martes, 20 de mayo de 2008

La vida de las maquetas

Esta es una buena manera de escrbir la centésima columna de este blog. La número cien para hablar en cardinales. Cardinales que no son cardenales aunque imponen el mismo orden subrepticio. Y es que las formas nos traicionan varias veces.

Anoche en la comodidad de mi cama y sabrosamente acompañado, a petición de mi acompañante le tomé la mano para ver juntos el primer capítulo de Queer as Folk. No la versión inglesa, la que yo viera años solitarios atrás. Esta era la versión gringa, prestada por un amigo que insistía en su divulgación, a pesar de mi hueca defensa de la intelectualidad europea.

Con poca verguenza los personajes cruzaron el Atlántico. Actuaron de la misma forma, pero esta vez con caras mucho más bonitas. No sé, me pareció desde un principio que sus palabras "políticamente incorrectas" eran mucho más pensadas que la borracha franqueza de los camaradas ingleses. Hubo algo que no nos convenció, a pesar de ver un estereotipo que dialogaba tan bien con otras series que han acompañado buenos años de nuestra juventud.

Estos maricas gringos tenían mucho más de artificio. La clave de toda serie es el justo equilibrio entre realidad y fantasía. La primera para poder identificarse con la acción; la segunda para situarse en ese contexto de posibilidad y deseo que todos experimentamos. A todos nos gustaría ser tan frívolos como Sex and the City, porque se nos olvida que para usar Prada hay que conservar el empleo, por ejemplo.

A lo mejor era que vivían en Filadelfia, más allá de mis sueños. A lo mejor era la inconciencia que el espectador estaba acompañado en una noche fria, conviviendo con el cansancio de la jornada, rezando para no roncar en la noche, observando con desvelo que la balanza suma y suma kilos. Así, ninguno es un seductor tan asumido. a nadie le suena música tecno todos los días de la vida.

En Inglaterra la serie fue cruda como la vida. Con poca música fuera de la discoteca. Con mamarrachos más feos, pero igual de lanzados que uno. Y ahora que escribo esto, revisando de manera cardenal los sucesos de mi vida escritos en esta bitácora, me doy cuenta que no hay modo de representar los tránsitos del hombre. No hay forma de pretender vivir como estas maquetas, con masculinidades sobrerrepresentadas en la vestimenta, en el oficio de parecer grosero.

Algunas de mis groserías han caido en desuso. Otras palabras vienen al reemplazo: apaguemos la tele mejor y tiremos un rato. Ahora he elegido otros protagonistas para mi propia novela. Y yo, claro está, vivo en Santiago tanto tiempo como el que me ha correspondido vivir.

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