viernes, 5 de octubre de 2007

Flaites cuicos

Yo sé que una golondrina no hace la primavera. También sé que metodológicamente no se puede extrapolar un solo caso como ley general del universo. Pero si sé que una experiencia por sí sola es suficiente para establecer un juicio, para opinar sobre aquello que la constituye, o relatar las cosas que provoca en quien la observa.

Lo digo porque esta semana me he fijado más que de costumbre en espantosas conductas cuicas que rayan en el absurdo. Lo digo por los reclamos que han habido en los medios a propósito del inicio del cobro del TAG en la Avenida Kennedy. Si vieron las noticias esta semana, habrán sido testigos de como los noticieros entrevistaron a cuanto Mercedes Benz se le cruzò en el camino, con molestos conductores que criticaban lo injusto que era pagar por una autopista que estuvo allí desde siempre. Y es que no vale de nada que la hayan recarpeteado (a diferencia de lo que si les cuesta a los que deben sortear cada uno de los postulantes al Crater Urbano del año) Tampoco importa que hayan diseñado el nudo de Estoril con estrecha consulta a los vecinos a diferencia del resto de la ciudad a la que le plantaron cemento encima.

Porque aunque el resto de Santiago se aguante con que construyan un paso a desnivel en su mismo living y paguen desde el principio, los cuicos reclamaban por tamaño descaro.

Pero lo que más me reventó era lo cara de palo que hay que ser para decir por TV abierta cómo evadir el cobro. Y aunque eso sea parte de las alternativas que todo concesionario debe proveer, esta vez la cosa se dijo como "dato" porque al final, todos los conductores de la tele parece que viajan por la avenida famosa, desde sus privados olimpos hacia la capital. Nuevamente aquí hay una negación de la ciudad y también de la propia precariedad del nuevo rico. Porque contar la chaucha de peso en el Lider de Plaza Lyon es igual de flaite que tirarse un peo en una micro del Transantiago. Porque usar zapatos Prada para ir al Hogar de Cristo es igual de desubicado que hablar con la boca llena en casa de embajador.

Flaites cuicos ha habido siempre. Los hay en la versión de sujetos desclasados que intentan parecer lo que no son, tipo rubio con la pichanguera o la polera hip-hop. Pero hay otros peores: esos son los que aparentan mayor prestigio pero que les duele gastar cada peso. Y teniendo el poder regalado de poder decir aquello que es correcto y lo que es incorrecto, indicar cómo evitar la factura suena distinto a declarar como evadir impuestos. Pero una práctica y la otra al final tienden a ser lo mismo.

Si el resto de la ciudad debe comportarse de una manera que de alguna forma no eligió, no son ellos los únicos que podrían saltarse la norma. Hacerlo, declararse en rebeldía, es tan flaite como no respetar la propiedad ajena, pegarle un lanzazo a la vieja del centro o decir flaiterismos en la cana. Porque buscar esos resquicios no es nada elegante, y al final el cuico, en su descuido se condena a sí mismo a ejercer la rotería igual.

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