domingo, 29 de abril de 2007

Lágrimas bailables

Revisando el catálogo de discos piratas que nunca me atrevo a reconocer, reencontré el album Statues de Moloko. Creo que formaba parte de la estretagia que usaría para recordar a mi amiga Sam que para estas fechas debe andar ya camino a Nueva York. Y creo que debido a mi afán de coleccionar carátulas originales olvidé este disco, algo que en el fondo representaba puramente el placer de oir música.

Era ese placer sin siutiquerías del Funtracks, el que me llevó a tratar de reconstituir al máximo ese deseo primigenio de escuchar pop alternativo inglés. Claro, al principio, cuando era adolescente, la cosa era escuchar discos raros para parecer cool e ilustrado. Algunos trazos de ese sabor quedan en la escucha de Regina (léase Réguina) Tigerbaby o Amiina que exigen al menos, darse una vueltecita por el atlas e intentar conocer un poco de la fonética nórdica para entender la materia de la que fueron hechos.

Y como ya he comprobado que puedo hablar ingles hasta borracho, no puedo usar ese idioma como rasgo distintivo o estiloso. Por eso, la escucha de este album era puramente estética. Porque además, Moloko, desde el año 1999 se volvió parte del mainstream con su canción "Sing it Back" (la han bailado, verdad?) Y es por eso que en su último album juntos Roisin Murphy y Mark Brydon se permitieron pasear por todos los estilos, desde el dance hasta el sofisticado trip-hop.

Entonces revisando la letra, encontré algo interesante. Uno de sus singles era la canción bailable más desesperada que hubiese escuchado jamás. No lo supe todos estos años. Recién ahora le presté atención. Sin entrar en detalles, es una coreografía postmoderna donde el baile es resultado del exceso de sentimiento.

Extraña razón para querer escucharla una y otra vez. Ahogándose en un océano de necesidad, es la versión pasiva del rescatado. Y eso es lo raro. Porque bailar hoy en día es una manera de tomar la iniciativa en lo que contacto corporal se refiere. Si no, que lo digan los gringos que simulan tirar sobre la pista. Sin preludio ni nada. Acá como la cosa es menos restringida podemos compartir la música. Pero para la cabeza pensante y para el adolescente disconforme con su cuerpo que todavía nos habita, siempre cabe la posibilidad de escuchar la letra y hablar sobre ella.

Ese es el ejercicio que hago ahora. Y ya no se si bailar la canción o no.

En la antesala del suicidio en la discoteca (técnica que a veces he practicado los sábados por la noche) dejo la traducción en las manos suyas.

miércoles, 18 de abril de 2007

Paras Aika Vuodesta (La Mejor Hora para Levantarse)



En momentos que requiero algún olvido, como ahora, siempre preciso escuchar sonidos diferentes a mis propios latidos o al ritmo de mi aliento cansino. Muchos saben que para aquello conviene entretener la mente, aprendiendo sobre lugares ajenos, analizando desafectadamente la propia psique, practicando la gramática transatlántica. Más aún si puede ser cargada con cierta melancolía polar.

Incluso es más. A pesar de indagar en estos estados utilizando algo tan potente y proyectado como la tecnología, me quedo con los experimentos que permiten viajar en esta atmósfera digital.

Puede ser iluso querer llorar si es que hay tanto por descubrir. Pareciera con ello que andamos buscando instalarnos en el lugar del niño asustado.

Rompiendo el cascarón, saliendo de la cama aunque todo dentro de ella indicara que es mejor permanecer en el ensueño. Salida a flote después de dormir bajo el agua. Impulso a respirar por cuenta propia.

Desde la lejana Finlandia, canciones nuevas para emociones antiguas.

martes, 17 de abril de 2007

Recemos por la tragedia

Supongo que nadie queda indiferente a una noticia como la publicada por todos los medios entre ayer y hoy. Un surcoreano completamente perturbado (no sabemos si por celos)dispara a diestra y siniestra, matando a otros 32 compañeros y docentes de la universidad en que estudiaba.

Supongo que esa sola imagen basta para tener miedo que aquí alguna vez pase lo mismo, o, lo que es más probable, sea suficiente como para tener compasión por los afligidos gringos. Guardando las proporciones, es como que acá pasara algo en un lugar aparentemente tan tranquilo como Coltauco, Marchigüe o cualquier otro pueblo con chupalla.

Supongo que por ese despliegue de sinsentido, lo primero que uno anhela es recuperarlo a la brevedad. Y ha de ser esa la razón por la cual, terminado el noticiero de la mañana, pude escuchar rezando a las niñas del colegio de monjas que está tendido a los pies de mi edificio.

Supongo que la madre superiora, apelando al orden monacal, las ordenó en sendas filas militares para elevar en conjunto la plegaria al Creador, pidiendo cordura, consuelo para los padres afligidos, descanso para los protestantes abatidos. Y está muy bien que así sea. Definitivamente, si acá no entendemos nada, necesitamos que Aquel que puede ver más, nos explique porqué ocurren estas cosas.

Supongo, por lo mismo, que esta tragedia merece rezar, porque hacerlo por los muertos en Irak ya no tiene sentido. Tampoco por los refugiados de Darfur, los sidosos de Africa Central, los completamente desamparados niños de Afganistán.

Solo sabemos que un demente apretó el gatillo sin tener razón aparente. Suponemos así que el sinsentido nos cuestiona; como ya no pueden hacerlo estas otras masacres cotidianas, esas que por repetidas o lejanas a las oficinas de CNN, no ocupan titular, discusión y oraciones para el consuelo de los caídos.

Por favor, recemos para no perder nunca la memoria y dejar de pedir por todas, todas las conmociones.

jueves, 5 de abril de 2007

Santa Semana

Camino al trabajo pude leer una frase que me llamó mucho la atención. Estaba escrita con pintura sobre la piedra colorada de la Iglesia de San Francisco. Rezaba así: ¿Cuánto se demora tu jefe en tomar la micro? No al Transantiago. Seguramente había sido escrita en alguna de las manifestaciones de la semana pasada o ayer mismo, donde los pingüinos rearticularon su caminar del año pasado. Para todo el mundo que pasa por allí, los que escribieron eso son pecadores resentidos y delincuentes.

En un contexto convulsionado por el cambio en el transporte, se hizo evidente que más allá de los problemas de viaje dentro de la ciudad, lo débil del marco legal con que esto se implementó o lo excesivamente tecnocrático del diseño de recorridos, lo que verdaderamente destapó Transantiago es como la vida en la capital puede ser vivida con tanta diferencia.

Sostengo que cada ciudadano puede hoy en día visitar un mall el día domingo (cada uno con su target demográfico) y en esa comunidad de consumo se anulan otras pasiones. Pero cuando se trata de la vida cotidiana la cosa es distinta. Transitar por Santiago revela como diferentes ciudades se limitan entre sí. No hay fronteras explícitas pero si culturales. Y es que poca gente verdaderamente puede desenvolverse en todos los espectros.

Cualquiera que pueda hacerlo, construye un mundo a su imagen y semejanza. Esa es una de las cualidades que Dios nos entregó en la creación, creo. Y así como se entiende el mundo, se crean guettos mentales. El católico acérrimo divide el mundo según la fortuna y el sufrimiento, donde el favorecido se debe hacia la pobreza. El capitalista mundano, cruza la congestión ajena volando en helicóptero a la oficina. El marginado (y no se si a estas alturas es por voluntad propia o por definición comunitaria) observa como estas cosas pasan fuera y raya sobre ese orden, incluso al ser usuario del sistema. O acaso los manifestantes del centro se fueron a pie desde sus hogares?

En la televisión el cura Berríos llamó a encontrarse con la pobreza y reconocer como Semana Santa simboliza esa muerte del mal y la resurrección a la vida que promete Cristo. Y yo creo en eso a pesar de mis dudas. Y asumiendo el aburguesamiento de mi vida última, y el desprecio que a veces me embarga contra el flaite o la gente vulgar, me pregunto cuanto hay de defensa en aquello y cuanto estaría dispuesto a comprar un auto para evitarme el asfixiamiento del metro.

No lo hago ahora engrupido con el tema de ser un serurbano. Uso la micro escuchando de fondo música helsinguina. Puedo imaginar que Santiago es un poco europea y con ello darme por satisfecho por estar arriba en el mundo.

Quizás mañana mi profesión me permita ser jefe y con ello comprar un auto. Sin embargo, creo que la responsabilidad que nos cabe en el futuro es no incrementar esa diferencia de categorías que todos los chilenos nos hemos encargado de definir. Porque alguna vez fui inocente y no entendía que otros padres pudieran llevar de vacaciones a sus hijos fuera de Chile. Hoy no entiendo como alguien no se esfuerza por viajar. Negar la existencia del otro, en esa reflexión, es matarlo un poco y subirme al carro de la razón pura. La resurrección no está en resolver el conflicto de la frase escrita sobre el templo, y esperar que el león no devorará al cordero.

Esa imagen de mormón nunca aterriza en la realidad. La vida está en comprometerse con lo que ahora pasa.

martes, 3 de abril de 2007

Miopía existencial


Tuve que comprar un par de anteojos nuevos. Usualmente tengo dos, para contar con repuesto en caso de emergencia. Y es que son casi como los neumáticos de mi existencia: si uno se rompe en mitad del día quedo impedido de navegar por el mundo. Así de dramático es. Incluso si tratara de caminar a tientas, terminaría con la cabeza machacada por el esfuerzo de alinear lo borroso.

Tanto es así que nunca que siempre he temido ser sorprendido por la lluvia sin llevar paraguas. En tal caso, el cristal empañado me convertía en un inválido urbano, incapaz de distinguir la micro que me lleve de vuelta a casa, agüando con ello todo intento de expresar la omnipotencia del profesional capitalino.

Todavía pienso que los superhéroes siempre escondían su identidad de atleta bajo sendos cristales. El defecto ocular siempre se asociaría con haberse quemado los ojos por la televisión o los libros, al ser ratón de biblioteca; nunca con haber caído desde un árbol creyendo ser Tarzán o haberse golpeado en un juego de rugby destilando testosterona.

Como buen marica, los ademanes son aquello que delata. Por eso nunca soporté que, alguna vez, una mujer envuelta en cannabis pensara que trabajaba como informático en alguna institución solo por el aspecto de mis gafas. Está bien, reconozco que tener ese razonamiento la volvía más miope que yo mismo, pero en lo nebuloso de su imagen había sido sindicado como afiliado al gremio con menor fashion sence de toda la creación. Y con ello, con las menores habilidades para comunicarse estéticamente y usar el cuerpo en una estrategia de seducción.

Ante mi profunda desazón, mi buen amigo Boris sugirió sobreponerme a costa de mi billetera y compar un par de anteojos con actitud y propuesta. Mal que mal, casi nunca me los sacaría. Y tenía razón. Esta miopía simplemente no podía no tener correlación con nada; no podía ser solamente usar anteojos. Porque si ya me gustaba complejizar la mirada del mundo con la cabeza, mis anteojos, los que me permiten ver fuera del cráneo, deben complejizarse también.

La historia de mis lentes ha sido la historia de mi presupuesto y de mi desenvolvimiento en el mundo. De pequeño los elejían mis padres que se empeñaban en vestirme de niñito-bueno-futuro-estudiante-de-teología. De profesional, pude comprarlos más caros, pero sin correr riesgos estéticos, asumiendo que no tenía nada que proponer con el cuerpo. Ahora, más valiente y decidido, estoy dispuesto a correr el riesgo patrocinado por Yves Saint Laurent, en plan "anteojos todo el rato" u "orador de los años setenta". Todo con tal de declarar que mi cuerpo es parte integral de lo que soy, pitidez incluída.

Vaya a saber uno que cosas podré mirar entonces desde este nuevo lugar existencial.