viernes, 13 de noviembre de 2009

Snobismo robado

Ordenando mis discos me acordé que hace años ya compré con la cara iluminada ese preciosismo pop que era el primer album de Miranda! Y sonreí para luego sonrojarme ante el paso del tiempo y la renuncia al fan club que hice imaginariamente, luego que la guitarra de Lolo los convirtió en sinónimo de fiesta pokemona.

Y eso que dos semanas atrás sucumbí ante las luces de la fiesta de Halloween y entre medio del coctel musical sonaron por ahí. Y eso que moví los pies al compás con disfraz y todo. Y eso que fue mi primera travestida con delineador en los ojos. Renegué de miranda a pesar de haber andado convertido en un emo disfrazado de Zara, abiertamente mayor que la concurrencia a esa Babilonia que resultan ser las Open Blondie.

Aunque a decir verdad, lo pasé de lo mejor paseando coqueto y bien maraco entre todos los ambientes. Claro, mis oidos sucumbieron ante la electrónica industrial y el ballet Matrix que había en algunos salones. También me hipnoticé con el poto prácticamente pelado de las go-go-lesbian-blonde-dancers de la rave que había sobre el pasto. Jugué a ser el sofisticado de la cumbia kitsh emulando las prácticas de baile matrimonial.

Volví a casa para recoger algunas canciones por Internet. Entonces, revisando la lista de mis preferencias, la selección ambigua que bailé, me di cuenta que la mayor atracción de la fiesta había sido la distancia zoológica con la que miré el carnaval. Otra vez la antropología me traiciona. O a lo mejor era la conciencia repentina de la edad que se derramaba por mi carnet.

Claramente estoy más viejo que los sub-25 que eran la crema y la nata de esta locura. Claramente, el ensanchamiento de mi cuerpo me haría ver ridículo en las fundas que se calzan las "tribus urbanas". Me siento más cómodo en el sillón de cuero, en el recordatorio vacuno de los seis años de diván, en la asociación reptante de la chequera que paga esa arquitectura de mi conciencia.

Claramente. Ahora prefiero las tardes fetiche de Lastarria, me aventuro en los trabalenguas de la gastronomía y ando con la huevada de ser una "propuesta" en mí mismo. Si ya llevo un par de años tratando de cultivar un estilo, de bailar diferente a las otras locas, de jurar de guata que Buenos Aires me viste mejor que Chile.

Aunque no voy a decir pobre de mi... mejor asumir ese coqueteo con la imagen y la brutal distancia con la realidad que se me cuela de tanto en tanto. Total, el mundo necesita de las fantasías, las mismas que la Blondie le provee en su multiculturalidad a un Santiago a veces monótono en su constuir.

Y mientras pienso en eso, me aseguro de reconocer que hace años escuchaba canciones de grupos que hoy parecer poster para pokemones. E imitaba el acento argentino en Bailarina, acentuando mi nombre igual como Miranda!, moviéndome como serpiente ob(s)esa e internacional. El gusto del pueblo no es sofisticado como esta canción que hoy decora de nuevo mi mp3. ¿Será que todavía es tiempo de salvarme a través de ella?


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