sábado, 26 de enero de 2008

La libertad de tocar

El noticiero del mediodía atendió otra vez a las convulsiones de nuestra realidad ciudadana. Y mientras la descordinación gubernamental destruyó la plaza de la rotonda Grecia, mientras parece que los mapuche queman la mitad del sur sin mediar encargo, esa sensación de que los lugares lindos se terminan, cabecea abruptamente de la mano del reggeatón perreado que musicaliza el ponceo pokemón.

Ya aburrido de la etnografía barata de los matinales, la prensa complementa su estudio con una descripción detallada del perfil clínico de esta tribu que no es otra cosa que un vil cahuineo a costa de sus costumbres cochinas. Besan tanto que aumentan sus probabilidades de contraer mononucleosis y resfríos varios. Manosean tanto que pueden agarrarse la sarna de los peliteñidos. Se refriegan tanto que hacen cundir como peste las ladillas del prójimo. Bajo la apariencia de boletín, el chisme del barrio se vuelve moda; acabada la novedad, se debe sacar nuevo filo a las imágenes, empujarlas más allá los límites del morbo, hasta donde alcance con estos adolescentes que de pavo tienen poco, pero que de distraídos tienen harto, inconcientes de su afeamiento sin sentido frente a una atención que ya tienen ganada.

Y claro, conversando con un amigo sobre la belleza adolescente y el impulso histórico de los viejos a agarrarse cabritos, la imagen del efebo griego se desvanece de un plumazo con los copetes rígidos de estos pendejos que hoy día aprecieron en mi almuerzo explicando el sobajeo: la costumbre de correr mano terminados los noventas, la conducta de pescar sin pudores las tetas y pichulas ajenas porque es entretenido no más.



Y el segmento que sigue en la noticia, así como después de cada tragedia chilena actual, es el comentario del público sorprendido, asustado ante los alcances de las hormonas actuales. ¿Y es que habiendo comido tanta pechuga de pollo inflada, qué otra cosa esperaban? Porque al igual que la comida transgénica del domingo, no se puede pretender que los muchachos no quieran ser falsos adultos si después del "sobajeo" el mismo noticiero termina el ciclo reporteano los beneficios de los teams veraniegos.

Equipos de silicona y planos picados sobre el escote generoso de las chicas playeras. Traseros turgentes que simbolizan la libertad de mirar en el verano. Y como todos los años, nos quieren hacer creer que Reñaca es lugar privativo de las rubias, que La Serena es un derroche de adrenalina stripper, y que Pucón no es una palabra que usan las pehuenche de poncho. Entonces, lo que no se dice en esta fantasía es que por lo menos estos cabros no se conforman con el mirar, no se engrupen con el juego sucio de los editores que ya no sugieren sexo sino que sacan cuentas alegres juntando las babas de los viudos de verano y el hambre de calugas femenino desatadas.

Luego, la cara de susto de las viejas es la cara de resignación ante la guata que no puede competir con las modelos. Y nosotros nos quedamos con las ganas del voyerista culposo, mientras los muchachos experimentan sin pudores el gusto por la carne caliente, por la carne verdadera de las pokemonas sudorosas. Y si los cuplan de mentirosos, de zafados, al menos es en virtud de los hechos, en el ejercicio del derecho de tocar a otro que ha dado permiso para hacerlo.

La silicona en su etiqueta, señala el peligro de ingerir o frotar sin protección aquella sustancia. La piel femenina que la contiene entonces no es más que otra ilusión. Si el sexo libre adolescente se olvida completamente por el gusto por la belleza convencidos de la buena estética de un look ridículo, los sensatos, los adultos sucumbimos ante la mentira de la imagen, todavía más tontos aún: la de team veraniego, aquel que se mira, pero nunca se toca.

lunes, 14 de enero de 2008

Arte para los artistas

Hay días en que el teatro inunda las calles y salas de la ciudad, habiéndose consagrado el verano como un tiempo de las tablas, y enero como el mes de las nuevas performances que llegan como tendencias de temporada desde la mente y talento de los dramturgos nacionales e internacionales.

Es en enero cuando los actores tienen todo el derecho de ponerse aún más hueveados de lo que son, cuando su oficio sale del anonimato un tanto elitista de la cartelera invernaly encuentra publicidad en cada una de las paletas de la Alameda, en un pequeño afiche pegado en las paredes de las iglesias del centro y en las pizarras que se ofrecen como menú en salitas que nadie supo estaban allí.

Y para los retrasados de las vacaciones, la cultura llega como barniz acalorado que gasta mejor el dinero que el happy hour de tantos meses atrás. Y de tan seguido que se toma el trago, se olvida que hay otra maneras de hablar que no sean el cahuin de la oficina o la queja por la micro averiada. Así, para los que esperan con calor las vacaciones y quieren evitar achicharrarse de nuevo en las mismas terrazas, el teatro del Santiago a Mil, las exposiciones del Museo Libre 24 horas, los conciertos aberrantemente segmentados de Providencia Jazz, constituyen nombres que se pueden comprar también como los tragos del año anterior.

Y es que el arte no debiera consumirse solo una vez por año. Curiosamente, esta cartelera recae justo cuando el bolsillo brilla en el vacío postnavideño. Y a sabiendas que el invierno no es buena fecha, la luz que regala este mes al caer la jornada laboral tiene un poco de todo: arte para el pueblo que se apiña en el parque quemante o para los ilustrados que aplauden con la espalda arqueada la obra de unos alemanes angustiados, que requieren atletismo mental para asociar los gritos de la protagonista culeada con el vacío existencial de nuestra vida robada por las instituciones.

Pero como ando distraído ahora último... el arte para los artistas es cada vez mejor, pero también más encerrado en su propia costumbre y lenguaje. Para los legos, la opción es estudiar justo cuando no se puede o cultivar la asepcia del espectador que compra entradas esperando experiencias nuevas. Pero ya hemos hablado que al final los signos son diferentes para los mismo símbolos.

Teniendo pajaritos en la guata, mejor pensar cómo salir a pasear de manera diferente. No sea cosa que después del teatro me vaya a la playa como cualquier santiaguino que aprovecha ahora el ofertón que por excesivo es igual de inalcanzable que la cultura de marzo hacia allá.

Ahora, ya no hay purismo que valga para celebrar el verano.

lunes, 7 de enero de 2008

Geografía veraniega

Comenzado Enero, el calor ha subido nuevamente a umbrales que no conocieran otros veranos. Y esa luz contagiosa, esa incandescencia del cielo, recorre un camino distinto por entre los pliegues de tus cordilleras, esas que siempre están afuera de tu ventana y dentro de tu memoria.

En el caso de la mía, el deseo trae el recuerdo de los ríos helados que bajaban de la montaña a refrescar mi niñez. El azul corriente del estero alguna vez sumergió mis sandalias y se las llevó flotando hacia el mar. ¿Cómo iba a saber yo más adelante que querría andar descalzo? Y es que arriba en el mapa de Chile siempre los valles fueron un lugar de verdes nacimientos metidos entre cerros espinosos.

Tú me enseñaste que esos lugares vibraban con los colores de flores desconocidas para mis ojos miedosos, para mis pasos asustados que nunca quisieron escalar esas pendientes. La angustia venía de rodar cuesta abajo, pero hoy eso es lo que quiero: arriba, abajo, arriba, abajo, un pie sobre la cordillera y mi mano intentando alcanzar las comisuras de la montaña, los pliegues olorosos de esas serranías.

Y quisiera perderme en esos caminos que conducen a la cabecera del agua, al límite donde se funde la nieve renunciando a su pretendida frigidez. Allí se explica el jugo del tomate que se deshace dulce dentro de la boca, la sonrisa de la sandía que acompaña todas mis anécdotas, la piel negra de las uvas que después de la cosecha es la gota que explica mi borrachera. Allí arriba se explica el color de las aceitunas que pueblan tus ojos hambrientos y que vencen la sombra de olivos añosos confiando caer en dentro de algún desprevenido que quiera probarlas una a una, vez tras vez.

El año comienza en este lado del mundo y el viento tibio despeina esos campos estrechos que de pronto se convierten en llanuras infinitas. Entre esos pastos mis manos se han perdido varias veces ahora que lo recuerdo. Y al lado de la acequia el sauce llorón se convirtió de pronto en un desorden de niños convertidos en columpios, también recuerdo eso. Y donde terminan sus ramas, allí donde roza el agua parece haber oro escondido tras los reflejos del sol, uno que se toca y tirita a lo largo de todos los canales, que se desvanece fugaz en la caricia y aparece siempre tentador al calmarse el agua.

Entonces perdido otra vez en ese campo, ahora ya adulto, miro donde me llevarán mis pasos para escalar esas cordilleras que no conozco y que el verano se encarga de alumbrar como un lugar de luz, donde la erupción de espinas promete un regalo fragante. Prometo mantener el paso para llegar lo más arriba posible, con tanta curiosidad como la que tuvieran mis dedos dando las vueltas alrededor de tu ombligo, como si el país fuera diferente ahora que el verano ha desnudado de nieblas toda la tierra.

Y estas serán regiones que compartiremos, medio en secreto, medio públicamente. Mal que mal hemos descubierto que no hacemos sino lo que cualquiera haría frente a tantos cerros que recorrer. Pero lo que no sabes es como desde mi vientre surge el deseo desconocido de resbalar por la ciénaga llena de olor a monte, de comer ese choclo blanco que pillé entremedio, dar la vuelta al tronco de un árbol diferente.

Y en medio de todas esas correrías, esas que no caben en ninguna foto, sé que estás tú. Te quiero.