jueves, 25 de octubre de 2007

Retórica Urbana Repetida

Siguiendo con la retórica urbana y el juicio que se obtiene de mirar una y otra vez los mismos espacios, no puedo dejar de compartir una canción que volví a escuchar hace muy muy poco. La llevé en el avión la semana antepasada sin saber, quizás, si lo hacía para rescatar las imagenes de altura que rodeaban toda la estética del video.

"Déjate caer" es una visita a Los Tres en versión moderna, un homenaje puesto definitivamente a otro nivel musical y espacial. La primera vez, la melodía era analógica a la nostalgia de un suicida o un moribundo. Siempre pensé que era un discurso de renuncia. Y bien recordarán a Alvaro Henríquez actuando de fantasma en el funeral, de un Santiago envejecido pero iluminado.

Difícil misión para los mexicanos. No sé bien, pero creo que parte de las razones para que el video sea tan bueno es precisamente haber abandonado toda premisa nostàlgica para venir a fotografiar una ciudad tan grande como el DF, superponiendo al hombre sobre la dureza del paisaje urbano. Porque la capital mexicana no es como el DF argentino o como el mismo Santiago. Las curvas de la arquitectura en el primero y la escala aprehensible del segundo se distinguen de un paisaje marcado por el pavimento duro de toda ciudad grande, por la sucesión infinta de automóviles que parecen tanquetas (el típico taxi Escarabajo) la autopista con nombre marciano (doble hacia Tlanepantla) y la postal de iglesia onmipresente de la sociedad guadalupana.

Qué se yo. Cualquier ojo afinado podrá distinguir como en la ciudad se superponen planos y materiales aparentemente contradictorios. Los personajes bailarines del video, trashumantes en la ciudad que la canción mira desde el cielo, son seres de carne y hueso lanzados sobre la calle, indefensos frente al atropello vehicular, al ahogo de la marea incesante de buses, emotivos frente a las fachadas perennes de piedra.

Vivir en ciudad grande implica ceder parte de la libertad del cuerpo, ceder ante la escala de muchos queriendo apretarse en un solo lugar. El ascensor nos exige colgar la vida literalmente de un cable, la avenida nos exige saltar en respuesta a una luz roja que detiene el rio de vehículos que pesan como elefantes en estampida, la autopista nos exige vendar el pecho de antemano para no quebrarlo con la inercia siempre amenazante.

Tantas posibilidades urbanas tienen un costo que a veces se quiere disimular con la postal de la pradera florecida y el atardecer de brisa fresca, ese que tiene el mismo viento que se comparte con la urbe, pues no distingue un àrbol, de una montaña o de un edificio. La sombra electrónica que delizan los Café Tacvba no hace más que profundizar esa sensaciòn de ambiente y la sugerencia de una libertad superpuesta a la resignación urbana. Si no, no se verìa tan gracioso que bailaran desprotejidos en el bandejón de una autopista, con las luces corriendo a su alrededor.

Vivir la ciudad es tambièn saber interpretarla. Hallar un sentido intepretable de los actos que cotidianamente la constituyen. Y en una carrera por salir del suelo en edificios cada vez mas altos, saber recuperar la escala del hombre es una acción de las más sensatas que pueden haber. Y no faltará quien señale que eso es arte puro.

1 comentario:

Boris G. Isla Molina dijo...

Al parecer, la sensación flyer (¿así se dice?) como documento público, cedio paso al documento íntimo de un diario de vida. La idea ya no es divertir, sino más bien situar, estabilizar, entrenar.

Un modelo de escritura, altamente estilizado, punzante y testimonial.

Ha sido bueno visitarte.

Boris