domingo, 5 de julio de 2009

La ausencia

Pasó completo el mes de junio y yo sin escribir ni media palabra. Las demandas de la vida y convencerse que estudiar en Paris puede ser buena idea. Después, la inventiva para convencer a otros que pagarme el viaje puede ser buena idea.

Así las cosas, pensando en una tesis para ganarme la vida, dejé en suspenso las ganas de escribir sobre aquello que pasa, aquello sobre lo que comencé a escribir en primer lugar.

Entre medio un fin de semana largo y un día de sol después del temporal. ¿Cómo podré vivir cuatro años sin poder mirar el tiempo pasar sobre la cordillera? ¿Cómo renunciar a esas rutinas de la nieve, a esos amaneceres de frio brillante? Otra vez vuelvo a escribir sobre lo mismo con el afán de asegurar los ritmos de mi existencia. De alguna forma ese control de las rutinas es la conciencia de que existo, que el mundo fue creado a mi medida, y que los viajes a través del paisaje no son sino afirmaciones sobre el movimiento decidido.

Es como comprar todos los meses en el supermercado, como hacer la fila para comprar la ración de comida rápida. Es como esperar junto a la barra por el siguiente trago: toda meditación no es más que una excusa para no vivir de forma automática, para no matar la nostalgia que viene de la mano de toda decisión.

Terminé un mes donde estuve todo el tiempo pensando en como migrar a Europa. Por primera vez, no es una fantasía, no es un baile inventado. Ahora la cosa va en serio, porque las aventuras son así. Y mi corazón deberá acostumbrarse a comer solo. Por un tiempo desaparecerán las sopaipillas pasadas por la lluvia y el recordatorio húmedo de un invierno que viene a renovar este valle que se seca.

¿Lloverá de la misma forma en París? ¿Qué pasará cuando no encuentre las palabras para comentarlo? ¿Tendré que volver sobre la música que llevo en la cabeza para bailar mientras dure mi ausencia? Estoy más lento que de costumbre, quizás para no apurar los pasos de la partida. En el intertanto, me abandono ante impulsos extraños y las ganas de no entender.

Sin aquello no hay aventura posible

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