martes, 4 de agosto de 2009

Compulsión travesti

El encierro de las propias pasiones siempre cultiva un hervidero de emociones y movimientos potenciales. Es como esas heridas mal tapadas que despiden humores diversos, que suben la temperatura como una fiebre hacia dentro y transforman la piel en un bulto punzante.

Vivir la identificación de lo femenino al interior de un ambiente opresivo, sometido a un culto del arquetipo masculino dominante (ni siquiera del héroe, del sabio, o del creador) puede ser la piedra en el zapato que algunos colizas cargan desde que sienten sus hormonas fluyendo en la sangre. Desafortunadamente, estas secreciones no siempre hacen crecer lo que aquellos quisieran y siempre puede quedar en la conciencia la extirpación de los senos imaginarios.

Algunas clases sociales tienen las herramientas y la herencia suficiente como para sublimar todos estos impulsos: los hay quienes son educados para ser monjas aun cuando en los departamentos privados todos pueden subirse los refajos y bordar otro tipo de hábitos. Hemos otros que nos quedamos pegados en tratar de comprender hasta la última manifestación del inconsciente. En cambio, hay un gran segmento que si logra vestirse con las formas de todas las diosas imaginables, que en su indisponibilidad glamorosa convierten en numinoso a quien las imita.

¿Será por eso que todos los transformistas aspiran a ser como Madonna, Beyoncé, Cher, Mariah y aun Tina Turner? Y en las limitaciones que impone la industria y sus patrones de visibilidad, hay pocos que conocen cantantes o actrices distintas, que tienen la misma gracia de vestirse con tantos estilos quepan y con ello convertirse en una suerte de crisol de lo femenino. Saber eso permitiría cultivar también una firma propia dentro de un imaginario que juzga toda compulsión travesti por igual.

Porque esa es la gracia de la ropa de escenario: potenciar las curvas y la seducción que alguien que experimentó sus deseos de manera represiva no puede siquiera patentar. Entonces, es posible pensar que convertirse en la mina más loca es el patrimonio más preciado que puede tener alguien que necesita destacarse precisamente por haber vencido las cadenas de una situación pobre de lenguajes, con una imposición de ser hombre que puede quebrar los tacos recién adquiridos, o cada accesorio, cada arete, cada moño exagerado que es también una afirmación bien visible de la propia pasión. Lo mismo pasa con los científicos de hablar exagerado, orgullosos de vencer su ignorancia, aunque con la diferencia que a ellos se les premia.

De vez en cuando es posible salir del encierro para vivir la fantasía en la Plaza de Armas o en la misma Alameda. Ya no es necesario mirar a través de la cortina bailando solo mientras el mundo pasa fuera. Ahí se puede adquirir la corona que falta para completar el vestido.

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