miércoles, 7 de enero de 2009

De nuevo Año nuevo

La manera como recibí el año grafica de buena forma lo que han sido estos últimos tiempos. Preocupado de llenar las copas y quitar una hilacha de mi camisa, hablando tonterías con los compañeros de piso, los fuegos artificiales empezaron a detonar sin haber contado siquiera los famosos numeritos en reversa.

Tradición aquella que siempre me ha puesto la carne de gallina, constatando que un capítulo más se cierra. La verdad es que así como la Tierra gira nunca es año nuevo propiamente tal. POrque acá son las doce y unos doscientos kilómetros al este el año había empezado hace una hora. Y quién dice que eso valga en la infinidad del Universo?

Es más, a mitad del verano nunca se pone en sol en la antártica, así que nunca se sabe cuando empezó o terminó el año. Mi cabeza se larga hacia el polo sur y se comprueba que no solo hay años de un día: una noche y una mañana eternas. Y parece que esa contabilidad del tiempo es contagiosa, porque cada noche calurosa de diciembre fue como un pestañeo de siesta dominical, apurada pensando en los afanes del lunes próximo.

Entonces, qué iba a saber yo de cuentas regresivas si el primer segundo de 2009 no tuvo ningún magnetismo especial. Porque cuando se está alegre queremos que el año no termine, como si Dios programara sus maldiciones usando agenda y administrara nuestros cupones de mala suerte con un cálculo finito. Así es la vida del hombre pero no su trascendencia, así ponemos límite a la circulación de las cosas trazando una flecha gigante en el Mar de Humboldt. Así es mi vida también, dejando las copas limpias para no llamar espíritus sucios en mi casa, como si los gérmenes acompañaran mi celebración.

El tiempo es tan relativo al final, que los esfuerzos por contenerlo, por marcarlo se traicionan una y otra vez. Los ritos y las cábalas al final son pura magia, las lentejas dando vueltas en mi bolsillo podrían invocar la pobreza reemplazando las vetas de jugoso filete por legumbres para matar el hambre.

Pero en fin. Hay cosas a las que al final no quiero renunciar, por mucha iluminación que haya conseguido a costa de las bengalas santiaguinas. Se me había olvidado escribir, y convertir lo intangible en letra de imprenta. Así controlo mi tiempo y el vértigo de la incertidumbre futura. No quiero ser negligente con mi vida, así que heme aquí otra vez. No quiero cambiar el tiempo.

Quién sabe si habrá novedades para registrar en este almanaque digital.

Felicidades a todos

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