jueves, 18 de agosto de 2011

La homofobia del investigador

Pierre Bourdieu insistía en su pequeño ensayo "Reflexiones sobre la cuestión gay" que la homofobia dominante en las ciencias sociales relegaba siempre a segundo plano todas las investigaciones que tuvieran que ver con el género, los homosexuales, las minas que no lo son tanto, los travestidos, las trabajadoras del puterío y toda clase de hierbas similares.

Para la sociología, las grandes reglas de la sociedad, el sistema de dominación capitalista, el engrupimiento religioso convertido en sistema, las ideologías que sucumben ante la revolución. Para la antropología las reglas del parentesco, el proceso de civilización. Nada que ver con la gente que se revuelca en medio del parque, con el vicio fleto que mancha las sábanas de burgueses y proletarios. Razón suficiente para no estudiar nada que tuviera que ver con el tema durante 100 años. Por que tal como lo dijera Goffman, el estigma es contagioso y no cabe duda que quien estudia la homosexualidad es también secretamente amante de la cochinada.

Nunca el tema está en la misma posición que otros. Pero tampoco lo está el investigador. Y lo digo por algo que pasa en mayor o menor medida: cuando se trata de contar qué es lo que uno investiga, las identidades no son tan móviles como uno quisiera. Yo, en tanto que homosexual cuento mi metodología para entrevistar a los transformistas y a las niñas de las flores. Y la respuesta muchas veces es un incómodo silencio. Y estoy seguro que es prácticamente igual de cavernoso en Francia que en Chile. Porque contrario a lo que se crea no depende sólo de una sociedad sino de un contexto.

Frente a la misma investigación una chica hétero sería probablemente admirada por su valentía al cruzar los límites de lo conocido; siempre y cuando no empiece a parecerse a una lesbiana enojona después. Un homosexualito como yo, en cambio, como que de alguna forma termina restregando el estigma inicial, haciendo hiperpresente la diferencia que se conoce pero que todavía incomoda al interlocutor.

Y lo sé. A la niña hétero las lesbianas más retrógradas la van a quemar en la hoguera. A mi no tanto, a lo más un chamuscón. Pero la vergüenza sigue ahí, en esa explicación forzosa a quien, con su incomodidad, interroga si será necesario seguir diciendo que me gusta la tontera. Esa misma cara de espanto contenido que impide darse un beso libremente en la calle. Consecuencia no más del ideario liberal del te acepto mientras no se te note. Porque para qué vestirse como lady para ir a la pega, para que posar de colijunto y escuchar música fina cuando no es necesario. Y no obstante aquello, la primera dificultad a vencer no está ni en esta homofobia social ni en este rechazo camuflado de las ciencias sociales.

La homofobia, dice Eribon, prexiste al individuo. No por nada todo homosexual, sea hombre o mujer, sabe que querer al prójimo del mismo sexo es tremendamente malo, mucho antes de ese primer deseo equivocado. Entonces ¿por qué no va a ser así cuando se lleva una investigación y se hace evidente una inclinación no tan propicia? Un homosexual hablando de sus iguales, si se situa del lado victimizado, bien puede devenir un libertador esclavo, a menos que se haga conciente de su propia inseguridad, en cómo se incorporó la etiqueta del mal en la propia vida. Porque nadie está libre a priori de querer esconder el resfrío o bien, querer estornudar todo el rato encima de los que miran feo.

Pensar que no nos quieren porque somos molestosos es solo una mirada ingenua y parcial. La homofobia es un sistema que está más allá de la propia posición de ninguneado o ninguneador. Que califica buenos temas de malos temas. Que probablemente considere más atendible al gay compuesto que al zafado, mismo si el primero no hubiera sido respetuoso del método científico. Por eso en estos días que estoy fuera de los libros y en el tiempo de las palabras intercambiadas, lo que dijera Bourdieu, lo que afirmara Goffman, lo que identificara Eribon, no serán más que ecos sordos sino parto por resituar mi biografía. Solo así podré librarme de la homofobia que cargo sin saberlo. Mal que mal, desde chico me gustaron las cosas distintas. La diferencia es que ahora no seré tan ingenuo o bien podré actuar que lo sigo siendo.

Reinas de la primavera allá voy.