miércoles, 23 de abril de 2008

Dorar la píldora

Me pregunto cuántas de mis amigas católicas habrán marchado ayer. Y es que a pesar de tener registro sobre la convocatoria, ninguna de ellas me invitó. Ante tanta supuesta inasistencia me sorprendí gratamente al tropezar con la columna caminante al salir del metro en la Alameda.

La primera impresión borrosa me hizo pensar que la gracia recayó en camioneras rabiosas que, brazos en alto, demandaban poder de decisión equivalente a las que cualquier hombre juez podría tomar. Envidia del pene que no funcionó con la jueza Atala. Después, todavía encandilado por los faroles de la calle, creí divisar un ejército de prostitutas que reclamaban por el alza de los químicos: que si el consultorio no la reparte nos quedamos sin tintura para el pelo, parecían decir. Detrás de ellas, estaban las pokemonas que se ahorraron la micro para poncear, dentro de una manada para elegir; total ni siquiera les bajaba la regla como para tener que reclamar.

Pero luego, en seguida, estaban los actores colizas que aprovecharon la liquidación para sacar sus disfraces de curas vetustos, simulando la cara santurrona de un Benedicto que de esto se enteró a lo lejos, pero que metía sus manos sanguíneas en la vagina de una simulada parturienta. Buena tribuna para disparar a una Iglesia que hace rato quedó lejos del alcance del tiro. De la misma manera que la dirigencia travesti se sumó buscando hacer valer su belleza femenina, mancillada con la negación de la píldora para todas las hijas de Dios.

Porque nadie duda que la anticoncepción gobierna la guerra de los sexos desde los 60, ni siquiera los que viven adentro de la catedral. O alguien cree que las flacuchentas animadoras de TVUC están esperando embarazarse para arruinar la carrera y la figura. Con tanta vieja que gasta millones en estiramientos, con tanta mamá pituca que parece que encarga de verdad la guagua a París con tal no engordar como las pobres, la pelea contra la gravedad es igual de fuerte que contra la gravidez. Entonces, suponer que la regulación de un químico entre miles hará alguna diferencia en esta batalla, es no entender en absoluto donde se está parado hoy.

¿Acaso la senaturía católica podrá prohibir los ritos chamánicos para la fertilidad que algunas liberales practican? Porque lo mismo que se niega un anticonceptivo, se omiten los mecanismos para generar vida. La marcha en sí misma era una reacción contraria a vivirse este enojo de manera solitaria.

Entonces, en un mundo donde las mujeres son otras, donde la maternidad se ha complejizado de una manera abismante, es posible que convenga demorar la llegada de los hijos; que hay que disfrutar del sexo, que es mucho pero no lo es todo. La salvaguarda de ese placer vital, no es contradictoria con el uso de la boca para comulgar. Pero si unos pocos luego hacen la fila tranquilos en la parroquia de su barrio flotante, tranquilos porque ya no quedan magdalenas que salvar, me parece justo cobrar por esa otra píldora también, aquella que borró la contradicción humana y que para estos señores puede ser limpieza de conciencia no más.

La vida viene primero, más como todo en la naturaleza, necesita que la muerte la preceda. Esa es la verdadera actitud religiosa. No vale la pena entonces pelear con el que parece tener fe pero ha perdido conexión con el mundo.

domingo, 20 de abril de 2008

La compañía

Recordar viejas canciones es asumir la posibilidad de escucharlas con un giro. La experiencia primera de oir una melodía no se graba en la memoria para siempre, aun cuando los guiños indelebles de las emociones permanezcan ahí.

Cultivar la soltería implica desarrollar hábitos de soltero. Afuera la cosa parece como pura libertad, puros circuitos conocidos de silicona y sábanas sudorosas, de juerga y derroche de buen salario. Pero se desconoce que las verdaderas rutinas, esas que sostienen la vida solitaria, son cultivadas en silencio. Se cocina sin mediar palabra, se vagabundea por los espacios de la casa con la boca cerrada, se permite prender y apagar la televisión sin comentarios.

Ocurre también que esos hábitos tienen una inercia, porque son la estrucutura de la solitud. Y lo mismo que pueden enriquecer el espíritu pueden entorpecerlo, al defender los espacios de vulnerabilidad que la soltería exige cuidar. Es abandonar ese espacio un desafío de proporciones mayores, si verdaderamente se espera reconocer que lo que ata a otro es una verdadera necesidad.

Al ser sinceros con nosotros mismos damos cabida a la completitud humana, que se nutre de la existencia ajena para sus más altos fines y sus más bajas pasiones. Mirar el ombligo marea, perturbando los ojos con el espiral de esa cicatriz originaria. Es el recordatorio de la placenta perdida y de la membrana vitelina que nos separaba del universo más que cualquier otra cosa, pero que estaba hecha con la carne transparente de la madre y la semilla perdida del padre.

Entonces, cuando se mira para afuera aparece la nostalgia acérrima por la compañia. Pero vivirla de manera triste es una tentación. Es una vuelta a la vida en blanco y negro anterior al parto. La verdadera vocación es como un suspiro, un hálito que nos sube al aire.

Entonces al escuchar viejas canciones se puede recordar cómo se estaba la primera vez. Incluso en medio de un vagón del metro, apretado entre miles de personas, se hace patente esa solitud del espíritu. Y aunque haya noches que se amargan por la búsqueda racional de simetrías en el querer, la distancia asegura que lo contrario -el amor por la singularidad del hombre- es aquello que verdaderamente permite encontrar la propia esencia.

Como para valorar los propios recuerdos como arquitectura de lo que se es hoy...

miércoles, 9 de abril de 2008

Xenoglosia

¿Cómo se hablará fuera del planeta? Porque habiendo recorrido todos los idiomas de norte a sur se agotan los sonidos posibles, porque hay tanto más por decir que todavía no tiene manera de pronunciarse.

Ya decía Norbert Elías que no nos podemos despegar de la naturaleza porque nuestra cultura existe sobre ella; es como si la tradición nominalista de Occidente hubiese olvidado que necesita de la lengua, de la cavidad del paladar para decir cualquier cosa. Y esa motricidad no existe de faltar fósforo que encienda las neuronas.

En eso los hombres nos hemos especializado en inventar palabras y más palabras que nos diferencian. Desde el principio de los tiempos. Porque si no, cómo se explica el desarme de la torre de Babel incluso antes que apedrearan a la desafortunada Sodoma. De no ser por eso, de no haber querido Dios que dejáramos de competir con su ciencia, quizás hoy seríamos otros. Bastaría mirarse y entender, sin necesidad de explicar nada.

De los sonidos que nos colonizaron heredamos la jota que raspa la garganta mozárabe, y de ahí saltando al Inglaterra o Finlandia ese ejercicio no me sirve de nada. Entonces se entiende que para entender a la humanidad hay que despojarse de la propia palabra por un momento, convencido que hay otra esencia que es aprensible por los sentido pero que al buscar analogías nos deja distanciados y haciendo guerra por la razón.

Es por eso que el "don de lenguas" es algo que usó el mismo Dios para revertir el desquite sumerio. Venido el Espíritu no se puede escribir más nada, porque el arquetipo que se pronuncia carece de cálculo racional, carece de palabra con el cual nombrarlo. Es la xenoglosia entonces un don disfrazdo de divino, porque solamente puede ser descrito por la conciencia. Es degustar otro idioma una manera de amar al prójimo, sabiendo que su cabeza funciona de manera irremediablemente diferente.

Es una forma diferente y proactiva de viajar. estar fuera del país permite comprobar que en muchos lugares la geografía no traiciona y se practican los mismos ritos urbanos de noche y de vigilia, de tráfico y de patentes, de música y consumo. Y aunque el sol se ponga de manera diferente siempre habrá alguna mejor manera de llamarlo a que vuelva. A cada momento, alguien en el planeta se va a dormir y recita sus oraciones con otros acentos. Incluso es más, hay veces que dos sujetos en la misma cama no logran acordar cómo desearse las buenas noches.

Queriendo aprender la lengua de cada viviente, me dispongo a viajar por nuevos vocabularios.