domingo, 20 de abril de 2008

La compañía

Recordar viejas canciones es asumir la posibilidad de escucharlas con un giro. La experiencia primera de oir una melodía no se graba en la memoria para siempre, aun cuando los guiños indelebles de las emociones permanezcan ahí.

Cultivar la soltería implica desarrollar hábitos de soltero. Afuera la cosa parece como pura libertad, puros circuitos conocidos de silicona y sábanas sudorosas, de juerga y derroche de buen salario. Pero se desconoce que las verdaderas rutinas, esas que sostienen la vida solitaria, son cultivadas en silencio. Se cocina sin mediar palabra, se vagabundea por los espacios de la casa con la boca cerrada, se permite prender y apagar la televisión sin comentarios.

Ocurre también que esos hábitos tienen una inercia, porque son la estrucutura de la solitud. Y lo mismo que pueden enriquecer el espíritu pueden entorpecerlo, al defender los espacios de vulnerabilidad que la soltería exige cuidar. Es abandonar ese espacio un desafío de proporciones mayores, si verdaderamente se espera reconocer que lo que ata a otro es una verdadera necesidad.

Al ser sinceros con nosotros mismos damos cabida a la completitud humana, que se nutre de la existencia ajena para sus más altos fines y sus más bajas pasiones. Mirar el ombligo marea, perturbando los ojos con el espiral de esa cicatriz originaria. Es el recordatorio de la placenta perdida y de la membrana vitelina que nos separaba del universo más que cualquier otra cosa, pero que estaba hecha con la carne transparente de la madre y la semilla perdida del padre.

Entonces, cuando se mira para afuera aparece la nostalgia acérrima por la compañia. Pero vivirla de manera triste es una tentación. Es una vuelta a la vida en blanco y negro anterior al parto. La verdadera vocación es como un suspiro, un hálito que nos sube al aire.

Entonces al escuchar viejas canciones se puede recordar cómo se estaba la primera vez. Incluso en medio de un vagón del metro, apretado entre miles de personas, se hace patente esa solitud del espíritu. Y aunque haya noches que se amargan por la búsqueda racional de simetrías en el querer, la distancia asegura que lo contrario -el amor por la singularidad del hombre- es aquello que verdaderamente permite encontrar la propia esencia.

Como para valorar los propios recuerdos como arquitectura de lo que se es hoy...

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