viernes, 11 de agosto de 2006

La orquestación

Contaba hace poco el regocijo que para mi vida había significado la adquisición de un reproductor de mp3. Es una miniatura coreana, aunque no una baratija. Ciertamente la tecnología ameritaba la inversión, puesto que no solo me entretendría escuchar música por la calle, sino también pensar cómo era que toda la información digital cabía dentro de algo apenas mayor que el tamaño de mi dedo pulgar.

Mirándolo con detención recuerdo que me dio un poco de susto malograr el control central, diminuto pero maestro. Después asumí que fruto de la globalización, perfectamente esta mecánica podía ser desechable y que, probablemente, el formato de almacenamiento puede ser que ya estuviera obsoleto. Finalizada esta aprehensión me embarqué a disfrutar la música como si fuera el último momento que pudiera hacerlo. Entonces me acompañó todas las mañanas en el viaje hacia el trabajo.

Un compañero de oficina citaba un artículo (imaginario a mi juicio, pero muy bueno) que sugería el uso de audífonos para evitar el mal genio que produce la excesiva cercanía y los empujones entre los pasajeros en el metro. También los trastornos de ansiedad que se generan en el andén cuando uno está atrasado y que están directamente relacionados con la agresividad expresada al subir al carro. Y resultó ser verdad, al menos esta semana. Soy de la hipótesis que lo que opera es una suplantación del circuito neuronal que usualmente se utiliza. La concentración se desplaza y los estímulos se trasladan de los sensores subcutáneos de la presión hacia el oído. Desde ese lugar, mucho más cerca del cerebro, resulta mucho más fácil recurrir a la imaginación para pasar el mal rato.

Con esto doy por pagada la primera cuota de este juguete. Pero lo mejor vendría en el regreso a casa. No siempre es a la misma hora ypor lo mismo, el ritmo del cuerpo también es diferente. Lo constante es esa aura de noche que se cierne sobre el metro; donde la única irritación puede surgir por la baja velocidad relativa que todo trasporte tiene cuando uno regresa cansado a casa. No obstante, las estaciones adquieren otro compás según sea la música. Ayer fue el turno del sonido urbano de Saint Etienne, que con canciones del "Travel Edition" definitivamente me hacían sentir como turista. Su acento inglés sonaba extraño mezclado con la secuencia de azulejos portugueses de la estación Santa Lucía, o la historia nacional plasmada en la Universidad de Chile. Más espectacular fue la perspectiva de La Moneda, al pasar escuchando la letra que decía "nothing can stop us now" delante de un retrato costero que, en el último lienzo, me detuvo frente a la Patagonia.


Luego, otra vez sumergido en el túnel la secuencia era la misma: cuatro luces blancas por una azul. El compás de las mismas estaba sincronizado con la electrónica de Chemical Brothers y "Believe". Era una perfecta analogía de todo el cliché de un videoclip: muy urbano, pero completamente evadido del hacinamiento que siempre hay en el tren. Hasta el español solemne del letrero de "Los Héroes" se veía más luminoso, al poder imaginar los beats que de la canción saltaban a las máquinas robotizadas que cortaban el acero de la señalética, las mismas que perseguían al protagonista.


Saliendo de la estación, los últimos pasos los dí al compás de Pizzicato Five y "Sweet Soul Review". Resultaba muy extraño caminar por un barrio con casonas al estilo francés mientras en mi cabeza sonaban palabras en japonés con la melodía pop crossover que permitió que este grupo triunfara en Estados Unidos y con ello, producto del modelo, pudiera escucharlo yo en este sincrético Santiago, que a pesar de todo lo que se dice, estaba fundada sobre un tremendo campo fértil para la imaginación.

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