miércoles, 22 de agosto de 2007

Bótox y falocentrismo

La televisión es fuente inagotable de impresiones. Lo digo porque quedé absolutamente impactado por el programa Contacto de anoche. Para quien siga esos programas médicos tipo "Dr. Vidal" no sería nada escabroso observar cómo los escalpelos desfilaron repetidas veces para hacer una versión local de "Extreme Makeover" chanta.

En la oportunidad, eso sí, el gremio acusado no fue la asociación de galenos (intocables por lo demás) si no una nueva profesión: las "cosmiatras" No sabía si era algo así como geriatras cósmicas o algo parecido, pero alguna relación tenía el vocablo. Eso, porque la mayor parte de las veces, las víctimas eran viejas que no querían serlo y por eso, se sometían a vejatorios tratamiento de belleza a punta de inyecciones vencidas, plástico líquido, silicona mal terminada y un sinfín de porquerías que se inyectaban en cara, pómulos, labiso, senos y demás.

Denuncia mediante (por ejercicio ilegal de la enfermería) no pude dejar de pensar en las pacientes que daban crédito a profesionales de dudosa apariencia, y que con una ingenuidad pasmosa (disfrazada de audacia para ser sexy) entregaban su cartera y cara para ser maltratadas sin piedad.

Podrán decirme que no tienen la culpa de ello, que toda mujer tiene derecho a ser bella. Se supone que así, control del cuerpo mediante, las féminas consiguen profundizar su emancipación del macho. Claro, no soy un entendido en la sociología de género, pero el sentido común me dice que la defensa de estas actitudes es consecuente con la idea que "para ser bella hay que ver estrellas" y que una mujer tiene derecho a verse rica incluso después de los 50.

La lata es que ese verse rica no es otra cosa que parecer de 20, cuando todo el cuerpo de una dama está "paradito". Yo, hombre que voy por los treinta, contemplo como hay partes de mi anatomía que evidentemente serán afectadas por la gravedad. Lo digo por la guata -para los malpensados- pero también para los párpados, los pómulos, el lóbulo de las orejas, el poto y otras cosas más. Y es que la naturaleza se rinde a sí misma. Ahora bien, eso no descarta que para sentirme cuerdo y concetado con la realidad, algún ejercicio tendré que hacer, para no quedar marchito antes de completar siquiera la mirtad de los años que la maldita esperanza de vida se encarga de alargar.

Pero aún así, por ser hombre algo me salva. Hasta que pueda seguir venciendo a la gravedad con mis hormonas la cosa va segura. Y respecto de ese culto al falo, que todavía sigue operando en nuestra cultura, las mujeres llevan algo de desventaja. Hay otras cosas donde nos pegan mil patadas en la raja, pero en esto no. Y quizás en esa "envidia" la liberación sexual ha operado como un mal espíritu esclavizando sus cuerpos a la dureza y rigidez que buscan tener dentro suyo.

La cara de las cosmiatras hervía en bótox. Ninguna era capaz de expresar emoción (si lo hubieran hecho funaba el negocio) Y reproducián en su rigidez la penetración original con sendas jeringas, con la diferencia que las pobres minas no lo pasaban bien en absoluto. No obstante aquello, la tranquilidad espiritual operaba si todo apuntaba hacia arriba al final de las sesiones.

Que si quedaba la cagada con quistes desparramados por el cuerpo, eso se veía después. Que si era traumático y se necesitaba terapia luego de las horrendas intervenciones que tenían que realizarse para extirpar los polímeros, eso quedaba en cargo de la paciente. Que si yo no podía dormir al empatizar con ese trauma, eso quedaba a mi juicio como espectador.

Porque al final las cosmiatras y las mismas mujeres penetradas por la jeringa de botulina no se podían hacer cargo del veneno que se infiltraba en las conciencias de la gente. Ese veneno, que es la idea de liberación disfrazando una nueva esclavitud y la idea de emancipación frente a una idea de virilidad todavía circunscrita a tener la cara como palo.

lunes, 20 de agosto de 2007

Dios salve a la reina (en su cumpleaños)

Se me pasó el cumpleaños de mi "reina". Bueno, al menos ese es el título con el cual debiera identificarla: algo así como la soberana de lo coliza. Yo, ahora devoto defensor de las libertades políticas y el proceso de individuación, creo más bien que podría ser mi mentora en cuanto cómo ser pop y obtener réditos de aquello.

Me acordé de mi falta de memoria gremial, cuando, sorprendido en una noche de ensoñación soltera, sintonizó mi televisor el último concierto de la "chica material". Por cierto, a estas alturas tiene poco de chica y harto de vieja-regia. Así, la soporífera modorra del domingo en la noche (tan angustiosa ante la proximidad del lunes) se convirtió en una festiva vigilia en mi dormitorio.

Claro, ya me había enterado del cumpleaños famoso, cuando vi empapeladas todas las esquinas de mi barrio con los afiches de la Blondie promocionando el espectáculo. Prometía trasnformistas, cotillón, repartición de torta y videos fullscreen. Cuando fui hace años atrás a la Noche de Divas, dedicada esa vez la Ciccone quedé boquiabierto por el fluir energético del lugar, conmocionado por la efervescencia de los estrógenos digitales. Todos, absolutamente todos querían ser y bailar como esta mina warrior enfundada en Dolce y Gabbana: hombres y mujeres presentes.

Claro, hay una importante cuota de descaro en sus acciones que todos quisiéramos tener. Pero mirando detenidamente el concierto del domingo, me pregunté sobre aquello que Madonna maneja con sabiduría empresarial en cada una de sus presentaciones. Que son aluscinantes, lo son. Que son un despliegue de sofisticadas tecnologías, lo son. Que son el escenario de una provocación evidente, lo son. Sino, no se explica la crucifixión de la "reina" que todo Occidente comentó.

Y también son una referencia egocéntrica. Por algo cita su accidente ecuestre mientras interpreta "Like a Virgin", estableciendo los parámetros de su sofisticación física y costumbrista. La primera vez que interpetó en vivo la canción, se disfrazó de novia calentona en un escenario de MTV. Sólo le faltaba masticar chicle con la boca abierta para parecer una tonta naif. Ahora viste de british lady tras comprender que andar en pelota ya no favorecía su espíritu ni las ventas del mismo.



Pero al final, la admiro por inteligente. Con esas dos señales, la cruz y el caballo, comprendí que apela a varias claves inconcientes. Sabiendo esto, pretendiendo cierto intelecto, ya no es necesario tenerla por placer culpable. Porque es un ícono al fin y al cabo, un resumen de varios simbolismos explotados de manera capitalista. Es ubicar el margen, la línea peligrosa de cruzar antes de la perdición, pero todo bajo control humanizante y civilizatorio. Como un crucificado cantando o una herida fashion de amazona aristócrata. Es como una suerte de erotismo visual y sonoro, una presentación constante de objetos y fenómenos numinosos.

Pero es imposible que atienda a todo esto por sí sola. Por algo tiene un ejército asesor consigo. Por eso no son pocos los que piden que Dios salve a la reina (en su cumpleaños), que piden que las vitaminas que toma para alargar su vida, la dejen pa'l gato, pero con vida. Porque aparte de los beneficios individuales, siempre habrá nuevos espectáculos grandilocuentes y entretenciones que apelan a sentidos escondidos y mueven el cuerpo colectivo a voluntad.

Y ya con eso es suficiente para que los pájaros que aspiran a ser reinas la llamen divina.

domingo, 12 de agosto de 2007

Fin del letargo

Todavía no se termina el invierno. Aromos florecidos mediante, se hace el loco y no quiere irse. Ni siquiera al ver el empeño con el que los cerezos empiezan a brotar. Esa pátina rosada que se instala en los árboles se vió francamente amenazada por la nieve de la otra vez.

Esa inspección de la naturaleza, la atención a las cosas (algo así como el pensamiento concreto o salvaje de Levi-Strauss) queda francamente amenazada si los pelotudos de Meganoticias musicalizan sus notas sobre la nevada en Santiago con música de Navidad. ¿Qué pretenden, francamente? Acaso pareceremos desarrollados si coincide el invierno con la fiesta familiar y el regalo. No olvidemos que hay países pobres, como Albania o la misma Palestina, donde lo navideño se vive casi de verdad con guaguas en pesebres. Y acá los niños se cagan de frío en un campamento, sin regalos siquiera.

Quizás, si supiéramos dónde estamos, donde se iergue esta ciudad, no nos asustaríamos con tales chubascos. La cordillera necesita tener la cabeza blanca un rato si queremos capotear en la piscina del verano. La niebla necesita pasearse un rato si no nos queremos ahogar en el smog. Y así es el invierno. Claro, esta ciudad se pone triste, se vuelca hacia adentro, privatiza el consumo de sopaipillas (se han fijado que cada vez hay menos carritos?) y todo parece aletargado.

Incluso el metro parece ser normal si ahora el refregón con el prójimo reporta calor debajo del pavimento escarchado. Pero siempre habrá gente inconsciente. Como el amigo aquel que se preocupó del enfermo porque está impresentable para las visitas, no porque está enfermo. Así, en la órbita propia es difícil ver el esfuerzo de la naturaleza por volver a ser el recuerdo que se nos perdió...

Cambio climático y todo, igual hay esperanza de otra primavera. Porque no hay espíritu que aguante tanto invierno, tanto frío como en este 2007; no obstante aquello no es capricho propio. Porque esa naturaleza que se empeña por volver a vibrar hacia afuera también nos gobierna dentro.

El fin del letargo se aproxima

miércoles, 8 de agosto de 2007

Aromos florecidos


Justo hoy que amenaza caer la nieve, pude reparar en el aromo que floreció a una cuadra de mi casa. Cada invierno, hacia principios de agosto, este árbol se cubre de amarillo y hace que la gente celebre anticipadamente la primavera que deja entrever. Si, agosto es un mes rudo, más aún en este invierno que de blando no ha tenido nada.

Los reportes dicen que ha sido el más frío en los últimos 60 años. A mí eso no me importa porque tengo 28, y así la cosa, es definitivamente el invierno más frío de mi vida. Consecuentemente, ha sido esta estación cuando más solitud he experimentado, cambiado a un trabajo donde todavía no hay equipos, cortando otro poco el cordon umbilical, abandonando la vida del católico reconvertido. Paradojalmente, experimento el mayor calor de mi propia compañía en muchos años.

Si no fuera así ¿cómo hubiera sobrevivido a estos días gélidos? Hubiera tenido que recurrir a los recuerdos de inviernos pasados, memorizarlos otra vez, actuar de nuevo los mismos encuentros: donde había otra gente, otras presencias con quienes sentía abrigo. Pero esas imágenes están frías y así deben estarlo, si no quiero que se evaporen. Mas, aferrarse a ese lugar es ahora un ejercicio diferente. De no hacerlo, de no querer crecer (así como tú niño rico) sería como mirar el aromo y sentir la nostalgia por el invierno que se ha perdido.

Cuando era un adolescente, me gustaban las melodías invernales, aun cuando en mi país eso no es sinónimo de la abundancia navideña. Pero era el tiempo de recogerse, de justificar la no-aventura en el mundo. Y si florecía el aromo, sabía que quedaba poco tiempo para empezar a desnudarse, otra vez, de manera forzada.

Pero ahora que cae la nieve, en algún rincón me parece interesante abandonarse al frio. Total ya no vivo de recuerdos, sino de calores tempranos. La inocencia, la niñez, aunque helada en la distancia, es ahora también una melodía del alma. Y para quienes no tienen un aromo frente a la ventana, estas mismas canciones pueden usarse como tal.