martes, 8 de noviembre de 2011

Misa a la francesa

A la misma hora que mi hermano seguro daba saltos de cueca chilota, a la misma hora, quizás un poco antes, yo hacía la fila para comulgar en una iglesia de París.

Habíamos ido a una misa "divertida", diferente para el estándar francés. Menos formal quizás, pero igualmente normativa. Todo el mundo bien arreglado y concentrado. Todas las canciones bordeando un poco la melodía preconciliar. Una quietud un tanto electrizante que me ponía los pelos de punta. Pasaban los minutos y no podía evitar sentirme como las chicas del evangelio de ese día, esas que se quedaron afuera de la fiesta por pajaronas. Por no tener una lámpara prendida cuando volvía el novio. Por no entender cómo funcionan las cosas; así de tontorrona me sentía y eso que yo había tenido toda una vida para entender el rito y algo más de dos años para comprender el idioma.

Y mi hermano y mi cuñada seguro zapateaban de alegría en su misa a la chilena, dentro de una iglesia sin mucho brillo, algo más que un albergue social comparado con el rococó de estos templos galos. Seguro que a los que están aquí haciendo la fila conmigo la cueca les parecería una danza del buen salvaje. Y en ese caso no hay mucho más que explicar. Acá la fila que se hace eterna, mientras la letanía repica en mi oido su molesto zumbido. ¿O será el zapateo de mis hermanos que agujonea nostálgico su distancia? ¿Cómo en el mismo silencio un mismo rito puede ser tan diferente?

Porque el mundo es demasiado grande para caber en esta iglesia, pienso. La distancia abismal entre esta misa y aquello que rezaba Santiago, donde están mi primera comunión y mi primer pecado. Las cosas de las cuales nunca me arrepentí. Y aunque quisiera sentirme otra vez dentro de la comunidad universal, tendría tanto que explicar antes. La fila no avanza y me pregunto si al cura le habría gustado mirarme de adolescente, cuando en el dormitorio tenía una cruz de madera colgada al lado del póster de Madonna. Si no consideraría blasfemia mi historia de los gatos bautizados. O si aprobaría mi convivencia coliza mirando la fiesta donde bailo apretao con Francisco. Porque las caderas no mienten dicen por ahí, menos aun en este país de baile difícil.

La fila que avanza tan lento, y allá de fondo la guitarra no existe. Puta, si el curita supiera cómo el órgano me hace recordar mis cavidades más profundas. Imposible entonces ocultar el negro de mi pasado si aquí todos parecen angelitos con abrigo nuevo. ¿O acaso estaré un poquito más cerca del paraíso? ¿Es por eso que siento un poco de rabia?  Mis resistencias que son un pecado mayúsculo en una sociedad acostumbrada a las revoluciones. La dificultad que significa entender esta diferencia, una que quizás no hay para qué entender.

Total si la religión es un orden institucional -ahí voy obligado- sucumbir a la fe es una decisión voluntaria. Renunciar a explicar algo, incluida esta sensación que tiene tanto de nostalgia, vergüenza y reivindicación. Termino la fila y acá estoy otra vez. Las palabras de rigor que ya salen solas, porque después de cada amén digo siempre que dejaré de reclamar aunque sea un solo día de mi vida. Y si la misa recuerda el viaje del Calvario, si el calvario es tan distinto del charango de mi tierra, mejor aprovechar acá de medir bien las distancias y volver un momento al desafío de convertir esta historia maltrecha en futuro impecable, que de eso si las revoluciones sacan brillo.

La hostia pasa por la garganta como siempre raspando un poquito, lo mismo que las palabras que me cuesta tanto sacar en francés. El silencio posterior obliga, los pies de cueca terminaron en Santiago y como mi hermano, seguro, hay momentos donde solo quiero una aprobación del cielo. 

Como otras veces esta letanía pretenciosa recién comienza.

Portugal - Donde Debo Estar by paniko