domingo, 30 de noviembre de 2008

Locas itinerantes

Anoche tuve el privilegio de conocer una de esas fiestas itinerantes para maricas adinerados. Vitrina de colizas selectas, que llegaban todas en auto a este rincón de Santiago que hace años no visitaba. Yo, empujado por una entrada que me regalaron tomé la mano de Francisco y lo arrastré hacia mi curiosidad.

Tanto que critico y yo mismo he dejado de transitar por la ciudad con la soltura que lo hacía antes. Pero bueno, todavía tengo memoria barriobajera como para saber que el Hipódromo Chile no está al lado de Isidora Goyenechea. Siempre me critican por snob pero jamás hubiera estado en la entrada gritándolo por celular, como esas comadres que parecía intercambiaban domicilios o estuvieran pidiendo un crédito. Y ninguna se daba cuenta de las sendas picadas Caperana y Planella que estaban justo cruzando la calle, del pasto seco en las veredas que conducen al cementerio o de los conventillos oscuros que flanqueban cada lado de los taxis.

Lugar de apostadores con tufo de vino, el Hipódromo no parecía ser propietario de ese glamour de loca fina. Salvo por los caballos encabritados de la entrada, sugerentes en su falta de jinete (imaginación no me falta) y las reminicencias apolilladas a Ascott. La caravana de regias era interminable y yo ahí con mi boleto fiado sintiéndome también como una princesa de un palacio radical.

Buena música adentro pero a falta de aire me lo pasé afuera. Ya no estoy para estos trotes, y aunque nunca alcancé a galopar, igual algo me distanciaba de este circo que seguramente se congregaba de cuando en cuando, esperando levantar carpa ante la menor insinuación de ese cuerpo de gimnasio que se mueve al compás del house, del dub y el minimal que seguramente pocas saben reconocer.


¿Por qué será que todas me parecen tontas? Metido ahí fui uno más no más y daba lo mismo mi polerita de diseñador-emergente-reniega-de-Armani, mis pasos de yo-escucho-a-Luomo y mis anteojos de yo-leo-mucho-a-Foucault. Fui una pura vez y ya todas me parecían miembros de un culto, de un iglesia que recita otras letanías tecno y celebra la liturgia propia de la comunidad que se reconoce. Tanto códigos e invitaciones secretas tienen un sentido. Y es que el precio selecciona y aquí no se vienen a meter rotos aun cuando estar ahí, en ese pedazo de Santiago, era casi como un acto colonial.

Y bueno, a lo mejor en esas sombras se puede bailar más tranquilo. No se necesitan los vedetos de Bellavista y nadie espera a las transformistas practicar su ballet, ese que lanza a la cara todas nuestras contradicciones en lo que socialización sexual refiere. Ahí no hay Nelson Mauris arribistas porque todos están arriba. Aquí no viene ninguna peluquera que no corte el pelo de Lyon para allá. Todos lindos, para qué mentir, pero vaya saber uno si de tanto mirarse no se aburren.

Esto es como esas páginas sociales donde al final todos se ven igual por pertencer a las mismas familias que durante siglos se han cruzado. Mi sangre tiene otra tinta, definitivamente y la búsqueda del padre me arrastra más hacia la picada sombría que hacia el pabellón de luces donde terminé bailando.

Prefiero los carnavales del otro día, donde al final se pelea con el mal gusto y el pésimo gusto de tener leyes en contra en la vida civil. Pero eso es más modernizante que esta cofradía de señoritos que después van a la pega con la motivación de poder comprar este pedacito de libertad y seguir rentando de esa tierra como el abuelo vasco.

A mi que me registen a la entrada, ya no estoy para acrobacias y creo que de este circo no necesito reportear más.

martes, 11 de noviembre de 2008

Trama viva

En las venas de Santiago florecieron los jacarandás. Y mi sangre se acuerda que es tu tiempo. Que se tiñe de morado como las lineas afuera de mi ventana, en este mes que las nubes se fueron de repente.

La luz entra a raudales otra vez por las mañanas y me acuerdo que tengo ganas de nuevo de dormir sin ropa. ¿Cómo pude ser que por estos días no extrañara tu calor? ¿Cómo pudo ser que pasara un año desde que ardiera el púlpito colizón, que se convirtiera el purpurado en púrpura,otra vez cubriendo las calles de esta ciudad?

¿Cómo es que el planeta acelera para estar otra vez aquí? ¿Cómo recuerdas ese acercamiento avergonzado que nos unió en un principio? ¿Cómo suenan dentro de tu cabeza esas conversaciones iniciales, esas palabras vacías que tanteaban el aire como buscando tu boca?

En esta ciudad los ritmos volvieron a latir con la luz del verano que se anuncia. Otra vez repite su retórica vacía a los individuos que esperamos algo que nos mueva dentro de ella. Los días se alargan para contrastar con noches cada vez más negras y más intensas, más negras y más tuyas. Camino hasta la esquina de la Alameda y espero bajo la sombra de un árbol que explotó de hojas que se comen al sol, de la misma forma que desde abajo siento que quiero que me quemes.

Atrás quedó el invierno y sus caricias de almohada mullida. Ahora ardiendo sobre las soleras corre la sangre de esta trama viva, de este renacer del viento que desnuda las calles embarradas de meses atrás. Curvas de carretera que dan vueltas en la cabeza. Santiago se agobia sin saber pronunciar canícula, y yo insisto en hablar esdrújulo, como si esa cadencia fuera la hipnosis de tus ideas fugadas, de tus ganas de preguntarse y qué pasaría si no...

No es que yo reprima esas preguntas, por el contrario, los cuerpos que cruzan mi camino al trabajo muchas veces me hacen girar la cabeza hacia atrás y recordar los pasos solitarios de años atrás. El rumbo fijo dentro de una calle recta, en una capital que se puede derrumbar en cualquier minuto, rajada por la fisura de un terremoto que siempre subyace, que siempre espera estemos desprevenidos.

¿Pero qué llamado de la naturaleza no opera de igual forma? Lo sabemos por la sorpresa de un noviembre atrás. Encandilado, achico los ojos para mirarte otra vez por entre la bruma, por entre la membrana de aire que a veces nos separa, pero que inexplicablemente nos junta por recovecos desconocidos.

La ciudad viva y sus venas moradas nos dan de nuevo la bienvenida.

domingo, 9 de noviembre de 2008

La coreografía

No vale la pena entrenar los propios pasos. Este último año he aprendido eso. Por más que inventemos y heredemos coreografías para trabajar, amar e incluso morir, siempre existirán novedades que enriquecen la existencia.

Te hablo a tí, bruto espasmódico, que de tanto en tanto me haces rabiar con tus salidas de madre, con tu falta de ternura para contar tus desvelos, y eso que eres tan tierno. Te hablo a tí.

Frente a esto no tengo nada inteligente que decir. Solamente una ortografía pulida y los encantos enciclopédicos de las cosas que podemos conversar. Y es que mientras los fenómenos se mantengan dentro de esos códigos aprendidos, dentro de la certeza que dan las palabras podremos dormir en la misma cama y aparentar que nos seducimos. Pero qué pasa si por la ventana se ventilan ilusiones, si afuera se recortan sombras que oscurecen la habitación.

Qué pasa si el deseo llama a bailar de forma diferente aunque sea por un rato, aunque sea por un instante, olvidando el espejo de mis quehaceres que te has convertido luego de tantos meses. Qué pasa si el miedo a perderte me amarra los pies y me hace caminar de puntillas para no despertarte con estas ensoñaciones, que de todos modos nunca son en voz alta. Qué pasa si me encandilo con brillos nuevos, si en esa pasada creo que voy a terminar de constituir la masculinidad perdida.

¿Dónde vas a estar tú mientras tanto? ¿Dónde voy a sentarme para juzgar mis fantasías? Cuando las cosas solo dan vueltas en la cabeza, espero sepas llevarme el pulso otra vez, para recuperar el ritmo programado en conjunto. Te quiero, y eres dueño de mi conciencia, pero cuando duermo bajo el agua no hay forma que te pueda dar un beso sin temor a ahogarnos.

Quizás por eso tengo que aprender a disfrutar algunas cosas aunque no pueda entenderlas

domingo, 26 de octubre de 2008

Corrección kitsh

Descubrí que para adentrarse en el pasado, hay que pedirse permiso. Habemos algunos que a veces prometemos no recordar aquello que ya pasó, ya sea por sostener la existencia luminosa de hoy, sea para no volver a mirar las grietas que recorrieron el alma algún día.

Debajo de nuestra propia corteza habitan imágenes archivadas, clasificadas según las conexiones que tengan con determinados eventos de nuestra biografía. Muchas veces, en el último rincón habitan las sombras de una infancia que siempre resultaría herida. Cuando niños, carecemos de juicio para dimensionar correctamente el mundo y en ese uso subjetivo de la medida, cualquier piedra puede convertirse en un monte. Y funciona al revés también, en una hoja de árbol se resuelven los misterios del universo.

En ese tiempo se creen todas las leyendas que prometen un futuro hermoso. Y pasado el tiempo, a veces se comprueba que eso que se esperaba ha venido a materializarse en formas insospechadas. Por eso, cuando estamos acá, nos empeñamos en desprendernos de ese ropaje ingenuo, de esa torpeza pendeja que estaba llena de miedos y fantasías sin calibre. Parece mejor olvidar el pasado, para que no nos llene de tristeza la sensación de mundo sumergido.

La pubertad, ese cataclismo que nos obliga a volvernos adultos a la fuerza, nos lanza hacia el interior en busca de refugio y a medida que damos más pasos en esta tierra más debemos fortalecer el mundo propio, como guarida de esas cicatrices que buscan ser atendidas, esa figura de salvación crucificada tantas veces. Y nada, nada de los que somos en la superficie se entiende sin esa arquitectura que a veces parece trágica, pero que, precisamente en ese contrasentido, se convierte en la mayor aventura que todo hombre ha de vivir.

Y tenemos permisos cotidianos como esas fiestas kitsh que tan de moda se han puesto. Allí, con un dejo de sofisticación y humor, tenemos permiso para adentrarnos en canciones que coleccionamos sin saber por qué. Y es que aquellas letras que parecen nefastas a nuestras costumbres tecnológicas, son un reservorio de momentos que se desdibujan a su antojo, pero que se archivan en el inconciente que nos humaniza de vez en cuando.

Es un ejercicio de humildad creer en soles sumergidos. Esos mismos nos iluminan desde dentro.

lunes, 20 de octubre de 2008

Nostalgia noctámbula

Como en los sueños, hay veces que uno experimenta visiones en mitad de la noche. Hay semanas en donde eso ocurre especialmente los sábados. Cesada la carrera laboral, a veces tan estandarizada, se despierta el ansia de brillos y escote del fin de semana.
Noches de fantasía que se prometen en los variados carteles santiaguinos.

Con mis impulsos, de tanto en tanto soy arrastrado hacia la nostalgia de épocas pasadas. Siempre se puede bailar de la mano de la memorabilia y se puede dar un giro adicional a la misma tuerca de siempre. ¿Qué hay en las fiestas ochenteras que resulta tan atractivas para estar?

No es que me falte música. Al igual que muchos tengo toda una extensa lista de mp3 consagrados al recuerdo melancólico y bailable. Pero estos últimos tienen una trampa adicional: pueden conectar con la torpeza púber con mayor facilidad. Para el tiempo que muchas de estas canciones sonaban, yo me quedaba frente a la pantalla soñando con la capacidad de bailar igual.

No sabía que años más tarde las hormonas pondrían a prueba estos deseos. Pero esta noche no necesito sincronías. La nostalgia es intransferible al fin y al cabo. En la extrañeza de la ingenuidad hay un reconocimiento implícito a una adultez maleada, a una presencia esquiva de la agresión que conlleva pararse frente al mundo como un hombre con opciones, que convoca y que disgusta. Atrás quedó el tiempo cuando las cosas desagradables de uno mismo podían quedar en suspenso.

Bailo queriendo aumentar mi sofisticación, pero memorizo la melodía que me recuerdan que hombres y mujeres fuimos un poco más inocentes y que de tanto en tanto buscamos refugiarnos en ese recuerdo. Ahí a la derecha hay alguien guiñándome un ojo e invitándome a recordar viejos deseos.

Podría celebrar la ridiculez de viejas modas, pero para mi hay un símbolo de un tiempo perdido que exige habitar en la memoria. De otro modo no tendría fortuna en el amor. De otro modo no podría dar el paso siguiente. Una noche de baile, otra vez, puede ser un ritual que marca nuevos tiempos para la vida.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Cola de colas

Marchas van, marchas vienen. La vida se hace caminando dicen algunos, aun cuando no haya forma de igualar los pasos entre todos. Y es que la curiosidad altera el velocímetro diario.

Ayer, como una forma de cumplir mis cometidos ciudadanos, salí a interceptar la marcha gay pasando por plena Alameda. Las primeras cuadras móviles de esta manada homosexual fueron motivo suficiente como para reventar la memoria del celular devenido en fotógrafo. Los segundos camiones pokemón fueron el anzuelo como para marchar cerrando filas. Y es que caminar debajo de la vereda es una cosa muy distinta cuando se hace de día.



En la avenida de los tránsitos cotidianos, el tránsito cortado permite mirar las cosas desde una perspectiva diferente. Atardece en un Santiago que parece más cosmopolita, precisamente por la cantidad de gente que abarrota las calles caminando una opinión. Escolares sobre los paraderos de micro, que cuando uno es el transgresor, no parecen tan amenazantes como dicen las noticias.

Tetas al vuelo de la cofradía travesti, rezando por la compañera caída, mientras batallan contra la gravedad siliconada. Carne vieja guiñando el ojo a ver si consiguen un "piquito" aunque sea en una foto. Lesbianas agresivas insultando masculinas a cuanto transformista presume de su cintura de cabaret. Políticos astringentes sumando posiciones mientras uno se olvida que lo pueden ver por las noticias, que le pueden decir algo en el trabajo terminada la fiesta.

Todos los colores a veces tan chillones de estas manifestaciones, al final tienen su sentido. Es que son pocas las veces que se puede mostrar con luz natural, así que el artificio debe ser aún más grande, como un año nuevo, como un carnaval. Tanta pintura en la cara y tintura en la cabeza permite ocultar la ignorancia, las lágrimas, el encono rabioso de loca resentida.

Había que marchar alguna vez. Aunque sea para reirse en la fila, para agrandar esta cola de colas, que de superlativa tiene mucho, que de moderna la pura semántica de la transacción, que de reivindicativa tiene la reivindicación de sí misma.

La vida se hace caminando, como dicen algunos. Yo, parece, también lo puedo decir a contar desde hoy. Porque para hacerse juicios completos, alguna vez hay que abandonar la razón para abusar del trance tecno de coliza nueva, de perra cosmopolita. Cesado el ritmo, las luchas cotidianas siguen igual.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Latidos ajenos

Descubrimos el placer de entregarnos a los latidos ajenos. Hay variadas formas de hacerlo, como muchos sentidos para percibirlo.

Caminando acompasado por las calles que se resisten, a ratos, a dejar atrás el invierno, descanso al fin del trabajo refugiado en los ruidos mp3. Con una lista más energética que de costumbre, la modorra de la tarde se convierte en saltos olímpicos cuando dejar la oficina se trata.

Lo sé el entusiasmo dura hasta que vea la cama esperando reposo. Al menos esa es la fórmula antigua, porque desde hace un tiempo hay nuevas maneras de residir en ese lugar. Sin embargo, recuerdo en esas canciones un poco viejas, todas las palpitaciones que precedían cada fin de semana, donde los pies se apuntaban para una cacería trucha, un sometimiento a los códigos del baile, pensando que conseguiría alguien cuando en realidad el placer se proponía para latir con un corazón ajeno.

ya sea en los compases electrónicos que reproducen el pulso, ya sea en los chasquidos rítmicos de algún riff rockero, las manos se mueven por sí solas como queriendo repetir los impulsos de la sangre, amarrarse de nuevo con el cordon umbilical que palpitaba por sí solo. Seguridad uterina que reproducen los clubes modernos, donde la oscuridad cenital y los relámpagos láser de la pista de baile envuelven la vista para cegarla.

La ausencia de párpados en las orejas impiden hacerse el sordo ante el murmullo eterno de las baterías, las de verdad y las plásticas de sintetizador. Quién no ha sentido el placer de estar sumergido en un compás ajeno, donde hasta los muebles parece que bailan.

A algunos los asiste la ansiedad por suspender también su propia química. Yo nunca he querido eso. Si he recordado la sensación de moverme sin más, como si la Madre estuviera empujando su cuerpo mayor y la inercia asegurara la vida. Sin decisiones urgentes, sin preocupación por el aire. Ahora, civilizado, compruebo sin embargo que la naturaleza no nos abandona, no nos traiciona nunca. Está ahí en su dominio salvaje convertido en beat. La algarabía humana espera un reproductor (a veces con audífonos) para asegurar la continuidad de la especie, esa que ama vivir por sobre todas las cosas.

Como en el sexo, ese es el placer de latir al son de otro.

martes, 16 de septiembre de 2008

Renacer de las cosas

Hace tres días que el sol comienza otra vez a mostrar los brotes de todos los árboles que bordean mi calle. Como si fuera el anuncio de otro septiembre prometido, como si fuera la extinción del invierno vuelto hacia adentro. Como si fuera un sombrero que se empieza a tejer de nuevo sobre mi cabeza, las ramas se pueblan con pensamientos de resurrección.

Hace tres días que se nota que el sol se empina más alto y hoy se puebla el cielo de nuevos volantines. Yo, que vivo entre edificios he olvidado un poco esos peladeros verdes que rodean Santiago, donde la gracia era elevar ese pedazo de papel sin clavarse entre los espinos. Ni que quisieran ser una corona alrededor de la frente, esas plantas prometían que en tres días otra vez se prometería la abundancia eterna del verano.

No hay cosas fugaces en este tiempo. Cada cosa tiene su ritmo y nuestra existencia se empluma como los pajaritos, se rellena de amor. La palidez lánguida del otoño tiene las mismas horas de luz, pero está más llenas de cenizas. Ahora el crepúsculo se alarga en las verdas, y yo me doy cuenta que es primera primavera que voy a estar emparejado. Siempre, siempre, me salvé de la depresión que auguran los estadísticos del Rorschach. Siempre, y eso que Santiago no es Rio de Janeiro, que acá predominaría un gris que se vuelve insoportable luego que las mujeres empiezan a mostrar sus hombros en público.

Ahora que viene el renacer de las hormonas, yo tengo la oportunidad se sumarme al coro de brotes, al murmullo de las flores pequeñas que se agitan con el viento de septiembre.

Y arriba de mi cabeza se teje el sombrero. La naturaleza y sus compases me invitan a bailar otra vez con las melodías del mundo. ¿Sabré en esta oportunidad practicar una cueca compartida? Saludando al sol renacido no hay otra respuesta más que la esperanza

viernes, 12 de septiembre de 2008

Carioca



Solo para decir que anduve en Rio de Janeiro. Solo para contar que ha sido el único lugar donde bailé en una protesta y nadie protestó por como bailaba. Solo para recordar que hasta las micros hervían de samba. Solo para narrar como las casas se asujetan de los cerros como peleándose por estar ahí, por ser parte de esa ciudad que tiene pura magia. Magia de verdad, de la buena, de la mala y de la muy mala.

Solo para poder leer que estuve dentro de las postales que entretuvieron mis tardes de telenovela. Solo para poder pronunciar otra vez Ipanema, agua mala que me dejó tomar de la mano a mi namorado y que casi se lo tragó por veado. Solo para descansar otra vez en las siluetas del Corcovado que rompe la cadencia del bossa nova, que no podía ser inventada en otras calles, llenas de árboles húmedos, de imposibles contrastes.

Como dentro de una olla a presión, las cosas se agitan cuando hay tanto calor y tantas cosas que chocan dentro de ella. Yo, como turista podría pasar por alto esas cosas, pero decidí encumbrarme en un cerrito viajando en ese tranvía del pasado de carioca, aventurándome también a beber caipirinha en Lapa y sintiéndome quizás un poco inseguro por mi andar. Pero Rio me cuidó esta vez y yo puedo escribir para puro regocijarme. Y estuve en sus terrazas colgando del cielo, sin despegar los pies de la tierra y sus oscuridades.


Solo para decir que alguna vez estuve en Rio de Janeiro

lunes, 25 de agosto de 2008

Las fábulas

Cuando hay episodios de nostalgia, de echar de menos, se descubre que hay tantos mecanismos para re-conocer el mundo y sus melodías, como estructuras de la tristeza pueden existir. Son el negativo de la arquitectura de la alegría, es la pasión inversa.

Proyecciones en blanco y negro del subconciente, y las mismas fábulas de encuentros y desencuentros, explican la vida y sus retorcidas vueltas que no son sino maneras floreadas de experimentar un mismo relato. El vacío de la partida aparente, la insalvable distancia entre dos individuos que con gravedades propias intentan girar entre ellos. Un plan desquiciado, animales personificados y con intenciones que parecen humanizarse en su despliegue mundano.

Respirando al revés se transforma el llanto en risa y viceversa. La silueta de tu historia se trasforma en una costa desconocida que se recorta contra mi fondo blanco, mi escenario ausente de figuras por temor a mancharse. Y es que si se prende la luz de la razón a lo mejor no te veo. Y si se instala la oscuridad no es que tú ganes, porque tu idea siempre ha sido luchar cuerpo con cuerpo, apuntalar la alegría con recorridos de tu lengua, con controsiones heroicas.

Y yo que me empeño en conocer las fauces de todos los lobos. Yo que figuro perdido en el bosque a merced de una misión psicópata, con un canasto carmelo que te gustó por dulce.

Yo que me creía Bella Durmiente, aturdido por pincharme siempre con la aguja incorrecta. Yo que me creía Patito Feo, con la inconciencia de cisne valdiviano aleteando entre el veneno de la impaciencia. Yo que me creía la tortuga con orejas de liebre, siempre corriendo para ganar quien sabe qué. Una pausa en la fantasía y te reencuentro: con tus intensidades de príncipe perdido,con tus trenzas sueltas de Rapunsel.

El juego es correr por el mundo para encontrarnos en nuevos rincones todo el tiempo. Energía tenemos de sobra. Fisuras también. Amuletos y ungüentos para las heridas, espíritu del bosque, magnitudes del desierto, pajaritos en la cabeza y mariposas en la guata.

Te seguiré donde vayas. Como en toda fábula nuestra historia es un recorrido, una lección intrasferible pero universal a la vez. Yo cumplo mi promesa de registrar esto con las letras que caben en cada sílaba de todos tus nombres, de todos tus personajes. Mi negro, escucho tu voz todas las noches antes de dormir.


martes, 29 de julio de 2008

La extinción de los dinosaurios

Recibí una invitación electrónica a una fiuesta after office. Alguna base de datos errada me subió un año y crucé la frontera de los treinta. Mas, en vez de ofenderme preferí meditar con una música adolescente que ahora me daba renovada bienvenida.

Temprano en la vida, no tenía la coordinación suficiente como para poncear con estos pasos antidiluvianos. No tenía las agallas para dejarme el pelo free style, no tenía los zapatos Pluma que facilitaban el pasito hacia atrás. El inicio de los 90 me pilló con una pubertad mal entendida y el típico achaque postasmático, dando vuelta alrededor de la pista de baile colegial. Con pinta de pollo sobreprotegido, sonaba la música fuerte pero no podía seguir la gimnasia de popularidad que mis compañeros tenían.

En ese tiempo no llegaba la rabia grunge ni la ambiguedad coliza suicida britpop. En ese tiempo había compañeros más winner, que se movían como chuzo con testosterona pero se las arreglaban para seducir. Un paso más cerca de la muerte, uno podría pensar, al mirar con sorna estas coreografías, al respirar tranquilo porque no se me fue el tren de la seducción y porque nunca es tarde para cultivar la elegancia.

Entonces, asumiendo de verdad el propio cuerpo, la propia historia, las propias sombras, se puede recuperar el brillo del pasado. La nostalgia se vuelve anécdota y la convicción que todo fue mejor. Ese es el principio de la memorabilia: la convicción que todo tiempo pasado fue mejor, precisamente porque pasó. Ahora, con visión de futuro, somos testigos cada vez más del modo como se capitaliza nuestro recuerdo. Si yo me mismo he perdido el aliento en las Fiestas Kitsch.

Toda época tiene sus guiños retro, de la misma manera que a toda hora se reinterpetan los mismos símbolos. Que lo digan The Commodores tantas veces resucitados en versión boy band. Que lo digan todos los dinosaurios que hoy bailan con la música de dos o tres décadas atrás, que desangran la billetera después de la oficina extinguiendo de manera ridícula aquello que podría ser una salvación.

Hoy día que los solteros van a las fiestas after office con la derrota vívida del sueño infantil, con un divorcio a cuestas o una soltería recalcitrante. Hoy los compañeros winner se convirtieron en dinosaurios por confiar que la vida sería como esos bailes siempre. Yo prefiero bailar casado para reirme de verdad del pasado. Porque el poder de compra ha resucitado tantos estrenos añejos... Lo que no se sabe, es que las épocas pasadas adquieren glamour venida la distancia, del mismo modo que una antiguedad se ennoblece con la pátina del uso. Con el uso que le doy a mis recuerdos, con la factura imperfecta de la fisonomía adolescente. Con la pelea inconciente por hacerse un lugar en el mundo.

Escuchando viejas canciones reconzco que podré persistir solo si bailo con esa canidez asumida en su desgracia. La muerte es la antesala de toda resurrección.

domingo, 20 de julio de 2008

Boda imposible

Ando contagiado con una fiebre matrimonial. Dos fines de semana seguidos que llevo aplaudiendo novias ajenas. Dos sábados seguidos celebrando los zapatos perfectamente lustrados de los novios. Reflejo de frivolidades brillantes como la sonrisa de todos en estos eventos, que no consiguen opacar cierto gusto semiamargo que queda en la boca cuando termina la fiesta.

No es que quiera casarme mañana. No se puede, no habría vestido que me sostuviera ni velo que blanqueara la proveniencia de mis apellidos. Lo digo porque la vez que alguna loca quiso casarse tenía a su favor, al menos, ser de buena familia y en cosas de respeto al orden social eso ayuda bastante. Cuando se es un aparecido las cosas cambian, los permisos para ser alternativo se reducen y en el caso de una boda - ritual donde prima es un futuro que se ordena a partir de una matriz heredada- bien poco se puede esperar.

Y es que organizar el matrimonio puede ser fácil, entretenido y hasta glamoroso. Pero casarse de adeveras es otra cosa bien diferente. quedarse pegado en lo primero, en lo más vistoso para el mundo, es similar a empalagarse con un pastel de bodas, con un bizcocho dulce, vaporoso y repolludo que prepara el paladar para todas las asperezas que la convivencia conlleva.

La cabeza de las locas puede pelear siglos y siglos por el derecho a caminar por la iglesia, con autorizar fanfarrias electrónicas o música disco frente al altar. Pero eso no sería más que una gala de inconciencia, un despilfarro de amor inmaduro que no asume que el amor a otro lo cambia todo. Las bendiciones originales para emprender ese camino, se han perdido en el tránsito al compromiso social.

Con esa obligada majadería autopercatada que todo cola tiene inscrita en su libreta de nacimiento, no queda otra que suspirar ante la imposibilidad de pararse en un altar a pedir bendiciones que se necesitan más que para otras parejas. Eso se olvida cuando los contrayentes están más preocupados del ramo y los vestidos. Eso se olvida cuando la fantasía del príncipe se alimenta una y otra vez, cuando el afán es llegar combinaditos como señal de fortuna. En vez de inventar una nueva forma de relacionarse, una nueva forma de asumir una realidad brutalmente distintiva, la fantasía del matrimonio golpea con la infamia de no poder bailar un simple vals.

No me vengan después con el cuento que uno es promiscuo. ¿Cómo no va a ser así si ninguna cosa, ningún documento oficializa que dejaste de ser adolescente? ¿Cómo no va a haber compromiso, si para el mundo conviene ser soltero, cosa de renovar la pinta todos los días, gastar más plata en la cacería de alguien que nunca será casado? ¿Cómo no va uno a madurar si no hay manera de apostar al compromiso que significa amar al otro, si no hay comunidad que se dé la lata de mamarse una misa para quedar fichados en el grupo al cual recurrir cuando haya problemas?

Salen los novios por el pasillo, parece otra teleserie mexicana y pienso como me vería de frac. A ver si los chamanes toleran esa ropa el día que quiera casarme.

sábado, 19 de julio de 2008

Renovación Urbana

En un mundo donde puedo despertar escuchando versiones mp3 de todos los idiomas del mundo, donde tararear una canción puede ser un snobismo de primer orden, el sol deja de colarse por la cortina, porque a esta altura del invierno se encumbra poquito y no alcanza a despertarme del todo.

Al otro lado de la ventana una ciudad extendida que cada año se crispa más. Que ha optado por descuidar los balcones y enredaderas milenarias para dar paso a edificios cada vez más estrechos, a cavidades cada vez menos privadas. Yo por mi parte, puedo todavía escuchar el carillón de una iglesia que se aleja; puedo todavía oir el sonido de un pájaro perdido. Mientras tanto me visto con pretensiones de modernidad, de geometría libidinosa y me olvido un rato de los compromisos, de la regularidad del calendario.

Las nubes anuncian una lluvia que se acerca. La imagen griscásea de mitad del año. La paleta de colores con que nos han convencido que en Chile pocas cosas brillan. Yo, que estoy acostumbrado a las reinas de la noche, me resisto a pensar que nada se mueve, que la república todavía peina a los señores con gomina. Esto no es un pueblo chico, al menos en mis caminatas dejó de serlo hace rato.

Es temprano una mañana de sábado. Suena como novedad televisiva el dominio parisino de una exiliada que regresa a la patria y en su vuelta la transforma. Una nota femenina repetida de manera imposible en la masculinidad de ritmos sacados de la basura. La vestimenta del delincuente de Franklin que nunca he querido memorizar. El pulso repetido que armoniza con la luces frecuentes del túnel del metro, con el ritmo constante de los postes de luz a ambos lados de la autopista.

Santiago otra vez da una sorpresa.

sábado, 28 de junio de 2008

Podría bailar contigo

Esta canción es una buena analogía de lo que es el amor. Definitivamente te sorprende como un descubrimiento en internet, una tarde cenicienta del invierno. Un día que amaneció con una rabia, con una sensación de soledad autocultivada, con una decepción autoinfringida.

Y es que en estos laberintos de la vida varias veces nos quedamos pegados delante del espejo del bailarín profesional. En esos salones de práctica inventados, nos acostumbramos a realizar los mismos pasos, los mismos gestos ante los compases aprendidos. La melodía existe en la cabeza y parece que no se puede compartir so pena de perder el ritmo.

Entonces, un tropiezo y todo parece comenzar de nuevo. Se apagó la radio de repente, se quedó sin baterías y tuve que empezar a escuchar canciones nuevas, a recorrer el salón con recuerdos que colecciono no sé porqué. Porque basta tu rostro una vez al día y las imágenes eidéticas duran para siempre, las mismas que suenan con palabras esdrújulas, esas que siempre me celebras y me criticas.

El hablar difícil para esconder mi mal paso de baile, y el querer cruzar el salón sin calzado, sin saber si mis pasos ma traicionarán resbaladizos. Sin mirar el espejo, para no volver atrás. ¿Bailarás conmigo aun cuando algunos no lo permitan? ¿Podrás convencerme de moverme sin más dictamen que tu propio aliento? ¿Sabrás atajarme cada vez que se te ocurra lanzarme por el aire? ¿Confiaré en tí al terminar las acrobacias de mi espíritu, las piruetas temblorosas y el salto convencido?

Es media tarde, me quedé sin chocolates para comer y el trabajo se pone absurdo al saberque estás recorriendo la ciudad para que nos juntemos dentro de un momento. A esta casa le falta algo, incluso la peleas tontas de la mañana, los celos siempre al acecho y las ganas de ganarte con argumentos. Qué más da, si solo quieres bailar distinto, igual que yo.

Ahora que te veo, ahora que imito tu longitud, me rio para dentro porque no quiero refinar mis modales jamás. Tengo la esperanza que nadie podrá seguirnos. Te tomo la mano y soy feliz, me aferro a tus brazos y no donde voy a llegar. Podría bailar y hablar contigo toda la vida...

martes, 10 de junio de 2008

Mercado Rosa

Las noticias dan cuenta del doble estándar en Chile. Vaya novedad. Esta vez, a propósito del Mercado Rosa, la muy siútica manera de hablar de los negocios colizas. Siempre en relación con el público objetivo, claro, porque algunos entrevistados a veces se apuran en aclarar que sus hormonas andan ordenaditas, como si sus clientes fueran puras tontonas que no podrían tener jamás una empresa.

Es parte del contrasentido del mercado: quizás habrá gasfiteros a los que se les apaga el calefón, que a lo mejor no se ven; pero no cabe duda que hay arquitectos a los que se les llueve la pieza. Es que cuando las necesidades de los pobres se resuelven, al menos en apariencia, el hombre se puede dedicar al consumo hedonista de bienes y productos. Entonces lo que se transa ya no es la capacidad de proveer alimento, sino el resquicio de preparar el charquicán con merquén egipcio.

En eso las comadres colas llevan la delantera. El gremio se ha especializado en el dominio de lo exquisito, quizás por un pasado reciente que obligó a esconder el cuerpo y sus apetitos tanto como fuera posible. Pero ahora, esa capacidad de ir contra la naturaleza les otorga un pedestal más alto en el manejo de los símbolos. En el lenguaje del mercado actual, la sofisticación la lleva, empujando siempre más allá los diseños y los costos, por el puro ejercicio estético más que por los cambios en las materias primas. Puro valor de cambio, como diría Marx.

Premiando la adolescencia eterna, esa que no tiene hijos pero que cada vez tiene más plata, los caballeros del pañuelo rosa derrochan millones. Harto tiempo escondieron los billetes en los vuelos de sus camisas; ahora pueden exhibirlos. Al otro lado, el mercado estará con los brazos bien abiertos. Lo que no se nota es como esta nueva realidad –que en Chile dista de mostrarse públicamente- finalmente pervierte la liberación aparente del homosexual criollo.


Primero, porque no todos ganan tanto dinero como para calzar zapatos Dior por la vida. Al mercado rosa no le gustan los patipelados. Segundo, porque los pocos que sí pueden implementar estos lujos abandonan las ganas de dar otras luchas, seducidos por el reconocimiento instantáneo que ofrece la vida. Tercero, porque los que tienen espacio para pelear por su validez viven también en el espacio de la vanidad, como cualquier hombre, y de no tener alguna reflexión previa, se convierten en simples resentidos.

Las distinciones por lo tanto, no se anulan, por el contrario se fortalecen. Ya ha sido escrito aquí que el capitalismo se alimenta de los márgenes, del terreno donde se puede especular y generar valor puramente simbólico a los bienes. Qué necesidades creadas ni nada, la moda la manda un gobierno que no es de este mundo, donde todos pasamos frío pero nos abrigamos distinto. Ese mismo gobierno que esconde los negocios aun cuando en la noche brillen con más neón que el resto del vecindario, o que al revés, disfraza con exclusividad la marca de los marginados.

No se ven las costureras que por cien pesos pegan botones Zara en las camisas que su hijo maricón no podrá comprar en San Ramón. No se ven las pestañas quemadas de este payaso que trata de conseguir fama sacando lustre de un pecado recurrente, cada día investido con un chaleco nuevo. No se aprecia el cáncer cultivado en un balneario reluciente de la costa azul francesa. No se nombran los dueños de negocio que hacen la nata con los colizas que buscan un espacio para sentarse y dejarse ver.

No se que tanta libertad se ha conseguido con la visa de encaje. La de la plata y la de la carne.

viernes, 6 de junio de 2008

Cruz pal cielo

El ego del hombre es materia bíblica desde sus inicios. Ya nos relata Babel que Dios tuvo que confundir al hombre para evitar que su orgullo le pisara los talones en las nubes de la antigüedad.

Envalentonado, poco a poco fue aprendiendo a cocer los ladrillos que permitieron crear su propio Edén maltrecho en la tierra, prescindiendo del resto de las creaturas que adornaron el génesis. Celoso, con los años reemplazó la caverna por la casa donde él era su propio señor. Es que el dominio de las manos y el fuego no puede hacer sino otra cosa que construir un mundo a su imagen y semejanza. Cabe preguntarse si no pasó eso hace poco, cuando Le Corbusier se puso hablar de escalas antropométicas.

Pero antes que la misma arquitectura, el hombre decidió encaramarse al cielo, quizás emulando al judío Moisés que subió al monte para aprender la Ley. Arriba, se puede mirar el mundo mortal, trascendiendo el propio vértigo, prescindiendo de la seguridad del suelo. Arriba, se simboliza toda la potencia de la humanidad, que modela su propia vida con torres cada vez más infinitas.

Salimos del bosque para aprender a trepar en ascensores otra vez. Parece que abajo la pobreza abunda, el aire se enrarece. Para solucionarlo, inventamos los rascacielos, para ahorrar espacio pero no vanidad.

Y desde hace un siglo que la competencia no cesa. Cuando en Chile nos aventuramos recién a querer ganarle a los terremotos con un monolito en la Costanera, en el resto del planeta hace rato nos dejaron atrás. Es cosa de enterarse de lo que pasa en Dubai y comprender que los árabes no se van con chicas.

Porque aunque no lo parezca, como en Babel, el rey se confunde en su elevada prisión. El juramento del hombre es propasarse a sí mismo una y otra vez, acaso para dejar maravillas de trascendencia. No importa que en el camino haya que escalivizar a indocumentados pakistaníes, no importa que al otro lado del Golfo Pérsico la gente no tenga donde vivir. Para los socios de Occidente, exportadores de tecnologías y vicios, los edificios de Oriente son la última frontera.

Esta gran construcción requiere obreros cada vez más ensombrecidos por el concreto que tiran al aire. El látigo antiguo ha sido reemplazado por el salario relampagueante que alcanza para poco. Al menos allá es así y acá parece que es parecido. Cruz pa'l cielo entonces, que allá arriba el dinero asegura cercanía con lo divino, pero que acá abajo se ve ridículo de tanto faltar aire para respirar.

martes, 20 de mayo de 2008

La vida de las maquetas

Esta es una buena manera de escrbir la centésima columna de este blog. La número cien para hablar en cardinales. Cardinales que no son cardenales aunque imponen el mismo orden subrepticio. Y es que las formas nos traicionan varias veces.

Anoche en la comodidad de mi cama y sabrosamente acompañado, a petición de mi acompañante le tomé la mano para ver juntos el primer capítulo de Queer as Folk. No la versión inglesa, la que yo viera años solitarios atrás. Esta era la versión gringa, prestada por un amigo que insistía en su divulgación, a pesar de mi hueca defensa de la intelectualidad europea.

Con poca verguenza los personajes cruzaron el Atlántico. Actuaron de la misma forma, pero esta vez con caras mucho más bonitas. No sé, me pareció desde un principio que sus palabras "políticamente incorrectas" eran mucho más pensadas que la borracha franqueza de los camaradas ingleses. Hubo algo que no nos convenció, a pesar de ver un estereotipo que dialogaba tan bien con otras series que han acompañado buenos años de nuestra juventud.

Estos maricas gringos tenían mucho más de artificio. La clave de toda serie es el justo equilibrio entre realidad y fantasía. La primera para poder identificarse con la acción; la segunda para situarse en ese contexto de posibilidad y deseo que todos experimentamos. A todos nos gustaría ser tan frívolos como Sex and the City, porque se nos olvida que para usar Prada hay que conservar el empleo, por ejemplo.

A lo mejor era que vivían en Filadelfia, más allá de mis sueños. A lo mejor era la inconciencia que el espectador estaba acompañado en una noche fria, conviviendo con el cansancio de la jornada, rezando para no roncar en la noche, observando con desvelo que la balanza suma y suma kilos. Así, ninguno es un seductor tan asumido. a nadie le suena música tecno todos los días de la vida.

En Inglaterra la serie fue cruda como la vida. Con poca música fuera de la discoteca. Con mamarrachos más feos, pero igual de lanzados que uno. Y ahora que escribo esto, revisando de manera cardenal los sucesos de mi vida escritos en esta bitácora, me doy cuenta que no hay modo de representar los tránsitos del hombre. No hay forma de pretender vivir como estas maquetas, con masculinidades sobrerrepresentadas en la vestimenta, en el oficio de parecer grosero.

Algunas de mis groserías han caido en desuso. Otras palabras vienen al reemplazo: apaguemos la tele mejor y tiremos un rato. Ahora he elegido otros protagonistas para mi propia novela. Y yo, claro está, vivo en Santiago tanto tiempo como el que me ha correspondido vivir.

domingo, 11 de mayo de 2008

Esas noches largas

A pesar que el sol no ha abandonado sus pretenciones veraniegas, lo cierto es que sus fuerzas ya no alcanzan para andar tantas horas por el cielo. Cada dìa compruebo con fascinación como al salir de la oficina los días se hacen más oscuros.

Hay un tinte rojizo frio que se ha instalado en esta ciudad, como si se estuviera invocando la lluvia con algo de vergüenza. Y yo, me siento un buen rato en ese balcón del departamento que en el verano pocas veces quise ocupar. Y es que no es una alternativa sumergirse en la fantasía del colchón. Por el contrario, el amor me ha hecho salir a dar algunas vueltas cuando ya ha caido la noche así que desde la ventana me asomo para buscar la mejor vereda que pisar.

Esa noche que es cada vez más larga, que necesita velas más gordas para sostener el romanticismo. Esa noche que prende los faroles del centro con mayor ahínco, que me invita a aventurarme en la oscuridad de sus rincones, en las figuras que aprecen desde la penumbra.

Antes de dormir, para poder hacerlo realmente tranquilo, preciso una oración y una petición compacta. Cruzar el umbral de la hombría es abandonar la perspectiva heroica para adentrarse en las propias sombras (como diría Carl Jung), es contar los secretos que han permanecido como cuentos en la cabeza por bastantes generaciones, por muchas reencarnaciones de mi alma. La noche ennegrecida es tan oscura como ese rincón que me asusta mostrarte, pero es tanmbién el lugar donde pululan otros espíritus, otros pobladores de las calles que he recorrido.

No son demonios, porque me vivo cerca de una iglesia que recorta sonoro su carillón contra la tarde. Tampoco son muertos, porque el cementerio queda lejos y la casa está vacía; porque en esas visitas que no tienen regreso, en ese peregrinar por el metro camino de tu casa, hay una búsqueda que me aleja de esos fantasmas. Y quizás yo estoy a punto de ser como uno de esos, recorriendo con los dedos fríos el contorno de tu espalda mientras te exijo la vida.

Espíritus perdidos salen a nuestro encuentro, tú con tu nerviosismo, yo con mi melancolía que a veces arranca suspiros. Pero tengo la intuición que vivir en estas latitudes tiene la fortuna de exponernos a nuestros propios ciclos de luces y sombras. Caminando hacia el invierno busco tu calor ya casi sin darme cuenta: lo que tengo absolutamente claro es que esta vez, no miraré llover solo.

miércoles, 23 de abril de 2008

Dorar la píldora

Me pregunto cuántas de mis amigas católicas habrán marchado ayer. Y es que a pesar de tener registro sobre la convocatoria, ninguna de ellas me invitó. Ante tanta supuesta inasistencia me sorprendí gratamente al tropezar con la columna caminante al salir del metro en la Alameda.

La primera impresión borrosa me hizo pensar que la gracia recayó en camioneras rabiosas que, brazos en alto, demandaban poder de decisión equivalente a las que cualquier hombre juez podría tomar. Envidia del pene que no funcionó con la jueza Atala. Después, todavía encandilado por los faroles de la calle, creí divisar un ejército de prostitutas que reclamaban por el alza de los químicos: que si el consultorio no la reparte nos quedamos sin tintura para el pelo, parecían decir. Detrás de ellas, estaban las pokemonas que se ahorraron la micro para poncear, dentro de una manada para elegir; total ni siquiera les bajaba la regla como para tener que reclamar.

Pero luego, en seguida, estaban los actores colizas que aprovecharon la liquidación para sacar sus disfraces de curas vetustos, simulando la cara santurrona de un Benedicto que de esto se enteró a lo lejos, pero que metía sus manos sanguíneas en la vagina de una simulada parturienta. Buena tribuna para disparar a una Iglesia que hace rato quedó lejos del alcance del tiro. De la misma manera que la dirigencia travesti se sumó buscando hacer valer su belleza femenina, mancillada con la negación de la píldora para todas las hijas de Dios.

Porque nadie duda que la anticoncepción gobierna la guerra de los sexos desde los 60, ni siquiera los que viven adentro de la catedral. O alguien cree que las flacuchentas animadoras de TVUC están esperando embarazarse para arruinar la carrera y la figura. Con tanta vieja que gasta millones en estiramientos, con tanta mamá pituca que parece que encarga de verdad la guagua a París con tal no engordar como las pobres, la pelea contra la gravedad es igual de fuerte que contra la gravidez. Entonces, suponer que la regulación de un químico entre miles hará alguna diferencia en esta batalla, es no entender en absoluto donde se está parado hoy.

¿Acaso la senaturía católica podrá prohibir los ritos chamánicos para la fertilidad que algunas liberales practican? Porque lo mismo que se niega un anticonceptivo, se omiten los mecanismos para generar vida. La marcha en sí misma era una reacción contraria a vivirse este enojo de manera solitaria.

Entonces, en un mundo donde las mujeres son otras, donde la maternidad se ha complejizado de una manera abismante, es posible que convenga demorar la llegada de los hijos; que hay que disfrutar del sexo, que es mucho pero no lo es todo. La salvaguarda de ese placer vital, no es contradictoria con el uso de la boca para comulgar. Pero si unos pocos luego hacen la fila tranquilos en la parroquia de su barrio flotante, tranquilos porque ya no quedan magdalenas que salvar, me parece justo cobrar por esa otra píldora también, aquella que borró la contradicción humana y que para estos señores puede ser limpieza de conciencia no más.

La vida viene primero, más como todo en la naturaleza, necesita que la muerte la preceda. Esa es la verdadera actitud religiosa. No vale la pena entonces pelear con el que parece tener fe pero ha perdido conexión con el mundo.

domingo, 20 de abril de 2008

La compañía

Recordar viejas canciones es asumir la posibilidad de escucharlas con un giro. La experiencia primera de oir una melodía no se graba en la memoria para siempre, aun cuando los guiños indelebles de las emociones permanezcan ahí.

Cultivar la soltería implica desarrollar hábitos de soltero. Afuera la cosa parece como pura libertad, puros circuitos conocidos de silicona y sábanas sudorosas, de juerga y derroche de buen salario. Pero se desconoce que las verdaderas rutinas, esas que sostienen la vida solitaria, son cultivadas en silencio. Se cocina sin mediar palabra, se vagabundea por los espacios de la casa con la boca cerrada, se permite prender y apagar la televisión sin comentarios.

Ocurre también que esos hábitos tienen una inercia, porque son la estrucutura de la solitud. Y lo mismo que pueden enriquecer el espíritu pueden entorpecerlo, al defender los espacios de vulnerabilidad que la soltería exige cuidar. Es abandonar ese espacio un desafío de proporciones mayores, si verdaderamente se espera reconocer que lo que ata a otro es una verdadera necesidad.

Al ser sinceros con nosotros mismos damos cabida a la completitud humana, que se nutre de la existencia ajena para sus más altos fines y sus más bajas pasiones. Mirar el ombligo marea, perturbando los ojos con el espiral de esa cicatriz originaria. Es el recordatorio de la placenta perdida y de la membrana vitelina que nos separaba del universo más que cualquier otra cosa, pero que estaba hecha con la carne transparente de la madre y la semilla perdida del padre.

Entonces, cuando se mira para afuera aparece la nostalgia acérrima por la compañia. Pero vivirla de manera triste es una tentación. Es una vuelta a la vida en blanco y negro anterior al parto. La verdadera vocación es como un suspiro, un hálito que nos sube al aire.

Entonces al escuchar viejas canciones se puede recordar cómo se estaba la primera vez. Incluso en medio de un vagón del metro, apretado entre miles de personas, se hace patente esa solitud del espíritu. Y aunque haya noches que se amargan por la búsqueda racional de simetrías en el querer, la distancia asegura que lo contrario -el amor por la singularidad del hombre- es aquello que verdaderamente permite encontrar la propia esencia.

Como para valorar los propios recuerdos como arquitectura de lo que se es hoy...

miércoles, 9 de abril de 2008

Xenoglosia

¿Cómo se hablará fuera del planeta? Porque habiendo recorrido todos los idiomas de norte a sur se agotan los sonidos posibles, porque hay tanto más por decir que todavía no tiene manera de pronunciarse.

Ya decía Norbert Elías que no nos podemos despegar de la naturaleza porque nuestra cultura existe sobre ella; es como si la tradición nominalista de Occidente hubiese olvidado que necesita de la lengua, de la cavidad del paladar para decir cualquier cosa. Y esa motricidad no existe de faltar fósforo que encienda las neuronas.

En eso los hombres nos hemos especializado en inventar palabras y más palabras que nos diferencian. Desde el principio de los tiempos. Porque si no, cómo se explica el desarme de la torre de Babel incluso antes que apedrearan a la desafortunada Sodoma. De no ser por eso, de no haber querido Dios que dejáramos de competir con su ciencia, quizás hoy seríamos otros. Bastaría mirarse y entender, sin necesidad de explicar nada.

De los sonidos que nos colonizaron heredamos la jota que raspa la garganta mozárabe, y de ahí saltando al Inglaterra o Finlandia ese ejercicio no me sirve de nada. Entonces se entiende que para entender a la humanidad hay que despojarse de la propia palabra por un momento, convencido que hay otra esencia que es aprensible por los sentido pero que al buscar analogías nos deja distanciados y haciendo guerra por la razón.

Es por eso que el "don de lenguas" es algo que usó el mismo Dios para revertir el desquite sumerio. Venido el Espíritu no se puede escribir más nada, porque el arquetipo que se pronuncia carece de cálculo racional, carece de palabra con el cual nombrarlo. Es la xenoglosia entonces un don disfrazdo de divino, porque solamente puede ser descrito por la conciencia. Es degustar otro idioma una manera de amar al prójimo, sabiendo que su cabeza funciona de manera irremediablemente diferente.

Es una forma diferente y proactiva de viajar. estar fuera del país permite comprobar que en muchos lugares la geografía no traiciona y se practican los mismos ritos urbanos de noche y de vigilia, de tráfico y de patentes, de música y consumo. Y aunque el sol se ponga de manera diferente siempre habrá alguna mejor manera de llamarlo a que vuelva. A cada momento, alguien en el planeta se va a dormir y recita sus oraciones con otros acentos. Incluso es más, hay veces que dos sujetos en la misma cama no logran acordar cómo desearse las buenas noches.

Queriendo aprender la lengua de cada viviente, me dispongo a viajar por nuevos vocabularios.

martes, 25 de marzo de 2008

Aviso de bomba

Ay! Ay! Ahí, ahí hay una bomba. Es un paquete sospechoso, un contenido ignoto. Nadie sabe lo que hay dentro de esa caja, oculta debajo de una silla, debajo del poto caliente de ese desconocido que saltaría por los aires ante una señal eléctrica, un impulso a control remoto que controla ese explosivo a distancia, que convulsiona los líquidos a presión dentro de ese cuerpo material, dentro de ese envoltorio que se pasea impune por la ciudad, que baja las escaleras del metro, que camina por los tribunales, que se sube a la micro, que se mete dentro de las universidades o en una de esas se deja caer por tu casa.

Ay! Ahí está la bomba. Como en el cuento de “ahí viene el lobo” se anuncia la detonación de todo desastre, la liberación de los males, el derramamiento de sangre inocente. Y en esa sorpresa, en ese no saber dónde está la dinamita, todos se sienten amenazados. La existencia cotidiana se ve perturbada, ya no se puede comer tranquilo so pena de estar preparados para dar media vuelta y salir corriendo. Ya nadie puede estar en la casa descansando como antes, ahora la cosa se pone peluda porque el mundo cambia en un segundo.

Entonces nos aprovechamos de la falsa alarma. Es mejor decir que parece que ese cuerpo extraño es un explosivo, que químicamente se dice trinitrotolueno, que la amenaza es medible en megatones, que la onda expansiva de la destrucción puede alcanzarte en cualquier segundo y dejarte la cabeza al revés. Esa ciencia del desastre es más efectiva que la quebrazón de vidrios misma y el ruido sordo que hiere los oídos de una bomba verdadera. Porque entre tanta falsa alarma casi nunca algo explota, pero todos huyen despavoridos ante la mención de semejante idea.

¿Y quién indaga finalmente en el contenido de esa carta anónima? ¿Quién se detiene a asegurarse que ese sospechoso no es el portador de la muerte? ¿Quién cautela la calma permanente? ¿Quién le baja el volumen a la alharaca que se mueve por aquí y por allá? ¿Quién mira la verdad realmente?

Y es que la confesión, la desnudez, la pérdida del envoltorio de esas bombas falsas revelan algo inofensivo, a veces tan irónico como un oso de peluche, tan delicioso como una caja de bombones. De ser así, nadie tendría miedo de estrecharlo entre sus manos. Pero es el susto lo que mueve al hombre que se siente amenazado por esos desquiciados que siembran muerte sin control, con esos inmorales que trastocan los valores, que perturban la conciencia del mundo y alteran la tranquilidad de nuestros hijos.

Yo tampoco quiero que alguno de ellos sea mutilado, pero solo sé que arrancando siempre las cosas no se resuelven. Esa huida es la real cabida del demonio, la intranquilidad permanente de no poder ver la verdad de las cosas, de creer más en la amenaza que en la verdadera constitución de la vida.

Porque el que lleva la bomba puede ir de traje y zapatos de suela, sentarse a la mesa de una comida familiar y opinar en todas las reuniones de directorio. Y no es uno, son dos, son tres y son miles.

Sería tan bueno que al final todos pudieran seguir comiendo tranquilos al decir que soy gay…

Estamos juntos en esto, mi negro.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Carnaval y plegaria

Anoche, finalizadas las convulsiones celosas del día, distraje el coraje viendo la televisión. Había olvidado que quería ver un reportaje sobre la Marcha del Orgullo Gay; así que cuando la curiosidad tomó el control remoto ya había trasncurrido media filmación.

Pero creo que no me perdí de nada. Para el tiempo que vi la caravana, esta pasaba frente a un grupo de Los Valientes de David. Para el que no esté enterado, este es un grupo evangélico que se caracteriza por aparecer públicamente blandiendo la espada de la fe y rezando de modo altisonante sus intenciones de convertir al pecador. Evidentemente, cuando los embajadores de Sodoma sacabn sus plumas a la calle, harto había que gritar.

Evidentemente los gritos fueron para lado y lado. Porque aunque la fanaticada religiosa puede ser bien molesta, no es menos cierto que la camarada coliza puede ser aun peor. En la soberbia que da la publicidad del carnaval y la legitimación efímera del desenfreno, el garabato no es más que una herramienta de expesión cualquiera. En último término en la ofensa hacia el pechoño pentecostal no hay más de gala que de enojo.

Porque fuera de la marcha las cosas son bien diferentes. No tengo tan claro si el reclamo podrá ser a boca de jarro, que mostrar la cara sea una posibilidad verdadera. Los protagonistas del evento para la prensa son los travestidos, los que más escándalo hacen con sus escotes de silicona, los que mueven más los brazos y las pelucas para que no se les note abajo lo tieso del truco. Esos, que gritan arrastrando la "sch" parecen ser la portada del movimiento, el derrotero de las ilusiones de una comunidad entera.



Y yo no sé si en la privacidad del barrio alto no habrá algún compañero que querrá vestir lencería. Mujeres encerradas en cuerpos de hombre debería haber en todos lados. Pero hay lugares donde la expresión rabiosa es más permitida, donde el resentimiento es mejor entendido. Cuando se es un etnógrafo, la observación permanente salva al afectado de indagar en sus pasiones. Cuando se es un aristócrata, la coordinación con el mundo define la vida entera y anula el mujereo. Sin carteras que batir, la marcha cola se queda sin cuicos y sigue pareciendo ante los ojos de los religiosos como que esto es una perversión salvaje, una manía desatada por la posesión del demonio.

Garantes del orden católico, anglicano o aun budista, estos pobres aparecen sin religión. Y el orden civilizatorio se pone en riesgo, olvidando que la Marcha es la única fomra que tienen de poner a la luz del día lo que todos pagamos al caer de la noche. No por nada el mercado segmenta a los que buscan drag-queens más caras y sin bigotes.

Y como salidos de un gimnasio rasca, los vedettos azuzan a las masas sedientas de legitimidad, apoyo político, caricias de madre y aun oraciones del prójimo. Porque toda ciudad que se precie de ser metropolitana, alberga una comunidad gay que sale de fiesta, con la regularidad del sábado cristiano y la explosión del parade gringo. Y como todo carnaval, la gracia es rendirle culto a la carne. Después viene el silencio de la penitencia, o la preparacióin metódica del traje del año próximo. En esas puntadas el ritmo se sumerge otra vez en la sombra del anonimato, en la talla de la esquina, en la apagada de calefont burlada.

Antes que pedir la conversión de la naturaleza torcida puede ser mejor rezar por tocer la naturaleza que margina el mismo defecto que ella creo. Son las prédicas bizarras del púlpito lo que alimenta el encono adentro y fuera de la iglesia. La bulla del carnaval suspende el discurso, la oración lo enciende. Y entre medio el hombre sin saber cómo fotografiar su humanidad disfrazada, olvidando que al Juicio Final todos llegaremos en pelota.

martes, 18 de marzo de 2008

El acróbata

Cuando se trata de aprender a amar, parece que todos tenemos en la cabeza el diagrama de un malabarista. Porque las emociones del romance siempre se viven de manera ardiente, de manera prohibida, con unas vueltas en el aire que empiezan justo desde el primer momento en que uno se mira, en que se encienden los colores de las mejillas imperceptiblemente, en el instante que se dispara el cause hormonal que alborota la sangre entre los pantalones.

Todo ocurre fuerte y desde un inicio. Como si fuera una droga que prende rápido, que hace que las pulsaciones se aceleren y que se nuble la vista. Solo así se puede descubrir el verdadero amor. Cuando la guardia está abajo, pero el deseo está arriba. Cuando el hambre apremia y el presupuesto es poco y al igual que en la vereda acelerada de la ciudad, uno se deja llevar por la promoción más rápida de una multinacional.

¿Y qué hay del slow food? ¿Qué hay de los paseos a paso lento hacia el centro de la existencia ajena? ¿Qué hay de la distracción de los sentidos? ¿Qué hay de la arquitectura añeja que obliga a mirar dos veces? Porque despertar cada mañana y poder mirar como crece la barba del compañero es un privilegio. Mirar como se ensortija el cabello día a día, cómo se endurecen las plantas de los pies. Esos regalos solo se descubren al afinar la vista. Pero no con cualquier herramienta; esto se trata de tener el tiempo, de empezar a contarlo al revés solo esperando volver a verte. Ahí se descubre que la hora avanza no por el engranaje del sol, sino por las expectativas que abundan en la cabeza. Porque el arrebato del saltimbanqui, la pirueta de novela rosa, puede jugarnos en contra al querer apurar los minutos con la fanfarria de la cuerda floja.

Porque la adrenalina es un balazo. Es un impulso a cruzar las fronteras de la conducta que atosiga la cabeza con sus gestos de control. Pero su mayor gracia es que pueda caer sobre el espinazo casi como el fuego de Pentecostés, con una sorpresa que no se elige. Entonces el torrente de la pasión se abre paso como una crecida, como una alteración que evidentemente busca quedarse, como todo en la naturaleza.

Habiendo elegido un cómplice, es fácil perderse entonces en otro mundo de sensaciones. Y es también atractivo portarse mal. Es conveniente buscar un lugar desconocido donde perderse en la piel del otro, donde exponer la cicatriz escondida que escapó de tanto mirón morboso.

El amor que surge de la pasión inconciente, en el flechazo de comercial, es aquel que pertenece a los que no tienen tiempo. A esos no sabría qué decirles para subirme a su espalda. Para otros, las cosas vienen despacio. Eso no significa que lleguen tímidas: por el contrario, una vez aquí es difícil escapar a su potencia. Quizás sea la traición de vivir en Chile, esperando un invierno que se anuncia de a poco y que tarda en hacer caer la lluvia. O quizás sea haberte visto desnudo después de un largo verano que por eternamente caluroso nos acostumbró a andar vestidos con resignación. Pero así se ama a largo plazo, cuando la sensación no es costumbre sino que es un peldaño que se inclina hacia el desván de nuevas aventuras.

Porque ahora que he despertado, dejé de soñar con el acróbata que se encarama de una en el techo. Lo prefiero aquí dentro, inventando nuevos idiomas que no se publican, torciendo la lengua adentro de un beso que no se puede describir y con otras formas para doblar las esquinas de la piel.

Ese salto mortal, esperando tus brazos de trapecio es lo que me atrevo a buscar.

lunes, 25 de febrero de 2008

Eu voltei no Brasil


Habiendo transcurrido un año de la aventura solitaria que emprendiera hacia el lado atlántico de mi existir, decidí regresar con el ánimo partido. Por una parte ansiaba la aventura de recorrer un capítulo negro de mis andanzas. Por otro lado, no quería dejar al negro solo por salir a andar.

Pasaje comprado, idioma en la maleta y cámara de fotos por entrenar. Obrigado por voar ao GOL. Aterrizar en Salvador, queriendo salvarme de quién sabe qué. Calor en todo el cuerpo, sudor instalado y las ganas de cruzar a cualquier isla de promesas. Pero antes el paladar bahiano mezclaría aceite de palma y leche de coco, lubricando la experiencia de atardeceres de cigarra, de desnudez permitida, de samba y forró musicalizado con las manos, de fruta macerada en el alcohol que embriaga el pueblo.

Ahí, tirado en la playa, comprendí el valor del trópico en la existencia del planeta y en la vida del hombre. Al lado, la pobreza flotando sobre palafitos de latón, pero la alegría buscando la garganta y los parlantes litorales. Y estar en el agua como eterna manera de habitar el vientre nordestino, a falta de bosques y nieve con los cuales cubrir el raciocinio nórdico.

En esa encrucijada el turista típico que de viajero lo ha perdido todo. Porque cambiar las palabras es como abrir la mente, dejar de pensar en las claves conocidas para vivir en la playa en vez de estar en un comercial. Abandonar el pastel de choclo para comer el peixe local, sin preguntar si será demasiado picante. Porque la picantería se va con el chileno que viaja sin diccionario, que no puede pronunciar dendé, invocar a Iemanjá, curiosear en la textura del acarajé, o embriagarse en la acidez del umbú.

Así de aguda son las palabras, clavadas en el oido mientras se flota en el mar. Pero habiendo renunciado a la aventura que persigue las carreteras más lejanas, comprendí que toda vida merece la fiesta, merece el derroche sacrílego en los días antes del Juicio. Y escojí un país que sabe como hacerlo: porque aunque llegando al aeropuerto pudiera ser testigo de una pelea a cuchillazos, esa pasión puesta al sol de la tarde se convierte en esperanza de futuro, esa que invita a ficar en esta vida asumiendo toda esa humanidad que se engaña a sí misma, consagrando con orgías los días previos a la penitencia cuaresmal.

Voltarei no futuro aun cuando bajo el mismo sol las cosas sean igual como ahora.

sábado, 9 de febrero de 2008

El advenimiento de las divas

Quizás se encuentre algún socorro dentro de la generosidad de sus curvas fememinas, quizás sea la manera de prendar con los labios al auditorio aunque sea fingiendo un beso repartido. Puede tener que ver con la capacidad camaleónica que reviste una larga cabellera cien veces pintada y peinada. La técnica de seducción en el ideario occidental parece recaer estrictamente en la mujer, que como una Eva permanente es portadora del pecado que lega la serpiente, y convierte la manzana en un árbol de dinero y superficialidad pura.

En el mercado del espectáculo, desde hace un tiempo ya, la preponderancia de la diva adquiere la función de representar la indisponibilidad del cuerpo y alma femeninos, de la misma forma que toda la sociedad parece apuntar hacia el lado contrario transando tetas como mercancía y anulando el corazón debajo de ellas. Cuanto más técnicas de exposición corporal existen, más probabilidades existen que una mujer elegida entre varias supere todo eso y empleando otros mecanismos de trascendencia, se convierta en una diva que genera envidias en mujeres y hombres que quieren serlo.

Quizás por la posibilidad comercial y la eterna renovación del video clip, en lo súltimos treinta años las divas han abandonado el cine para poblar el tabloide musical. Las intérpretes pueden hacer gala de diversas teatralidades en formatos de consumo ràpido y de reproducción espontánea. Cada sencillo es una nueva oportunidad de presentar otra faceta femenina sea la romàntica espera o la orgásminca sensualidad. en ambos casos la diva está en control de estos impulsos, que por el contrario parecieran generar en el resto un efecto adverso: quien haya estado en una discoteca gay alguna vez sabrá que parte importante del repertorio es cantado por mujeres y que siempre el espectáculo central reposa sobre el talento de algún transformista que es rodeado por un ballet de hombres fornidos. La levantan por lo aires, la rodean con el sudor de la testosterona, pero nunca, nunca la tocan de verdad.

Salvo escasísimas excepciones, siempre la diva será un mujer en aparente control de si misma, lo que le impide ceder ante la tirana dominación masculina. Una cantante con más de un marido, probablemente venda mejor que una pechona monógama. Una cantante que haya usado la cama a su favor es más deliciosa que una reprimida. Se revierte así la disponibilidad de su espíritu a la manera de una divinidad que habita fuera del mundo pero interviene en su marcha. La maternidad verdadera puede ser una deventaja, convenientemente, la diva se mantiene tan joven y esbelta como su estrógeno lo permita. En esa condición, todos los dramas son posibles y todas las fantasías tejidas de joyas y vestidos glamorosos son sustentables.

Una diva proyecta esa inmutabilidad que tiene lo no humano, lo ahistórico del mercado que recicla la vida personal como una rtículo de compra más. Para la existencia pegada en el mundo y completamente anónima de los espectadores, representa un oportunidad de sentirse única, cultivar la cualidad del deseo permanente que nunca se satisface.

De alguna forma una figura quintralesca, operada y estirada es más identificable con las bajas pasiones que buscan sofisticarse y vestirse de brillos tanto como se esconde la realidad humana que nos ata a las necesidades de la sobrevivencia. Suprimido el romance que necesita buenas cuotas de introspección, la diva posibilita configurar un culto que anula esta ansiedad. Sin emabrgo, para que existe como tal, finalmente, la sacerdotisa no tiene existencia como la que verdaderamente puede identificarnos.

Volando entre perfumes que llevan su nombre, las pestañas postizas del video clip adornan la realidad del individuo que cree no tener religión y sin embargo sigue creyendo en las diosas. Una alternativa es aferrarse a la propia vida que de divina tiene bastante.

sábado, 26 de enero de 2008

La libertad de tocar

El noticiero del mediodía atendió otra vez a las convulsiones de nuestra realidad ciudadana. Y mientras la descordinación gubernamental destruyó la plaza de la rotonda Grecia, mientras parece que los mapuche queman la mitad del sur sin mediar encargo, esa sensación de que los lugares lindos se terminan, cabecea abruptamente de la mano del reggeatón perreado que musicaliza el ponceo pokemón.

Ya aburrido de la etnografía barata de los matinales, la prensa complementa su estudio con una descripción detallada del perfil clínico de esta tribu que no es otra cosa que un vil cahuineo a costa de sus costumbres cochinas. Besan tanto que aumentan sus probabilidades de contraer mononucleosis y resfríos varios. Manosean tanto que pueden agarrarse la sarna de los peliteñidos. Se refriegan tanto que hacen cundir como peste las ladillas del prójimo. Bajo la apariencia de boletín, el chisme del barrio se vuelve moda; acabada la novedad, se debe sacar nuevo filo a las imágenes, empujarlas más allá los límites del morbo, hasta donde alcance con estos adolescentes que de pavo tienen poco, pero que de distraídos tienen harto, inconcientes de su afeamiento sin sentido frente a una atención que ya tienen ganada.

Y claro, conversando con un amigo sobre la belleza adolescente y el impulso histórico de los viejos a agarrarse cabritos, la imagen del efebo griego se desvanece de un plumazo con los copetes rígidos de estos pendejos que hoy día aprecieron en mi almuerzo explicando el sobajeo: la costumbre de correr mano terminados los noventas, la conducta de pescar sin pudores las tetas y pichulas ajenas porque es entretenido no más.



Y el segmento que sigue en la noticia, así como después de cada tragedia chilena actual, es el comentario del público sorprendido, asustado ante los alcances de las hormonas actuales. ¿Y es que habiendo comido tanta pechuga de pollo inflada, qué otra cosa esperaban? Porque al igual que la comida transgénica del domingo, no se puede pretender que los muchachos no quieran ser falsos adultos si después del "sobajeo" el mismo noticiero termina el ciclo reporteano los beneficios de los teams veraniegos.

Equipos de silicona y planos picados sobre el escote generoso de las chicas playeras. Traseros turgentes que simbolizan la libertad de mirar en el verano. Y como todos los años, nos quieren hacer creer que Reñaca es lugar privativo de las rubias, que La Serena es un derroche de adrenalina stripper, y que Pucón no es una palabra que usan las pehuenche de poncho. Entonces, lo que no se dice en esta fantasía es que por lo menos estos cabros no se conforman con el mirar, no se engrupen con el juego sucio de los editores que ya no sugieren sexo sino que sacan cuentas alegres juntando las babas de los viudos de verano y el hambre de calugas femenino desatadas.

Luego, la cara de susto de las viejas es la cara de resignación ante la guata que no puede competir con las modelos. Y nosotros nos quedamos con las ganas del voyerista culposo, mientras los muchachos experimentan sin pudores el gusto por la carne caliente, por la carne verdadera de las pokemonas sudorosas. Y si los cuplan de mentirosos, de zafados, al menos es en virtud de los hechos, en el ejercicio del derecho de tocar a otro que ha dado permiso para hacerlo.

La silicona en su etiqueta, señala el peligro de ingerir o frotar sin protección aquella sustancia. La piel femenina que la contiene entonces no es más que otra ilusión. Si el sexo libre adolescente se olvida completamente por el gusto por la belleza convencidos de la buena estética de un look ridículo, los sensatos, los adultos sucumbimos ante la mentira de la imagen, todavía más tontos aún: la de team veraniego, aquel que se mira, pero nunca se toca.

lunes, 14 de enero de 2008

Arte para los artistas

Hay días en que el teatro inunda las calles y salas de la ciudad, habiéndose consagrado el verano como un tiempo de las tablas, y enero como el mes de las nuevas performances que llegan como tendencias de temporada desde la mente y talento de los dramturgos nacionales e internacionales.

Es en enero cuando los actores tienen todo el derecho de ponerse aún más hueveados de lo que son, cuando su oficio sale del anonimato un tanto elitista de la cartelera invernaly encuentra publicidad en cada una de las paletas de la Alameda, en un pequeño afiche pegado en las paredes de las iglesias del centro y en las pizarras que se ofrecen como menú en salitas que nadie supo estaban allí.

Y para los retrasados de las vacaciones, la cultura llega como barniz acalorado que gasta mejor el dinero que el happy hour de tantos meses atrás. Y de tan seguido que se toma el trago, se olvida que hay otra maneras de hablar que no sean el cahuin de la oficina o la queja por la micro averiada. Así, para los que esperan con calor las vacaciones y quieren evitar achicharrarse de nuevo en las mismas terrazas, el teatro del Santiago a Mil, las exposiciones del Museo Libre 24 horas, los conciertos aberrantemente segmentados de Providencia Jazz, constituyen nombres que se pueden comprar también como los tragos del año anterior.

Y es que el arte no debiera consumirse solo una vez por año. Curiosamente, esta cartelera recae justo cuando el bolsillo brilla en el vacío postnavideño. Y a sabiendas que el invierno no es buena fecha, la luz que regala este mes al caer la jornada laboral tiene un poco de todo: arte para el pueblo que se apiña en el parque quemante o para los ilustrados que aplauden con la espalda arqueada la obra de unos alemanes angustiados, que requieren atletismo mental para asociar los gritos de la protagonista culeada con el vacío existencial de nuestra vida robada por las instituciones.

Pero como ando distraído ahora último... el arte para los artistas es cada vez mejor, pero también más encerrado en su propia costumbre y lenguaje. Para los legos, la opción es estudiar justo cuando no se puede o cultivar la asepcia del espectador que compra entradas esperando experiencias nuevas. Pero ya hemos hablado que al final los signos son diferentes para los mismo símbolos.

Teniendo pajaritos en la guata, mejor pensar cómo salir a pasear de manera diferente. No sea cosa que después del teatro me vaya a la playa como cualquier santiaguino que aprovecha ahora el ofertón que por excesivo es igual de inalcanzable que la cultura de marzo hacia allá.

Ahora, ya no hay purismo que valga para celebrar el verano.

lunes, 7 de enero de 2008

Geografía veraniega

Comenzado Enero, el calor ha subido nuevamente a umbrales que no conocieran otros veranos. Y esa luz contagiosa, esa incandescencia del cielo, recorre un camino distinto por entre los pliegues de tus cordilleras, esas que siempre están afuera de tu ventana y dentro de tu memoria.

En el caso de la mía, el deseo trae el recuerdo de los ríos helados que bajaban de la montaña a refrescar mi niñez. El azul corriente del estero alguna vez sumergió mis sandalias y se las llevó flotando hacia el mar. ¿Cómo iba a saber yo más adelante que querría andar descalzo? Y es que arriba en el mapa de Chile siempre los valles fueron un lugar de verdes nacimientos metidos entre cerros espinosos.

Tú me enseñaste que esos lugares vibraban con los colores de flores desconocidas para mis ojos miedosos, para mis pasos asustados que nunca quisieron escalar esas pendientes. La angustia venía de rodar cuesta abajo, pero hoy eso es lo que quiero: arriba, abajo, arriba, abajo, un pie sobre la cordillera y mi mano intentando alcanzar las comisuras de la montaña, los pliegues olorosos de esas serranías.

Y quisiera perderme en esos caminos que conducen a la cabecera del agua, al límite donde se funde la nieve renunciando a su pretendida frigidez. Allí se explica el jugo del tomate que se deshace dulce dentro de la boca, la sonrisa de la sandía que acompaña todas mis anécdotas, la piel negra de las uvas que después de la cosecha es la gota que explica mi borrachera. Allí arriba se explica el color de las aceitunas que pueblan tus ojos hambrientos y que vencen la sombra de olivos añosos confiando caer en dentro de algún desprevenido que quiera probarlas una a una, vez tras vez.

El año comienza en este lado del mundo y el viento tibio despeina esos campos estrechos que de pronto se convierten en llanuras infinitas. Entre esos pastos mis manos se han perdido varias veces ahora que lo recuerdo. Y al lado de la acequia el sauce llorón se convirtió de pronto en un desorden de niños convertidos en columpios, también recuerdo eso. Y donde terminan sus ramas, allí donde roza el agua parece haber oro escondido tras los reflejos del sol, uno que se toca y tirita a lo largo de todos los canales, que se desvanece fugaz en la caricia y aparece siempre tentador al calmarse el agua.

Entonces perdido otra vez en ese campo, ahora ya adulto, miro donde me llevarán mis pasos para escalar esas cordilleras que no conozco y que el verano se encarga de alumbrar como un lugar de luz, donde la erupción de espinas promete un regalo fragante. Prometo mantener el paso para llegar lo más arriba posible, con tanta curiosidad como la que tuvieran mis dedos dando las vueltas alrededor de tu ombligo, como si el país fuera diferente ahora que el verano ha desnudado de nieblas toda la tierra.

Y estas serán regiones que compartiremos, medio en secreto, medio públicamente. Mal que mal hemos descubierto que no hacemos sino lo que cualquiera haría frente a tantos cerros que recorrer. Pero lo que no sabes es como desde mi vientre surge el deseo desconocido de resbalar por la ciénaga llena de olor a monte, de comer ese choclo blanco que pillé entremedio, dar la vuelta al tronco de un árbol diferente.

Y en medio de todas esas correrías, esas que no caben en ninguna foto, sé que estás tú. Te quiero.