miércoles, 26 de diciembre de 2007

Solsticio navideño

Habiendo pasado la fiebre de compras de la semana pasada, parece que hasta el sol se tomó un pequeño receso. El día en Santiago está nublado y el gris extemporáneo parece una manta invernal que resumió un año particularmente frio.

Yo creo que el sol se está tomando una siesta para calentar el año nuevo. Porque de alguna forma que nadie sospecha, este año que termina nos hizo olvidar que para diciembre los damascos están de temporada, las frutillas bajan de precio, los tomates vuelven a ser dulces y el sudor es un compañero privado tras comer un pastel de choclos, que como una visita mal educada, se va tras el postre sonriente de una sandía.

Y es que de chico siempre me gustó este tiempo porque tenía el nombre del solcito de verano. Y fue la experiencia, a punta de verguenzas y empeño que me enseñó a corregir la dicción para entender el concepto de órbita y la diferencia entre los hombres que viven estaciones distintas en un mismo día. Y es que el sol tiene la fuerza para quemarnos la retina si lo miramos de frente, pero sin él no veríamos nada de lo que compone nuestro mundo.

Este rito del verano, oculto tras el pino nevado y sus adornos de escarcha prestada, siempre ha estado ahí para final del año. Así, el tiempo que empieza viene de la mano con una abundancia positiva que no es la esperanza urgida del invierno europeo, ni el hambe instalada de Medio Oriente. Acá en Chile, la Navidad se vive en pañales cortos, en túnicas de lino y sandalias obligadas de la capital.

A mí, con el frío de este año se me había olvidado por completo. Mas, todo tiempo tiene sorpresas. Para mí llegó dentro de un envoltorio desconocido. Y como la imagen remota del pesebre tiene sentido si tras la escapada mental del espíritu, el ensimismamiento mira de reojo y encuentra de nuevo a los compañeros. Pastores pobres como las ratas desvelados en la noche de sus pesadumbres. Reinas pitucas de Oriente que de repente miran a otra estrella que rivaliza con el brillo de sus coronas. Y ante tanta novedad, el peregrinar confiado no es sino la vuelta al origen otra vez: rendirle culto a la sencillez del recién nacido que tiene todo por descubrir.

Cuando empecé a escribir este blog no pensaba las consecuencias que tendría. Hoy por hoy, la inclinación a la aventura y el sueño húmedo permanente tienen sinónimo en el romance. Y de la misma manera que me vi obligado a apagar el computador por (des)gracia del destino, ahora tengo otros relatos que no sé como escribir al no tener palabras en mi diccionario.

El rezo navideño dice entonces, que todo está por comenzar. Aunque sea un hombre con pretenciones de adultez acabada. Otra vez, en el mismo lugar, pero en diferente tiempo y locación. Después de abrir estos regalos, de sentir en la piel como el calor recorre de nuevo los pliegues de la geografía que abrazo; tras entender cómo está girando el mundo, es imposible que vuelva a ser el mismo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

La resurrección de Lázaro

Mi computador padeció la muerte y la resurrección. En los días de penumbra hubo varias cosas que no pude hacer, no obstante decubrí otros modos de acompañar mi solitud. Y es que habiendo perdido en parte la conexión con el mundo, el coma de mi compañero me mantuvo a mí también en el ostracismo.

No pude ver las noticias que no leo en el trabajo, ni pude bucear en los rincones alternativos de last.fm. No pude fantasear con la idea de las citas electrónicas. Dejé de escuchar a TV-resistori y toda su fantasía adulta infantil. Pero, no obstante, hubo maneras de remediar la pena solitaria a la que me acostumbrara de mediar tanta tecnología en mi vida.

Hay otros hombres que tienen aún más artículos que yo para entretenerse e incluso definirse, pero en mi caso el mp3 y las planillas del SPSS siempre salvaban mi cabeza, mi bolsillo y mi orgullo. Entonces la sorpresa de un accidente, una caída al suelo, recobra ese dolor original del parto, que deja abierta la respiración a un mundo nuevo y autónomo.

Porque no hay mal que por bien no venga, dicen. Como el palestino amigo del Maestro, el laptop volvió a la vida de la mano de los técnicos. En el primero de los casos Jesús habló y Lázaro salió por su cuenta del sepulcro. Nada se dice en la Biblia acerca de si su caminata era exactamente igual a la original. Dos mil años después a mí me formatearon el disco duro. Y los registros anteriores de mi existencia, las fotos, las canciones, se perdieron para siempre, al menos en su versión conocida. Rescatarlas implica una arqueología digital que puedo realizar, pero que nunca conocerá los mismos resultados que el alma anterior.

De haber sido precavido y mediar mayor técnica en mi actuar, me habría salvado de esta catástrofe. Catástrofe aparente, pero catástrofe al fin. Ahora, al igual que el resucitado, tengo que ver la vida de una manera diferente, con una memoria configurada con otras formas, con nuevos sentidos que distinguen estímulos extraños. Porque cualquier resurrección jamás será analogía del primer nacimiento.

Habiendo cruzado una barrera de silencio, las palabras retornan con renovada fuerza. Y esto es más que una simple vuelta al sol, más que recobrar un verano bicentenario o un nuevo cumpleaños de ensoñación. Porque nada de lo que se pueda contar es igual, habiendo perdido la memoria aunque sea solo por un rato.

La fortuna del tiempo bíblico es que no había tecnologías para tratar la vida, por tanto, el registro de la existencia se entrega a pulsasiones presentes en el cuerpo y sangre del escriba, no de la tabla de escribir. Fortuna entonces que ahora, acompañado por la posibilidad de romper la rutina, la resurreción de Lázaro HP es un detalle frente a poder ver la vida con un nuevo horizonte.

Y no es que haya estado en coma estas semanas. Por gracia del destino solo renuncié a tener todo escrito en el computador. Y tú, que lees esto, sabrás a qué me refiero. Ahora quiero escribir algunas cosas junto contigo también.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Coma digital

Anteayer sufrí al humillación de azotar contra el suelo el precario laptop que colgaba de mi hombro. Habiendo visto demasiadas noticias en la mañana, hacía un tiempo ya que optaba por esconder de los delincuentes esta herramienta dentro de un portafolios humilde y desvencijado, el mismo que -de manera traicionera- decidió rendirse poco antes de las nueve de la mañana de ese día.

No obstante, las demandas de la vida rápida pueden ser tales que no fue sino cinco horas después (cuando intenté prenderlo) que me percaté que el bicho yacía tieso, apagado en su función electrógena, difunto en el latido de gigabytes. Batería en orden pero voluntad dormida. Y lo que podría ser la entretención del técnico, el vuelo dopado de un informático, para mí constituía una verdadera tragedia. Nula la pantalla, se me iban a olvidar todas las entregas de proyectos, todas encuestas que almacenaban la vida opinante de unos cuantos escolares.

Se me iban a olvidar las fotos, los parajes satelitales que coleccionaba, los proyectos de revista siempre a medio curso, la violación a la privacidad en las claves del chateo, los diccionarios finlandeses coleccionados, las carpetas con nombre cochino, todo. Y aunque mi memoria fuera mucho más compleja que la de este aparato, algo me pasó que sentí que me amputaban un pedazo del cuerpo. Mal que mal, ¿qué harían mis dedos para jugar lejos de un teclado?

Por el bien de la humanidad debía encontrar remedio pronto. Y la fantástica contradicción radica en que toda la tecnología que se descompuso, todas las secuencias de actos microscópicos que no debía comprender, se amparaban en otros despliegues, en otras sofisticaciones conductuales remotas que me tuvieron contándole mi drama a una dominicana call center que me envió un código alfanumérico para entregar mi equipo en un buzón de Chile Express. Si hasta podría ser una nueva táctica de robo pensé.

En todo este trance ningún ser humano de carne y hueso me acompañó. Nunca vi una persona al otro lado de mi conversación. Porque hasta en la entrega la chica se limitó a levantar la vista únicamente para entregarme otra serie numeral y punto. Y aunque no tuviera absolutamente nada que esconder ante el héroe que resucitara a este Lázaro HP, bien podía sentir la angustia de exponer la vida anónima ante aquel médico que supiera como reconectar el corazón de esta parte de mi vida.

Y he entonces que se reproduce otra vez más una de las claves sufrientes de la humanidad. Hay una ceguera inducida, un velo tras la vida que permite funcionar flotando sobre lo desconocido. Y la identidad se juega en esa inconciencia. No entenderlo es casi tan sano como resolver el Edipo, sin ser testigo de las calenturas paternas que nos volverían esquizofrénico. Entonces entregamos la vida suponiendonos soberanos, hasta que una caída, un traspié, nos vacían hacia esta sombra del desconocimiento. Y ese eje del mal, esa ignorancia, es algo a lo cual hay que rendirse para seguir con esperanzas.

Bien podría decirse, entonces, que lo numinoso ha encontrado nuevas formas de manifestarse en la sociedad global.