lunes, 28 de agosto de 2006

Minua Ollaan Vastassa

Me llevé una grata sorpresa mirando la revista Paula de este mes. Así, tan freak como suena. Ojeando distraído el especial de moda primavera-verano disponible en la peluquería, me detuve en la reseña de música expuesta en las primeras páginas. Casi nunca lo había hecho, porque el gusto de los editores nunca lograba identificarme en absoluto. Sin embargo, esta vez citaban el fenómeno que en Europa ha destadado Regina, grupo finlandés que por razones idiomáticas obvias, poseía composiciones que merecían ser buscadas inmediatamente en Internet. Además que justifican el regreso hacia algunas de las temáticas iniciales de este blog.

Para quienes visiten el vínculo adjunto (haciendo click sobre el título), podrán oir el single cuyo título comparto con esta columna, así como otras tres canciones. Escúchenlo con detención y traten de experimentar un idioma completamente extraño, cuya iteración de abedul parece que se entiende exclusivamente en el verano boreal. Nativos de Tampere, Regina se clasifica dentro del género del electropop, lo cual los convertiría en una suerte de Miranda! del Báltico. A diferencia del histrionismo de los argentinos, aquí lo que se destaca particularmente es la dulzura de la voz de Iisa Pajula, la vocalista, quien se desliza en perfecto finés a través de una serie de temáticas completamente ajenas al hispanoparlante.


Esta extrañeza deviene en la imposibilidad de compartir los mensajes. Esta canción sin videoclip, acentuada por un idioma que solo podía ser aprehendido sensorialmente, me daban la posibilidad de imaginar libremente todo el contenido. Solo los cinco millones de hablantes del suomi podrían identificarse con la letra, mientras yo solamente aspiraría, a lo sumo, corear sus canciones esquimales. El resto era disfrute intransferible y la vocalista jamás llegaría a enterarse de las cosas que me producía. Pero como la inclinación judeocristiana de mi vida me impide el goce egoísta, resulta más razonable desvanecerse en el análisis del testimonio y arrojarlo hacia otro.

En la ausencia de comprensión lingüística, mi apreciación musical se confundía con el intento de saber dónde terminaba cada palabra dentro de cada verso. El finlandés es una lengua flexiva al igual que el español, es decir, contiene partículas que transmiten múltiples informaciones a la vez (género, número, tiempo); sin embargo las infinitas secuencias vocales constituyen un universo desconocido que lo complejiza todo aún más. Quizás por ello, la alternativa más razonable es abandonarse a la imaginación pura y luego remitirse a las asociaciones libres que ello hubiera generado. Las alternativas son tan infinitas como los versos de la canción.

¿Se referiría a la gente que sube y baja en las diferentes estaciones del metro de Helsinki? Porque perfectamente podía ser un paseo por la toponimia de la capital: Vuosaari, Kamppi, Kaisianemi, Kulosaari. Aunque la melancolía que envolvía todo podía expresar también las preguntas adolescentes que una chica nórdica realizaría mientras espera al muchacho que le gusta. O quizás sea una despedida para el reno mascota que no se acostumbra al creciente calor europeo y se marcha hacia las profundidades de Laponia.

Los ejemplos latinoamericanos del electropop: Belanova, Entre Ríos o Miranda! (al menos en su primer disco, antes de volverse una purga quinceañera) versan en sus canciones sobre cosas relativamente simples, y su guiño de distinción tiene que ver con la atmósfera de artificialidad que otorgan los sintetizadores, que son en sí mismos instrumentos de reinterpretación de la realidad. Tantos los saxofones como todos los pulsos de percusiones son programaciones mediadas por un teclado y un tablero de edición. De la misma manera, globalización mediante, el registro digital de Regina abandona la naturalidad del sentido común para apelar a estructuras inventadas por el recuerdo invocado por un idioma (en)cantado.

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