martes, 31 de octubre de 2006

Halloween

Esta columna va por adelantado. Usualmente suelo referirme a hechos acontecidos, pero hoy quiero expresar de antemano lo que sentiré dentro de unas horas más...


I hate Halloween! I think this is the ugliest holiday ever! First, it only reveales how we been colonized by american people and their plastic culture. Plastic like the pumpkins-for-candies that Jumbo sells. Plastic like the whitches and skull masks for children. I only hope that this little demons won´t go to my door tonight. I'll turn off the lights early and I will go to bed inmediatly like last year. I don't care if my brother then said to me "you are like those characters of Charles Dickens stories, the older and anger ones..."

The reason of this dislike is simple. Halloween response to a completely different tradition. Non of the Latinamerican spirit is reflected in this celebration. I mean, we live everytime besides witches and demons, and we treat our deads like living persons (think in peruvian or mexican parties) and not as a pretext for make the sells goes up. Hollywood are not interest in our culture at all, except for give us the role of drug-dealers. And then, we send thousands of people across the Río Grande...

I think this is terrible. I don´t understand how someone can kick out his culture and look for another one. I can't understand, really. How a razonable man can quit to his own language and embrace the words of imperialism. Halloween... it only show us how far the snobism gets.

Can anyone explain this situation to me?

jueves, 26 de octubre de 2006

Psicoanálisis y t(r)aumaturgia

Tamaña sorpresa me llevé conversando anoche con el señor M. Debo denominarlo de esa forma no porque imite los remitentes de mi amigo poeta (han visitado el link Trapalaxio?) sino porque es requisito de la estrucutura de sentido de la presente columna.

Moderado por un vodka tónic, lo que sería una habitual conversación de sobremesa devino en un anecdotario bastante hilarante. Como pocas veces, el señor M. andaba eufórico y lo expresaba con gestos ampulosos y un ritmo acelerado al hablar. Me llamó la atención porque siempre había sido yo quien ocupaba ese puesto, mientras él intervenía sereno. Y hay una razón muy sencilla: M. estudia psicología y siente afición por la corriente psicoanalítica, lo que lo predispone a escuchar sin responder.

Ahora bien, este ritmo es una constante en mi vida actual, tanto por experiencia cotidiana, espacio convenido, como por estudio aficionado. Porque el estructuralismo es una línea de pensamiento que adquirió un tinte muy especial para mí. De alguna manera me hizo sentir más seguro de mis propias rigideces y funcionalidades. Podía ir más tranquilo por la vida sabiendo que a pesar de mis esfuerzos, las cosas iban a tender a ser como estaban programadas desde siempre. La historia (y con ello todas las revisiones de vida que hice) no eran más que una reinterpretación de los mismos símbolos básicos.

Desde luego M. me conocía muy bien a partir de la noche flamenca que pasamos juntos. Y aporté muchos más antecedentes luego de la reacción que tuve cuando otro día derramé una copa de Merlot sobre su sofá blanco invierno. Todo mal. Independiente de aquello, nos encariñamos mucho a pesar que las cosas no funcionaron en el plano romántico.

La novedad de anoche fue el hecho que M. relatara un descubrimiento a propósito de sus talleres clínicos, eventos sostenidos con los compañeros de promoción que ejercitaban en los clásicos consultorios universitarios. Como todos estos pasteles tienen que referirse a sus pacientes, evidentemente en ese espacio se ventilaban varias intimidades de la humanidad. Sin embargo, y con una ética muy vívida, ninguno se referiría a sus atendidos hacia afuera, salvo utilizando nombres postizos como el que ahora utilizo con M. Pero eso que sale como en los libros (... Anna was a psicotic middle age woman, married with a obsessive-compulsive man...) dentro de los talleres tiene nombre y referencias mucho más específicas.

Hasta aquí todo bien e incluso esperable. El detalle es que M. alguna vez asistió a esos consultorios del tipo "Contigo Aprendo" afectado por la escasez presupuestaria de diciembre de 2004, misma fecha en que nos conocimos. Y según él, fue apremiado por las cosas que movilicé. Desde luego, contó todo sobre mi. Paso seguido, hubo más de una sesión de taller donde M y Pablo fueron tema de debate.

Horror! Aparte del hecho que exista una alta probabilidad que una amiga mía haya estado en dicho taller (las coincidencias también pueden ser desafortunadas) lo que más me apremia es el hecho que parte de mi intimidad haya sido ventilada sin mi consentimiento. O sea, yo puedo elegir todavía a mi terapeuta para narrarle sin espanto todas las emociones de mi devenir cola, pero algo muy distinto es haber sido relatado con una perspectiva académica! Haber sido un caso para documentar definitivamente me supera... si hasta me imagino las cosas que todos los párvulos terapeutas pudieron decir: "es obvio que en este caso estamos a la vista de un trastorno erotomaníaco en el taquipsíquico Pablo".

Una parte de mí quería ahorcar al señor M. Pero otra parte se detuvo a pensar en lo que todo esto implicaba. Por una parte, no critico la existencia de la metodología formativa que expuso todo esto, porque dudo que haya una alternativa mejor. Por otro lado, esto extingue un poco más la idea del secreto como posibilidad, en una sociedad que vive de la creciente exposición de los rasgos del individuo. Este es un panóptico diferente, aunque con el mismo sentido clínico, exacerbado con la observación distante-y-no-tanto del psicoanálisis.

He sido un devoto aficionado a esta corriente por un asunto de cambios vitales. Y puedo dar testimonio que funciona aun cuando sus operaciones de transferencia y contratransferencia salgan del consultorio hacia la ritualidad de la vida. Pero debo reconocer que algo se cuestiona con este ejemplo.

En una disciplina con caracter taumatúrgico (dícese: con la facultad de realizar prodigios) esta búsqueda de la consistencia personal definitivamente añade un costo hacia la comunidad, quizás ignorado en una sociedad sin esta filosofía. Porque no puedo sugerir el trauma que la documentación de mi caso generó, incluso cayendo en el juego exhibicionista de relatar esto en un blog.

miércoles, 18 de octubre de 2006

La reproducción de la tontera

Inspirado en la figura del siútico y el aparato reproductor educativo de nuestra patria, no puedo dejar de comentar una idea que hace meses me da vueltas en la cabeza, pero no contaba con pretexto para narrar.

La cosa es bien sencilla. Paseando por Santiago una nublada tarde de otoño, vine a aterrizar en la exposición de "Los Tres Grandes de España" radicada en el subsuelo de la Estación Mapocho. El puro terminal reconvertido justificaba la caminata, pero en esa oportunidad la solitud me llevó a pagar la entrada y decidir regodiarme entre Picasso y Miró. Con la pretensión postmoderna de la vida, el Siglo de las Luces era demasiado añejo, así que Goya ni valía la pena.

Mal prejuicio. Al final a los catalanes ni los tomé en cuenta. Lo que me quedó grabado a fuego en la retina, fueron los innumerables grabados expuestos en la galería, donde se hacía gala de una tremenda fuerza expresiva. Y destaco uno en particular: dentro de la secuencia titulada "Los Caprichos" se hallaba el lugar nº28 que llevaba por título "Si sabrá más el discípulo..."


Tamaña ironía. Si todavía hoy puede generar alguna conmoción la idea expuesta en la imagen, puedo comprender los movimientos que en su época hubo de generar. Goya se supone que era partidario acérrimo de la Ilustración, y por tanto criticaba la superstición que formaba parte del pueblo. No obstante, reconocía que aquel conocimiento popular era una enseñanza al fin y al cabo, y como tal, contaba con una inercia que lo empujaba generación tras generación.

Y lo mismo pasa hoy en día. De algún modo, la existencia de la tecnología nos ha hecho pensar que la superstición y la magia han desaparecido del campo de pensamiento cotidiano. Craso error. Puesto que lo único que ha hecho esta nueva clase de instrumentos es cambiar el modo como nos comunicamos, antes que aquello que decimos. Al final subyace una concepción un tanto mágica en muchas de las cosas que enseñamos: la confianza en el futuro compartido, el despliegue de nuestros proyectos de vida, el curso que tendrá el relato de nuestras emociones. En nuestro país, hay más de una universidad especializada en mantener una visión extraña del mundo (aunque ellas no lo crean e intenten ser universales) y digo extraña porque al final es entendida por unos pocos, esos que logran tomar posesión del alma mater y que no temerán reproducirla y con ello derramarla por todo el sistema político-educativo que hay por debajo.

Y que decir de la prensa, que no educa formalmente, pero dibuja el mundo en el cual nos movemos y nos hace creer cosas que no son (...le suena a Occidente el concepto de arma de destrucción masiva?). O los mismos realities, que intentan ser fiel reflejo de nuestro entorno y al final no son más que una imagen corporativa investida con la superficial rebeldía de MTV.

Y así suma y sigue. No por nada la imagen puede evocar tantas instituciones como humanos hay mirando el cuadro. Hace rato que dejamos de rendirle culto a la Ilustración y hay quienes dicen que la globalización obliga a resucitar la sabiduría popular para conservar las identidades locales. Pero en el intertanto, hay una cantidad inconmensurable de estímulos visuales y auditivos que mantienen funcionando nuestro sistema no importa cuán individual creamos que sea.

Porque la secularización sigue adelante, la expresión del individuo moderno no se detiene, el torcimiento de los valores eclesiales parece ya cosa añeja. Mas, en el deseo de ser un miembro más de la comunidad, miramos las mismas lecciones del maestro que Goya retrató.

viernes, 13 de octubre de 2006

Tamperelainen Popmusiikkia Siyttikiriä

En el fragor del trago compartido after office, escuché como mi afición por el dominio del idioma finés, era calificado como siútica. Eso, porque solo un par de horas antes, los mismos parroquianos señalaron que todo este aprendizaje era un sofisticación sofisticada propia de una inquietud enciclópédica; nada más distante de la peyorativa palabra posterior.

Delgada línea la que se cruzó con esta declaración. Y mientras sonaba de fondo la divertida Olisitko Sittenkin Halunnut Palata? (que en español significa "¿Sabes que te gustaría volver?") algo me recordaba esas series de animé japoneses, donde los cantantes pop siempre tenían de fondo una pista electrónica bastante acelerada que acentuaba los movimientos de los protagonistas. Siendo así, y con la racionalidad medio entumecida, las palabras de mis contertulios sonaron aún más fuertes de lo que deberían.

Debo aclarar que no me ofendí en absoluto. Es más, algo de razón les encontré. En un país donde las jerarquías son importantes, el miedo a los advenedizos es un asunto bien serio. De ahí que en tiempos de la naciente república y aún después, la élite conservadora inventara este término (siútico) para referirse al recién llegado que, sin contar con apellido ni fortuna terrateniente, aparentaba no haber sido nunca un patipelado exagerando los gestos del buen gusto.

Y el buen gusto era patrimonio reservado de la aristocracia. Tan reservado como el vocablo que no tiene traducción en ningún otro lugar. Incluso el título de esta columna intenta reproducir en el suomi la fonética del siútico que escucha música pop de Tampere. En mi caso, la sofisticación finlandesa cabe dentro de un contexto bien reducido, donde el ocio no sea considerado una fatalidad y su práctica, la de un advenedizo en las lides intelectuales. Porque fuera de ahí, donde las valoraciones de la existencia vienen dadas por el hecho de ser un profesional que "salió de abajo", tal pérdida de tiempo es una obsenidad. Es cruzar un límite indebido donde se hace evidente la pretensión de ser algo que no se es.

La intelectualidad pura no cabe para un sujeto que es primera generación universitaria en la familia. Menos si a eso le agregamos un gusto por la estética que implica desembolsos notables dentro del presupuesto mensual con el afán de vestir ropaje distinto a las variaciones de tenida de mall que debieran corresponder a la suburbia santiaguina del poniente. Todo esto sin tener un gramo de fenotipia caucásica. Pero todo esto es complejo ajeno, porque el buen gusto y con ello la apropiación de toda la sofisticación que nos ofrece la sociedad, no es patrimonio exclusivo de nadie, aún cuando los patrones de consumo finalmente determinen hasta donde llega el chorreo.

Se supone que todas estas aficiones y maneras se aprenden observando desde muy temprana edad. Corrí con la suerte de haber nacido en un hogar práctico en este sentido. O sea, pertenzco a la siutiquería de segunda generación. Y como buena versión 2.0, aspiro a apropiarme de cosas que mis padres siquiera han soñado. Regina es buen ejemplo de ello.

A pesar de todo, y por una asunto puramente sensitivo, prefiero mil veces seguir cultivando el gusto por el idioma foráneo, un leve gusto por lo inútil, la simbología de una botella de perfume y un gran complejo por las formas. Mal que mal, es una manera de transgredir el destino asignado y con ello cultivar la autoafirmación que todo hombre necesita.

viernes, 6 de octubre de 2006

Fábrica estudiantil

Condenado por mi insistencia, Dios me escuchó mal. De tanto pedir ir a una visita con gente ultra fashion, en la tremenda confusión terminé donde los ultra facho. Sin quererlo ni nada. Es cierto que la proporción de gente estupenda ha sido muy superior a todo lo que he visto en otros lugares, y que de paso pareció que estuviese en California por unos días, pero esto no compensa el fracaso de mi solicitud.

Aunque viendo el lado positivo, después del shock inicial, pude percatarme de varias cosas interesantes. Y repito lo de la anafilaxis, porque conociendo tanto el sistema de educación superior como también la enorme diferencia de clases que hay en mi país; todavía me sorprende cuanto desconocimiento puede haber acerca de la existencia de otras concepciones mentales y sociales que subyacen a la educación. Y no estamos hablando de estereotipos del cuico y el flaite, sino de cualquier mortal que ni siquiera alcanza a definirse como tal en la medida que todo a su alrededor garantiza una comodidad indeclinable.

Pretender anular los privilegios que cada uno de nosotros tiene en la vida, en favor de una comunidad llana sería como eliminar la mitad de nuestra humanidad. No obstante, el goce real del bienestar se experimenta en la medida que se distingue del malestar. En esta institución que visité, absolutamente nada andaba mal: los computadores funcionaban perfecto, las decanos eran todas regias, los profesores eran todos galancetes bien vestidos, los estacionamientos escaseaban pero ya se asfaltaba la cancha vecina para solucionarlo, etc. Y aunque no lo ví, también todo el mundo era solidario puesto que con su emprendimiento, unido a la conciencia social cultivada con el safari a la barriada, creaban una responsabilidad pública que ubicaría a sus egresados entre los futuros líderes (y en la esperanza de las autoridades, futuros gobernantes) de la nación.

La maquinaria empresarial marcaba como reloj suizo todos los procesos académicos, dándole una eficiencia difícil de encontrar en un país cuequero como Chile. Tan así era, que ninguna energía se desperdiciaba, lo que me llevaba a preguntarme muchas veces cual era la ganancia que se trataba de buscar.

Como dijera Weber en La Ética Protestante, tanta riqueza generada por el metodismo exigía ser gastada. Nada se puede acumular para siempre y ya nos dice la física que si uno acumula masa infinitamente, esta tenderá a convertirse en energía. En el caso de esta Universidad, el objetivo era que entre muchos, unos pocos salieran a mantener viva las ideas de sus fundadores (dos candidatos presidenciales incluídos) Y claramente se podía lograr. Era tanto el bienestar atmosférico que los mensajes subliminales pasaban colados sin remedio.

Cuando los israelitas mandaron a freir monos a Yavé en el desierto era porque estaban cagados de hambre y sed. Y antes lo hicieron porque estaban esclavos en Egipto, sacándolo de la naturaleza para inmaterializarlo y con eso hacerlo mucho más aprehensible por el espíritu y las ideas. Y hago esta asociación pensando que aquello que originalmente me dio un poco de rabia y miedo (me refiero a la fábrica de fachos) de alguna manera también fue una experiencia vivida en mi juventud.

Siendo ignaciano es fácil creer que se está libre de estas instituciones totales, pero al final los devotos jesuitas también hacen lo mismo educando élites sea en el lugar que sea, que reconocen su bienestar ya sea por compartir con obreros, por saberse mejor educados que el resto de la pobla o por poder gozar y santificar la profesión de manera vocacional. Y al final no tienen la culpa de querer hacerlo. Para hacerse parte del mundo hay que aprender a hacer las distinciones cognitivas y también espirituales requeridas. De otro modo no se puede ser observador de la realidad y un interventor de la misma con espíritu ascético.

Porque es seguro que del otro lado, si alguien viniera al Colegio donde estudié, no tendría ningún problema en decir que es una fábrica de comunistas. Y más de una vez lo he escuchado. Pero tanto unos como otros hacen lo que nuestra humanidad indica.