martes, 16 de septiembre de 2008

Renacer de las cosas

Hace tres días que el sol comienza otra vez a mostrar los brotes de todos los árboles que bordean mi calle. Como si fuera el anuncio de otro septiembre prometido, como si fuera la extinción del invierno vuelto hacia adentro. Como si fuera un sombrero que se empieza a tejer de nuevo sobre mi cabeza, las ramas se pueblan con pensamientos de resurrección.

Hace tres días que se nota que el sol se empina más alto y hoy se puebla el cielo de nuevos volantines. Yo, que vivo entre edificios he olvidado un poco esos peladeros verdes que rodean Santiago, donde la gracia era elevar ese pedazo de papel sin clavarse entre los espinos. Ni que quisieran ser una corona alrededor de la frente, esas plantas prometían que en tres días otra vez se prometería la abundancia eterna del verano.

No hay cosas fugaces en este tiempo. Cada cosa tiene su ritmo y nuestra existencia se empluma como los pajaritos, se rellena de amor. La palidez lánguida del otoño tiene las mismas horas de luz, pero está más llenas de cenizas. Ahora el crepúsculo se alarga en las verdas, y yo me doy cuenta que es primera primavera que voy a estar emparejado. Siempre, siempre, me salvé de la depresión que auguran los estadísticos del Rorschach. Siempre, y eso que Santiago no es Rio de Janeiro, que acá predominaría un gris que se vuelve insoportable luego que las mujeres empiezan a mostrar sus hombros en público.

Ahora que viene el renacer de las hormonas, yo tengo la oportunidad se sumarme al coro de brotes, al murmullo de las flores pequeñas que se agitan con el viento de septiembre.

Y arriba de mi cabeza se teje el sombrero. La naturaleza y sus compases me invitan a bailar otra vez con las melodías del mundo. ¿Sabré en esta oportunidad practicar una cueca compartida? Saludando al sol renacido no hay otra respuesta más que la esperanza

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