martes, 26 de septiembre de 2006

Sábado por la noche afiebrado

A propósito de las veleidades del Mes del Orgullo Gay, no puedo dejar de narrar algunos acontecimientos notables que se desarrollaron a propósito del ejercicio identitario que significa asistir un sábado por la noche a "un lugar del ambiente". Y en realidad debiera precisar que me refiero "al" lugar del ambiente que en los últimos años me he limitado a visitar.

Lata hacerle publicidad nuevamente al Búnker, porque no es lo relevante del texto. El asunto es que como de costumbre mi buen amigo Cristián me invitó a bailar supuestamente para botar las tensiones laborales varias que ambos arrastrábamos hace algunas semanas, aunque en el fondo la idea fuera distraer la vista puteando sin pretenderlo. Mas, como a veces pretendo ser ingenuo, accedí a sabiendas que en no pocas ocasiones salgo de la discoteca más cargado que al entrar. Y esta vez no fue la excepción. Lo digo porque a pesar de lo deseable que resultara ser mucha gente esa noche, el mayor estímulo provino de la música y sus efectos en la concurrencia.

Los pulsos electrónicos encendían el piso no obstante mi incomodidad inicial. No se si será alguna alergia emotiva, pero a pesar de andar bien vestido esa noche y estar más flaco; alguna picazón corporal me generaba la exposición de la pista de baile. Quizás por lo mismo asumí la perspectiva de analista. Y pensándolo bien, faltó el gancho anglo que apaga mi interruptor reflexivo. Porque definitivamente la música no era de todo mi agrado: especialmente cuando devino el bloque dedicado a las “divars” latinas donde necesariamente la letra de las canciones no son cantables para mi. Hace un año que arranqué del Fausto por ese motivo y ahora me perseguían.

Puede ser que hablen tantas idioteces como los grupos dance ingleses o gringos que puedo bailar sin empacho, pero el español lo convierte todo en un discurso más apropiable. Lo digo porque para mi pesar pusieron a esa chillona colorinche de Mónica Naranjo, ídolo de peluqueras colas que se desesperan por decir que son mujeres que necesitan ser entendidas y atendidas. Y dentro de una disco gay esa es tamaña declaración. Finalizado el show principal, que esta vez incluyó una hilarante parodia de Abba, la anfitriona del lugar sacó al escenario a un muchacho que se empeñaba en gritarle Mauricio!! a esta gorda vestida a lo Celia Cruz.

Resultado de la entrevista que devino: el tipo este era cajero (primer pecado en aquel templo) de un supermercado que no era el Jumbo (segunda falta) y ante la insistencia de la animadora porque volviera a bailar la cancioncita aquella de la española, no dudo ni medio segundo para contornearse sin remedio y dar vueltas como una loca rematada (agravio capital). Tanto Cristián y yo nos morimos de la vergüenza ajena y recuerdo que dimos vuelta la cara con recato de dama sin siquiera ponernos de acuerdo. Acto seguido, la performance continuó con la nueva canción de Gloria Trevi, que vendría siendo algo así como el paradigma de la loca resucitada. Y ahí se vino el pelambre incontenible y una lluvia de epítetos fletos.

Para quienes no han escuchado este último tema que se llama “Todos me miran”, les puedo decir que tiene uno de los estribillos más narcisistas que puede haber. Pueden ver el video aquí. Y tal parece que el chico de las cajas lo había hecho antes. Obviamente no era tan alto ni anguloso como el travestido inicial (qué pasó por la cabeza de ese wachón?!), ni tampoco vestía lentejuelas como la mexicana; pero de algún modo estar bajo las luces era un tremendo reconocimiento que naturalmente aprovechó. Y vaya a saber uno si el mensaje tan chido que se le dedica a la camarilla maraquilla latinoamericana interpretaba la situación se este sujeto.

Reconozco que corriendo noviembre del 2005 fui uno de los primeros en, literalmente, peregrinar al Búnker buscando rendirle culto a Madonna cuando estrenó “Hung Up” . Y cuando proyectaron el video en la pantalla gigante realmente quedé en modo stand-by. Pero me anulé en la comunidad que bailaba conmigo, donde era el enésimo que seguía el mismo compás. Y francamente no sé si escribo todo esto proyectando el deseo inconsciente de ser como la cajera, pero lo que si sé es que no necesito ninguno de los reconocimientos que expresan las canciones y menos vestirme de reina, porque ya me identificaron como tal.

En una columna anterior señalaba que la burguesía gay purgaba todo impulso femenino, evitando el riesgo social que ello conlleva. Ahora que lo pienso bien, todo este brillo propio de las divas cae en tierra fértil cuando se necesita ser mirado por tantas razones. Ocurre con los que sabemos inglés y coleccionamos Abba o seguimos a la Minogue, que quizás aprendimos a validarnos por otros canales y resuelta la salida del closet, no necesitamos vivir a lo gay más que lo estrictamente necesario (que en la práctica se trata de coquetearle a un similar)

Por eso enfrentamos el sábado por la noche con una fiebre reconvertida, donde el juego de las seguridades e inseguridades adquieren un valor personal, tan distinto como parecido al de cualquier otro ser humano.

No hay comentarios.: