una y otra vez, como si la materia no fuese sino objetos graves y que para descifrarlos hay que tener apuro al pronunciar.

Extático, mareado en la estética de la pronunciación esdrújula, sin temor a lo fruncido del conocer, olvido por un rato toda pretensión orgánica. Total, acabo de recordar que necesito programar el reloj para despertar.

domingo, 5 de julio de 2009

La ausencia

Pasó completo el mes de junio y yo sin escribir ni media palabra. Las demandas de la vida y convencerse que estudiar en Paris puede ser buena idea. Después, la inventiva para convencer a otros que pagarme el viaje puede ser buena idea.

Así las cosas, pensando en una tesis para ganarme la vida, dejé en suspenso las ganas de escribir sobre aquello que pasa, aquello sobre lo que comencé a escribir en primer lugar.

Entre medio un fin de semana largo y un día de sol después del temporal. ¿Cómo podré vivir cuatro años sin poder mirar el tiempo pasar sobre la cordillera? ¿Cómo renunciar a esas rutinas de la nieve, a esos amaneceres de frio brillante? Otra vez vuelvo a escribir sobre lo mismo con el afán de asegurar los ritmos de mi existencia. De alguna forma ese control de las rutinas es la conciencia de que existo, que el mundo fue creado a mi medida, y que los viajes a través del paisaje no son sino afirmaciones sobre el movimiento decidido.

Es como comprar todos los meses en el supermercado, como hacer la fila para comprar la ración de comida rápida. Es como esperar junto a la barra por el siguiente trago: toda meditación no es más que una excusa para no vivir de forma automática, para no matar la nostalgia que viene de la mano de toda decisión.

Terminé un mes donde estuve todo el tiempo pensando en como migrar a Europa. Por primera vez, no es una fantasía, no es un baile inventado. Ahora la cosa va en serio, porque las aventuras son así. Y mi corazón deberá acostumbrarse a comer solo. Por un tiempo desaparecerán las sopaipillas pasadas por la lluvia y el recordatorio húmedo de un invierno que viene a renovar este valle que se seca.

¿Lloverá de la misma forma en París? ¿Qué pasará cuando no encuentre las palabras para comentarlo? ¿Tendré que volver sobre la música que llevo en la cabeza para bailar mientras dure mi ausencia? Estoy más lento que de costumbre, quizás para no apurar los pasos de la partida. En el intertanto, me abandono ante impulsos extraños y las ganas de no entender.

Sin aquello no hay aventura posible

sábado, 9 de mayo de 2009

Intimidad amenazada

La tesis del miedo tiene nuevo impulso en este otoño. La luz austral se ensombrece a medida que el sol dura menos tiempo arriba. Y también la conciencia. La influenza nos pegó abajo, literalmente, y la cabeza se sumerge en el mar de amenazas que despliega cada estornudo.

Hace un tiempo escribí con ingenuidad acerca de la democracia del resfrío. Manera de ser naif, valorando la igualdad que nos traen los virus mutantes, visitantes asiduos del cuerpo. Ahora mal, la imaginación encontró el personaje propicio para convertir lo cotidiano en el límite del terror.

No es un ejercicio nuevo. Basta pensar en todo lo numinoso que rodea la vida urbana. Es cosa de caer por el pozo de un ascensor en cualquier minuto, que se nos quiebre la mano en una frenada brusca del metro, que nos aplaste la cabeza una cornisa debilucha de esos edificios añejos que nos gusta conservar. La diferencia es que la obsesión por el miedo tiene que distinguir un límite difuso y en todas esas situaciones siempre hay modo de controlar las cosas o en último término, vivir con las alternativas: mejor subir las escaleras, andar en micro o pasear por la vereda del frente. Y frente a la conciencia gris de la muerte en ciernes, siempre se puede abrazar a otro suicida.

Reconozco que cuando empezó esto de la gripe temí lo peor. Lo primero que pensé era en la posibilidad que cualquiera a los que amo (incluyendo yo mismo, obvio) pudieran morir. Luego comprobé que en realidad la amenaza era otra: la incapacidad de vivir del modo como conozco.

El asesino andaría suelto y su particular humor le permite no ser visto justo en medio de todos los mirones. Un simple estornudo y todo un tren se contagia. La tijera del destino podía cortar el hilo de cualquiera, al bajarse en la siguiente estación.

Miedo y más miedo, y por no tocar el teclado del computador por miedo a infectarse nadie puede averiguar que de la gripe común muere más gente al año que todo lo que pudiera llegar a morir ahora. Tanta información y al final nadie sabe nada. Mejor guardar la distancia contra cualquiera, nadie sabe si tiene el demonio incubando dentro.

Al menos este demonio interno que es desconocido. Los otros, los que nos hacen más mal finalmente, los llevamos criando largo tiempo en nosotros. Ahora que el verano al fin pareció ceder en su tiranía, el tiempo frío se vuelve peor. Ya no es posible acurrucarse junto a otro y despertar para ventilarse en medio de la ciudad.

Esa postal perdida es peor que la muerte. No quiero vivir de esta manera y perder la conexión con los lugares que habito. No quiero despertar solo con el afán de permanecer limpio y libre de ansiedad. La intimidad amenazada que esta peste noticiosa nos trajo, es la mayor enfermedad. Y vivimos al límite de la ignorancia en el tiempo que menos pensamos que así sería. No conforme con las esquinas flaites, cayeron también los respetables vecinos.

Una vez más la solución está en mis audífonos. Otro paso afuera de la casa y podré vivir en paz.

sábado, 18 de abril de 2009

Objetos quebrados

De igual forma, un simple movimiento pudo terminar con la historia de la copa que adornaba la mesa de mi comedor. Era un objeto viajado, un pituco receptáculo art decó, una pieza huérfana vestida con filigranas de oro. Era una sola y nada más. No hay como reemplazarla ni arreglarla.

Era "la" copa art decó. La compré en San Telmo y fue la primera antigüedad que adquirieron mis manos inexpertas. Mismas manos torpes que acabaron con su vida de cristal y quizás cuantos años de envejcimiento detenido. Todo por querer tener la mesa limpia y recoger los papeles que habían servido para estudiar en el comedor.

Es raro, pero ahora que está quebrada es cuando mejor aprecio su calidad. Será porque la luz se ve distinta en pedazos de cristal más pequeños. La armonía de sus acantos pintados se perdió, no hay como recomponerlos y a cada curva le falta su compañía. Y sé que las cosas pasan, viviendo en este país es iluso no pensar que cualquier día la tierra se enoja y con un terremoto bailarín todos frascos de la casa volarán por el aire suicidas, y que todas las formas cerámicas volverán al barro original.

Todos los objetos se ennoblecen con el uso, con las cicatrices medio ocultas que muestran como ha habido hombres y mujeres que han usado su materia. Allá un pedazo de borde gastado de tando brindar por el mismo lugar. Allá una pata un tanto coja, de tanto arrastrar la silla en la comida dominical. Allá en la esquina el cenicero tiznado de todos los cigarros que el papá se fumó.

Algo de eso tiene la vida, que marca persistentemente el rostro de quienes la viven. Yo no tengo arrugas de serio, sino de risueño. Quizás por eso solo pude lamentar pero no llorar la copa perdida. Quizás encontraré otra cosa que poner en su lugar, quizás yo esté en otro lugar donde no pueda llevarla. La brutalidad de la vida a veces arrasa con esas ilusiones de vidrio, y en este caso, mató una viejita de 70 años. Ya no podré averiguar a quién perteneció, ya no podré inventarle un mito.

Objetos muertos, un solo error y se terminan. Las cosas vivas, no se queman ni se quebran. Esas envejecen conmigo a pesar de mis manos torpes.

viernes, 3 de abril de 2009

Democrático estornudar

Llevo ya tres días resfriado. Quizás un poco más, si considero el día que sentí ese primer escalofrío que avisa que uno hizo el desarreglo que no debía. En mi caso, nadar en una piscina de azotea tratando de rematar este porfiado verano santiaguino.

Claro, la cosa no estaba tan caliente después de todo. El viento que sopla siempre fuerte en el cielo, barrió mis defensas y dos horas después escupía mi primer estornudo. Lo sabía, de ahí en adelante el camino a casa debía pasar antes por la esquina donde venden los pañuelos más baratos, debía aprovisionarme de limón y considerar andar más arropado en la casa.

Una verdadera lata. Yo me niego a estos trámites invernales al menos hasta la primera lluvia. Me niego a reconocer la nariz irritada, culpando para ello al polvo que levantó la demolición que abatió dos casonas viejas a una cuadra de mi edificio. O a la pimienta con la que aliñé la carne. Y es que así como la ropa, las enfermedades también deberían combinar con el entorno.

Aunque confieso que bien en lo profundo, me gusta resfriarme de cuando en cuando. Más bien dicho, agradezco que la sintomatología que acarrean estos bichos sean lo más democrático que existe. Todos sin excepción sucumbimos al menos tres veces al año ante el mandato de la limonada con miel, los aceites mentolados y la seguidillas de capsulitas milagrosas que se pelean la primera fila de la farmacia. Y aunque estén de temporada esos días que el sol se va temprano, nunca se van del todo.

Yo dejo que mi cuerpo haga las cosas por si mismo. Lo del brebaje caliente y la curación casera queda para quien comparte el lecho conmigo. Gesto de ternura o previsión profiláctica, no sé. Pero en ese ritual desganado se forma parte de una humanidad que se retuerce desde el diafragma y hace una reverencia a la naturaleza al estornudar.

No conozco cultura donde toser con la boca destapada sea signo de cortesía. No conozco cuico que no haya tenido la nariz roja de tanto desgaste, ni un pobre que se enferme de manera más dolorosa que áquel. Se que a un lado de la ciudad la gente se mejora antes, puede ser, pero no se libra jamás de ese regalito que viene fijo de habitar en una ciudad, de tocar al prójimo o incluso de hacer un trámite papelero.

Con tal de cooperar en este gesto igualitario, dispongo mi cuerpo para tal afán comunero. Seguro Dios creo esto junto con la serpiente que nos cagó. Pero en el fondo, en el fondo nos recuerda la parcela de humildad que viene de mirar la naturaleza y saber que somos uno más no más.

Frente al resfrío, ni los pañuelos Hermés nos salvan.

jueves, 19 de marzo de 2009

Olor a vinagre

Toda esta semana y bien probablemente la próxima, las cuadras que camino se pasan a vinagre. Como un enguaje fétido de la boca urbana, la voz de los universitarios recién llegados clama por unas monedas asustándome con sus harapos de hippie-bennetton corrompido.

Ahí en la esquina uno que tenía colgando una pata de pollo al cuello no entendía que salía al almorzar sin más cosas en los bolsillos que las llaves de mi casa. Insistente, ufanaba de su condición de estudiante superior, como si yo no hubiera tenido que quemarme las pestañas con un examen jamás.

Dos cuadras más allá, un par de chicas con huevos en el pelo paseaban su mascarilla reconstituyente como Doñas Florindas rejuvenecidas. Y casi al llegar a casa, paseaba un rubio combinado con mostaza, al cual los verdugos habían tenido la gran idea de dejar sin polera. Ahí lamenté no tener unas monedas, al menos para hacerme el lindo. Quizás para recordar que en esos años que yo entré, me perdía detrás de las espinillas y jamás hubiera pensado que eso era vejatorio, simplemente porque me costaba encontrar el orgullo que huye de tanta tontera ritual.

Es sabido que los ritos de pasaje siempre incluyen algunos golpes que recuerdan que la muerte está ahí cerquita, justo ahí, y que por contraste una nueva etapa de vida recuerda que uno esta vivo. Que lo que viene está medio trazado, entonces no hay que cargar la angustia eterna del no saber.

El olor a vinagre se pone más fuerte cuando la vereda explota de calor´y la playa está tan lejos. Ni pensar en el olor a vino que habrá allá por estos días. El olor a vinagre es un costo a pagar por vivir en medio del centro, así como ver pasear los viernes por la noche a todos los futuros profesionales cocidos hasta la médula con chela de barril.

Hay un orgullo raro en quien mechonea. Aunque la universidad sea de calidad dudosa, ese trámite es como una segunda matrícula. ¿Qué pasará después cuando haya que enfrentar la vida, terminada la carrera carretera? ¿Que habrá sido de mis vecinas reggetoneras, que pasaban de jarana en jarana y de seguro se tiraban la comida por la cabeza todos los sábados, recordando este mechoneo infantil?

Yo tuve la suerte de crecer acompañado y trepar hasta el peldaño donde recuperé el orgullo de ser yo. Yo tuve la gracia de enamorarme cuando mi corazón se aquietó. Ahora camino a paso firme con mis zapatos de suela oficinista y una camisa de a-mi-no-me-mandan. Cuando me mechonearon me decían que tenía que estudiar y beber el vinagre de las pruebas. Pero los verdaderos obstáculos son otros y ahora se que jamás me colgarán una pata de pollo al cuello.

Aliño mi ensalada y agradezco no haber tenido que hacerlo siepre con ese vinagre.

lunes, 9 de marzo de 2009

La treintena

Quiero agradacer las posibilidades que brinda la vida. No son pocas y se multiplican a medida que los años riegan nuevas esquinas de la existencia.

Anoche recordé porqué me gusta tanto celebrar. No es solo por la legitimidad que brinda el cumpleaños al narciso que todos llevamos dentro (o por fuera, es cosa que le pregunten a mi espejo) Tampoco tiene que ver con el sabor especial de la comida, por el permiso para ser parsimonioso en mis discursos. Ni siquiera se empapa con el licor que año a año se mete en el cuerpo.

Anoche recordé que la vida finalmente tiene vuelcos improbables que su vaivén de avioneta precaria nos distrae a veces de la fuerza misteriosa con que se encamina a destino. Habiendo recibido el regalo de la libertad, he recorrido de la mano de muchos compañeros una senda que se convierte en alegría, al reconocer que siempre tuve alguien que me recordara donde están las cosas esenciales.

En estos últimos años, he vivido en la duda. Quizás no tan metódica, ni tan reflexiva. He vivido en la duda de quien elaboró el mito de su vida a partir de lo improbable, a partir del asma que acortaba los juegos infantiles, de los rollos graciosos que amortiguaban cualquier finta futbolera, de la adolescencia tardía que reconoció con susto el sexo y con la antesala universitaria de quien parecía derrotado por la resignación ante la ley del "harás todo correctamente"

Hoy puedo comprobar que me equivoco de tanto en tanto y quizás por eso ya ni llevo registro. También me visto con ropa distinta, como si me creyera una flor pituca en medio del desierto y me apurara por brillar más ahora que llovió y el cuerpo de quien amo se convierte en una pradera por explorar.

Ahora puedo soplar las velas sin quejido alguno del pecho, porque la dignidad es aquello que se recibe gratuitamente al decir la verdad. Escribo acá y las palabras parecen salir solas. Es que así quiero que sigan las cosas por delante. Tengo miles de preguntas, otras tantas intuiciones y varios cables a tierra que con una buena cerveza funcionan como la internet.

Queridos amigos, es cierto lo que dije. Hoy puedo ser un mejor hombre si me lo propongo y si recuerdo diariamente la gracia de poder sumar mi historia al devenir de un mundo fascinante, llenos de rincones para pensar pero también para recorrer con la lengua. Las cavidades que creí vacías nunca lo estuvieron, son sólo los huecos que puede tener alguien como yo (lo dije y que...)

Como la materia que se ennoblece con su uso, hoy mi vida se llena de alegría si compruebo que empiezan los 30 años y todavía tengo piezas por descubrir. Moléculas más, moléculas menos estaremos juntos en este cometido.

Siempre tendremos otro motivo para celebrar.

viernes, 27 de febrero de 2009

Música compartida

Como no me bastó el descanso militar de este verano, decidí terminar estos días de vacaciones con una renovación doméstica total. Falta tan poco para mi cumpleaños que definitivamente debía tomar cartas en el asunto de tener la casa implecable.

Para viejos basta conmigo y no quería competir con la pintura. Entonces comprado el esmalte comencé la ardua tarea de renovar las paredes de cubículo. Tantas porquerías que guardo en la casa, que nunca pensé que demoraría más en desorganizar los muebles que en aplicar pinceladas. La fantasía primera decía que esto debía ser como neoyorkino, con música soul de fondo y yo con pinta de maestro-objeto-sexual. O la alternativa más snob era pasar el rodillo fruncido y afrancesado con un tazón de Nescafé en la mano y la mina al lado con cara de querer ensuciar la pintura.

Pero ni lo uno ni lo otro. Menos mal que tengo sentido de realidad como para percatarme que estaba en pleno verano y mi look distaba de estar limpio. Chorreaba pintura hasta por las pestañas (lo siento mamá no tengo otra manera de decirlo) y había manchas blancas suficiente como para pensar que a la alfombra le habían salido canas.

Lejos de la fantasía, bufaba como camello seco. Mis brazos se hacían más cortos con la frustración de sentir que no terminaba nunca y con la culpa de reconocer que nadie me había mandado a hacer semejante tontera al final de mis vacaciones. Entonces, cuando pensaba que ya nada podía ser peor, comprobé que frente a mi edificio la Universidad vecina había decidido renovar su fachada detrás de andamios que se tejieron como telarañas.

Y en medio de esos una cuadrilla de tres maestros que terminaron seis pisos en menos tiempo que lo que demoré en cubrir mi dormitorio. Y es que estas técnicas requieren capacitarse como corresponde. Yo, en un arranque infantil, me dejé llevar otra vez por las imágenes de comercial que engrupieron mi adolescencia impotente, creyendo que era cool algo que definitivamente es una pega de mierda.

Si no hubiera sido por las canciones que pusieron los pintores a todo tarro, me hubiera quedado masticando la rabia. Quizo la fortuna que eligieran un repertorio kitch que sería algo así como el lounge de una fiesta Blondie. Y bueno, recordé que esa era la música que sonaba los domingos cuando mi papá pintaba la casa. Tardaba varias semanas el viejo, sobre todo para alcanzar esos techos donde cabían dos pisos. Y entretanto nosotros aprendíamos a ayudar.

Si el papá pintaba la casa para la familia, definitivamente encontraba motivos para extender una jornada que a mi me parecía un suplicio. Pero eso es por egoísta y no querer compartir el departamento con nadie más. Si me renovaba para pavonear mis posesiones ante los compañeros, no había aprendido nada de la vida en este último año.

Digo por enésima vez que las canciones viejas tienen su cuento. Vuelven a un estado basal donde se puede entender el presente de otra manera. Mi pintura blanca es como el telón psicoanalítico donde proyectar estos videos que ahora domino con la gracia de youtube. Cuando chico tenían todos los significados posibles, ahora me salvan en la desgracia... lo que se aprende en la casa sirve para siempre.

lunes, 23 de febrero de 2009

Esclavos libres

Tuve la suerte de visitar Cartagena de Indias. Llegué ayer luego de una terapia de sol que me secó toda la humedad que absorbí en Aysén.

El contraste no podía ser más marcado. Al margen del clima, la costa caribeña de Colombia está llena de historia desde el principio de América. A diferencia del sur pionero de Chile, acá el puerto albergó tantas embarcaciones como habitantes tiene la ciudad. Y ante tanta riqueza fabricada por el hombre no quedó más que amurallar toda la vecindad.

De espaldas al mar, pero sintiendo la brisa que se cuela (gracias a Dios) por toda la piel, caminé por la plaza de acceso a la ciudad vieja y allí me enteré que ese lugar fue el mercado de esclavos local. El año pasado en Salvador había una cosa parecida y quizás como un recordatorio de lo que ocurría en esos espacios todos los edificios se mantienen inmutables.

Con la cámara de turista se puede juzgar la severidad del tiempo detenido en cada balcón y torre de las iglesias. También se puede conversar con el resto de los camaradas y grabar la cara de espanto cuando se comprueba que detrás de toda esa hermosura estaban los calabozos de la inquisición. Pero hay tanta alegría en la gente que da una lata enorme recitar esta cantinela de alienación marxista.

Al ritmo del vallenato y colgando de un vaso de ron, prefiero volver al hotel all inclusive que contraté a la distancia. Cómodas tres cuotas precio contado y puedo comer hasta el hartazgo y beber hasta una embriaguez legalizada. El sueño del pibe si es que eso no implicara que todo lo bebido no me pertenece sino hasta abril cuando el despellejado infeliz se haya llevado por la basura mi bronceado fascinante.

Ahorrándome todos los almuerzos al final no se puede comer en la cocina del centro donde seguramente todo es más auténtico. Y no es que el hotel o mis vacaciones hayan sido una estafa. Por cierto al snobismo europeo le conviene broncearse en el Caribe y ese mar definitivamente no tiene sucedáneos. Cartagena tampoco. Ahí se puede caminar tranquilo porque no hay pobres como en Rio dicen otros chilenos que se alojan ahí mismo.

Manera de esclavizarnos. Con una piña colada en la mano y una hamburguesa de opio en la otra. Me resisto al turismo parece. Una industria limpia (sin chimeneas) pero que al igual que la plaza de esclavos tranza seres humanos.

Extraño la Patagonia y sus sacrificios de alacalufe. Al menos allí no entregaba el control de mis alimentos a una empresa. Un all inclusive es como una pulpería sofisticada, cómoda, floja como la lluvia en el desierto. Así no se puede ser viajero, porque se llega en carabela y no se sale de las murallas a menos que el presupuesto lo permita... pero como uno no lleva plata a esos lugares...

Quedé con ganas de volver, definitivamente, pero para ver las cosas en la vereda del frente. Estoy quejándome de puro satisfecho, lo sé, pero mi cabeza crítica parece que no sale de vacaciones. Con ganas de mejorar, siempre.

sábado, 17 de enero de 2009

Música negra

La nostalgia se puede cultivar de varias maneras. Una forma es mirar dentro de los propios recuerdos y toda su escenografía que ha raído el tiempo. Otra forma es pedir prestado recuerdos ajenos y lanzarse en la aventura de empatizar con las sensaciones que pudieron haber tenido otros, y que también perdieron.

Sea cual sea la fórmula, hay descubrimientos que valen la pena. A propósito del 50° aniversario de Motown, varias cosas se han escrito esta semana y en homenaje a este evento, anduve comprando algunos discos de música negra y vistando youtube para indagar en otras cosas.

Más allá de las conexiones evidentemente sensuales de Isley Brothers, o de los timbres sincopados de Tempations, una canción se me quedó pegada cuando tropecé con The Supremes. Stop! In the name of love, parecía una cándida declaración de amor, que de alguna forma recupera esa dimensión dulce del enamoramiento, aparentemente menos hormonal pero con un sonido negro que exige atención y cuidado. Y eso, sin ser ingenuo, porque hay que asumir que al igual que el grupo, siempre se está a un paso del desastre por vanidades y ambiciones.

Los timbres del pasado suenan con mayor romanticismo que las canciones actuales, quizás porque señalan la manera como el amor se añeja y con eso adquiere mejores matices. Esa esencia permanece y la puedo escuchar ahora sin inconvenientes. es una lástima entonces, que Diana Ross no haya querido envejecer, como tantas otras que no reconocen en el paso del tiempo un ejercicio de ennoblecimiento, un dejarse llevar por las corrientes de los acontecimiento que trazan arrugas según te rías, llores, te preocupes o asustes.

En un tiempo que el bótox congela esa emoción, la tecnología ha permitido recuperar esos recuerdos pero cargados de experiencia. Nunca tendrá la fidelidad de una composición hecha este año, que cumplo 30, pero hay cosas que pueden representarme incluso antes de haber nacido.

Si eso no es una manera de integrarse a la humanidad, no sé que más se podría agregar a esta música.


domingo, 11 de enero de 2009

Jose-fino

Una de las más potentes razones para no haber escrito el mes pasado, fue la fijada intención de cumplir todos mis propósitos 2008 sin pasar ninguno ninguno al año siguiente. Entonces, en diciembre, comprobé con pavor que marcaba rojo en el listado el lanzarme a la piscina cuanto antes, porque debía aprender a nadar si o si.

Verán, cuando ya creía haber resuelto todas mis precariedades físicas y cuando creía haber encontrado el erotismo prohibido de la clase de gimnasia (la misma que durante mi adolescencia fue sinónimo de una vomitiva cohibición) tener que enfundarse un bañador deportivo diminuto, obligarse a usar sombrerito de goma delante de un profesor y pasearse frente a toda la clase vestida en paños menores, era de lo más ansiogénico que podía haber. Pero la ética de la convicción es más fuerte, así que como varón de pelo en pecho, invertí tres semanas de mi libertad vespertina en este negocio, aun cuando eso significara despedirse de los after office justo en su mejor época.

Los movimientos sincronizados de la Noche de Divas y de tantas parodias sabatinas, se escondieron para siempre detrás de los pataleos desesperados que tuve que dar. Y es que la cabeza definitivamente traiciona la libertad, porque por estar tan pendiente sobre cómo mover los brazos, sobre como cortar el agua con las manos dibujando un cuchillo, la coordinación motora de las piernas y caderas definitivamente se fue a las pailas. O a la inversa: cuando conseguía propulsión de sirena movía los brazos como carretonero.

Esto no es como bailar seguro en una pista igualmente carente de oxígeno. El agua no es mi elemento, parece, pero no por eso voy a abandonar la idea de cruzar el Atlántico algún día y no temer morir ahogado si el avión se cae. Si así lo hiciera perdería toda gracia el querer llamarme Josefino, una versión bien maraca de la ballena inflable esa de los dibujos animados. Porque ser colijunto no es lo mismo que andar arponeado y eso no lo sabía cuando veía Pipiripao. Aprender a nadar, y en especial comprobar que no se aprende fácil, me hizo darme cuenta que otra vez me había refugiado sin quererlo dentro de la fantasía, todo con tal de evitar enfrentar lo límites del propio cuerpo.

Entonces la cabeza crece y crece y quedan tantos espacios entre neuronas que uno inventa tonteras como esta, nombres artísticos que nunca se van a usar. Porque la clase era para estar serio, como todo en la vida. El cuerpo es para educarlo, para civilizarlo con guantes largos. Y si no hay algún ahogo que te detenga, nunca podrás ver que la cosa es tan desbalanceada como la masa de un cetáceo comandada por la voluntad de un niño.

Para el final del mes de diciembre, yo todavía no aprendía a nadar como en las películas. Pero en mi propio film mental, había aprendido una vez más que toda la siutiquería que me persigue es tan compensatoria de mis temores como ha de ser el automovil deportivo de un petizo o las tetas sobredimensionadas de una tonta artificial.

Yo no quiero ser ninguno de los anteriores. Por eso deberé seguir ejercitando aunque sin dejar de escribir. En la discoteca, en el ruedo declarativo, en las discusiones domesticadas y aun en la piscina. Para ser un hombre más fino no basta saber francés. Requiere precisión y crueldad balleneras para cazar ese cuerpo azul que siempre nos mueve por debajo del agua.

miércoles, 7 de enero de 2009

De nuevo Año nuevo

La manera como recibí el año grafica de buena forma lo que han sido estos últimos tiempos. Preocupado de llenar las copas y quitar una hilacha de mi camisa, hablando tonterías con los compañeros de piso, los fuegos artificiales empezaron a detonar sin haber contado siquiera los famosos numeritos en reversa.

Tradición aquella que siempre me ha puesto la carne de gallina, constatando que un capítulo más se cierra. La verdad es que así como la Tierra gira nunca es año nuevo propiamente tal. POrque acá son las doce y unos doscientos kilómetros al este el año había empezado hace una hora. Y quién dice que eso valga en la infinidad del Universo?

Es más, a mitad del verano nunca se pone en sol en la antártica, así que nunca se sabe cuando empezó o terminó el año. Mi cabeza se larga hacia el polo sur y se comprueba que no solo hay años de un día: una noche y una mañana eternas. Y parece que esa contabilidad del tiempo es contagiosa, porque cada noche calurosa de diciembre fue como un pestañeo de siesta dominical, apurada pensando en los afanes del lunes próximo.

Entonces, qué iba a saber yo de cuentas regresivas si el primer segundo de 2009 no tuvo ningún magnetismo especial. Porque cuando se está alegre queremos que el año no termine, como si Dios programara sus maldiciones usando agenda y administrara nuestros cupones de mala suerte con un cálculo finito. Así es la vida del hombre pero no su trascendencia, así ponemos límite a la circulación de las cosas trazando una flecha gigante en el Mar de Humboldt. Así es mi vida también, dejando las copas limpias para no llamar espíritus sucios en mi casa, como si los gérmenes acompañaran mi celebración.

El tiempo es tan relativo al final, que los esfuerzos por contenerlo, por marcarlo se traicionan una y otra vez. Los ritos y las cábalas al final son pura magia, las lentejas dando vueltas en mi bolsillo podrían invocar la pobreza reemplazando las vetas de jugoso filete por legumbres para matar el hambre.

Pero en fin. Hay cosas a las que al final no quiero renunciar, por mucha iluminación que haya conseguido a costa de las bengalas santiaguinas. Se me había olvidado escribir, y convertir lo intangible en letra de imprenta. Así controlo mi tiempo y el vértigo de la incertidumbre futura. No quiero ser negligente con mi vida, así que heme aquí otra vez. No quiero cambiar el tiempo.

Quién sabe si habrá novedades para registrar en este almanaque digital.

Felicidades a todos