sábado, 9 de febrero de 2008

El advenimiento de las divas

Quizás se encuentre algún socorro dentro de la generosidad de sus curvas fememinas, quizás sea la manera de prendar con los labios al auditorio aunque sea fingiendo un beso repartido. Puede tener que ver con la capacidad camaleónica que reviste una larga cabellera cien veces pintada y peinada. La técnica de seducción en el ideario occidental parece recaer estrictamente en la mujer, que como una Eva permanente es portadora del pecado que lega la serpiente, y convierte la manzana en un árbol de dinero y superficialidad pura.

En el mercado del espectáculo, desde hace un tiempo ya, la preponderancia de la diva adquiere la función de representar la indisponibilidad del cuerpo y alma femeninos, de la misma forma que toda la sociedad parece apuntar hacia el lado contrario transando tetas como mercancía y anulando el corazón debajo de ellas. Cuanto más técnicas de exposición corporal existen, más probabilidades existen que una mujer elegida entre varias supere todo eso y empleando otros mecanismos de trascendencia, se convierta en una diva que genera envidias en mujeres y hombres que quieren serlo.

Quizás por la posibilidad comercial y la eterna renovación del video clip, en lo súltimos treinta años las divas han abandonado el cine para poblar el tabloide musical. Las intérpretes pueden hacer gala de diversas teatralidades en formatos de consumo ràpido y de reproducción espontánea. Cada sencillo es una nueva oportunidad de presentar otra faceta femenina sea la romàntica espera o la orgásminca sensualidad. en ambos casos la diva está en control de estos impulsos, que por el contrario parecieran generar en el resto un efecto adverso: quien haya estado en una discoteca gay alguna vez sabrá que parte importante del repertorio es cantado por mujeres y que siempre el espectáculo central reposa sobre el talento de algún transformista que es rodeado por un ballet de hombres fornidos. La levantan por lo aires, la rodean con el sudor de la testosterona, pero nunca, nunca la tocan de verdad.

Salvo escasísimas excepciones, siempre la diva será un mujer en aparente control de si misma, lo que le impide ceder ante la tirana dominación masculina. Una cantante con más de un marido, probablemente venda mejor que una pechona monógama. Una cantante que haya usado la cama a su favor es más deliciosa que una reprimida. Se revierte así la disponibilidad de su espíritu a la manera de una divinidad que habita fuera del mundo pero interviene en su marcha. La maternidad verdadera puede ser una deventaja, convenientemente, la diva se mantiene tan joven y esbelta como su estrógeno lo permita. En esa condición, todos los dramas son posibles y todas las fantasías tejidas de joyas y vestidos glamorosos son sustentables.

Una diva proyecta esa inmutabilidad que tiene lo no humano, lo ahistórico del mercado que recicla la vida personal como una rtículo de compra más. Para la existencia pegada en el mundo y completamente anónima de los espectadores, representa un oportunidad de sentirse única, cultivar la cualidad del deseo permanente que nunca se satisface.

De alguna forma una figura quintralesca, operada y estirada es más identificable con las bajas pasiones que buscan sofisticarse y vestirse de brillos tanto como se esconde la realidad humana que nos ata a las necesidades de la sobrevivencia. Suprimido el romance que necesita buenas cuotas de introspección, la diva posibilita configurar un culto que anula esta ansiedad. Sin emabrgo, para que existe como tal, finalmente, la sacerdotisa no tiene existencia como la que verdaderamente puede identificarnos.

Volando entre perfumes que llevan su nombre, las pestañas postizas del video clip adornan la realidad del individuo que cree no tener religión y sin embargo sigue creyendo en las diosas. Una alternativa es aferrarse a la propia vida que de divina tiene bastante.

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