jueves, 11 de octubre de 2012

Curar al curandero

Si tomamos distancia del Seminario sobre "terapias reparativas" que organizó la Universidad Católica del día martes en Santiago, creo, tenemos una valiosa oportunidad de reflexionar sobre la manera como se construyen los estigmas que afectan a la homosexualidad en Chile. Y aunque entiendo que la justificación de tales inventos mete el dedo en la llaga de todos los que hemos vivido el miedo de salir del clóset, no creo que sea la responsabilidad de las organizaciones LGTB crucificar a los expositores como se ha permitido hasta ahora.

Lo digo porque las reacciones y disputas que han sucedido al evento podrían básicamente clasificarse en dos: primero, aquellas que apuntan al rol de la Universidad como institución que da acogida a una teoría y una práxis determinada (no puede difundir algo que hace daño vs. la libertad de expresión) y segundo, aquellas que apuntan a descalificar tanto al adversario como su mensaje (esos homosexuales siguen con su lobby vs. la organizadora es una vieja amargada y lesbiana reprimida)

Y a mi parece que este segundo tipo de reacciones hacen más que evidente un proceso social mucho más complejo y que lamentablemente las organizaciones LGTB están obviando al situarse en una trinchera que más que neutralizar, fortalece al enemigo. Me explico: decir que la publicación del libro que ayer se vendía no es científico porque nombra a Dios ciento cincuenta veces no sólo es una afirmación parcial sino también odiosa con los teólogos homosexuales, que hay varios. Publicar la foto de la señora Anastassiou para servir de blanco de toda la ira que el seminario generó tampoco me parece en absoluto sensato. No basta gritar una y otra vez que somos felices, hay que demostrarlo. Y aunque no tengo la vara para medir la felicidad, sospecho que aquella tiene mucho que ver con saber asumir  y transformar las circunstancias donde uno está parado.

Para quienes vivimos en Chile al menos, nos toca vivir en una sociedad donde ser homosexual todavía es un problema y donde la intimidad personal crecientemente cobra valor. Más que décadas atrás, nuestra orientación sexual es una carta de presentación, porque si bien los supuestos que regulaban el matrimonio y la familia han cambiado, si bien la homosexualidad se ha despatologizado y despenalizado, también es cierto que ya no podemos andar por la vida sin dar muestra de nuestras preferencias sexuales. Que digan lo contrario la telerealidad y su afán de formar parejas, como las infinitas copuchas que en cada fiesta coliza intentan saber si tal o cual es hetero o no, si disfraza bien el resfrío o si por el contrario es demasiado sexual. En este contexto social, una buena salida del clóset no es sólo un signo de salud mental, sino también un logro en lo que respecta a tener una biografía coherente en sí misma.

Tan importante es esto último que el control de la intimidad -el marco teórico para analizar los episodios de la biografía personal como diría Giddens- se ha convertido en el terreno en disputa para controlar la sexualidad, desplazando al mero control del cuerpo y su mecánica, como describía Foucault. Siendo así, entiendo -aunque no justifico en absoluto- el porqué las terapias reparativas subsisten todavía y por qué determinados individuos insistan en su masoquismo de querer curarse a partir de entender sus pifias. Pero una cosa muy distinta es hacer una funa electrónica para enrostrarle al "infeliz amargado", al "católico reprimido", que "somos felices a pesar de ellos". Tal es el nivel de agresividad de algunos comenarios que más que ayudar terminan por echarle leña a la hoguera ajena. Respiremos un poco. Me parece que no debemos olvidar que la verdadera batalla no es defender la salida del clóset personal, porque eso es un derecho ya ganado. Si el terreno de lucha es la biografía y la intimidad personal, la verdadera batalla tiene que ver con ser capaz de proveer y proveerse de elementos que permitan observarse a sí mismo permanentemente, y saber en todo momento que nuestra construcción como personas nunca está terminada.

No basta con decirle a los adolescentes siendo gay "puedes ser feliz y de paso rompe la foto del enemigo", porque al enemigo, para vencerlo, hay que comprenderlo también. ¿Cómo librarnos de la homofobia si asumimos como obvio que al otro no se la han metido como corresponde? Permitir que el debate se extienda en esas coordenadas es profundizar una estructura social que es desigual y que insiste en decir que los problemas tienen que ver con heridas personales y no con las condiciones sociales generales de las cuales participamos todos.

La señora Anastassiou, por ejemplo, describía en su entrevista de ayer el relato perfecto de lo que es una tautología. Todos los que conoce se han sanado, porque los que no se han sanado -los homosexuales- son tan irascibles y discriminadores que obvio que no están a su lado. Todos los que van a terapia llegan motivados, porque convengamoslo, ¿quién querría romper con todos los lazos sociales que tiene? Y en determinados contextos, sobre todo en las élites económicas, culturales y religiosas, esa homogeneidad y deseo de no salirse del margen son la norma fundamental. Ahí está el riesgo real para alguien que siente que lo que quiere es distinto a lo que pensaba alguna vez que iba a querer. Esa es la verdadera herida y no todos tienen los mismos medios para enfrentarla.

No me importa en grado alguno la vida sexual de esta señora, porque pedirle cuentas me exige también estar dispuesto a ventilar la mía. Y no me importa cuántas veces le reza a Dios, uno que alcanza para mí también. Lo si me gustaría saber cuántas veces le ha pedido al mismo poder ser humilde, es decir, aprender a descentrarse para aproximarse a la verdad que siempre es esquiva. Y lo mismo se aplica para nosotros: nunca podemos opinar de la vida sexual del otro, de sus creencias, pensando que por estar afuera del clóset somos más libres, menos retrógrados, más educados, menos supersiticiosos que el resto. Eso es patear la pelota para afuera, cuando en realidad sigue aquí al lado. Hagámonos un examen de homofobia interno y seguro -me incluyo- varios salimos para atrás.

Toda curación comienza por la cura del curandero. Así ha sido desde el chamán hasta el psicoanalista como dice Levy-Strauss. La responsabilidad que tenemos entonces es aprender a ponernos siempre entre paréntesis, así como poner entre paréntesis al otro. Sin esa debida distancia podemos estar fuera del clóset, pero nunca estar integrados a la complejidad de toda la vida social.