miércoles, 25 de julio de 2007

Maricones malos

¿Qué pasa con nosotros que permitimos esto? ¿A dónde ha llegado la colonización marica de los espacios de televisión? ¿Cuándo dejé de tener la capacidad de decidir respecto de quién me representa?

Porque basta un día de resfrío para percatarse que la mañana, aquel segmento de los medios que se dirige especialmente a la dueña de casa, está gobernado por las reglas del comidillo, del pelambre estirado como chicle, de la evaluación moral del prójimo revestido de miserias y millones de pesos. Y en ese espacio, el mismo que tiene menos filtros para la transmisión de la cultura en la esfera doméstica, se ha poblado, superpoblado de maricones malos, de cahuineros a sueldo que parecen vengarse por todo el pelambre sufrido en los siglos de tradición republicana.

Ya no es uno, ya no es aquel fotógrafo que se jactaba de liberar la conciencia pechoña de la patria. Ya no es uno, el mismo que disparaba ante la televisión masiva desde el Interruptor del cable. Ya no es uno, el que inauguraba la primera plana de rastro lloroso en la prensa escrita. Ahora son miles. Se cuelan como reporteros, como periodistas de formación dudosa. Y pueblan la franja del mediodía esperando que el sol ilumine sus zapatos de diamantes que pesan demasiado como para trabajar en otra cosa.

Qué odiosa situación, francamente. Mientras algunos lloramos la tristeza de revelarse cada día, ellos lucran revelándose y revelando a otro. Mientras algunos tratamos de buscar el equilibrio gremial con el sueldo, ellos sacan brillo de la imagen de la yegua celosa, del alcahuete de conventillo, del transformista que hace tropezar a sus compañeras de cabaret, del hiperventilado afectado de lengua.

Y no hay manera de explicar tanta concentración enyegüecida en estos programas. Porque maricones habemos escribiendo en todos lados. Pero parece que algunos conviene mantener la vieja escuela, la que enseña que el caballero no tiene memoria, que el macho se agarra a golpes y que la mujer se defiende siendo venenosa. De la omisión de esto surge la acidez premiada, el comentario enconado que solo un marica puede darse el lujo de expresar abiertamente.

Y mientras tienen pantalla, mientras desenmascaran un mercado que premia cirugías, que abona estupideces y engalana el sinsentido del cuerpo sin cerebro, los que esperamos de verdad ser felices de otra manera nos quedamos mudos frente a estas princesas, incapaces de hacer algo diferente.

Lo que es cierto, es que no soy malo; y por una camisa de canje en tienda, ni un paseo falseado al sur con Vertigo, no estoy dispuesto a venderme así. Como esos maricones malos

sábado, 14 de julio de 2007

Temor a la oscuridad

Esto es algo nuevo, considerando el lugar en que resido. Abandonar la casa cerca de la medianoche para adentrarse en las luces titilantes de las torres del centro, ir un poco más allá quizás; quedando al descubierto todos aquellos temores que se despiertan antes de dormir.

La casa sola, la estufa apagada, la botella de vino vacía. La gotera en la cocina que nunca he querido arreglar. Y el compás silencioso de todo eso cuando se oscurece el cuarto, cuando ya no hay otro sujeto alrededor. Sacar la nariz afuera es como morirse del frío. Y la voluntad se enlentece confiada en la humedad que se instala en el cuerpo. Luego me quedo dormido confiando que al día siguiente algo se esconderá entre las torres del centro, como cualquier otro mortal de esta ciudad.

Y el aviso de nieve en el portal de meteorología. Si hubiese sabido que este año iba a llover tan poco, pero que todo se congelaría me hubiese abrigado más temprano. Me hubiese quedado en casa para salvar el hogar, para tener la cocina prendida ¿No es acaso esa la conducta de un hombre de familia? El mismo que creció asociando sopaipillas con la lluvia chilena, que viajaba utilizando un atlas desvencijado mientras la nana calentaba la tetera.

Cuando la habitación queda a oscuras puedo añorar el negro hollín de la salamandra que calefaccionó mi niñez. La casita con ventanas chicas, en un barrio que hoy sucumbe a la demolición. El modernismo del plexiglass, la búsqueda de morada mirando al norte, la madera con patas de acero comprada por internet nunca fueron una fantasía de tarde lluviosa. Menos aún la nieve. Menos aún la imposibilidad de transferir lo que se siente cuando llueve y está oscuro.

Y no es que tema a los truenos, ni a los fantasmas que pueden residir en cada alcantarilla y callejón de la ciudad vieja. Lo que desconozco es la manera de satisfacerse apagando todos los sentidos, todos los juicios, suspendiendo las conversaciones, olvidando la oración que rezo cada noche. Qué hacer si despierto sobresaltado estando todo oscuro, y con mi padre durmiendo tres comunas más allá. Qué hacer si compruebo que la melancolía ahora es otra.

Y se me olvida que las nubes amenazantes y ennegrecidas son blancas por afuera. Es cosa de subir al avión y así verlo. Dice un cuento por ahí que la nieve la inventó Dios para engañar al diablo que reclamó para sí todos los objetos negros de la creación. Pero el mismo Dios sabe que esa frazada de su regocijo se desvanece. Lo mismo ocurre cuando solo, antes de dormir, recuerdo mi respiración tibia y el color negro que me rodea. En esa realidad, no hay temor que pueda seguir viviendo.

domingo, 1 de julio de 2007

Refrito electrónico

Una definición muy básica indica que el símbolismo es una operación cognitiva e intuitiva que invoca algo que está más allá del mismo, que asocia un significado al significante que experimentamos, pero que, por su misma analogía, encierra numerosas posibilidades y exige interpretación permanente. Es como el agua que simboliza pureza, llanto, emociones, verano, etc. Esto permite que sea una suerte de "objeto" altamente reinterpretable.

Siendo así, el oído de un avezado melómano pudiera reconocer como la música popular reciente ha incrementado significativamente la velocidad de la reinterpretación de sus símbolos. Es claro, antes de la invención de la partitura la transmisión de melodías en la cultura occidental se practicaba de oído, de atención del aprendiz hacia el maestro. Evidentemente, la gracia era actualizar del mismo modo lo escuchado, asegurando la perpetuidad de la tradición. Luego, con el cuaderno rayado y las llaves de sol, fa u otras, se podía poner por escrito esos sonidos, y cualquiera que supiera leer podía repetir una creación cualquiera.

Evidentemente esto da gran valor al escritor, al creador de una música que se registra y se conserva independiente del tiempo. el intérprete, por su parte, tiene valor por el virtuosismo con el que descifra la partitura. La gracia consiste en tener melodías más difíciles y exigentes, y en Europa fueron famosos los pianistas que inventaban cosas nuevas para entretener a la burguesía. Qué decir luego de la música contemporánea que es una suerte de sobreespecialización de la función lectora. Pero hasta ahí, lo que se ocupan son más que nada signos, pero pocos símbolos propiamente tales.

Es por eso que siempre me ha cabido la pregunta sobre lo que ocurre con la música popular y la existencia del registro digital de las recientes décadas. Es obvio que los Dj actuales ya no necesitan saber leer música. Ya no importa ni el autor ni el intérprete, sino más bien el sonido en sí. Porque lo suyo es tener un par de mp3 y establecer un nuevo código a partir del copy-paste. Bueno, se que no es para nada simple y que el sujeto verdaderamente creativo es capaz de establecer toda una sonoridad nueva a partir de fragmentos y manejo de perillas. Ya lo hizo Bjork sampleando a Matmos que a su vez grababa sonidos de quirófano para sintetizarlos en sus melodías. Ya lo hicieron los dj franceses, con su mal llamado "french touch" reviviendo la onda setentera con un gusto de modernidad.

Me acuerdo que a finales de los 90 me gustó ese típico sonido que parecía el soundtrack de una noche bebiendo cosmopolitan. Por suerte ya no me compro esa asociación, aunque aprecio sin lugar a dudas a Dimitri from Paris. Tiene demasiada onda. Lo suyo fue simbolizar una época de experimentación sicodélica (y luego de onda disco) y que en el presente, siempre temeroso del futuro, suena como una certeza, como algo tranquilo, como algo seguro evocando cierta paz. De ahí a ser elegante hay solo un paso.

Si Puff Daddy en su tiempo fue el mayor copión de todos, el verdadero refrito digital es aquel capaz de crear una textura interesante, una propuesta ya "proponida" y con ello abrir nuevos trazos de creatividad. Claro, ahora con el computador, poco nos demoramos en hacerlo. La clave del estilo es que no parezca así.

Si no que lo diga la actriz que puso la voz de la "very stilish fille" donde la nostalgia definitivamente no parece tal.