lunes, 25 de febrero de 2008

Eu voltei no Brasil


Habiendo transcurrido un año de la aventura solitaria que emprendiera hacia el lado atlántico de mi existir, decidí regresar con el ánimo partido. Por una parte ansiaba la aventura de recorrer un capítulo negro de mis andanzas. Por otro lado, no quería dejar al negro solo por salir a andar.

Pasaje comprado, idioma en la maleta y cámara de fotos por entrenar. Obrigado por voar ao GOL. Aterrizar en Salvador, queriendo salvarme de quién sabe qué. Calor en todo el cuerpo, sudor instalado y las ganas de cruzar a cualquier isla de promesas. Pero antes el paladar bahiano mezclaría aceite de palma y leche de coco, lubricando la experiencia de atardeceres de cigarra, de desnudez permitida, de samba y forró musicalizado con las manos, de fruta macerada en el alcohol que embriaga el pueblo.

Ahí, tirado en la playa, comprendí el valor del trópico en la existencia del planeta y en la vida del hombre. Al lado, la pobreza flotando sobre palafitos de latón, pero la alegría buscando la garganta y los parlantes litorales. Y estar en el agua como eterna manera de habitar el vientre nordestino, a falta de bosques y nieve con los cuales cubrir el raciocinio nórdico.

En esa encrucijada el turista típico que de viajero lo ha perdido todo. Porque cambiar las palabras es como abrir la mente, dejar de pensar en las claves conocidas para vivir en la playa en vez de estar en un comercial. Abandonar el pastel de choclo para comer el peixe local, sin preguntar si será demasiado picante. Porque la picantería se va con el chileno que viaja sin diccionario, que no puede pronunciar dendé, invocar a Iemanjá, curiosear en la textura del acarajé, o embriagarse en la acidez del umbú.

Así de aguda son las palabras, clavadas en el oido mientras se flota en el mar. Pero habiendo renunciado a la aventura que persigue las carreteras más lejanas, comprendí que toda vida merece la fiesta, merece el derroche sacrílego en los días antes del Juicio. Y escojí un país que sabe como hacerlo: porque aunque llegando al aeropuerto pudiera ser testigo de una pelea a cuchillazos, esa pasión puesta al sol de la tarde se convierte en esperanza de futuro, esa que invita a ficar en esta vida asumiendo toda esa humanidad que se engaña a sí misma, consagrando con orgías los días previos a la penitencia cuaresmal.

Voltarei no futuro aun cuando bajo el mismo sol las cosas sean igual como ahora.

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