viernes, 15 de diciembre de 2006

Antropozoología

Quedé para siempre con una opinión pendiente sobre aquello que aconteció el fin de semana. No pude, me distraje. Había tanta información que no podía procesarla en palabras conciente de las inclinaciones emocionales que las imágenes y palabras generaban en todos los que habitamos en este país. Definitivamente la muerte no termina con la existencia.

Igualmente, no podré olvidar el olor a humo en el departamento cuando la protesta arreció en la Alameda, por puro prejucio del guanaco contra los manifestantes, que de haber protestado en Apoquindo de seguro les hubieran ofrecido jugo. Porque de otro modo no me explico la vergüenza ajena que sentí ante la agresión a los reporteros españoles con un protocolo de flaite que suele ser criticado por la burguesía.

Tanto es así, que tengo un par de borradores en el reservorio de blogger solo sobre esto y el papel de la Iglesia en el funeral. Ninguno puede ser expuesto por incompleto. Pero ahora tengo una idea diferente. Concentrado en los sucesos noticiosos pude descansar de verdad cuando fui invitado al lanzamiento del libro de mi primo. Este muchacho es historiador y desde hace algunos años se ha especializado en archivos fotográficos sobre mapuches y otras etnias.

Y ocurre que en esta ocasión, editó junto con un inglés un volumen sobre antropozoología en el siglo XIX. Se llama "Zoológicos Humanos" (Cristián Báez, Peter Mason - Pehuén Editores). Jardin de Acclimatatión de París y un puñado de mapuche y kaweshqar exhibidos como objetos. La idea era que la siempre evolucionada Europa pudiera contemplar sin cruzar un océano, la existencia de estos otros seres humanos y su extrañeza. Como piezas de museo, el recorrido por dicho parque permitía ver toda la gama de salvajes posibles desde lapones (si, a mis estudiados finlandeses también les tocó) kirguizes, innuit y tupí.

Ciertamente las imagenes de los chilenos transplantados es difícil de digerir. Y aunque frente a la vida real de estos pueblos, al igual que los franceses tenga la misma ignorancia, por un asunto nacional sigo teniendo un lazo invisible con su humanidad. Acá la exhibición no era equivalente al del lanza presentado ante un tribunal catalán, o un monrero santiaguino en el juzgado sueco. Acá el mapuche era un intermedio entre el antros y el zoos. Para esos años todavía ni pensaba nacer Levi-Stauss, con su ejercicio revalorizante de la antropología.

Y aunque mi primo no lo quisiera, algo de eso se pudo ver también hoy en día. Aburrido de la televisión nacional, corporativa como ella sola, preferí seguir las noticias por el cable esperanzado de encontrar mayor objetividad. Y lo que encontré era el reclamo de la Ramudo, la etiqueta de "dejaron libre al culpable", el reporte de las manifestaciones y la la sorpresa ante la magnitud del suceso.

Las palabras usadas eran claramente diferentes a las que dijimos acá. Y no es un asunto de idioma. Empujado por el snobismo hacia Europa, de alguna forma vi algo parecido a lo que las fotos del libro mostraban. Los chilenos, acá en Chile, armábamos pelotera por alguien que claramente desordenó la historia. Y más aún, lo que existía era una parvada de fanáticos que poco discurso utilizaban. Las chapitas conmemorativas, de todas formas, son la etiqueta del populismo más puro en latinoamérica, donde el dictador era el Tata.

Al otro lado de la pantalla, al igual que en las fotos, los chilenos dábamos materia para la antropozoología. Ganada la democracia, conseguida la muerte de la postal subsahariana y tropical con que nos miraban hace 150 años; hoy día todavía tenemos algo de salvajes porque aquello que verdaderamente pudo habernos puesto a reflexionar, discutir y estudiar nos hizo prender fogatas, tirar escupos, quebrar vitrinas y aprovechar la tribuna para hacer carrera política propia.

Es de esperar que aprendiendo la historia comprendamos también la lección.

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