Quizás el mundo se termina mañana viernes,
ni modo de saberlo. Da lo mismo que en ese último instante antes del fin
-aspirados por un agujero negro infinito, quemados por un rayo galáctico-
tengamos unos breves segundos para decir "los mayas tenían razón".
Qué más da, yo toda mi vida viví como cristiano y no me servirá de
nada que los esotéricos me ganen la última batalla, porque nunca quise morir
aspirado, nunca quise morir carbonizado, porque nunca quise morir en realidad.
Aunque bueno, ante la duda debo
confesarlo: hubo un tiempo adolescente donde en verdad sí quería morirme. La
típica pelada de cable de alguien melancólico, encerrado en una pieza chica y
oscura, viviendo lejos del lugar ideal. Ahí me habría venido bien una abducción
extraterrestre. Claro que dicho evento era incompatible con la fantasía de un
funeral, funeral donde se dirían las palabras más lindas de todas, esas que de
vivo uno nunca se merece del todo. Buenas cuotas de análisis después, creo que
eso me pasaba porque le tenía un poco de miedo a la vida, porque pensaba que
aquella tenía unos estándares inalcanzables para alguien medio pifiado como yo.
Por eso, si antes del último apagón
tuviera que arrepentirme de algo, sería de haber perdido ese tiempo valioso
comparándome con otros, picando la cebolla en silencio, resistiendo estoico esa
cruz divina inventada que a uno lo ennoblece pero que al mismo tiempo lo
asfixia. Cierto, sin esas cuestiones existenciales no sería quien soy hoy, pero
prefiero no mentir. Por eso declaro que -de verdad- me habría gustado ahorrarme
toda esa tontera y pasarlo un poquito mejor.
Sé muy bien que siempre suena mejor
capitalizar el propio sufrimiento. Suena mejor creer que todos los problemas y
dolores tienen un sentido más allá. Quizás es verdad, no lo sé bien. Me han dicho
que siempre es mejor perdonarse por las cosas que no se hicieron y asumir
las limitaciones que tiene nuestra propia humanidad. Siendo así debería hacerle
un pequeño altar a ese tiempo sombrío, al cabro torpe que fui, a las amigas que
desperdicié por querer dármelas de heterosexual, a las puteadas que no escupí
después del infinitésimo tratamiento contra el acné que nunca me arregló la
cara del todo. Entonces, si el final acontece mañana y si toda esa mala onda
tiene sentido, podría pasar confiado hacia el otro lado, donde Dios tiene prometida
una casa donde vivir eternamente feliz.
El problema es que siempre me
ha quedado poco claro la parte del contrato que estipula cómo ser
eternamente feliz en esta orilla. Porque yo no me quiero morir mañana. Me
pregunto si alguien lo querría de verdad. Todavía tengo cosas pendientes. Y aún
si no las tuviera, yo sólo quiero bajarme de la bicicleta tranquilo como todas
las tardes y llegar a casa para cocinar como siempre. Quiero poder darte otro beso. Quiero tener más
tiempo para tomar la vida como viene, repetir esa borrachera del último sábado,
comer un poco más de lo kármicamente saludable, gastarme junto con otros sin
tanta intención educativa. Quiero tener más tiempo para inventar fantasías y
disfrutarlas, no como cuando tenía quince años y me castigaba por las mismas.
Quiero tener tiempo para volver a Chile y abrazar una vez más a lo que quiero y
extraño todos los días. Aunque tenga miedo, quiero verme envejecer. Quiero
tener tiempo para escribir cosas nobles y también cosas indecentes, como esta
especie de confesión electrónica que no sé si sobrevivirá a la hecatombe.
Con tanto anuncio apocalíptico, todos
estamos de algún modo forzado a hacer un examen de conciencia. Eso es lo único
bueno entre tanto comercio de la catástrofe. Y hecho el ejercicio, no es que
tenga la conciencia inquieta antes del Juicio. Sólo tengo las confusiones de
cualquier otro ser humano que igual quiere salvarse. Pero por sobre todo unas
ganas tremendas de seguir aprovechando este mundo que es tan bonito en
realidad. Y que es bonito porque está pifiado, porque no funciona bien, porque
hay que arreglarlo, pero que en sus pifias nos permite ser un poco incorrectos
y con ellos ser siempre un poco más felices.
Si vienen los extraterrestres a invadirnos
voy a correr hacia el otro lado, eso es seguro. Pero si viene Dios -si llego a reconocerlo en realidad- mañana me
voy a acercar a su oído. Para que me deje otro ratito más aquí.