domingo, 20 de julio de 2008

Boda imposible

Ando contagiado con una fiebre matrimonial. Dos fines de semana seguidos que llevo aplaudiendo novias ajenas. Dos sábados seguidos celebrando los zapatos perfectamente lustrados de los novios. Reflejo de frivolidades brillantes como la sonrisa de todos en estos eventos, que no consiguen opacar cierto gusto semiamargo que queda en la boca cuando termina la fiesta.

No es que quiera casarme mañana. No se puede, no habría vestido que me sostuviera ni velo que blanqueara la proveniencia de mis apellidos. Lo digo porque la vez que alguna loca quiso casarse tenía a su favor, al menos, ser de buena familia y en cosas de respeto al orden social eso ayuda bastante. Cuando se es un aparecido las cosas cambian, los permisos para ser alternativo se reducen y en el caso de una boda - ritual donde prima es un futuro que se ordena a partir de una matriz heredada- bien poco se puede esperar.

Y es que organizar el matrimonio puede ser fácil, entretenido y hasta glamoroso. Pero casarse de adeveras es otra cosa bien diferente. quedarse pegado en lo primero, en lo más vistoso para el mundo, es similar a empalagarse con un pastel de bodas, con un bizcocho dulce, vaporoso y repolludo que prepara el paladar para todas las asperezas que la convivencia conlleva.

La cabeza de las locas puede pelear siglos y siglos por el derecho a caminar por la iglesia, con autorizar fanfarrias electrónicas o música disco frente al altar. Pero eso no sería más que una gala de inconciencia, un despilfarro de amor inmaduro que no asume que el amor a otro lo cambia todo. Las bendiciones originales para emprender ese camino, se han perdido en el tránsito al compromiso social.

Con esa obligada majadería autopercatada que todo cola tiene inscrita en su libreta de nacimiento, no queda otra que suspirar ante la imposibilidad de pararse en un altar a pedir bendiciones que se necesitan más que para otras parejas. Eso se olvida cuando los contrayentes están más preocupados del ramo y los vestidos. Eso se olvida cuando la fantasía del príncipe se alimenta una y otra vez, cuando el afán es llegar combinaditos como señal de fortuna. En vez de inventar una nueva forma de relacionarse, una nueva forma de asumir una realidad brutalmente distintiva, la fantasía del matrimonio golpea con la infamia de no poder bailar un simple vals.

No me vengan después con el cuento que uno es promiscuo. ¿Cómo no va a ser así si ninguna cosa, ningún documento oficializa que dejaste de ser adolescente? ¿Cómo no va a haber compromiso, si para el mundo conviene ser soltero, cosa de renovar la pinta todos los días, gastar más plata en la cacería de alguien que nunca será casado? ¿Cómo no va uno a madurar si no hay manera de apostar al compromiso que significa amar al otro, si no hay comunidad que se dé la lata de mamarse una misa para quedar fichados en el grupo al cual recurrir cuando haya problemas?

Salen los novios por el pasillo, parece otra teleserie mexicana y pienso como me vería de frac. A ver si los chamanes toleran esa ropa el día que quiera casarme.

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