jueves, 28 de septiembre de 2006

Bienvenido al mundo

Bienvenido al mundo, Pedrito. ¿Qué puedo contar que sea novedoso para tí, si todo, absolutamente todo es algo por decubrir? Podría contarte algo sobre como marcha el planeta, qué cosas celebramos en este país y cuál es la manera correcta de saludar a una señorita. Pero me imagino que para eso están tus padres, dos buenos amigos míos, personas dignas de toda mi confianza, creyentes, esforzados, a veces obstinados, pero siempre seguidores de aquello que sienten con fuerza inusual.

Pero bueno, esas historias se irán desgranando con el tiempo. Yo tengo una labor rara en tu vida, porque seré un adulto cada vez más viejo en la medida que cumplas años. Y puede ser que todos acá tengamos la responsabilidad de enseñarte las cosas, contarte como es la gente, tratar de indicarte como hay que ser humano. Y que sintamos todas estas sentencias como una labor apremiante, lo cual nos obliga a pensar en la legitimidad del credo, del uso del uniforme, de los besos que se dan los cabros durante la tarde en el Parque Forestal.

¿Pero cómo sabremos lo que te depara la vida? Porque algún día puede ser que incluso hables otro idioma, y por cariños a tierras lejanas olvides este primer saludo. Pero no importa, siempre te recordaremos como alguien que se atrevió a venir para reconfigurar nuestras rutinas, cambiar nuestras dependencias, olvidar nuestro propio compás al caminar.

Y luego, me quedo sin saber qué más decir. Cuando te bauticen el cura te rezará tu primer dogma, cuando te tomen en brazos escucharás que tan parecido eres a tu papá o tu mamá. Pero también algo de ti querremos tener, como buscando poder seguirnos sorprendiendo toda la vida y abandonar la responsabilidad de querer cuidarnos solos.

Todo cambia en ti y cambiamos contigo. Te deseamos lo mejor, aunque todavía no te haya visto y me demore unos días, semanas en conocerte. No obstante aquello, igual te esperamos junto con tus papás, igual te imaginamos dentro de la guata de cada embarazada.

Yo te puedo ofrecer conversar algunas preguntas. Jugar un rato más corto del que tú querrías. Cocinar sin ají también. Incluso acordarme a propósito de nada. Lo que sí es seguro, es que puedo dejar registro de este día, asegurándote que has ensanchado la sonrisa de muchos y empezando a grabar tu existencia analógica con letra digital.

Igual mi memoria emotiva y yo mismo, somos mucho más amistosos. Buena suerte, Pedrito.

martes, 26 de septiembre de 2006

Sábado por la noche afiebrado

A propósito de las veleidades del Mes del Orgullo Gay, no puedo dejar de narrar algunos acontecimientos notables que se desarrollaron a propósito del ejercicio identitario que significa asistir un sábado por la noche a "un lugar del ambiente". Y en realidad debiera precisar que me refiero "al" lugar del ambiente que en los últimos años me he limitado a visitar.

Lata hacerle publicidad nuevamente al Búnker, porque no es lo relevante del texto. El asunto es que como de costumbre mi buen amigo Cristián me invitó a bailar supuestamente para botar las tensiones laborales varias que ambos arrastrábamos hace algunas semanas, aunque en el fondo la idea fuera distraer la vista puteando sin pretenderlo. Mas, como a veces pretendo ser ingenuo, accedí a sabiendas que en no pocas ocasiones salgo de la discoteca más cargado que al entrar. Y esta vez no fue la excepción. Lo digo porque a pesar de lo deseable que resultara ser mucha gente esa noche, el mayor estímulo provino de la música y sus efectos en la concurrencia.

Los pulsos electrónicos encendían el piso no obstante mi incomodidad inicial. No se si será alguna alergia emotiva, pero a pesar de andar bien vestido esa noche y estar más flaco; alguna picazón corporal me generaba la exposición de la pista de baile. Quizás por lo mismo asumí la perspectiva de analista. Y pensándolo bien, faltó el gancho anglo que apaga mi interruptor reflexivo. Porque definitivamente la música no era de todo mi agrado: especialmente cuando devino el bloque dedicado a las “divars” latinas donde necesariamente la letra de las canciones no son cantables para mi. Hace un año que arranqué del Fausto por ese motivo y ahora me perseguían.

Puede ser que hablen tantas idioteces como los grupos dance ingleses o gringos que puedo bailar sin empacho, pero el español lo convierte todo en un discurso más apropiable. Lo digo porque para mi pesar pusieron a esa chillona colorinche de Mónica Naranjo, ídolo de peluqueras colas que se desesperan por decir que son mujeres que necesitan ser entendidas y atendidas. Y dentro de una disco gay esa es tamaña declaración. Finalizado el show principal, que esta vez incluyó una hilarante parodia de Abba, la anfitriona del lugar sacó al escenario a un muchacho que se empeñaba en gritarle Mauricio!! a esta gorda vestida a lo Celia Cruz.

Resultado de la entrevista que devino: el tipo este era cajero (primer pecado en aquel templo) de un supermercado que no era el Jumbo (segunda falta) y ante la insistencia de la animadora porque volviera a bailar la cancioncita aquella de la española, no dudo ni medio segundo para contornearse sin remedio y dar vueltas como una loca rematada (agravio capital). Tanto Cristián y yo nos morimos de la vergüenza ajena y recuerdo que dimos vuelta la cara con recato de dama sin siquiera ponernos de acuerdo. Acto seguido, la performance continuó con la nueva canción de Gloria Trevi, que vendría siendo algo así como el paradigma de la loca resucitada. Y ahí se vino el pelambre incontenible y una lluvia de epítetos fletos.

Para quienes no han escuchado este último tema que se llama “Todos me miran”, les puedo decir que tiene uno de los estribillos más narcisistas que puede haber. Pueden ver el video aquí. Y tal parece que el chico de las cajas lo había hecho antes. Obviamente no era tan alto ni anguloso como el travestido inicial (qué pasó por la cabeza de ese wachón?!), ni tampoco vestía lentejuelas como la mexicana; pero de algún modo estar bajo las luces era un tremendo reconocimiento que naturalmente aprovechó. Y vaya a saber uno si el mensaje tan chido que se le dedica a la camarilla maraquilla latinoamericana interpretaba la situación se este sujeto.

Reconozco que corriendo noviembre del 2005 fui uno de los primeros en, literalmente, peregrinar al Búnker buscando rendirle culto a Madonna cuando estrenó “Hung Up” . Y cuando proyectaron el video en la pantalla gigante realmente quedé en modo stand-by. Pero me anulé en la comunidad que bailaba conmigo, donde era el enésimo que seguía el mismo compás. Y francamente no sé si escribo todo esto proyectando el deseo inconsciente de ser como la cajera, pero lo que si sé es que no necesito ninguno de los reconocimientos que expresan las canciones y menos vestirme de reina, porque ya me identificaron como tal.

En una columna anterior señalaba que la burguesía gay purgaba todo impulso femenino, evitando el riesgo social que ello conlleva. Ahora que lo pienso bien, todo este brillo propio de las divas cae en tierra fértil cuando se necesita ser mirado por tantas razones. Ocurre con los que sabemos inglés y coleccionamos Abba o seguimos a la Minogue, que quizás aprendimos a validarnos por otros canales y resuelta la salida del closet, no necesitamos vivir a lo gay más que lo estrictamente necesario (que en la práctica se trata de coquetearle a un similar)

Por eso enfrentamos el sábado por la noche con una fiebre reconvertida, donde el juego de las seguridades e inseguridades adquieren un valor personal, tan distinto como parecido al de cualquier otro ser humano.

lunes, 18 de septiembre de 2006

Homenaje patrio

Ocurrido el 18 de septiembre, y a cuatro años del Bicentenario; no me queda más que recordar que como toda fiesta, al final la fecha constituye el recuerdo de todo lo que se simboliza en estos eventos. Porque sepan los lectores que aunque somos independientes realmente a contar del 12 de febrero de 1818 (lo que nos daría 8 años más para hacer el Puente de Chacao o el Portal de Cerrillos, casa presidencial incluída) fue el general Ramón Freire quien picado con O'Higgins no quiso reconocer su firma emancipadora, por lo que rindió honores a Mateo de Toro y Zambrano.


No obstante aquello, correr la fecha sería una estupidez insensible a estas alturas. Primero, porque ubicaría las Fiestas Patrias en pleno verano, lo cual nos quitaría tres o cuatro días de descanso a mitad de año, lo cual es siempre salvador. Segundo, porque con el calor de febrero no habría chicha que no se avinagre ni asado que no fuese saboteado por las mujeres en bikini. La Grandiosa Bertita estaría obligada a vender ensalada chilena sin cebolla y anticuchos de tofu hipocalóricos. Tercero, si ya la cueca estuvo en peligro de extinción; el riesgo de cambiarla por canciones desechables del verano se cuadruplicaría. O sea, el axé pudiera haber formado parte del alma nacional. Cuarto, no habría viento para los volantines proletas, porque no a todos les alcanza la plata para irse a la playa, y para quienes conocemos el campo de la zona central, una de las cosas más terribles es el aire inconmovible del estiaje. Con 33° a la sombra no hay ñecla que aguante.

Por otra parte, es una cosa notable el hecho que el 18 de septiembre tenga un remedo chaquetero en su constitución. Se supone que los chilenos somos un poco así. También entiendo porqué las compatriotas colas hayan definido septiembre como el Mes del Orgullo, pues sospecho que todavía existe esa idea que tal despliegue del veleidoso Freire es patromonio exclusivo de este estamento (perspectiva un tanto inconsistente e inconveniente)

No obstante, lo más preciado de esta fecha es el hecho que esté tan cerca de la primavera. Porque de alguna forma siempre se agradecerá que finalizado el letargo invernal exista este espacio para el consumo y derroche festivo; sin tanta fruta y verdura disponible ni vino disponible fuera de la barrica, lo cual nos obliga a comer carne y cebolla dentro de una masa, quemar la parrilla nuevamente y beber chicha a medio camino de su sofisticación.

El aire limpio de los últimos vientos polares siempre saca el mejor brillo de la cordillera, la cual retiene también las primeras brisas subtropicales que empujan los volantines y también el humo de los infinitos asados del litoral y el valle central. También permiten que la bandera ondee como nunca podria hacerlo en otra época. Es este movimiento el que permite que, no obstante la rutina campante del año laboral, podamos inspirar una pausa necesaria donde televisión o viaje mediante, podemos re-conocernos un poco mejor.

Este país celebra otro septiembre tan importante para su identidad. Nosotros por nuestra parte, también hacemos lo posible por comer y brindar acompañados, peleando sobre si las mejores opciones son la Fonda Guachaca o el Parque Araucano, o si estas destiñen al lado de la Brit fonda o las fiestas kitsch. Sea cual fuera el resultado, siempre Fiestas Patrias serán algo entretenido y un buen camino hacia el fin de año.

Los próximos ritos, están cada vez más cerca.

viernes, 15 de septiembre de 2006

El Estrecho de Magallanes

Ninguna autopista conduce hasta este lugar, y por lo mismo, el ritmo cancino que exige todo traslado hace difícil abstraerse de todo lo que acontece con esta geografía. Acá el viento es cosa seria y se lleva todo lo que uno no alcance a afirmar. Es por eso que las casas como regadas por la pampa, se afirman para no caer al Estrecho.

Cuando Magallanes pasó por acá, en 1520, iba dando la vuelta al mundo en sentido contrario, porque acá todo está peinado hacia el este, lugar del cual él provenía. Y cómo iba a saber que esa obstinación haría que tantos barcos se perdieran entre la estrechez angustiante de este canal o el rugiente océano del sur que los empujaba hacia atrás. Lo mismo ocurre con cualquiera que se pare en sus orillas. Se supone que es en este sitio donde el mundo empieza a acabarse, y para cualquier caminante, la senda se sumerge sin remedio. Antes de seguir se puede salvar el pensamiento triste por no seguir. La abrumadora ausencia de otras cosas acentúa el momento.



Para los navegantes sin embargo, este lugar tenía identidad precisa y su nombre se decía lento, aun cuando la planicie no entregara nada más que nombrar. A lo sumo un par de fueguinos anónimos que los perseguían un par de días. Fueron los ingleses los que empezaron a denominar los accidentes que a vista de otros buscadores parecían no tener sentido. Por esa razón el estrecho español está rodeado por la toponimia británica de Brunswick, Darwin y Otway. Y siglos después se dice que bajaron los croatas que se asustaron de seguir navegando y quizás por vergüenza solo se limitaron a conservar el apellido antes que trasferirselo a la tierra circundante.

Aquí el apuro metropolitano no tiene ningún sentido. Y tampoco la nostalgia de los andenes o los puentes. Aquí la tierra es la plataforma para esperar algún transporte según donde uno quiera ir, porque este era el camino para dar la vuelta al mundo, aun cuando eso implicara abrigar la esperanza de hacerlo.

Hay una canción de Sigur Rós que se llama Saeglopur (Perdido en el Mar) Claramente no es la música que se escucha en un paisaje de rascacielos y asfalto. Requiere un entorno helado donde el hombre se aferra a la calidez que le queda dentro para no zozobrar. A propósito de haberlo escuchado aquí, retirado de todas las reflexiones urbanas que hubiese escrito, todo pudiera tener un nuevo sentido. Es posible conocer la interpretación islandesa de aquello en http://www.ilikemusic.com/indie/Sigur_Ros_Sglopur_EP_DVD-2689. De todas formas, como lo que prima aquí es el horizonte, siempre Magallanes será un lugar para comprender de modo diferente el mundo.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Próxima salida

No es el título del siguiente panorama nocturno. Tampoco se trata de otra declaración solidaria de género. La próxima salida está ubicada en la autopista que se construyó fuera de la casa de mis padres.

Por definición, estas arterias son largas franjas de cemento que serpentean sobre la geografía de una ciudad, deslizándose de un modo singular sobre el entramado que cruza. De manera más docta es "una vía de tránsito para vehículos motorizados, separada de la circulación exterior". Muchos arquitectos no dudan calificarla como un no-lugar, porque en verdad, ningún punto de aquella constituye en si mismo un espacio que genere identidad. Todo lo que se expresa es volumen en movimiento constante, que adquiere ribetes prepotentes al volver anónimo todo lo que la rodea.

Otrora los puentes en la ciudad servían para cruzar los ríos, canales o ensenadas y permitían, con mayor o menor logro, descubrir la prestancia del accidente geográfico en cuestión. Sin embargo, la autopista que atraviesa la ciudad mediante infinitos puentes, tiene la tremenda incoherencia de negar todos esos lugares al mismo tiempo. Eso, debido a que está hecha para prestarle utilidad a todos los que deben cruzarla de punta a cabo, sin perder el tiempo de recorrer sus detalles pisando el freno.


Porque no obstante la crítica, la velocidad es su punto a favor. La vida moderna obliga y la ortodoxia urbanista no puede negarlo. No por nada las nuevas postales citadinas adquieren el brillo permanente de los autos desplazándose hacia el desarrollo. Estos ríos artificiales han cobrado mayor vigencia para muchos cuadros de la estética actual y un enlace de autopista puede ser fácilmente telón de fondo para cualquier video clip. Siempre apelando que el tránsito por ellas tiene un sentido de libertad diferente.

El problema reside en el abandonado anhelo de apropiación. Porque estas calzadas de hormigón constituyen un muro terrible que mancilla todo un barrio. La identidad de los mismos, sus nombres, sus lugares, desaparecen en la señalética apurada del conductor, para quien una esquina no es más que otro accidente que se deja atrás con total opacidad.

La casa de mi adolescencia ahora está escondida detrás del desvío a San Antonio. Del nombre de las calles que recorriera para comprar el pan, o bien del cruce polvoriento que recién llegados nos permitía cruzar al potrero del frente, no queda nada. Ahora de adulto vivo en un barrio separado del centro por una zanja apurada por donde también corre el metro. Como buen transporte público va más lento que el vehículo privado junto a él. La ironía es que me siento orgulloso de vivir en un lugar con tamaña ingeniería, como probablemente muchos santiaguinos también lo sienten.

Cuando un terremoto en 1994 rompió los puentes de Granada Hills en Los Angeles, miraba las noticias y pensaba que eramos unos picantes por no contar más que con pasarelas de madera y avenidas de adoquines sueltos, que un sismo ni se inmutaría en molestar. Ahora tenemos imágen californiana, y no importa cuanto del barrio viejo debió ser expropiado por esta circulación de fantasía. Porque con esto hicimos una concesión al renunciar a los recorridos de escala humana.


La ciudad se rinde al sistema acelerado procurando el anonimato, y cuando el atardecer enciende los faroles de los vehículos que no se detienen, me hipnotizo un poco más con la vida moderna, donde la rampa de salida que quedó en Maipú se vuelve otro accesorio más.