domingo, 9 de noviembre de 2008

La coreografía

No vale la pena entrenar los propios pasos. Este último año he aprendido eso. Por más que inventemos y heredemos coreografías para trabajar, amar e incluso morir, siempre existirán novedades que enriquecen la existencia.

Te hablo a tí, bruto espasmódico, que de tanto en tanto me haces rabiar con tus salidas de madre, con tu falta de ternura para contar tus desvelos, y eso que eres tan tierno. Te hablo a tí.

Frente a esto no tengo nada inteligente que decir. Solamente una ortografía pulida y los encantos enciclopédicos de las cosas que podemos conversar. Y es que mientras los fenómenos se mantengan dentro de esos códigos aprendidos, dentro de la certeza que dan las palabras podremos dormir en la misma cama y aparentar que nos seducimos. Pero qué pasa si por la ventana se ventilan ilusiones, si afuera se recortan sombras que oscurecen la habitación.

Qué pasa si el deseo llama a bailar de forma diferente aunque sea por un rato, aunque sea por un instante, olvidando el espejo de mis quehaceres que te has convertido luego de tantos meses. Qué pasa si el miedo a perderte me amarra los pies y me hace caminar de puntillas para no despertarte con estas ensoñaciones, que de todos modos nunca son en voz alta. Qué pasa si me encandilo con brillos nuevos, si en esa pasada creo que voy a terminar de constituir la masculinidad perdida.

¿Dónde vas a estar tú mientras tanto? ¿Dónde voy a sentarme para juzgar mis fantasías? Cuando las cosas solo dan vueltas en la cabeza, espero sepas llevarme el pulso otra vez, para recuperar el ritmo programado en conjunto. Te quiero, y eres dueño de mi conciencia, pero cuando duermo bajo el agua no hay forma que te pueda dar un beso sin temor a ahogarnos.

Quizás por eso tengo que aprender a disfrutar algunas cosas aunque no pueda entenderlas

No hay comentarios.: