jueves, 6 de diciembre de 2007

Coma digital

Anteayer sufrí al humillación de azotar contra el suelo el precario laptop que colgaba de mi hombro. Habiendo visto demasiadas noticias en la mañana, hacía un tiempo ya que optaba por esconder de los delincuentes esta herramienta dentro de un portafolios humilde y desvencijado, el mismo que -de manera traicionera- decidió rendirse poco antes de las nueve de la mañana de ese día.

No obstante, las demandas de la vida rápida pueden ser tales que no fue sino cinco horas después (cuando intenté prenderlo) que me percaté que el bicho yacía tieso, apagado en su función electrógena, difunto en el latido de gigabytes. Batería en orden pero voluntad dormida. Y lo que podría ser la entretención del técnico, el vuelo dopado de un informático, para mí constituía una verdadera tragedia. Nula la pantalla, se me iban a olvidar todas las entregas de proyectos, todas encuestas que almacenaban la vida opinante de unos cuantos escolares.

Se me iban a olvidar las fotos, los parajes satelitales que coleccionaba, los proyectos de revista siempre a medio curso, la violación a la privacidad en las claves del chateo, los diccionarios finlandeses coleccionados, las carpetas con nombre cochino, todo. Y aunque mi memoria fuera mucho más compleja que la de este aparato, algo me pasó que sentí que me amputaban un pedazo del cuerpo. Mal que mal, ¿qué harían mis dedos para jugar lejos de un teclado?

Por el bien de la humanidad debía encontrar remedio pronto. Y la fantástica contradicción radica en que toda la tecnología que se descompuso, todas las secuencias de actos microscópicos que no debía comprender, se amparaban en otros despliegues, en otras sofisticaciones conductuales remotas que me tuvieron contándole mi drama a una dominicana call center que me envió un código alfanumérico para entregar mi equipo en un buzón de Chile Express. Si hasta podría ser una nueva táctica de robo pensé.

En todo este trance ningún ser humano de carne y hueso me acompañó. Nunca vi una persona al otro lado de mi conversación. Porque hasta en la entrega la chica se limitó a levantar la vista únicamente para entregarme otra serie numeral y punto. Y aunque no tuviera absolutamente nada que esconder ante el héroe que resucitara a este Lázaro HP, bien podía sentir la angustia de exponer la vida anónima ante aquel médico que supiera como reconectar el corazón de esta parte de mi vida.

Y he entonces que se reproduce otra vez más una de las claves sufrientes de la humanidad. Hay una ceguera inducida, un velo tras la vida que permite funcionar flotando sobre lo desconocido. Y la identidad se juega en esa inconciencia. No entenderlo es casi tan sano como resolver el Edipo, sin ser testigo de las calenturas paternas que nos volverían esquizofrénico. Entonces entregamos la vida suponiendonos soberanos, hasta que una caída, un traspié, nos vacían hacia esta sombra del desconocimiento. Y ese eje del mal, esa ignorancia, es algo a lo cual hay que rendirse para seguir con esperanzas.

Bien podría decirse, entonces, que lo numinoso ha encontrado nuevas formas de manifestarse en la sociedad global.

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