lunes, 23 de febrero de 2009

Esclavos libres

Tuve la suerte de visitar Cartagena de Indias. Llegué ayer luego de una terapia de sol que me secó toda la humedad que absorbí en Aysén.

El contraste no podía ser más marcado. Al margen del clima, la costa caribeña de Colombia está llena de historia desde el principio de América. A diferencia del sur pionero de Chile, acá el puerto albergó tantas embarcaciones como habitantes tiene la ciudad. Y ante tanta riqueza fabricada por el hombre no quedó más que amurallar toda la vecindad.

De espaldas al mar, pero sintiendo la brisa que se cuela (gracias a Dios) por toda la piel, caminé por la plaza de acceso a la ciudad vieja y allí me enteré que ese lugar fue el mercado de esclavos local. El año pasado en Salvador había una cosa parecida y quizás como un recordatorio de lo que ocurría en esos espacios todos los edificios se mantienen inmutables.

Con la cámara de turista se puede juzgar la severidad del tiempo detenido en cada balcón y torre de las iglesias. También se puede conversar con el resto de los camaradas y grabar la cara de espanto cuando se comprueba que detrás de toda esa hermosura estaban los calabozos de la inquisición. Pero hay tanta alegría en la gente que da una lata enorme recitar esta cantinela de alienación marxista.

Al ritmo del vallenato y colgando de un vaso de ron, prefiero volver al hotel all inclusive que contraté a la distancia. Cómodas tres cuotas precio contado y puedo comer hasta el hartazgo y beber hasta una embriaguez legalizada. El sueño del pibe si es que eso no implicara que todo lo bebido no me pertenece sino hasta abril cuando el despellejado infeliz se haya llevado por la basura mi bronceado fascinante.

Ahorrándome todos los almuerzos al final no se puede comer en la cocina del centro donde seguramente todo es más auténtico. Y no es que el hotel o mis vacaciones hayan sido una estafa. Por cierto al snobismo europeo le conviene broncearse en el Caribe y ese mar definitivamente no tiene sucedáneos. Cartagena tampoco. Ahí se puede caminar tranquilo porque no hay pobres como en Rio dicen otros chilenos que se alojan ahí mismo.

Manera de esclavizarnos. Con una piña colada en la mano y una hamburguesa de opio en la otra. Me resisto al turismo parece. Una industria limpia (sin chimeneas) pero que al igual que la plaza de esclavos tranza seres humanos.

Extraño la Patagonia y sus sacrificios de alacalufe. Al menos allí no entregaba el control de mis alimentos a una empresa. Un all inclusive es como una pulpería sofisticada, cómoda, floja como la lluvia en el desierto. Así no se puede ser viajero, porque se llega en carabela y no se sale de las murallas a menos que el presupuesto lo permita... pero como uno no lleva plata a esos lugares...

Quedé con ganas de volver, definitivamente, pero para ver las cosas en la vereda del frente. Estoy quejándome de puro satisfecho, lo sé, pero mi cabeza crítica parece que no sale de vacaciones. Con ganas de mejorar, siempre.

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