viernes, 2 de noviembre de 2007

Arquitectura Funeraria

Celebramos ayer otro Día de Muertos. Algunos peregrinaron al cementerio para cumplir con las deudas del deudo. Y como siempre un lugar de aparente angustia se llenó de flores y ofrendas, se cambiaron los frascos fósiles del año anterior, se pintaron los portales jónicos de algunos nichos y se transitó de nuevo por esa vereda de dolor que alguna vez hubo que recorrer para enterrar al ser querido.

Y aunque es una tradición cuyo valor desconozco fuera de latinoamerica, el día de muertos que conocemos es propio de las tradiciones prehispánicas que establecían que ese día los difuntos salían a recorrer las callesy se sentaban a la mesa. Por eso las momias llevaban tanto adorno, para no volver desnudos.

¿Pero, qué pasa con ellos mientras tanto? El conocimiento popular los sabrá muertos mientras permanezcan acostados, preferentemente dentro de un cajón, y ajustados a la morada que les tocó en suerte. Porque Dios dijo al principio que volveríamos a ser polvo y convenientemente durante muchos siglos al que no tenía dinero le tocaba que lo enterraran en el patio de la casa. Pero al llegar el aburguesamiento de los modales la cosa cambia. Porque también la casa se complejiza. Y no puede ser que el dignatario resida en la tierra que pisa cualquier mortal.

Como todos tenemos derecho a tener casa en esta vida, mientras hacemos fila para el Juicio Final se puede esperar en hoteles de diferente categoría. Y es entonces cuando uno comprende como las diferencias terrenas y las riquezas que deberíamos heredar a nuestros hijos, también se van con nosotros. Entonces los arquitectos pueden trascender también en los diseños funerarios que vienen a resumir la historia del residente, que simbolizan sin palabras el panegírico que debía inscribirse para cada familiar que entre en el panteón.

Tuve la oportunidad de conocer en Buenos Aires el cementerio de La Recoleta. Y de verdad que un cementerio puede ser un lugar turístico, al ser un museo barroco a pleno sol.Y deambulaban ángeles como si fuera la antesala del paraiso. Ese mismo que tiene mosaicos de oro en la recepción. E impresionado por la riqueza de formas estáticas, no pude dejar de pensar como esta contradicción del católico humano es menos surreal que el concepto de muerte del consumidor moderno. Porque ahora dejamos a los muertos en un parque, en una pradera bien cuidada y con regadores programados. Y si llevamos a los niños a ver a la abuela, no habrá problema con que se asusten, total es como ir de picnic al parque.

La modernidad gringa reemplazó a la plaza lúgubre del Pere-Lachese parisino, que con todo era una réplica miniatura de la ciudad que la rodea. Y La Recoleta es igual, aunque con departamentos de fachada más enriquecida. Incluso, incluso, nuestro Cementerio General cumple con creces al tener una entrada con una solemnidad que pocas veces ha persisitido en Santiago y que nos recuerda el hitorial republicano que sacó a los dignatarios de la Iglesia, para morar en un pedazo de tierra pública y soberana. Siendo así, la discusión con Dios está suspendida por ser la muerte lo único que nos distingue de él.

Entonces transitar por un espacio donde el dolor se congela en el monumento, donde los secretos del muerto se graban en piedra, donde los honores determinan la calidad del nicho donde descansas, es también una última proclama del intento humano por decir cómo se vivió la vida. Y aunque ya no nos vistamos como momias para venir a comer a casa cada 1° de noviembre, tenemos como recibir a los parientes con la dignidad que nos queremos llevar a otra vida.

Pero como no sabemos que hay más allá, es imposible saber si finalmente el más pobre, aquel que duerme en el suelo, le puede tocar resucitar más pronto en las flores y árboles que brotan sin cuidado de ese jardín que no es la casa el dinero no alcanzó a comprar.

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