sábado, 28 de junio de 2008

Podría bailar contigo

Esta canción es una buena analogía de lo que es el amor. Definitivamente te sorprende como un descubrimiento en internet, una tarde cenicienta del invierno. Un día que amaneció con una rabia, con una sensación de soledad autocultivada, con una decepción autoinfringida.

Y es que en estos laberintos de la vida varias veces nos quedamos pegados delante del espejo del bailarín profesional. En esos salones de práctica inventados, nos acostumbramos a realizar los mismos pasos, los mismos gestos ante los compases aprendidos. La melodía existe en la cabeza y parece que no se puede compartir so pena de perder el ritmo.

Entonces, un tropiezo y todo parece comenzar de nuevo. Se apagó la radio de repente, se quedó sin baterías y tuve que empezar a escuchar canciones nuevas, a recorrer el salón con recuerdos que colecciono no sé porqué. Porque basta tu rostro una vez al día y las imágenes eidéticas duran para siempre, las mismas que suenan con palabras esdrújulas, esas que siempre me celebras y me criticas.

El hablar difícil para esconder mi mal paso de baile, y el querer cruzar el salón sin calzado, sin saber si mis pasos ma traicionarán resbaladizos. Sin mirar el espejo, para no volver atrás. ¿Bailarás conmigo aun cuando algunos no lo permitan? ¿Podrás convencerme de moverme sin más dictamen que tu propio aliento? ¿Sabrás atajarme cada vez que se te ocurra lanzarme por el aire? ¿Confiaré en tí al terminar las acrobacias de mi espíritu, las piruetas temblorosas y el salto convencido?

Es media tarde, me quedé sin chocolates para comer y el trabajo se pone absurdo al saberque estás recorriendo la ciudad para que nos juntemos dentro de un momento. A esta casa le falta algo, incluso la peleas tontas de la mañana, los celos siempre al acecho y las ganas de ganarte con argumentos. Qué más da, si solo quieres bailar distinto, igual que yo.

Ahora que te veo, ahora que imito tu longitud, me rio para dentro porque no quiero refinar mis modales jamás. Tengo la esperanza que nadie podrá seguirnos. Te tomo la mano y soy feliz, me aferro a tus brazos y no donde voy a llegar. Podría bailar y hablar contigo toda la vida...

martes, 10 de junio de 2008

Mercado Rosa

Las noticias dan cuenta del doble estándar en Chile. Vaya novedad. Esta vez, a propósito del Mercado Rosa, la muy siútica manera de hablar de los negocios colizas. Siempre en relación con el público objetivo, claro, porque algunos entrevistados a veces se apuran en aclarar que sus hormonas andan ordenaditas, como si sus clientes fueran puras tontonas que no podrían tener jamás una empresa.

Es parte del contrasentido del mercado: quizás habrá gasfiteros a los que se les apaga el calefón, que a lo mejor no se ven; pero no cabe duda que hay arquitectos a los que se les llueve la pieza. Es que cuando las necesidades de los pobres se resuelven, al menos en apariencia, el hombre se puede dedicar al consumo hedonista de bienes y productos. Entonces lo que se transa ya no es la capacidad de proveer alimento, sino el resquicio de preparar el charquicán con merquén egipcio.

En eso las comadres colas llevan la delantera. El gremio se ha especializado en el dominio de lo exquisito, quizás por un pasado reciente que obligó a esconder el cuerpo y sus apetitos tanto como fuera posible. Pero ahora, esa capacidad de ir contra la naturaleza les otorga un pedestal más alto en el manejo de los símbolos. En el lenguaje del mercado actual, la sofisticación la lleva, empujando siempre más allá los diseños y los costos, por el puro ejercicio estético más que por los cambios en las materias primas. Puro valor de cambio, como diría Marx.

Premiando la adolescencia eterna, esa que no tiene hijos pero que cada vez tiene más plata, los caballeros del pañuelo rosa derrochan millones. Harto tiempo escondieron los billetes en los vuelos de sus camisas; ahora pueden exhibirlos. Al otro lado, el mercado estará con los brazos bien abiertos. Lo que no se nota es como esta nueva realidad –que en Chile dista de mostrarse públicamente- finalmente pervierte la liberación aparente del homosexual criollo.


Primero, porque no todos ganan tanto dinero como para calzar zapatos Dior por la vida. Al mercado rosa no le gustan los patipelados. Segundo, porque los pocos que sí pueden implementar estos lujos abandonan las ganas de dar otras luchas, seducidos por el reconocimiento instantáneo que ofrece la vida. Tercero, porque los que tienen espacio para pelear por su validez viven también en el espacio de la vanidad, como cualquier hombre, y de no tener alguna reflexión previa, se convierten en simples resentidos.

Las distinciones por lo tanto, no se anulan, por el contrario se fortalecen. Ya ha sido escrito aquí que el capitalismo se alimenta de los márgenes, del terreno donde se puede especular y generar valor puramente simbólico a los bienes. Qué necesidades creadas ni nada, la moda la manda un gobierno que no es de este mundo, donde todos pasamos frío pero nos abrigamos distinto. Ese mismo gobierno que esconde los negocios aun cuando en la noche brillen con más neón que el resto del vecindario, o que al revés, disfraza con exclusividad la marca de los marginados.

No se ven las costureras que por cien pesos pegan botones Zara en las camisas que su hijo maricón no podrá comprar en San Ramón. No se ven las pestañas quemadas de este payaso que trata de conseguir fama sacando lustre de un pecado recurrente, cada día investido con un chaleco nuevo. No se aprecia el cáncer cultivado en un balneario reluciente de la costa azul francesa. No se nombran los dueños de negocio que hacen la nata con los colizas que buscan un espacio para sentarse y dejarse ver.

No se que tanta libertad se ha conseguido con la visa de encaje. La de la plata y la de la carne.

viernes, 6 de junio de 2008

Cruz pal cielo

El ego del hombre es materia bíblica desde sus inicios. Ya nos relata Babel que Dios tuvo que confundir al hombre para evitar que su orgullo le pisara los talones en las nubes de la antigüedad.

Envalentonado, poco a poco fue aprendiendo a cocer los ladrillos que permitieron crear su propio Edén maltrecho en la tierra, prescindiendo del resto de las creaturas que adornaron el génesis. Celoso, con los años reemplazó la caverna por la casa donde él era su propio señor. Es que el dominio de las manos y el fuego no puede hacer sino otra cosa que construir un mundo a su imagen y semejanza. Cabe preguntarse si no pasó eso hace poco, cuando Le Corbusier se puso hablar de escalas antropométicas.

Pero antes que la misma arquitectura, el hombre decidió encaramarse al cielo, quizás emulando al judío Moisés que subió al monte para aprender la Ley. Arriba, se puede mirar el mundo mortal, trascendiendo el propio vértigo, prescindiendo de la seguridad del suelo. Arriba, se simboliza toda la potencia de la humanidad, que modela su propia vida con torres cada vez más infinitas.

Salimos del bosque para aprender a trepar en ascensores otra vez. Parece que abajo la pobreza abunda, el aire se enrarece. Para solucionarlo, inventamos los rascacielos, para ahorrar espacio pero no vanidad.

Y desde hace un siglo que la competencia no cesa. Cuando en Chile nos aventuramos recién a querer ganarle a los terremotos con un monolito en la Costanera, en el resto del planeta hace rato nos dejaron atrás. Es cosa de enterarse de lo que pasa en Dubai y comprender que los árabes no se van con chicas.

Porque aunque no lo parezca, como en Babel, el rey se confunde en su elevada prisión. El juramento del hombre es propasarse a sí mismo una y otra vez, acaso para dejar maravillas de trascendencia. No importa que en el camino haya que escalivizar a indocumentados pakistaníes, no importa que al otro lado del Golfo Pérsico la gente no tenga donde vivir. Para los socios de Occidente, exportadores de tecnologías y vicios, los edificios de Oriente son la última frontera.

Esta gran construcción requiere obreros cada vez más ensombrecidos por el concreto que tiran al aire. El látigo antiguo ha sido reemplazado por el salario relampagueante que alcanza para poco. Al menos allá es así y acá parece que es parecido. Cruz pa'l cielo entonces, que allá arriba el dinero asegura cercanía con lo divino, pero que acá abajo se ve ridículo de tanto faltar aire para respirar.