miércoles, 28 de febrero de 2007

Regreso y rutina

Efectivamente, me sorprendió el regreso a la capital con una serie de novedades. La primera, y quizás más significativa, tuvo que ver con el shock que se experimenta luego de cuatro semanas de estar definitivamente desconectado del ritmo habitual de la ciudad. El segundo, corresponde a la reacción que se experimenta frente al primer fenómeno y que dice relación con el compás que se debe adquirir.

Me explico, ocurre que a veces los veraneantes podemos tener la fortuna de dejar de acordarnos acerca del día y la hora presentes. Es cuando se experimenta el tiempo real del cuerpo, que no sabe de semanas de siete días, jornadas laborales o alimentación cada cuatro horas. Uno come cuando siente hambre y duerme cuando da sueño. Evidentemente, esto representa la excepción festiva que siempre dialoga con la vida cotidiana.

Porque de otro modo la playa no sería descanso. Siempre me he preguntado dónde veranean los residentes de lugares como La Serena, Reñaca, Iquique o los mismos balnearios brasileños. Porque por ejemplo, para alguien de una metrópolis como Río de Janeiro ir a Camboriú igual es hacer una diferencia. Pero para el camboriunense?

Entonces es cuando al volver a la rutina se hacen evidentes las secuencias. Lo supe cuando bajándome del bus tuve que tomar metro dentro del renovado sistema del Transantiago. La mesanina estaba llena y las boleterías se atochaban con viejas preguntonas. Y sentí tanta torpeza ajena que de pronto me di cuenta que mis revoluciones internas se disparaban.

Esa es la agresividad que sorprende a todo provinciano cuando por primera vez viene a Santiago, pensé. Y la de cualquier afuerino que visita una ciudad grande. Es evidente que la congestión que genera toda la masa humana calienta el aire de la misma manera que sube la temperatura cuando un gas es comprimido.

La lata, esta vez, es que algo tan sensible como el trasnporte público, lo que finalmente mantiene viva mi ciudad, había sido modificado de manera más que relevante. A la distancia supe de todo tipo de catástrofes vaticinadas y acaecidas. En lo inmediato, significaba que un sábado a las 21:00 hrs. Estación Central fuera un hervidero, y que el tren abordado fuera una cámara de reconversión. Porque la proximidad del prójimo me hizo recordar la rutina y todas las cosas que durante el año hago para diferenciarme de los demás.

Mal llevado es clasismo, muy en serio es individualismo. Pero fue el simple hecho de cambiar el entonro de traslado lo que permite darse cuenta de la costumbre urbana en sí misma y la cultura sumergida que ella conlleva.

viernes, 9 de febrero de 2007

Eu conhecí o Brasil

Vaya si fue toda una experiencia el inicio de estas vacaciones. Como nunca antes había ocurrido, salí de mi patria aventurándome en tierras lejanas. Claro que ni tanto tampoco, porque al final seguía paseando por Sudamérica y por un lugar con lengua romance. Y tal como mencionara en la columna anterior, pasé nueve tremendos días en Brasil.

Povo maravilhoso sin lugar a dudas. Creo que son pocas las palabras para describir la experiencia. Porque en resumen, comprobé en carne viva los beneficios formativos de emprender un viaje: desde aprender a arreglárselas solo en un aeropuerto inentendible, perder el miedo a hablar en inglés para poder interactuar con los europeos (paseantes-eternos), buscar información para tomar el ônibus o cualquier otra cosa que transforma lo cotidiano.

Porque como me fui en plan mochileiro tuve que hacer varias cosas que en un paquete turísitico se evitan. No voy a reproducir aquí el anecdotario de las aventuras, porque nunca he usado esta página como registro biográfico. Siguiendo las leyes de la convivencia brasileira, lo mejor es conversar presencialmente estas cosas. Porque si alguna lección de vida puede obtenerse de un paseo por allá es la tremenda comodidad con el desenvolvimiento del cuerpo.

Na praia, extendida realmente mucho más allá de la faixa de areia abarcaba toda la dimensión cotidiana de la ciudad. Alejado de toda la pretensión minimalista del estudio nórdico sobre el papel de nieve, latinoamericanizado fuera del charango y la banana; Brasil era una tierra donde el cuerpo efectivamente se usaba. Nada de cuerpos duros e individuos perfectos en su belleza, no. Eso quedaba para algunos que en relativo no podría decirse privilegiados. Porque al final, un individuo como yo estaba en todo su derecho de bañarse en el mar usando el mínimo de ropa, lo mismo que dormir sin polera en una hamaca.

Me quedó claro que las inhibiciones son de Chile. Y patrióticamente no puedo culparme de nada. Pero si pensar que es posible vivir de una manera más sana, más presente. Esa coherencia que se manifiesta en un buen ánimo eterno, pero también en el crimen pasional más beligerante. Y eso es como el Carnaval de tres días y el año entero para prepararlo.

Lo de Ordem e Progresso es más bien un horizonte. Porque acá el trópico que languidece se transforma en una fiesta medianamente organizada. Eu conhecí o Brasil adivinando y deseando ser parte permanente de esa comparsa.