viernes, 15 de septiembre de 2006

El Estrecho de Magallanes

Ninguna autopista conduce hasta este lugar, y por lo mismo, el ritmo cancino que exige todo traslado hace difícil abstraerse de todo lo que acontece con esta geografía. Acá el viento es cosa seria y se lleva todo lo que uno no alcance a afirmar. Es por eso que las casas como regadas por la pampa, se afirman para no caer al Estrecho.

Cuando Magallanes pasó por acá, en 1520, iba dando la vuelta al mundo en sentido contrario, porque acá todo está peinado hacia el este, lugar del cual él provenía. Y cómo iba a saber que esa obstinación haría que tantos barcos se perdieran entre la estrechez angustiante de este canal o el rugiente océano del sur que los empujaba hacia atrás. Lo mismo ocurre con cualquiera que se pare en sus orillas. Se supone que es en este sitio donde el mundo empieza a acabarse, y para cualquier caminante, la senda se sumerge sin remedio. Antes de seguir se puede salvar el pensamiento triste por no seguir. La abrumadora ausencia de otras cosas acentúa el momento.



Para los navegantes sin embargo, este lugar tenía identidad precisa y su nombre se decía lento, aun cuando la planicie no entregara nada más que nombrar. A lo sumo un par de fueguinos anónimos que los perseguían un par de días. Fueron los ingleses los que empezaron a denominar los accidentes que a vista de otros buscadores parecían no tener sentido. Por esa razón el estrecho español está rodeado por la toponimia británica de Brunswick, Darwin y Otway. Y siglos después se dice que bajaron los croatas que se asustaron de seguir navegando y quizás por vergüenza solo se limitaron a conservar el apellido antes que trasferirselo a la tierra circundante.

Aquí el apuro metropolitano no tiene ningún sentido. Y tampoco la nostalgia de los andenes o los puentes. Aquí la tierra es la plataforma para esperar algún transporte según donde uno quiera ir, porque este era el camino para dar la vuelta al mundo, aun cuando eso implicara abrigar la esperanza de hacerlo.

Hay una canción de Sigur Rós que se llama Saeglopur (Perdido en el Mar) Claramente no es la música que se escucha en un paisaje de rascacielos y asfalto. Requiere un entorno helado donde el hombre se aferra a la calidez que le queda dentro para no zozobrar. A propósito de haberlo escuchado aquí, retirado de todas las reflexiones urbanas que hubiese escrito, todo pudiera tener un nuevo sentido. Es posible conocer la interpretación islandesa de aquello en http://www.ilikemusic.com/indie/Sigur_Ros_Sglopur_EP_DVD-2689. De todas formas, como lo que prima aquí es el horizonte, siempre Magallanes será un lugar para comprender de modo diferente el mundo.

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