viernes, 24 de julio de 2009

Farmacéutica esdrújula

Las compañías farmacéuticas nos marean con toda su pronunciación esdrújula. No bastando con la aguda palabra de la colusión, la muerte de Michael Jackson puso sobre el tapete nuevamente todo su léxico barbitúrico y narcótico, químico hasta la médula y hermético en su corteza.

Como si no fuera nada, una y otra vez escucho las repeticiones sobre la cáustica mortalidad del demerol. Justo en la semana que mi dermatólogo me recetó clorfenamina, y se me trabó la lengua antihistamínica tratando de explicar que se me cayó la guardia. Muerto el rey, y adormecida mi conciencia, no me quedan compases para reproducir la rítmica vibración de tantas palabras desconocidas, de estos anatemas rencorosos.

Poder anestésico de la lidocaína, la novocaína y su traición de Caín. Dejó al hermano muerto mientras Dios le preguntaba qué sabía de él. Solo sabe que alcanzó a pronunciar su nombre mientras caía rendido ante el golpe ansiolítico que le propinó en la cabeza. Tanta palabra nos termina aturdiendo, termina volviendo indisponible la farmacia y toda su alquimia.

Tanto poder lisérgico, tantas manchas de propileno, tanta tartamudez de benzodiasepina, tanta ranciedad de dipirona, y una vez más todo el cuerpo queda sometido a su tecnología confusa, a sus muletas moleculares invisibles, a la estructura dependiente de un organismo que ya no se basta a sí mismo, o al orden cósmico que igual mezcló en su mortero milenario toda esta conjunción carbónica.

Se me cierran los ojos mientras leo los principios activos que intentan aliviarme hoy. Su rareza de excipiente me da para pensar. Al menos así no viviré sedado, colgado del brillo opiáceo de esta pequeña cajita de Pandora que tengo entre manos. Porque así dudando, me he librado de ser cocainómano, teratogénico, cancerígeno y hialurónico.

Ahora comprendo a quienes se ríen de mi pronunciación siútica, pero es que no hay modo de hablar en contrario. Esta sabiduría del mundo, vedada y numinosa en sus códigos, corre el acento hacia delante una y otra vez, como si la materia no fuese sino objetos graves y que para descifrarlos hay que tener apuro al pronunciar.

Extático, mareado en la estética de la pronunciación esdrújula, sin temor a lo fruncido del conocer, olvido por un rato toda pretensión orgánica. Total, acabo de recordar que necesito programar el reloj para despertar.

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