jueves, 15 de noviembre de 2007

Catecismo cola

Da completamente lo mismo si un homosexual que relata su vida lo hace desde la postura que gobierna el traje del banquero más serio o si lo hace arrastrando una boa de plumas más pesada que su propio amaneramiento. Y es que en algún punto, no importa cómo, casi todo sujeto marica vive como una condena esa noción de sigularidad completamente abismante que implica el despertar hacia los propios deseos. Ya sea peleando contra la burla de los compañeros infantiles o contemplando de manera descarnada como a uno no le pasan las mismas cosas que al resto. En ambos casos, suele haber un silencio tan fatal que anula la capacidad de nombrar las cosas que a uno le pasan; menos aún compartirlas.

Consecuentemente, hay un olvido importante de la construcción saludable de un Otro. Narcisismo inducido mediante, si se ha tenido la desdicha de vivir en un ambiente que no tiene noción alguna del diccionario coliza (salvo el uso burlesco o melodramático de la palabra maricón) pocas alternativas hay a la comprensión de la diferencia propia y ajena. Y es que todo ser humano tiene por misión en esta vida comprender su propia singularidad y en esto las minorías no llevan delantera alguna, por el contrario, a veces parecen estar retrasadas.

Es más, en la aceptación aparente de la normalidad sexual -la misma que no se cuestiona y respecto de la cual cuesta optar- hay una renuncia fundamental en la constitución del individuo si es que aquél asume su verdad recitando un catecismo tradicional y proscrito. Sumemos a eso que en Chile tenemos varios volumenes según el color de pelo, la numeración con la que empieza el número de teléfono o el nombre del santo del colegio donde se estudió. Dentro de esos textos vulgares o exclusivos, simplemente hay palabras que parecen no existir.

Y es que en todos lados hay varones quebrados que se sumergen en las penas religiosas que les tocó mantener. Hay otros que optan por la rebeldía acérrima de la clase media que suele leer poco pero hablar mucho. Y hay quienes se descuellan en la comunidad del conventilleo mariposa porque en realidad no hay más carrera que cursar. Pero a todos nos tocó vivir las mismas situaciones propias del desamor. Todos tuvimos que pasar por la elección entre la cartera o el maletín. Todos tuvimos que aprender a elegir los amigos con los cuales contar. Pero en el uso de la etiqueta externa, asumimos una misma constitución del tejido. Y lo que acusamos en otro lo llevamos también dentro.



Ser individuos es renunciar al catecismo puro, que enseña qué pensar acerca nuestro en la retirada silenciosa, en el monacato suspendido de sexo. Pero es el impulso el que constituye la vida misma, la sustancia del gobierno propio. Hablar verdaderamente, suspender el baile coqueto por una buena causa, no tiene sentido si es que al enfrentarse a un Otro suponemos que debemos ahorrar palabras. Es la biografía un ejercicio relatado y en sus claves, todo hombre que se precie de tal debe quemar el catecismo escrito que le regalaron. Y en ello no se mata a Dios, por el contrario, se emprende la búsqueda que se despoja de criterios, a la manera de los patriarcas en el desierto.

Esa parte de la historia nadie nos las cuenta. Es preferible pensar que se puede resolver sola. Es más conveniente moverse en los márgenes de las instituciones. Es más colorido utilizar disfraces de cuando en cuando para que la cosa parezca un juego. Mas, la vida cotidiana nos enfrenta a tantas elecciones, que no hay manera de escribir un manual marica.

Algunos lo intentan: de un lado maldiciendo esta existencia, del otro, propugnándola como una cultura que regula hasta como tomar el tenedor que se compró con las buenas lucas que sobran al no tener hijos. En ambos bandos hay una soberbia tal que no se dan cuenta que recitan lecciones aprendidas.

Yo por mi parte, quemado el libro, tengo mucho que aprender.

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