sábado, 19 de julio de 2008

Renovación Urbana

En un mundo donde puedo despertar escuchando versiones mp3 de todos los idiomas del mundo, donde tararear una canción puede ser un snobismo de primer orden, el sol deja de colarse por la cortina, porque a esta altura del invierno se encumbra poquito y no alcanza a despertarme del todo.

Al otro lado de la ventana una ciudad extendida que cada año se crispa más. Que ha optado por descuidar los balcones y enredaderas milenarias para dar paso a edificios cada vez más estrechos, a cavidades cada vez menos privadas. Yo por mi parte, puedo todavía escuchar el carillón de una iglesia que se aleja; puedo todavía oir el sonido de un pájaro perdido. Mientras tanto me visto con pretensiones de modernidad, de geometría libidinosa y me olvido un rato de los compromisos, de la regularidad del calendario.

Las nubes anuncian una lluvia que se acerca. La imagen griscásea de mitad del año. La paleta de colores con que nos han convencido que en Chile pocas cosas brillan. Yo, que estoy acostumbrado a las reinas de la noche, me resisto a pensar que nada se mueve, que la república todavía peina a los señores con gomina. Esto no es un pueblo chico, al menos en mis caminatas dejó de serlo hace rato.

Es temprano una mañana de sábado. Suena como novedad televisiva el dominio parisino de una exiliada que regresa a la patria y en su vuelta la transforma. Una nota femenina repetida de manera imposible en la masculinidad de ritmos sacados de la basura. La vestimenta del delincuente de Franklin que nunca he querido memorizar. El pulso repetido que armoniza con la luces frecuentes del túnel del metro, con el ritmo constante de los postes de luz a ambos lados de la autopista.

Santiago otra vez da una sorpresa.

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