jueves, 13 de junio de 2013

Lobby gay o el enemigo equivocado

Esta es una breve reflexión más que una opinión. Me referiré aquí a la cuestión del lobby gay que funcionaría al interior de la Iglesia católica. Frente a la revelación papal y la invención de un enemigo imaginario, la aclaración de conceptos. Esto, porque el tratamiento banal que se le ha dado a la noticia no hace más que perpetuar un mecanismo de discriminación que una vez más pone la homosexualidad del lado del mal.

Dos elementos debieran ser considerados para analizar la cuestión del "lobby gay" vaticano. La definición del lobby. Cuando se usa la expresión "lobby gay" se está apelando a un lugar común, pero equivocado. En esto ni el Papa se salva. Por definición, lobby es básicamente un grupo de personas influyentes, organizado para presionar en favor de determinados intereses. En términos estrictos es una cuestión de política y capital, sea este social o económico. Por eso es apropiado hablar del "lobby farmacéutico", por ejemplo, cuando dicha industria  logra prohíbir la venta de analgésicos en los supermercados chilenos. Teniendo por cierta tal definición ¿Acaso los lobbistas denunciados son todos homosexuales? No se deduce de la noticia ¿Acaso el lobby gay que describe el Papa está pidiendo reformas o leyes? En caso alguno. Para ser precisos, lo que el pontífice denuncia es más bien un grupo que dentro de la Iglesia cambia influencias eclesiales a partir del chantaje, toda vez que algún cardenal, obispo o cura raso sucumbe ante los llamados de la carne, en especial de aquella que está más prohibida.

Esto nos lleva al segundo punto a considerar: la relación entre política y sexualidad. Admitámoslo, decir que hay homosexuales al interior del clero no es algo que el mundo no sepa en realidad. La novedad está en reconocer explícitamente que la sexualidad -más allá del orden reproductivo- tiene un peso político específico en los asuntos del Estado. Estudie el comportamiento de cualquier corte europea o escándalos más recientes como el de Dominique Strauss-Kahn o el affaire Clinton-Lewinsky y comprenderá cómo la sexualidad es una poderosa herramienta para cambiar decisiones, ganar favores, acercarse al centro del poder o hacer rodar cabezas. La gran diferencia entre el lobby gay vaticano y otras intrigas de palacio es el orden heteronormativo que inclina el juicio: nos hemos acostumbrado a tratar de manera romántica y glamorosa los enredos de María Antonieta, las cambiaditas de Cleopatra, las calenturas de Enrique VIII, las infidelidades de condes, príncipes y consortes, mientras que nos sigue pareciendo intolerable, mezquino y sucio el cahuín amoroso homosexual.

La cuestión del pecado nefando empaña el análisis. Es más fácil pensar que los homosexuales van de la mano con la corrupción eclesial por una cuestión de su naturaleza veleidosa. Se nos olvida que  la Curia y sus agregados ha sido y son espacios sociales homosociales (espacios donde convive un solo sexo, como cárceles, campamentos militares, faenas mineras y donde la conducta homosexual no se relaciona 100% con la identidad homosexual). Se nos olvida que no hay monjas al mismo nivel de jerarquía que pudieran mover la balanza del poder al compás de sus caderas o de sus pechugas. Inevitablemente las intrigas que vienen del cuerpo necesariamente girarán a cuenta de la anatomía masculina. ¿O acaso no debemos admitir que a todos nos parece que un desliz con la secretaria del episcopado nunca será tan grave que una corrida de mano a un monaguillo? ¿O acaso nos parece hasta simpáticos los cuentos de los párrocos que tienen mujer e hijos en el campo, mientras nos parecen escandalosas la idea de una monja o de un cura con pololo? Ahí está precisamente lo terrible: que en vez de concentrarnos en lo nefasto de la intriga palaciega reparemos solamente en la condición "gay" de la corrupción sin ser concientes de nuestras propias representaciones sobre la sexualidad.

El "lobby gay" tiene resonancia en los medios porque nuevamente la cuestión homosexual sirve para trazar una frontera Nosotros/Ellos. Sea por aquellos católicos que quieren salvar la Iglesia barriendo con los fletos o sea por aquellos anticlericales que ven en la supuesta red homosexual un indicio más de la podredumbre eclesial. Pero en esa controversia se hace invisible el verdadero "pecado": la insistencia en tener el poder concentrado, de decidir todo entre cuatro paredes, de mantener una jerarquía (imaginaria y detestable por cierto) entre el celibato y la vida sexual activa, tres factores que son el germen de esta red de chantaje.

No lo olvidemos el "lobby gay" es un enemigo equivocado, primero porque no existe y segundo, porque de existir estaría peleando por algo que es justo, el fin de la discriminación. Predicar el Evangelio se trata de usar las palabras precisas y justas. Señor obispo de Roma, apunte al corazón de los chantajistas no a la orientación sexual de los mismos que eso, en serio, a nadie le debería interesar.