sábado, 19 de septiembre de 2009

Y era lesbiana...

Circulando en todas las billeteras nacionales la lectura de su nombre es algo cotidiano. Pintada sobre uno de los murales más bonitos de Santiago, todos los días cientos la miraban pausando la Alameda. Recitada en las clases que salieron de Montepatria todos memorizaron su "todas íbamos a ser reinas" sin saber que alguna se inflarían el pecho para representar esos versos con toda magnitud.



No necesito decir nada diferente al título de esta columna, que no es mío por lo demás. Esta semana, medio Chile se enteró de algo de lo cual estaba enterado y todavía me pregunto cuánto habrá de calar en el pensamiento nacional. Uno que está adormecido en estas lides y que solamente se pajea pensando que el beso entre la Marengo y la Olivarí es una declaración de apertura moderna.

Más allá del innegable valor literario que encierran los intercambios epistolares de Gabriela Mistral con Doris Dana, y la interesante y única forma que encontrara para expresar un amor dolido, velado y pasional; tenemos una oportunidad única de reconocer parte de nuestra identidad, una que también traiciona, duele y apasiona.

¿Agonizaran nuestras bibliotecas de considerar manchada a la poetisa? ¿Se alimentarán los chistes que festinan con sus rasgos de lindia ahora que se miran como si fueran los de un hombre?

Porque poco he leído sobre cómo sus letras de amor salvífico pueden ser una nueva expresión de fertilidad femenina, analogía de las curvas del río Elqui y de la sabiduría de cabeza blanca de montaña. Madre de las letras lésbicas, siguiendo el ejemplo de Safo que las pinturas representan con una idealización clásica, que quizás le hubiesen perdonado los pecados a la Mistral de haber sido parecida a ella.

Porque es lamentable que las lesbianas tengan que parecer como sacadas de una porno sueca, cuando la realidad es que esa etiqueta de vida surge del amor a otra, y del sumergirse en honduras tales que el alma humana encuentra nuevas palabras para decirse.

"Todas íbamos a ser reinas de cuatro reinas sobre el mar" La gente dice que si cien personas se toman de la mano cruzan el valle del Elqui a todo su ancho. Pero las palabras de ellos mismo vuelan hacia el infinito del océano. Justo ahí escribe alguien que nos llenó orgullo con su Nobel bajo el brazo y que ahora nos da la posibilidad de honrarla no porque la encontremos rica (porque nos da plata) sino porque entendemos el misterio de su existencia.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Salvajismo dental

"Para ser bella hay que ver estrellas" dice un antiguo dicho que no sé cuantas veces se lo escuché a mis tías, a las nanas de la casa, a compañeras de trabajo y tantas otras. Casi a todas las mujeres (salvo mi madre, que no lo necesita...)

Es parte del reconocer femenino, sostener que solo el dolor puede traer el beneficio de la belleza, como si las cicatrices producidas fuesen una suerte de insignia que jerarquiza a su portador frente a los demás. En mi caso, el sacrificio de la propia sexualidad. Nada que ver con ponerme tacos y caminar de puntillas toda la vida, nada de meterse bótox y quedar con cara de palo. Sacar pecho no es tener que inflar las pechugas.

Por ser hombre, dejé que la mano de Dios hiciera todo el trabajo. Lo que si, olvidé que olvidó encargarse de mi dentadura por completo. Entonces, la que vió estrellas fue mi billetera, la cual una y otra vez ha debido desembolsarse para asegurarme una sonrisa de ensueño aun cuando la figura de la misma dándole las gracias a la dentista fuera tan plástica como las tetas de silicona.

Este mes caí de nuevo en el pabellón y a pesar de tener una luz de interrogatorio clavada frente a los ojos, y las estrellas que bailaban alrededor de mi cabeza, no pude dejar de concentrarme en toda la tecnología que magnificaba, subdividía, escondía y especificaba toda esa masacre en mi boca. Y sin palabra alguna tuve que contemplar como me ponían cuñas, agujas, separadores, clavijas, cuerdas de piano y la misma mano de la doctora violando un espacio privado privado (me acordé de la catequesis que me enseñó que solo podía decir buenas palabras para no ensuciarla antes de la comunión... maldición)

Sudando la gota gorda a más no poder, evadiendo la simpatía natural y forzosa de la doctora, intentando retener en mi cabeza el disco perdido de Milla Jovovich o la cancioncita cursi de Paris Hilton intentando edulcorar esa carnicería, envidiaba a todas las modelos que parece que nacen con los dientes perfectos, y no tienen que pasar por toda esta ortopedia que de sádica tiene harta.

Más allá de la posibilidad de cuidar los dientes para no morir de inanición, la disciplina de la odontología parece ser una nivelación para el sufrimiento estético masculino. Dicen que con dientes feos no te reproduces, supongo que mirando los únicos huesos visibles que tenemos, las mujeres escanean la resistencia del esqueleto (y el espíritu) de quien tienen al frente. Sin embargo, pocos reparar en que la artificialidad que se ha hecho cargo de esta transacción, no incorpora la verdadera valía del dolor.

Los dientes picados terminan picándolo a uno por dentro. Y digo esto desde la perspectiva religiosa: me crié escuchando que solo el dolor redime y la perfección espiritual tiene algo de estoica. Y como las misiones, haciéndome cargo del salvajismo dental a lo mejor colaboro a mejorar el universo. Puede ser hasta anestésico. Eso, mientras convierto el sillón del dentista en una reposera de playa.

El taladro ya me tocó un nervio.