jueves, 21 de diciembre de 2006

La verdadera virgen

Esta columna es para mis amigos católicos, para lo que no lo son tanto, y para los que deberían serlo.

Así como el año nuevo es salida y carrete, para muchos Nochebuena es una invitación a la intimidad acompañada. Porque aunque lo que hoy hacemos tiene más que ver con un solsticio que con un pesebre, hay una derrotero oculto que apunta a "nacer de nuevo".

Jesús llegó de la manera más piola que alguien puede venir al mundo. Incluso a veces pienso que lo hizo con demasiada austeridad. Y la crítica no tiene que ver con sumarme a esas corrientes modernistas que hacen películas con un San José con pinta de stripper (y que más de una mueca han generado en nuestro plástico pontífice). Tiene que ver más bien con la contradicción con la abundancia que la fiesta de Navidad tiene y el llamado de la Iglesia a la austeridad. Porque la esperanza tiene que ver con que todos seremos algún día felices, aunque si seguimos el destino de Belén pareciera que nunca lo conseguiremos.

Hay una foto que simpre he pensado que representa bien a esta contradicción que todo nacimiento representa: el dolor de la parturienta y el recién nacido, y el milagro de la vida y el destino.


Todos ustedes han de haber visto esta foto de la National Geographic. Es una niña afgana fotografiada en 1989 en un campamento de refugiados de Pakistán. Hasta hoy, ha sido la portada más famosa de la revista. Y eso que no tiene nada que ver con la féminas de Victoria's Secret o Sport Illustrated. Al contrario, son esos ojos la única parte del cuerpo que realmente expone esta muchacha, lo que la convierte a mi juicio una de las personas más hermosas del mundo.

La virgen María debe haber sido sumamente parecida a esta adolescente. Nada que ver con las ragazzas de Zefirelli. Este fenotipo pashtún es similar al de las hebreas. Así como éste, el rostro de la virgen debe haber estado ensombrecido por la misión de tamaño parto, por no saber cómo tener un hijo dentro de una comunidad que no la entendería. Y en este argumento es claro que apuesto por la tradición eclesial. Pero si no lo hiciera, si creyera solo en la historia real, en tiempos de Cristo las jóvenes se casaban como a esa edad, tenían hijos a esa edad, eran adultas a esa edad y eran apedreadas de concebir sin esposo, también a esa edad.

Hoy, cuando el tema de abrir regalos nos evoca simpre la niñez, podríamos perdernos en esta adolescencia nevada, sin mirar aquello que se juega en esa venida. Porque al igual que el cambio de estación que los germanos simbolizaban, la noche más larga del año en Medio Oriente, tiene una señal de luz en el horizonte (María en arameo significa portadora de luz). Y aunque me distraiga con la nariz colorada de Rudolf, creo que es mejor pensar en la vida de esta mujer de la foto, asustada completamente, pero con una dignidad difícil de equiparar. Y esta contradicción no la reconocemos sino miramos la propia vida y aquello que a veces duele concebir.

Creo que ese el sentido final del intercambio de regalos, la comida compartida y las luces en el arbolito. Alguien te sostiene y quieres sostener a alguien más. Como los padres palestinos sostienen a sus hijos. Y aunque sea un instante en medio de una vida más parecida a un campo de batalla, es el bienestar de esta celebración lo que mejor conviene compartir. Porque definitivamente, esta niña y la virgen, debieron compartir casi la misma existencia sufrida y famosa.

Y creo que esa es la reflexión que a veces ni la Iglesia ni Falabella saben transmitir.

martes, 19 de diciembre de 2006

Semana de Navidad

El calendario ha transcurrido de manera vertiginosa. Es impresionante. Estamos a menos de cinco días de la Nochebuena y todavía no he elaborado mi pedido de regalos. Es injusto. Los que yo entregaré los tengo más que comprados (lo cual me valió una valiosa experiencia de conocimiento del retail santiaguino) y en tal distracción no pensé qué cosa yo quería. Así que si en una de esas alguien pesca, de repente puedo recibir lo que quiero:

1. World peace (anoche vi Miss Simpatía y la cosa me quedó dando vueltas)
2. Que el cambio climático no nos deje secos como momias, mientras los gringos siguen quemando petróleo en sus equipos de aire acondicionado.
3. Unos $10.000.000 como para ir a Ucrania y Kasajztán y poder traer importaciones cool y fotos de un veraneo tremendamente exclusivo (Quién se bañaría en el Mar de Aral? o vería un lanzamiento de cohetes en Baikonur? o huiría de los tártaros que sicosearon a Miguel Strogoff? o comería un menú orgánico en Chernobyl?).
4. Otros $5.000.000 adicionales que necesito para pasaje y estadía en Helsinki y alrededores (incluyendo Rovianemi que es la ciudad de Santa Claus, obvio, así me aseguro que los deseos se cumplen).
5. La segunda temporada de Ally Mc.Beal en DVD para poder mirar cuánto ha cambiado mi vida (desde que seguí la serie hasta que la compré)
6. Que el analista sea reembolsable por la Isapre... seguro.
7. Que los arquitectos que diseñan el plan regulador de Santiago Centro reciban un corazón sensible a las artes y el patrimonio.
8. En el mismo sentido, que se preserven las galerías del centro. No solo enriquecen la trama urbana sino que en su interior guardan verdaderas joyas donde el comercio es efectivamente un intercambio entre personas.
9. Que el alcalde de Las Condes deje de incentivar un estilo mediático de hacer política, porque para ignorantes con pantalla ya tenemos hartos candidatos.

Y finalmente, el deseo número 10 tiene que ver con la espera de la fiesta. Más que el sentido religioso de la misma, el disfrute gastronómico, la sorpresa de ver el árbol de la Plaza de Armas auspiciado por Coca Cola, la compra de regalos con mayor o menor apropiación o el despliegue de baratijas en Meiggs, lo cierto es que esta fiesta del fin de año nos da una oportunidad para ser estimulados, pero también para reparar en la naturaleza del estímulo y la necesidad de expresar afectos.

Y me quedo con eso... más adelante pensaré en un mensaje.

viernes, 15 de diciembre de 2006

Antropozoología

Quedé para siempre con una opinión pendiente sobre aquello que aconteció el fin de semana. No pude, me distraje. Había tanta información que no podía procesarla en palabras conciente de las inclinaciones emocionales que las imágenes y palabras generaban en todos los que habitamos en este país. Definitivamente la muerte no termina con la existencia.

Igualmente, no podré olvidar el olor a humo en el departamento cuando la protesta arreció en la Alameda, por puro prejucio del guanaco contra los manifestantes, que de haber protestado en Apoquindo de seguro les hubieran ofrecido jugo. Porque de otro modo no me explico la vergüenza ajena que sentí ante la agresión a los reporteros españoles con un protocolo de flaite que suele ser criticado por la burguesía.

Tanto es así, que tengo un par de borradores en el reservorio de blogger solo sobre esto y el papel de la Iglesia en el funeral. Ninguno puede ser expuesto por incompleto. Pero ahora tengo una idea diferente. Concentrado en los sucesos noticiosos pude descansar de verdad cuando fui invitado al lanzamiento del libro de mi primo. Este muchacho es historiador y desde hace algunos años se ha especializado en archivos fotográficos sobre mapuches y otras etnias.

Y ocurre que en esta ocasión, editó junto con un inglés un volumen sobre antropozoología en el siglo XIX. Se llama "Zoológicos Humanos" (Cristián Báez, Peter Mason - Pehuén Editores). Jardin de Acclimatatión de París y un puñado de mapuche y kaweshqar exhibidos como objetos. La idea era que la siempre evolucionada Europa pudiera contemplar sin cruzar un océano, la existencia de estos otros seres humanos y su extrañeza. Como piezas de museo, el recorrido por dicho parque permitía ver toda la gama de salvajes posibles desde lapones (si, a mis estudiados finlandeses también les tocó) kirguizes, innuit y tupí.

Ciertamente las imagenes de los chilenos transplantados es difícil de digerir. Y aunque frente a la vida real de estos pueblos, al igual que los franceses tenga la misma ignorancia, por un asunto nacional sigo teniendo un lazo invisible con su humanidad. Acá la exhibición no era equivalente al del lanza presentado ante un tribunal catalán, o un monrero santiaguino en el juzgado sueco. Acá el mapuche era un intermedio entre el antros y el zoos. Para esos años todavía ni pensaba nacer Levi-Stauss, con su ejercicio revalorizante de la antropología.

Y aunque mi primo no lo quisiera, algo de eso se pudo ver también hoy en día. Aburrido de la televisión nacional, corporativa como ella sola, preferí seguir las noticias por el cable esperanzado de encontrar mayor objetividad. Y lo que encontré era el reclamo de la Ramudo, la etiqueta de "dejaron libre al culpable", el reporte de las manifestaciones y la la sorpresa ante la magnitud del suceso.

Las palabras usadas eran claramente diferentes a las que dijimos acá. Y no es un asunto de idioma. Empujado por el snobismo hacia Europa, de alguna forma vi algo parecido a lo que las fotos del libro mostraban. Los chilenos, acá en Chile, armábamos pelotera por alguien que claramente desordenó la historia. Y más aún, lo que existía era una parvada de fanáticos que poco discurso utilizaban. Las chapitas conmemorativas, de todas formas, son la etiqueta del populismo más puro en latinoamérica, donde el dictador era el Tata.

Al otro lado de la pantalla, al igual que en las fotos, los chilenos dábamos materia para la antropozoología. Ganada la democracia, conseguida la muerte de la postal subsahariana y tropical con que nos miraban hace 150 años; hoy día todavía tenemos algo de salvajes porque aquello que verdaderamente pudo habernos puesto a reflexionar, discutir y estudiar nos hizo prender fogatas, tirar escupos, quebrar vitrinas y aprovechar la tribuna para hacer carrera política propia.

Es de esperar que aprendiendo la historia comprendamos también la lección.

martes, 5 de diciembre de 2006

Final de baile

Vi y disfruté la final de "El Baile" de TVN. Si, lo reconozco. Y no fue porque estuviera aburrido y no pudiese navegar entre los otros sesenta canales que el cable me ofrece. Hay algo en particular con este programa que me hizo enganchar y seguirlo los últimos cuatro capítulos.

Ahora bien, si uno indaga un poco más en los créditos y compara con otras ofertas de la parrilla internacional, claramente este asunto de los bailes de salón se ha convertido en una especie de moda. Y en ese sentido, ni TVN ni Canal 13 han hecho mucho mérito en lo que creatividad se refiere. Es más, ahora la demanda por aprender pasos en academias establecidas se ha incrementado notablemente.

Leyendo la prensa a la mañana siguiente, todo el mundo señalaba orgulloso la plasticidad que habían adquirido los protagonistas de la final: Pato Laguna y Juvenal Olmos. Y debo confesar que éste último merece todo mi reconocimiento en cuanto sin proponérselo, consiguió lo que muchos en el medio farandulero no consiguen: reconvertirse y ganar admiración por solo aparecer.

En este sentido, la presencia del cuerpo resolvió toda la animadversión que sus discursos de técnico generaron en el 2005, traducido en un ofensivo canto popular. Y creo que en este nuevo cariño, mucho tienen que ver las mujeres qye aprecian sus movimientos de caderas como antesala del goce en la alcoba. Y convengamos que el tipo le puso empeño todo el rato. Porque la clave del baile es hacerlo engrupido.No obstante existen reglas fijas para determinados ritmos (el merengue y la salsa suenan a lo mismo, pero exigen coordinaciones diferentes) existe un límite donde uno se deja llevar por el sonido y el cuerpo responde al ritmo con asombrosa plasticidad.

Es más, para cualquier sujeto normal, mientras no intente ser un maestro o no piense que todo el mundo lo está mirando, la garantía de pasarlo bien es segura. Lo digo con uso de razón y con resultados aprobados. Por eso logro comprender que la discoteca gay es particularmente neurótica en ese sentido, porque indeclinablemente uno baila para llamar la atención. Y por eso suelo tropezar más que aquellas veces donde jugando al burgués en los matrimonios, la chica de turno me ha ayudado a dar vueltas menos mariconas al son de una melodía dominicana.

Y cito al burgués recordando las columnas que Pedro Lemebel escribiera hace dos semanas en La Nación Domingo. Claro que él lo hizo impelido por la necesidad de criticar el angustiante olvido chileno que observaba los pasos almidonados de Paty Maldonado o Raquel Argandoña, celebrando idiotas la danza de un par de arpías. Y es que los asesinos también pueden danzar. Y que decir del afirulamiento de Jordi, que al menos es más digno y honesto que el besador de la Olivarí.

Pero al igual que en el caso de Olmos, convertido por los medios en un “cuarentón rico”, puedo descifrar ese gusto por moverse y poner en suspenso el discurso por un rato. Es cierto que al bailar uno se olvida del trabajo o de las cuentas pendientes y adquiere una luminosidad particular. Así se recupera la función ritual que el baile adquiere en todas las culturas, que en nuestro caso es poner al centro el cuerpo en sí mismo. Porque ya no pedimos mejores cosechas, mayor fertilidad para nuestras mujeres (bueno a veces si) o simulamos la caza de un animal salvaje. Ahora nos ponemos nosotros mismos, entre anulando y promoviendo la individualidad sobre la pista. Y las canciones de fondo dan para todo sea rumbeando para acalorar al prójimo o robotizando la existencia dentro del loop tecnológico de la electrónica.

Y al igual que la vida, este oficio de presencia y ausencia se puede cultivar y darnos más de un placer.